El mundo, en clave de clown
Cancionero rojo . Dirección: Lorena Vega. Dramaturgia: Karina Benito. Intérpretes: Darío Levin y Lila Monti. Vestuario: Mariela Berenbaum. Escenografía y objetos: Valeria Alvarez. Iluminación: Ricardo Sica. Coreografía: Lucio Baglivo. Música: Agustín Flórez Muñoz. Colaboración artística: Andrea Babini. Asistencia de dirección: Gabriela Biebel. En Absurdo Palermo, Ravignani 1557 (4779-1156). Sábados, a la medianoche. Entrada: $ 15. Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
Ellos son la obra. Lila Monti y Darío Levin imponen a sus personajes, Una y Neto, por sobre cualquier narración. Con un lenguaje de clown depurado y minucioso, estos dos actores hacen pasear a sus criaturas por la historia universal en busca de un lugar en el cual descansar, un lugar donde haya algo de paz, pero, a falta de respuestas, se encaprichan en hacer preguntas.
Con la excusa de ese recorrido pintoresco que, a los saltos, los lleva a los tiempos de Hitler, a la revolución rusa, al mismísimo año cero y a la crucifixión para luego volver a la negrísima Argentina de la dictadura, Monti y Levin hacen gala de un carisma delicado, sin estruendos, que vuelve queribles a sus personajes apenas salen a escena. Decididamente, él es tremendamente divertido y ella, un verdadero encanto.
Lorena Vega, en su papel de directora, los ayuda a crear con casi nada esos mundos tumultuosos y violentos a los que se empeñan en llegar. El espacio escénico está vacío, salvo por dos paneles laterales que sirven de pequeños bastidores para entradas y salidas de los actores, pero hay ahí apenas un detalle que luego será otro de los protagonistas de Cancionero rojo . Esos bastidores están surcados suavemente por unas líneas blancas que llegan al piso, donde continúan apenas unos centímetros y mueren en una tiza que está ahí, como si nada. Esa tiza y otras de las que vienen provistos los pasayos se convierten en la mejor aliada a la hora de delimitar espacios, momentos y personajes. Las pequeñas valijas que traen Una y Neto son suficiente pizarrón para la enorme imaginación que ponen en juego.
Con una particular inocencia y un exquisito trabajo físico, Monti y Levin atraviesan zonas oscurísimas y violentas de un modo tan ingenioso, curioso y divertido, que el espectador se termina riendo de lo impensable, ya que así, todas juntas, dan cuenta de que el mundo no tiene final feliz a la vista. Sólo por momentos, la narración pierde algo de peso y se deshilacha, pero ellos siguen ahí, y eso es lo que cuenta.
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