Un beau matin: Mia Hansen-Løve evoca la poesía de Renoir en los amores y las tragedias cotidianas
La directora, tan hija de aquella tradición francesa del realismo ingenuo como observadora rigurosa de sus límites, brilla en otra excursión a la vida de una joven viuda que cría a su hija y observa cómo su padre comienza a replegarse sobre sí mismo, con una formidable actuación de Léa Seydoux
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Un beau matin (Francia-Alemania-Reino Unido/2022). Guion y dirección: Mia Hansen-Løve. Fotografía: Denis Lenoir. Edición: Marion Monnier. Elenco: Léa Seydoux, Pascal Greggory, Melvil Poupaud, Nicole Garcia, Camille Leban Martins, Sarah Le Picard. Duración: 112 minutos. Disponible en: Flow, Movistar Play, Google Play, Apple TV. Nuestra opinión: excelente.
“No se puede demostrar la belleza de una obra”, declaraba Éric Rohmer a propósito de la filmografía norteamericana de Jean Renoir en El gusto por la belleza, su libro insignia. Quien había sido el faro de la nouvelle vague en la historia francesa del cine y el encendido estímulo de la crítica de la revista Cahiers du cinema había despertado una fría recepción en su país de origen luego de su periplo por los Estados Unidos: Rohmer sentía la obligación de enarbolar la bandera del genio como antídoto ante tanta indiferencia. Por ello, lo que conduce su texto es la clara conciencia de que, en el cine, la única poesía está en la superación del realismo. “Querer ser verdad es un error descomunal: el arte debe ser artificial y recreado”. Es tan justa esta referencia para la pluma de Rohmer como para la poética de Renoir, ambos a menudo asimilados a un realismo ingenuo del que nunca fueron partidarios. Y es también pertinente en Un beau matin, la última película de una directora como Mia Hansen-Løve, tan hija de aquella tradición francesa como observadora rigurosa de sus límites.
Un beau matin puede pensarse como una obra del realismo. Una historia cotidiana, seguida con una cámara íntima, respetuosa del aire del presente y del latido de la vida. Hansen-Løve ya había demostrado en sus anteriores películas su predilección por esas historias pequeñas, de mujeres jóvenes con problemas amorosos, conflictos con sus padres o su vocación; mujeres ya adultas ante una imprevista encrucijada, un tiempo de renacimiento e incertidumbre. Así Un amor de juventud (2011) revelaba las aristas más tortuosas del primer amor y El porvenir (2016), la crisis de una mujer madura que ve en la pérdida el fértil territorio para la supervivencia. Todas sus películas tienen rastros de su propia autobiografía, recuerdos de su infancia o juventud, retazos de conflictos familiares, memoria compartida con sus padres y hermanos. Eden (2014) es la historia de su hermano DJ; La isla de Bergman (2021) recoge los entretelones de su pareja con Olivier Assayas. Y ahora, Un beau matin explora la relación con su padre enfermo y la crianza de su hija. La realidad parece brillar en todo su esplendor.
Sin embargo, la película también propone otro recorrido. Hansen-Løve ha logrado tensar las fibras de esa inspiración autobiográfica con el artificio de manera inusual, con una inesperada poesía que recuerda las sutiles “crueldades” de Renoir, aquellas que atraían a Rohmer porque se entrelazaban con el brillo de la luz diurna. Un beau matin cuenta la historia de Sandra (extraordinaria Léa Seydoux), una joven viuda que cría a su pequeña hija mientras comparte con su hermana y su madre la atención de su padre, cuya enfermedad degenerativa le arrebata sus pilares, la autodeterminación y el pensamiento que definieron su pasado como profesor.
Además, Sandra inicia un romance intermitente con Clément (Melvil Poupaud), un viejo amigo todavía casado y sin firme decisión sobre el destino de su matrimonio. Si bien su trabajo como traductora, sus tareas de cuidado como madre y el reciente enamoramiento ocupan su existencia, la relación con el padre es el corazón de su preocupación, el vínculo perfecto para expandir la superficie del realismo en la trascendencia.
No sabemos demasiado de la vida de Georg (Pascal Greggory), y la directora excluye cualquier atisbo de viaje hacia el pasado ya sea desde la representación de un flashback como de una minuciosa rememoración. Lo que hay como testimonio de esa vida es lo que asoma en su menguante memoria, el amor devoto por su nueva mujer Leïla (Fejria Deliba), sus libros acomodados en enormes bibliotecas, la emoción arrebatadora de una de sus alumnas. La voz de Françoise (Nicole Garcia), madre de Sandra, expresa la mirada pragmática sobre la enfermedad y se muestra algo hiriente en la evocación de aquella vida conjunta de la familia, mientras Sandra intenta descubrir quién es su padre, qué la une hoy a él, cómo atesorar esos momentos que se extinguen sin la angustia de un final inevitable. Aferrar del presente aquello que el cine recrea, esa latencia imposible en otras artes, esa poesía escondida detrás de la apariencia de las cosas.
Mia Hansen-Løve ha sabido captar como pocos artistas esa sutil devastación que anida bajo la vida cotidiana, la que ocurre en los entresijos de los grandes acontecimientos. La potencia de su película está menos en la invitación a la identificación o en la cercanía de ese mundo con el que podemos conocer de primera mano en nuestras vidas, que en la maestría para mostrar la opacidad de una vida interior en cuyo misterio se fundamenta su riqueza. No en la pretensión de copiar lo real sino en la habilidad para trascenderlo.
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