Estrenos de teatro. Las ciencias naturales es una divertida exploración a los tiempos de Darwin
El nuevo trabajo de Mariano Tenconi Blanco continúa una saga que comenzó con la multipremiada Las cautivas
Autor y director: Mariano Tenconi Blanco. Intérpretes: Agustín Rittano, Ariel Pérez de María, Juan Isola, Marcos Ferrante, Gabriela Ditisheim y Andrea Nussembaum. Músico en escena: Ian Shifres. Escenografía: Rodrigo González Garillo. Vestuario: Magda Banach. Iluminación: Matías Sendón. Movimiento: Jazmín Titunik. Sala: Martín Coronado del San Martín. Funciones: jueves a domingos, a las 20. Duración: 120 minutos.
La Compañía Teatro Futuro, creada por Mariano Tenconi Blanco, inició su experiencia sobre La saga europea, con Las cautivas (2021). Un audaz y muy divertido ejercicio sobre el mito del malón: una mujer francesa Celine es secuestrada y más tarde rescatada por una india llamada Rosalila. A partir de allí ambas mujeres intentan reinventar la geografía pampeana, en un agudo contrapunto de dudas y coincidencias y en su afán de hermandad y empatía exquisitamente expresada, nos recuerdan con su apoteótica tournée a los personajes de la lúcida novela de Gabriela Cabezón Cámara, Las aventuras de la China Iron. La intención de Tenconi dramaturgo al presentar sus piezas es “explorar –dice– la relación entre América Latina y Europa durante el siglo XIX a través de un grupo de obras –el ciclo se completa con dos más–, porque las mejores ficciones inventan nuevos modos de leer. E inventar nuevas formas de leer es inventar nuevas formas de ver el mundo”.
En Las ciencias naturales, el dramaturgo revisita la teoría de la evolución de Darwin y lo hace con un humor tan sagaz, como punzante, que, por instantes, les provoca ciertos cosquilleos a los intérpretes, quienes parecen “iluminar” sus palabras con un tono en el que los pensamientos se vuelven capaces de convertir en travesuras las más sutiles intenciones. Pero, a su vez, Tenconi Blanco observa con agudeza y astucia el mito de Fausto, el del hombre que vende su alma al diablo, quizás en pos de cruzar las fronteras de aquello que se considera pecaminoso, no sólo en nombre de la carne, sino también de una economía mal distribuida. La suya es una historia con cierta moraleja, en la que parece querer decirnos que sólo lo que cuenta es ser fiel a los más oscuros y recónditos deseos. Si la vida se presume corta y cometer pecado tiene prisa, para qué negarse al placer cualquiera sea su nombre.
Tenconi Blanco revaloriza las palabras, juega con ellas y, por instantes, se engolosina en relatos tan detallistas, que quizás hacen perder el hilo de la historia. Pero eso se subvierte tal vez en escenas posteriores, en las que la saga avanza explorando otros contenidos. Tanto los que hacen referencia a la dicotomía Europa-América y la superioridad de unos contra otros, como los otros que refieren a “civilización y barbarie”. En este caso eso se traduce en circunstancias en las que se palpita un humor hilarante, dicho con elegante desparpajo y dejando que la pequeñez de algunos hechos cotidianos, o de vida que se relatan, vayan poblando la imaginación del espectador, hasta encontrar su verdadera intención: cuestionar con humor la historia aprendida en los manuales.
¿Mediante qué personajes propone estos cuestionamientos el autor? Lo hace a través de un naturalista alemán, llamado Rudolph Weiss, un hombre tan atildado, como de pronunciada reciedumbre, cuya voz inmersa en el más absoluto artificio, le aporta en algunos tramos, una muy atractiva artificialidad a lo que cuenta, como si aquello que dice fuera la verdad más absoluta. Cuando quizá toda la pieza sea una farsa, que por instantes adquiere el vigor de un viejo entremés, o quizás un oratorio, o hasta un auto sacramental. Precisamente un auto sacramental que enceguece el raciocinio y le da tributo al deseo más fecundo, cuando el mencionado caballero Weiss, su secretario español Calixto Blanco y otro acaudalado señor de estas tierras, hacen el juego de observar sus miembros viriles de espaldas al público como si estuvieran en un baño público. Aunque la sorpresa mayor es cuando uno de ellos exhibe una voluminosa prótesis, que despierta tal vez las más encendidas carcajadas en los espectadores.
Desde Estanislao del Campo, hasta el desborde de los relatos de Hilario Ascasubi, e instancias de Alberdi, de todos ellos se nutre Tenconi Blanco autor. Mientras que en su papel de director tiene la sabiduría y astucia de saber mezclar en sus piezas, contenidos sexuales, desbordantes de deseo, en medio de un mar de ideas capaces de cuestionar hechos de la historia con la sagacidad de un biólogo, que disecciona el alma humana y la expone en sus más crudos e irónicos matices. Claro está, que para una mejor digestión, el humor desbordante de sus fábulas posibilitan, como en este caso el invalorable lucimiento de un equipo de intérpretes de largo aliento. Ellos son los admirables Agustín Rittano, Ariel Pérez De María y Juan Isola.
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