Una familia dentro y fuera de la escena
Además de debutar en las tablas porteñas con un unipersonal que repasa su vida como actriz, Adriana Barraza se atreve a afrontar otro gran desafío: el de subir a escena junto con su hija, Ana Carolina Valsagna, y su esposo, el argentino Arnaldo Pipke, para dar vida a Dos amores y un bicho, una pieza de Gustavo Ott, que ahonda en los claroscuros de la vida familiar.
"Hacemos de un papá, una mamá y una hija, respectivamente. La obra trata de las cosas que suceden en la familia, de las relaciones, de las cosas que no se dicen, de las cosas que aprendemos los hijos de los padres, de las que repetimos y que muchas veces son autodestructivas. El conflicto es ése: cómo cuando uno va creciendo mira a sus padres como adulto y se da cuenta de que hay cosas que le están enseñando que no van con uno", explica Carolina, para quien la elección de ser actriz implicó una prueba de fuego.
"El juez más duro que ha tenido Carolina es su mamá", revela la propia Barraza. Cuando le contó que quería ser actriz, su madre le respondió: "Bueno, sí, pero me vas a dar a mí el permiso de que si no sirves, yo te lo voy a decir, porque no quiero que seas infeliz en una carrera tan difícil". Con el tiempo, luego de ver su crecimiento, le dijo: "Ya no tengo nada que decirte". Hace doce años, Barraza llegó al teatro y un amigo le dijo: "Ya te superó". Y ella respondió con sabiduría de madre: "Ya me puedo quedar verdaderamente tranquila".
Basta pasar unos minutos con Adriana, Arnaldo y Carolina para comprender que entre ellos hay un lazo que excede lo meramente familiar, una conexión que les permite entenderse, aun sin hablar, dentro y fuera de la escena. "A mí me gusta usar las palabras empatía y amabilidad. Y eso es lo que creo que se manifiesta permanentemente arriba del escenario –observa Arnaldo–. Si ellas comunican algo del texto con otra intención, yo me adapto como el agua. Y ellas también conmigo."
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