Un cuento clásico, en danza
"El sapo y la princesa" , versión para teatro y danza de Yamil Ostrovsky, por la Compañía Y/O. Intérpretes: Damián Cortés, Cecilia Codega, Verónica Hassan. Música de Debussy, Purcell y Bizet. Escenografía y vestuario de Elena Faranda, Gabriela Gerdelics, Margarita Duport, Erika Trenque, Gastón Laise; coordinación, escenografía y vestuario de Violeta Bombeli y Jorge Moragues. Coreografía y dirección: Yamil Ostrovsky. En la Sala Alberdi, Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551, 6°. Sábados y domingos, a las 16.15. A la gorra. Las entradas se retiran una hora antes de iniciar el espectáculo en la planta baja.
Nuestra opinión: Bueno
El cuento tradicional del príncipe convertido en sapo por el hechizo de una bruja, del que sólo podrá verse librado si una princesa lo alimenta y le da un beso, sube a escena de la mano de una versión para teatro y danza.
La historia es contada a partir de escenas actuadas en las que abundan el humor y la parodia y de cuadros coreográficos delicados y expresivos.
Los personajes comparten elementos comunes en su construcción que tienen que ver con la comicidad.
La princesa es una joven frívola y de pocas luces, pero leal y compasiva; su padre, aunque no puede resistirse mucho a los caprichos de la chica, hace grandes esfuerzos por moldear mejor su carácter y la ayuda a tomar decisiones importantes.
El príncipe, vanidoso y antipático antes del hechizo, se convierte en un sapo simpático y amable que luego volverá a ser un príncipe encantador. Finalmente, también resultan graciosos los sucesivos intentos de la bruja, que, a pesar de ser intrigante y mentirosa, no logra su propósito de engañar a los otros personajes.
Entre desencuentros, equivocaciones, malentendidos y confusiones que divierten mucho a los chicos, la acción, que se complementa con danzas y acrobacia, transcurre hacia el esperado final. Sólo hay algunos momentos en los que se detiene por necesidad de explicaciones, especialmente en los diálogos con la bruja, que intenta enredar las cosas para impedir que los protagonistas se encuentren y cumplan su destino.
En cambio, las escenas coreográficas, a pesar de representar una pausa en la narración, tienen la extensión y la dinámica necesarias para mantener el ritmo y concentrar la atención de la platea. Algunas aprovechan graciosos juegos corporales basados en las propuestas de la música, como la secuencia en la que el sapo intenta cazar su alimento al ritmo de "El vuelo del moscardón".
Interpretaciones parejas
El desempeño del elenco es en general muy parejo y ajustado. Resulta interesante el trabajo realizado por Damián Cortés en la construcción corporal del sapo, que, además, complementa muy bien el carácter del personaje; a través de grandes saltos, de movimientos acrobáticos y de una gestualidad exagerada y por momentos ridícula, crea un sapo encantado que se entiende muy bien con la platea. Hay un período en la acción cuando juega con la pelota y el objeto se convierte a su vez en un personaje, que se va y regresa, que crece y disminuye, que se esconde y reaparece, y llega a entrar en juego con la platea. Se trata de un momento alegre manejado con mucho humor por el intérprete.
Un planteo escenográfico sencillo (un biombo con un telón que representa tres espacios diferentes: el palacio, el exterior y el interior del estanque) permite reconocer los lugares de la acción y deja libre una importante porción del escenario para las coreografías amplias y los juegos acrobáticos.
La parodia se completa en el final, cuando la resolución es por accidente. La princesa, que no sabe que tiene que alimentar al sapo, espanta a un moscardón y lo guía hacia el príncipe sapo. El beso viene por un juego coreográfico en el que sus bocas se juntan por casualidad. La platea está pendiente, y por supuesto, festeja.
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