"La vida es una larga cadena de sucedáneos de Manowar", diría, haciéndome el banana y disfrazando de premisa filosófica una soberana pelotudez. Pero sí, es cierto que Pop Life sigue de luto por la no-visita al Cosquín Rock de la banda más poderosa y homoerótica de la Vía Láctea, y no nos queda otra opción más que deambular por decenas de conciertos random, tratando de mitigar el dolor de nuestras almas como si fuésemos un borracho perdido que va de cabaret en cabaret para olvidar a una señorita que se fue y se llevó sus ilusiones, su juventud y 500 mangos en billetes de veinte que guardaba en una cajita (Silvina, morocha de ojos verdes, si la ven me avisan). Por eso este humilde escriba cayó en el show que dio Andrés Calamaro en el Club Ciudad del sábado por la noche: era ir para allá o ver El Show Creativo en mute con "Kings of Metal" de fondo y comiendo harina, y el Pato no lo permita.
Lamentablemente en la semana colgué y no tuve tiempo de gestionar mis entradas con Roberto ni por las buenas ni por las malas, pero como soy muy pulenta fui igual, a ver qué onda. Sin saber qué hacer, me mandé por donde estaban entrando los pibes de la colonia de vacaciones El Salmón, párvulos de errático comportamiento pero macanudos al fin que me pidieron pesopalacindor y me dejaron inmiscuirme en su contingente. Ahí me paró un Control de chaleco naranja, haciéndome notar el hecho de que tener barba, medir casi 1,80 y pesar noventa kilos no es muy adecuado a la hora de hacerse pasar por un niño de ocho años. Se dio el siguiente diálogo.
CONTROL: ¿Dónde vas?
MANCUSI: Adentro.
C: Ésta.
M: Epa.
C: Y bueno.
M: Y bueno qué?
C: Volá.
M: Nah.
C: ¿Entonces?
M: Entro.
C: Buá.
M: Cha gracia.
Entré.
"¿Qué nos gusta más del abuelo? ¿Las pastillas o las medialunas?", me preguntó un colega entrado en años que portaba una remera violeta con la cara de Chevy Chase y cubría el show para la revista Cabildo, confundiendo un tupamaro con un calamaro. Yo, algo desorientado, le dije "uh, mirá, ¿ese Robert Plant o Falcioni?" para distraerlo y sacármelo de encima. Funcionó. A esa hora me dio hambre, y como los puestos de hamburguesas sólo aceptaban euros me vi obligado a encarar para el VIP, a ver si pescaba una empanada aunque sea rellena de telgopor. Allí Roberto había cometido el error de poner como patova a un muchacho muy similar a Stephen Hawking, con lo cual no sólo entramos todos, sino que en un momento había más gente dentro del VIP que en el campo. Represión policial mediante, sólo quedamos allí los que realmente nos lo merecíamos.
Por lo menos media hora pasé discurriendo alegremente con los habituales asistentes a los VIP de cualquier cosa que se haga en este país: Nahuel Mutti, Matías Camisani, Juan Cruz Bordeu, Juan Ponce de León, Ricardo Fort, Chicho Serna, Nelson Castro, el Gordo Valor, Eduardo Duhalde y un largo etcétera. Mientras tanto, cierto funcionario porteño a quien sólo llamaremos Abel P. para proteger su intimidad se paseaba en kimono con una melliza Xipolitakis en cada brazo, al grito de "linda noche para fumarse tres latas de paco y salir de caño a reventar una remisería en Remedios de Escalada". Polémico.
En eso quiero ir al baño, me meto por la puerta equivocada y zas: Miguel Mateos. Lo saludo, sigo viaje y... lo inesperado: sin querer había entrado en el camarín de Calamaro, donde El Cantante esperaba para salir a escena mientras jugaba al Scrabble contra un lavarropas (iba ganando). Allí, Andrelo me miró y, con voz firme y expresión ceñuda, me dijo: "Situación de estupefacientes, rock, fútbol, sala de ensayo". Yo, algo intimidado, atiné a responderle "amenaza de sifón, oeoé domino dancing, hockey sobre patines, palito bombón helado", y ahí todo cambió: no sólo me entendió a la perfección, sino que también se conmovió hasta las lágrimas y me dio un fuerte abrazo. Un tipo con códigos. Guillermo Andino, que por algún motivo siempre está cerca mío en los recitales últimamente, exclamó su característica frase "¡esto es droga!" y se fue al solarium "El rincón del Oompa Loompa", su lugar favorito en el mundo.
"¡Salimos!", gritó alguien, y Andrés salió disparado hacia el escenario. Yo a esa altura ya había satisfecho mis necesidades alimenticias, y recordé que a las once daban en Film & Arts un documental dirigido por Peter Bogdanovich sobre cómo se hizo Locademia de Policía, con lo cual decidí que ya era suficiente: mientras El Salmón arrancaba su concierto con "Jumpin’ Jack Flash" yo ya volvía a casa, no sin antes robarme un patrullero y estrellarlo contra la Casa Rosada, por joder nomás.
¿Qué supe del show? Que estuvo bárbaro, claro. ¿O pensaban que comía vidrio yo?
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