Interesante propuesta teatral que llega desde la ciudad de Rafaela
"La brusaròla". Autor y director: Marcelo Allasino. Intérpretes: Grupo Punto T, de Rafaela, Santa Fe (Marcela Balletti, Gustavo Mondino, María Eugenia Meyer, Marcelo Gieco y Silvit Simondi). Música original: Guillermo Scalenghe. Diseño de escenografía, iluminación y banda sonora: Marcelo Allasino. Asistente de dirección: Gustavo Poggi. En Espacio Ecléctico, Humberto I° 730. Funciones: sábados, a las 21.30, domingos, a las 19.
Nuestra opinión: muy bueno.
Creado en 1989, el grupo Punto T puede reconocerse como uno de los exponentes más interesantes que tiene el nuevo teatro argentino. Desde una localidad tan pequeña como Rafaela, en la provincia de Santa Fe, la compañía produce experiencias siempre inquietantes y sumamente provocadoras para su comunidad (cuando Allasino estrenó, a mediados de 1990, su versión de la sátira griega "Lisistrata" fue tal la polémica que generó que un juez desconcertado pidió que comparecieran ante él los actores, el director y hasta el mismísimo Aristófanes). Aunque cargado de influencias porteñas -como sucede con todo el teatro rosarino y santafecino- los trabajos que dirige Marcelo Allasino expresan, también, una clara raíz localista. Sus espectáculos siempre cuestionan al ser rafaelino, ese que heredó una fuerte tradición piamontesa, con la que parecería cargar pesadamente.
La palabra brusaròla deriva de dos términos, brusa que significa caliente, calor, y parpaióla , mariposa (en alusión al sexo femenino). Las viejas piamontesas utilizaban la expresión "esa mujer está con la brusaròla " (con cierta picardía) para hablar tanto del deseo sexual femenino como de la irritación del órgano genital. Contemporáneamente, la picaresca popular amplió los significados de esta palabra.
La experiencia que desarrolla Marcelo Allasino, en tanto dramaturgo, es por demás atractiva. Busca trazar un perfil irónico, cruel y devastador de ciertas mujeres que son sostén de sus respectivas familias. La mirada del creador es impiadosa. Carga las tintas en el dibujo de un grupo de seres que intenta denodadamente ser fiel a unos fuertes dogmas tradicionales, sin siquiera detenerse a reflexionar sobre ellos. Lo hace, también, con mucha picardía y humor. Más aún, en este contexto, la mujer que está con la brusaròla parecería adquirir una fuerza tan impresionante que logra desvirilizar a los hombres y asexuar a las jóvenes de su entorno.
Un simple punto de partida
La trama es por demás simple: un grupo familiar, compuesto por una madre y dos hijos (un varón y una mujer), comparten la casa con una sirvienta. Llega al lugar un médico para desarrollar un tratamiento con la madre y allí comienzan a despertarse los verdaderos sentimientos de todos. Así, el espectador descubre un entramado perverso de relaciones que maneja a su antojo esa madre/padre/animal/ogro/represor.
La acción siempre se desarrolla en la cocina, el gran lugar de reunión, y el centro, además, desde donde se sale a un exterior (el patio o la calle) que convulsiona. En la calle está la comunidad, con la que se interactúa por medio de la mentira y el engaño. En el patio, un perro furioso, dispuesto a atacar.
Una escenografía netamente realista contiene a los personajes, silenciosos unos, torpes o agresivos, otros. Todos construidos con gran intensidad y por eso sumamente verdaderos. La interpretación subraya el naturalismo en seres como el médico (Marcelo Gieco), la hijastra (Marcela Bailetti) y la sirvienta (María Eugenia Meyer), el esperpento en el hijo (Gustavo Mondino) y un grotesco totalmente exaltado en la madre (Silvit Simondi). Esta composición, por los quiebres que propone continuamente, llega a un profundo delirio que conmueve al espectador por el patetismo en el que deriva. El desconcierto y la risa movilizan a un público que termina agobiado por tanto desequilibrio.
Por momentos nada de lo que se dice es importante. Es más, los personajes balbucean palabras, frases. Allí Allasino afirma una estructura de imágenes muy potentes. En otros, los discursos no hacen más que afianzar el valor de unos cuerpos que se mueven como si no tuvieran destino y cuya única posibilidad de existencia parecería ser a través de la palabra.
Resulta muy interesante observar cómo los seres más reprimidos casi no tienen textos y se expresan con unos silencios de gran significación; mientras que, a los que se les entrega un afecto impúdico, se imponen con una torpeza singular. La madre, por su parte, obesa, avasalladora en sus acciones y sentimientos, no puede más que generar irritación y una violencia inusitada.
"La brusaròla" es un terrible testimonio sobre los acontecimientos perversos que pueden tener lugar dentro de un grupo familiar en el que tradiciones y represiones se confunden. Es muy fuerte la reflexión que Marcelo Allasino propone a partir de una expresión en la que se mezclan, lógicamente, el idioma, las traspolaciones que ese idioma produce cuando se enriquece con múltiples sentidos, y el cuerpo de la mujer, ese mismo que genera seres.
Este trabajo es también un buen ejemplo de un teatro de provincia que crece con mucho rigor estético y de la mano de creadores de una nueva generación.
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