
La vida secreta de Antón Chejov
¿Quién se acordará hoy de Iván Bunin, escritor ruso (1870-1953), premio Nobel de Literatura en 1933? Casi nadie. Y probablemente habría permanecido en el olvido si no se hubiera publicado en estos días, con el sello de la Northwestern University, de los Estados Unidos, la traducción al inglés de su biografía de Antón Chejov, originalmente escrita en francés, titulada Acerca de Chejov: la sinfonía inconclusa .
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Casi medio siglo le llevó a Bunin redactar esta biografía. Se la pidieron la madre y la hermana de Chejov cuando éste murió, en un balneario termal alemán, en el verano europeo de 1904. En 1891, cuando Iván tenía 21 años, le envió una carta a Antón, de 31, en la que le decía: "Los escritores noveles tienen la costumbre de estorbar a otros, a poetas y editores, pidiéndoles que lean sus trabajos. Yo soy una de esas personas". Chejov le contestó: "Soy un mal crítico que siempre se equivoca, sobre todo cuando se trata de noveles". Bunin no le envió sus relatos, pero el resultado fue una amistad duradera.
En tanto Chejov ascendía socialmente desde una infancia cercana a la miseria, Bunin pertenecía a una familia noble en decadencia. Pero ambos -anota Thomas Galton Marullo, editor y traductor del libro- sentían la misma fascinación por "lo prosaico, esto es, lo que consideraban revelador y relevante en las minucias de la vida cotidiana". Y agrega que no se trata de una narración biográfica -inconclusa al morir Bunin- sino de una suma de fragmentos y viñetas, que comienza con una pregunta insólita, dirigida a la madre y la hermana de su amigo: "¿Alguna vez lo vieron llorar a Antón?". "Jamás", contestan ambas, e Iván comenta: "Me pareció importante". Otro apunte es curioso y hasta cómico: Chejov va a visitar a Tolstoi y consulta a su amigo acerca de cómo vestirse para la ocasión. "Primero se puso un par de pantalones muy ajustados, y los rechazó por considerarlos obscenos: "Tolstoi me tomará por un exhibicionista". Se fue luego al otro extremo y apareció, muerto de risa, con unos pantalones anchísimos: "¡Estos son más anchos que el Mar Negro! Tolstoi me tomará por un dandy". Si bien nos quedamos sin saber cuáles pantalones usó Chejov finalmente, sí sabemos que Tolstoi lo recibió con estas palabras: "No soporto sus obras de teatro. Shakespeare es un pésimo escritor, pero usted es todavía peor".
A Bunin tampoco le gustaban las piezas de su amigo. "A menudo me dan vergüenza ajena -escribe-. ¡Los personajes son tan dogmáticos!" Y en cuanto a El jardín de los cerezos , opina: "No hay nada atractivo en los cerezos. Todos sabemos que son feísimos, con ramas retorcidas y hojas y flores pequeñas. Nada que ver con los grandes, suntuosos capullos que florecían bajo las ventanas de la mansión, en el escenario del Teatro de Arte de Moscú". El fondo de la cuestión, según Marullo, es que a Bunin no le gustaba el teatro y, mucho menos, los actores. Por eso, Iván reflexiona que el casamiento de Chejov con la actriz Olga Knipper equivale a "un lento suicidio", y revela que la gran pasión del dramaturgo fue la escritora Lydia Avilova .
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Cuando Chejov murió, Avilova escribió un libro en el que proclamaba que ella había sido el amor de su vida. La mayoría de los biógrafos ha rechazado ese aserto, pero Bunin lo sostiene y dedica casi un cuarto de su trabajo a defenderlo. Es verdad que los Chejov estuvieron separados la mayor parte de su breve vida conyugal, porque Antón vivía en Crimea, cuyo clima benigno convenía a su tuberculosis, en tanto que Olga estaba siempre trabajando en Moscú, en el Teatro de Arte dirigido por Stanislavsky, o en gira por Rusia y otros países europeos. Pero ella lo acompañó en la última etapa de su enfermedad y le cerró los ojos; y existe una correspondencia demostrativa de un gran afecto mutuo, aunque tal vez no de una pasión arrebatadora como la que tal vez sintió por Avilova. Bunin, sin embargo, insiste: "Mucha gente cree que Chejov nunca experimentó grandes sentimientos. Aunque yo también lo pensé más de una vez, hoy declaro firmemente: sí, los tuvo. Y fueron hacia Lydia Alexeevna Avilova". Jamás sabremos qué hay de cierto en esas palabras. Tan sólo que, como Bunin declara, "Aún hoy, la gente no conoce a Chejov como debiera".
Ni a Chejov ni a nadie: la zona de sombra de cada uno es siempre un misterio insondable. Hasta para uno mismo.
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