Dolor y guerra, también dulzura
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De los héroes que no aterrizan en las islas de los cuentos / Dramaturgia y dirección: Pilar Ruiz / Intérpretes: Juan Tupac Soler, Verónica Cognioul Hanicq / Escenografía y vestuario: Eliana Itovich / Luces: Lucía Feijoó / Asistencia de dirección: Camila Comas / Sala: Beckett, Guardia Vieja 3556 / Funciones: jueves, a las 21 / Duración: 60 minutos / Nuestra opinión: muy buena
Una palabra resuena y se repite con fuerza en varios pasajes de la pieza: todavía. Es que todavía, y durante mucho tiempo, persisten aquellas heridas de las cosas que nos marcaron a fuego. Él todavía supone que acabará, que en algún momento eso que nos define cesará hasta extinguirse, pero no por completo, esas marcas quedan. Y quizás en esa palabra que resuena melancólica, que duele porque instala en el presente que la formula el dolor del pasado, está la clave para esta obra que destila angustia, pero que, por sobre todas las cosas, indica que mañana podremos estar mejor. No sin las marcas del pasado, eso está claro.
Julio (Juan Tupac Soler, también parte del elenco de Mi hijo solo camina un poco más lento) ha regresado. Está nuevamente en su cuarto con sus objetos, pero "los de entonces ya no somos los mismos". Esa nostalgia se instala y queda detenida por sesenta minutos. En medio de su cuarto que reconoce suyo, pero de antes, encuentra sus cosas que, al igual que él, pertenecen a otro tiempo. Al tiempo previo a la guerra, al de la inocencia. Ahora Julio es otro, todavía escucha las explosiones. Cecilia, su novia, lo esperó esos 74 días, con esperanza; sí, con amor también, pero sin certezas sobre su vida, así que ella tampoco es la misma. Todavía resuenan en ella, en su cuerpo, en su voz, en su memoria los momentos previos a la partida de su novio hacia el Sur. El miedo.
Desde la dirección de Pilar Ruiz, que además escribió el texto, el dolor de la guerra está instalado en el cuerpo de ambos personajes. Y de ahí se construye la obra: Julio tiene el miedo en sus gestos, se quedó prendido, tomó forma. El encuentro con los objetos lo acercan a ese que alguna vez fue. Por eso el diseño escenográfico es clave: todos los objetos pintados de blanco irán brotando de las paredes también blancas de ese cuarto que tiene que volver a inventar, volver a llenar con el que es ahora Julio. Cecilia intenta desesperada achicar el vacío que, asegura, se instaló en medio de ellos dos. Ya el miedo se disipó y en cambio quedó una distancia insalvable. Ambos actores saben que deben encarnar el dolor, deben llevarlo a cuestas como quien lleva desde ahora una mochila más pesada.
El vestuario, la música y algunos indicadores que enuncian los personajes irán dibujando el mapa completo de esta historia: la Guerra de las Malvinas, los jóvenes inocentes en pleno combate, el dolor de los familiares que lo creen muerto, la espera, los encuentros desencontrados, el abismo que separa a los que sufrieron allá y a los que sufrieron acá. Y sobre todo la imposibilidad de transitar el dolor del otro, de palparlo; no alcanza con entenderlo. En esta historia, que es de amor a pesar del dolor, los héroes no serán los de los cuentos, sino aquellos que pueden mantener la dulzura a pesar de todo.
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