Huye de la ficción que se propone concientizar
El pelo enmarañado, el fuego de alcance háptico (no solo lo vemos sino que sentimos la proximidad de la abrasión), el torso desnudo, el gesto montaraz, todo en esa escena final de RRR (Revolución, Rabia, Roja o Roudran, Ranam, Ranhiram en dialecto telugu) nos trae en un flechazo al Moreira de Leonardo Favio (1973). La película más cara de la historia de Bollywood (que designa tanto a la industria como a un género propio del cine indio) es un trepidante drama épico de tres horas al que no le faltan explosiones, las contorsiones propias del subgénero de las artes marciales, melodrama clásico y esa curiosa forma de musical en la que los personajes son narrados bailando y cantando una suerte de saga. Estrenada en Netflix este verano, la película en la que el héroe Rama Raju (Ram Charam) se infiltra en la policía del Imperio Británico para socavar la autoridad del gobernador Scott y guiar el camino hacia la independencia en los años 20 es lo que se diría un espectáculo antiimperialista.
El Rama de S.S. Rajamouli y el Moreira de Favio dialogan en el mundo espectral de la ficción, pero el encuadre y cierta estética es tan contigua que solo puede pensarse que un cine “decolonial” (jerga de rigor de las teorías culturales del Primer Mundo) solo puede hacerse desde las antiguas colonias de los imperios europeos. Es verdad que Favio tuvo que tiznar en exceso a Bebán para acriollarlo mientras que Ram Charam pega la vuelta de tan indio y viril hasta dar con un asombroso parecido con el andrógino pionero del rock and roll Little Richard. Pero en ambos casos lo que se expone es el pathos de la ficción, su mecanismo intrínseco de relojería. Por eso las fábulas desbordantes de Favio atraviesan toda época mientras que una película de deliberado contenido antiimperialista como La hora de los hornos (Solanas y Getino) queda reducida al dogma del momento y no puede ocultar el ojo europeo por detrás.
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En RRR las canciones que van zurciendo la épica refieren a una batalla entre Oriente y Occidente. Aluden a la tensión entre los personajes centrales pero también, claro, a las aldeas indias y el Imperio británico. Pero podría tomarse ahora también como una matriz para trabajar las diferencias entre hacer ficción “decolonial” desde los territorios antes ocupados y la todavía vigente metrópolis central (donde están las plataformas, al fin de cuentas). El caso de la serie White Lotus (nombre de connotación budista), que se ve por HBO, es paradigmático del problema de la ficción en Occidente, donde se vive en un alarmante estado de literalidad, pedagogía culposa y, lo peor, tedio. White Lotus tiene el mismo problema de cierto arte contemporáneo que desarrolla toda su potencia en el campo de la concientización y con la agenda de la buena conciencia repasada como las viejas recetas de Petrona C. de Gandulfo. Las dos temporadas apuntan a mostrar la vida en dos franquicias exóticas de la cadena de resorts White Lotus. Ballard y Houellebecq exploraron estas formas artificiales de vida y sus pliegues siniestros en la literatura, pero en la era streaming nada parecido puede esperarse. Al punto que si hay algo rescatable de White Lotus es su capacidad para mostrar el laberinto sin salida de las series y la ficción occidental en general. “¿Acaso tenemos que devolver lo que ganamos?”, se pregunta un padre de familia más bien pánfilo ante la mirada iracunda de su hija y su amiga mestiza mientras cenan en Hawaii. Las configuraciones de laboratorio de White Lotus no pueden permitirse la gracia de una comedia como Modern Family ni mucho menos los roles de género de RRR. En su mea culpa disfrazado de ironía la serie llega al extremo: ajusticiar a la ficción. Así un personaje joven de Los Soprano vuelve ahora para acompañar a su padre a ver el set de filmación de El Padrino en Sicilia. Que ya no es la magistral saga de Coppola sino todo lo que hizo malo al mundo en que vivimos. Habrá que suponer que también a las bellas chicas sicilianas que hacen prostitución vip en White Lotus. El racismo que se les escapó en tanto equilibrismo “decolonial”.