Un malo con premio
Cara visible de muchos de los más famosos villanos de los últimos tiempos, Gary Oldman explicó a La Nación la íntima pasión que lo impulsó a filmar su galardonada ópera prima.
Esta es la historia del chico malo que un día tuvo premio. En el cincuentenario del Festival de Cannes "Nil by mouth", la opera prima de Gary Oldman como realizador se llevo el premio a la mejor interpretación femenina, por la labor de Kathy Burke. Con más experiencia en teatro y televisión que en cine, la actriz supo sin embargo meterse en el pellejo de Val, una mujer de clase baja que en un barrio del sur de Londres, transita el laberinto infernal de amar a su marido alcohólico. El diario Liberation sostuvo que "fue una buena idea la de premiar esa conmovedora interpretación anti-glamour" y agregó que "este premio recompensa también a una dirección actoral, la de Gary Oldman, que impresiona por su discreción y su agudeza". El propio Win Wenders que estuvo en estas playas compitiendo con "The end of de violence" (El fin de la violencia)" dio muestras de su generosidad y si condición de amante del buen cine, cuando en el curso de la entrevista que La Nación publicó el domingo último elogió el film de Oldman por el grado de verdad que transmitía al espectador.
Antes de debutar en la realización cinematográfica, el actor británico había sacado pasaporte de malo, tanto en la pantalla como en la vida. Tras su actuacción en "Sid y Nancy", no dejaron de llamarlo para componer malos de toda estirpe: desde el asesino de "JKF" , de Oliver Stone hasta el Drácula de Coppola. Desde el jueves, en Buenos Aires se lo verá encarnando a otro personaje de mala entraña en "El quinto elemento", la superproducción de Luc Besson que en la primera semana de estreno en Francia alcanzó la disparatada cifra de dos millones de espectadores.
Lo más probable es que al bueno de Gary no le cueste mucho esfuerzo calzarse los zapatos del malvado y salir al set dispuesto a convencer a los espectadores. A los 39 años, todavía no puede olvidar los tiempos en que andaba por la vida real con la etiqueta de malo colgando del cuello. "En la escuela me decían que era estúpido y que nunca llegaría a nada. Siempre estaba en la luna. Y con el tiempo, me refugié en el alcohol. Quería ser parte del grupo... Bebí durante veinticinco años para anestesiar el dolor", declaró en Cannes, importándole muy poco que esta sea una psarela donde casi todos vienen a mostrar grandezas y esconder flaquezas. Dolores para mitigar, no le faltaban. Cuando tenía siete años y vivía en un barrio humilde de Londres, tuvo que arreglárselas con una realidad que pegaba duro: su padre, que murió como consecuencia del alcoholismo, había abandonado el hogar. Con el tiempo y con el oficio de actor, lejos de tildarlo de inútiul, lo aplaudieron por su talento actoral. Pero para poner su cabeza en orden, Oldman necesitaba contarle al mundo aquellos malos viejos tiempos de la niñez. Filmar "Nil by mouth" se volvió una obsesión. Luc Besson, quien lo dirigió en "El quinto elemento", advirtió que ese proyecto nacido de la vísceras de Gary no podía fallar, y se asoció en él como coproductor.
Gary Oldman vino a Cannes con un doble propósito. Acompañar la presentación fuera de concurso de "El quinto elemento" y competir con la propia. En el film ajeno respetó las formas impuestas por la estrategia de prensa que suelen tener detrás las grandes producciones. Como el resto del elenco, recibió a los periodistas en una lujosa mansión en los altos de la ciudad. Pero a la hora de hablar de la propia, apostó a una modestia que en el Festival considerado como el más mediático de todos, es una rareza. Para esta entrevista exclusiva con La Nación, el director debutante no eligió otro lugar que no fuera la habitación que ocupaba en el hotel Carlton, la misma en la que tenía servido el desayuno, en una mañana que de puro lluviosa dijo que lo hacía sentirse más cerca de Londres que de la Costa Azul.
-Si alguna particularidad tiene su película, es la de hacer que el espectador se olvide de que los que están en la pantalla son actores, y crea que está espiando la vida de gente común y corriente. ¿Cómo lo logró?
-Realmente no lo sé. A mí me gusta mucho actuar, y admiro profundamente las grandes actuaciones. Disfruto viéndolas. Odio las malas actuaciones y odio aquellas interpretaciones que intentar ser muy reales y que terminan siendo una parodia del naturalismo. Durante el rodaje confiaba sobre todo en mi modo de escuchar a los actores cuando interpretaban los diálogos. Sabía que mi oído no me iba a permitir dejarlos decir algo que sonara falso. El gran riesgo para un actor es el de ir empeorando con el paso de los años y casi sin darse cuenta. El tema es que a fuerza de envejecer ejerciendo el oficio, uno puede terminar inventándose una suerte de nido en el que se siente cómo con lo que hace y con el modo en que lo hace. Eso funciona como un instinto de supervivencia: en la medida en que uno mantiene la actuación dentro de los límites de ese nidito que se supo inventar, sabe que no se va a lastimar. Pero ésa es un arma de doble filo porque inevitablemente, lleva al actor a echar mano de tics, trucos y malos hábitos. Pienso que cuando un director se enfrenta con ese tipo de actores, lo mejor que puede hacer es "subdirigirlos", es decir, señalarles todo lo que no tienen que hacer; frenarlos cuando están al borde de la sobreactuación; pedirles que no actúen, que se limiten a contar la historia. Para mí la actuación se reduce a lo que yo llamo hacer preguntas. Si en la escena dice que el actor tiene que preguntarle a alguien si quiere una taza de té, la única posibilidad de que su actuación sea verosímil es que diga con toda naturalidad: ¿Quiere una taza de té? Cualquier otra vuelta alrededor de ese asunto, huele a falsedad y el público lo detecta.
-¿Le sirvió esta película para saldar las viejas deudas de una infancia difícil?
-No puedo decir que me haya sentido mejor respecto a mi propia vida después de haber hecho la película. Pero sí que me sentí aliviado. La sensación de alivio me vino del hecho de darme cuenta que había logrado llevar a un buen puerto la película y que había conseguido contar exactamente la historia que quería contar. Mi deseo de realizar este film era muy antiguo, pero una y otra vez me veía frustrado por diversas situaciones. Por una cosa u otra siempre tenía que postergarla. Quería filmar, pero no podía porque tenía que actuar en películas de otros. Quería filmar, pero tenía que viajar a Inglaterra. Quería filmar, pero cuando pensaba en poner manos a la obra, me llamaban para proponerme otro trabajo. Actuando me gano el pan de cada día. Lo hago con placer, pero también me sirve para pagar el alquiler. Es un trabajo. Y mientras tanto, yo soñaba con hacer algo que sólo me interesaba desde el punto de vista artístico y no monetario y que al mismo tiempo era absolutamente personal. Es muy duro no poder hacerlo porque uno está obligado a ganar plata para pagar el alquiler. Viví esa situación con profunda tristeza.Al terminar la película, sentí que había logrado concretar una expresión artística que era mi propia voz. Estar ahora en Cannes, en competición, me resulta absolutamente extraordinario.
-Al final de su película, los espectadores más optimistas se ven obligados a hacer todo tipo de malabares para autoconvencerse de que finalmente, el amor va a lograr que el alcohólico supere su adicción ¿Cuánta confianza le merece a usted esta postura?
-Déjeme explicarle algo: la única manera que tiene alguien para superar el alcoholismo es el amor a sí mismo. En los personajes del film no hay mucha autoestima que digamos.le puedo asgurar que si uno no se quiere a sí mismo es incapaz de querer a otra persona. La gran debilidad del alcohólico reside justamente en la imposibilidad de quererse y respetarse. Lo que trato de hacer en el final de la película, y por eso quizás algunos se empeñen en encontrar allí algún motivo de optimismo, es darle a la mujer su dignididad y ofrecerle una pequeña esperanza. Pero, a decir verdad, yo veo el final como un círculo vicioso en el que todo, necesiaramente, va a volver a recomenzar. Lo que conmueve es que esa gente está allí, atrapada en el círculo porque se quieren unos a otros. En ese sentido la película es una historia de amor.
-Pero, ¿por qué los seres humanos se involucran en historias de amor en las que necesariamente tiene que sufrir?
-Eso tiene que ver con el que se involucra en ese tipo de relaciones y no con la otra persona, la que lo hace sufrir. Es una cuestión muy compleja que tiene que ver con la psicología.
-Como director, usted parece querer a esa mujer golpeada aún en los momentos en que ella tiene la dignidad hecha trizas...
-Seguro. Amo a todos esos personajes. Aún al Ramón, el personaje del marido. Creo que el mundo está lleno de Ramones y que ellos también son víctimas.
-¿Cree que en la vida las mujeres son más fuertes que los hombres, como sucede con los personajes del film?
-Sí, absolutamente. Las mujeres son increíblemente más fuertes. Tanto en lo emocional como en lo físico. Las mujeres maduran antes que los hombres. A los varones se los presiona tanto para que se conviertan en hombres entre comillas, y para que sea fuertes y poderosos, que la gran mayoría no puede estar a la altura de esa exigencia y terminan siendo niños el resto de sus vidas.
-Usted declaró en una entrevista que algo falla en una sociedad como la contemporánea, que condena el consumo de drogas pero al mismo tiempo es tolerante con el consumo de alcohol. ¿Por qué cree que las cosas suceden de ese modo?
-A la sociedad le ha llevado mucho tiempo aceptar que el alcoholismo es una enfermedad. Mucha gente no entiende el mecanismo de las adicciones y no comprende que el alcohol crea dependencia. Yo puedo ir a un bar o estar en la habitación de un hotel, y beber sin que eso sea condenado socialmente. Preste atención a la actitud que toma la gente frente a alguien que está borracho. Se va a dar cuenta de que todos ríen y dicen "tomó unas copas de más". En cambio, frente a un drogadicto, tienen una actitud de desprecio.
-¿Qué posibilidades cree que tiene el alcohólico de recuperarse?
-No creo que muchas. Está atrapada en el círculo vicioso del que le hablaba. Esos personajes del film, por su condición social, probablemente no logren ninguna ayuda ni puedan llegar nunca a ver la luz.
El día en que la gran fiesta dejó Cannes
CANNES (De nuestra enviada especial)._ Con los últimos fotogramas de "Poder absoluto", el film de Clint Eastwood proyectado en el Théâtre Lumière después de la entrega de premios de la edición número 50 del festival Internacional du Film, era lícito decir que en la madrugada del lunes, en Cannes, la fiesta había acabado. Sin embargo, bien entrado el mediodía, la retaguardia de los "festivaliers" seguía merodeando por la Croisette. Otros, en cambio, habían partido en los primeros aviones de la mañana.
Sucede que esta mítica muestra en que la exquisitez cinematográfica se permite pasearse del brazo de fulgores mundanos, es una trampa para desprevenidos. Basta pisarla por primera vez para quedar prendado. Los participantes saben desde el vamos que el romance durará unos escasos doce días. Pero, a la manera de cualquier enamorado, no tienen más opción que vivir el presente perfecto con la intensidad de quien lo supone eterno.
Llegado el final, cada uno diagrama la ceremonia del adiós a su manera. Están los incapaces de soportar el fin de fiesta y prefieren alejarse en las primeras horas del día después, con sus retinas aún achispadas por los vapores de la magia. Los más empecinados, en cambio, eligen permanecer hasta constatar con sus propios ojos que el fuego se ha vuelto cenizas. De esos amantes testaduros estaba ayer la Croisette llena.
El Palais des Festival había cerrado sus puertas. En las esquinas aledañas, múltiples camiones se disponían a llevarse las vallas que desde el 7 de mayo último habían marcado la línea divisoria entre los curiosos a la pesca de estrellas y los acreditados que podían ingresar a la tierra prometida. Las carpas blancas que supieron acoger a los ricos y famosos en sus almuerzos playeros o servir de reducto para los stands donde los diversos países del mundo promocionaban su cinematografía, quedaban reducidas a unos cuantos metros de tela y parantes de metal. Un par de aspiradoras batallaba sobre la alfombra roja de la legendaria escalera que conduce al Palais. En la vereda de enfrente, un puñado de cámaras fotográficas registraba la tarea de limpieza con la misma avidez con que hasta el día anterior habían retratado, desde el mismo ángulo, a los famosos rumbo al Palais. No era para menos. Después de todo, esas escobas bulímicas se estaban tragando las huellas de Depardieu, Coppola, Scorsese, Wenders, Catherine Deneuve, Fanny Ardant, Polanski, los hemanos Coen, Jeanne Moreau y Wajda. Por el tubo digestivo de esas bocazas eléctricas, pasaban rastros de la belleza de Claudia Schiffer, de los caprichitos de Michael Jackson, de la provocación de Beatrice Dalle, del talento redivivo de John Travolta, del talento de Paul Auster y Mike Leigh, de la comprensiva Liz Hurley y el infiel Hugh Grant, y de los pasos de luminarias de brillo diverso que, junto con la fauna de cinéfilos empedernidos, habían escalado durante días el camino hacia ese templo pagano al que han dado en llamar Palais.
En el marco de un circo que levanta campamento, los últimos cruzados del Festival se apoltronaban en las terrazas de los cafés para apurar el primer trago del día y discutir el palmarés del cincuentenario, diarios en mano.
Para tranquilidad de los críticos
Comparado con lo que sucedió otros años, al jurado presidido por Isabelle Adjani no le fue nada mal. Jueces despiadados, los "festivaliers" no dudan en lanzar una andanada de chiflidos cuando los premios otorgados se les antojan injustos. Nada de eso sucedió esta vez. Para más datos, los rezagados de la fiesta constataban en los diarios de ayer que a la hora de emitir su sentencia, la prensa tampoco se había ensañado particularmente con los resultados de la competencia, más allá de alguna que otra crítica sobre algún galardón en particular.
La verdad del asunto es que los críticos bienpensantes de los diarios franceses, que durante estos doce días se habían dado a sí mismos el doble papel de abogados defensores del buen cine y fiscales de la frivolidad, respiraron aliviados ante la decisión de otorgar la Palma de Oro ex-aequo al iraní Abbas Kiarostami y al japonés Shohei Imamura.
"La violencia, omnipresente en la selección de films en competencia, no estuvo presente en el palmarés. Al premiar "Unagi (La anguila)", de Imamura y "El sabor de la cereza", de Kiarostami, el jurado privilegió el cine de reflexión, de esperanza, de amor y de humor", apuntó el diario Nice-Matin. "El jurado no eligió el facilismo -agregó-. Sus elecciones apuntaron a un cine refinado y de gran espiritualidad, aunque por momentos pueda parecer de difícil acceso. Un cine de cinéfilos". El matutino destaca que cuando se anunciaron los galardones, las dos Palmas de Oro recibieron aplausos y que el premio del cincuenta aniversario otorgado al humanista Youssef Chahine, y el Premio del Jurado que se llevó "Western", del francés Manuel Poirier, "fueron ovacionados", con lo cual, dice, "se prueba que el público también tuvo su parte en el palmarés.
en lo que respecta a Le Monde, todavía deben estar festejando la Palma de Imamura. Basta recordar que cuando se proyectó su film, el periódico no dudó en titular: "Al fin una película de carne y de sangre, con vísceras y pulsiones". El entusiasmo del crítico ante "Unagi" fue indudable: "Tuvimos la sensación de haber encontrado el film que esperábamos desde el comienzo del festival en lo que respecta a las películas en competencia", escribió en su momento.
Una alegría semejante debe estar recorriendo la redacción de Liberation ante la Palma de Kiarostami. En la crítica a "El sabor de la cereza", el diario había opinado que el director "practica un montaje increíblemente sutil entro lo pequeño y lo grande, el cero y el infinito, y a y viene del detalle al cuadro, trastoca todas las perspectivas, y nos deja en un maravilloso estado de asombro infantil".
Algunos reparos
Conformar a todos siendo jurado de Cannes, es una ambición destinada al fracaso. Entre las decisiones que más le ha cuestionado la prensa a Adjani y sus compañeros de tarea figura el olvido de la labor de Isabelle Carré en "La femme defendue"; el no haberse animado a premiar a la deliciosa comedia "Western" con algún galardón más importante que el Premio del Jurado que a muchos le sonó a un atajo elegante que le permitió a los jueces no dejar la Plama de Oro en territorio francés en el cincuentenario del festival pero demostrando al mismo tiempo que tienen el gusto lo suficientemente avispado como para advertir que la de Poirier es una gran película; y el haber dejado en el tintero a "Welcome to Sarajevo", de Michel EWinterbottom. Respecto de esta última, y situándose más allá de las distinciones, Le Figaro sostiene que "el cincuentenario del Festival de Cannes no habrá sido inútil si a través de este film logra recordarle al mundo que los criminales se preparan para partir de vacaciones cuando deberían estar de vacaciones. En él se hace una denuncia que no se debe interrumpir jamás".
Hasta aquí, cuestionamientos puntuales sobre decisiones precisas. El diario France-Soir, en cambio, se permitió criticar los grande spremios del Palmarés desde un punto de vista muy particular. Los premios otrogados, afirma, son políticamente correctos, pero no hacen más que "agrandar la factura con el público. Para una edición de cincuentenario esperábamos elecciones más "accesibles". El mencionado diario sostiene que el jurado presidido por Adjani "puso la política por encima del cine". "Los militantes del jurado propulsaron a Abbas Karostami, cineasta iraní censurado en su país -dice- y cuyo film "El sabor de la cereza" es una fábula sobre el suicidio y al mismo tiempo una metáfora sobre la muerte lenta de Irán. "Al massir (El destino)", el film de Chahine, quien recibió el premio del cincuentenario por el cinunto de su obra, es un fresco sobre la intolerancia que refleja la lucha personal contra todos los integrismo. La otra Palma de Oro, otorgada a Imamura en virtud de su film "Unagi" premia a la vez la belleza formal y la crítica que el realizador japonés hace respecto del materialismo de la sociedad nipona. Las decisiones son incuestionables y políticamente correctas, pero eso no es lo que lleva la gente a las salas de cine".
Sucede que quizás el jurado a la hora de premiar haya recordado la definición que supo dar Jean Cocteau sobre el encuentro cinematográfico que celebra anualmente Cannes: "El Festival -sostuvo- es una "no man´s land" apolítica, un microcosmos de lo que sería el mundo si los hombres pudieran contactarse de un modo directo y hablar la misma lengua".
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