Insomnes. La vigilia de un mundo que pierde el sueño
La incertidumbre por el Covid, las jornadas laborales sin límites precisos y las pantallas siempre encendidas conspiran contra el descanso; los riesgos de no dormir bien
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“Estoy vivo y he sorprendido las estrellas en el alba” Cesare Pavese (Trabajar cansa)
El argumento parece válido: si estás muy cansado, terminarás durmiéndote. Sin embargo, la vida impensada que vivimos desde hace un año lo desmiente: no damos más y sin embargo no dormimos.
A un tercio de la población la pandemia le quitó literalmente el sueño, dicen las estadísticas. Pertenecer a ese grupo no tiene privilegios: nadie sabe del todo cómo lidiar con esta pesadilla que amenaza con volverse crónica y es cada vez más transversal e inclusiva. Los sistemas de salud, las empresas y las familias no tienen sin embargo el foco puesto en este asunto que hiere la salud mental. Como dice en nombre de los insomnes la escritora y periodista Marina Benjamin en su bello libro Insomnio (Chai Editora), “nuestro vínculo con el sueño consiste básicamente en estar en guerra”.
Sin parpadear, el Gran Hermano Google observa y avisa: el incremento en las búsquedas en internet que contienen la palabra insomnio crece de modo sostenido desde el inicio de la pandemia.
“La extensión de los tiempos de la cuarentena y la pandemia se están volviendo inhumanos. Si vivir con insomnio es difícil, es aún más terrible vivir con insomnio en un contexto de pandemia”, dice Claudio Podestá, médico y consultor de la Unidad de Medicina del Sueño de Fleni, pionera en el país y en la región.
Las noches en vela han dejado de ser un problema que pueda medirse en una polisomnografía para abrirnos los ojos en aspectos que interpelan a la medicina, a los lugares de trabajo y a los modos en que establecemos nuestras relaciones con conocidos y extraños. Esta es la novedad y la señal de alerta.
Junto con el confinamiento llegó también el mal dormir. Se esgrimieron hasta el cansancio sus causas: los límites desdibujados de la jornada laboral, la cama convertida en escritorio, la imposibilidad de que los convivientes se despidieran por la mañana para volver a reunirse luego e iniciar el ritual que antecede y prepara el sueño. Un vez más, la ciencia nos recordó que dormir bien beneficia el corazón, previene enfermedades diversas y optimiza funciones cerebrales vinculadas con el aprendizaje, la memoria y la creatividad. Pero la sujeción a la rutina del despertador se volvió imposible y, tras un año de Covid, las marcas son mucho más profundas que las que deja la almohada en el rostro del insomne.
Un equipo de la División de Medicina del Sueño de la Harvard Medical School de Boston ofrece detalles sobre el aumento de las consultas en Google en un artículo publicado recientemente en el Journal of Clinical Sleep Medicine: “Analizamos los datos de consultas de búsqueda registrados entre enero de 2004 y mayo de 2020 para el término de búsqueda insomnio. El número de consultas ha aumentado durante la última década. Y la pandemia incrementó esas consultas de búsqueda de insomnio en todo el mundo”.
Los expertos de Harvard añaden: “El número en Estados Unidos creció un 58% durante los primeros cinco meses de 2020 en comparación con los mismos meses de los tres años anteriores. Y existe un patrón diurno sólido en las consultas de búsqueda de insomnio, con un número máximo de consultas alrededor de las 3 de la madrugada”.
Si así estamos, mirando con ojos cansados la luz de la pantalla de la computadora o del teléfono a las 3 AM, no resulta curioso que los términos covidsomnia y coronasomnia ya se escriban normalmente en textos de divulgación e incluso en artículos científicos. Como escribió Paul Valéry, “el sueño es el fenómeno que observamos solamente cuando está ausente”. ¿Tenemos entonces opción de mirar para otro lado?
La desincronización del reloj biológico es un fenómeno que va en aumento, observan los que estudian el problema, y hay señales claras de su efecto traumático. “Aunque mantengamos los ritmos endógenos estables, se ‘escaparon’ todos los sincronizadores sociales, como por ejemplo salir a almorzar y volver a la oficina”, explica Podestá.
Hay quienes describen una “segunda ola de cambios fisiológicos”. Joaquín Navajas, profesor investigador asistente de la Escuela de Negocios e investigador del Conicet en el Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Torcuato Di Tella, dice que estos cambios revelan un incremento de la incertidumbre que está afectando al sueño, limitando nuestras posibilidades de rendimiento y jaqueando nuestros vínculos, aunque por motivos menos extrínsecos o elementales que los que mencionábamos hace un año.
“Hemos tenido, en particular en la Argentina, una suerte de descanso mental cuando se produjo una reducción de los casos, se levantaron ciertas restricciones y algunas personas salieron de vacaciones. Pero en este momento en el que hay una sociedad entera regresando al año lectivo nos encontramos con muchas menos certezas que las que hubiésemos querido tener en 2021, y con un nivel de incertidumbre altísimo: no sabemos si la semana que viene, el mes que viene o quizá nunca volvamos a estabilizarnos en una situación prepandemia; desconocemos a qué ritmo y cómo van a llegar las vacunas. Y aparecieron otra clase de conflictos antes impensados, como el de discutir si vale la pena o no la apertura del año escolar”.
¿Qué nos hace sentir inquietos hoy? Algo real (el virus, que enferma y mata) y también lo subjetivo: la incertidumbre de cada quien, que provoca más ansiedad, más estrés, y más depresión, la terna que afecta al sueño.
Lo irresuelto nos desvela. No sorprende entonces que la definición más aceptada por la comunidad médica para los trastornos del sueño versión 2021 sea la de “una pandemia dentro de la pandemia”. En la Argentina, dice Navajas, la foto de estos días le ofrece nuevos motivos, por si hiciera falta, a aquellos que no pueden conciliar el sueño. “Estos nuevos motivos de incertidumbre se basan en la posibilidad de perder lo poco que ganamos en este tiempo. Miramos a Chile, que vacuna tanto, y vemos que sufre un rebrote. Brasil, otra vez mal. Es inevitable que nuestra mente se pregunte cuándo nos va a tocar lo mismo”.
Podría decirse que el cerebro tiene dos sistemas de trabajo: el más automático, el de las decisiones cotidianas (como por ejemplo apretar el botón de planta baja en el ascensor o poner a hervir la pava en el fuego) y otro más sofisticado, aquel que toma las grandes decisiones, que involucra a la corteza prefontal.
“Solemos decir que somos nuestras decisiones. O que somos las decisiones que tomamos. Nos referimos, en ese sentido, a las grandes decisiones de la vida: con quiénes elegimos estar, qué cosas decidimos aprender, qué caminos emprendemos. Esas son las que pasan por el sistema cerebral más sofisticado”, explica el investigador de Di Tella.
El cambio crucial en la pandemia es que lo automático, lo simple, lo cotidiano están atravesando el filtro de las grandes decisiones. “Las cuestiones más pequeñas de la vida (¿me pongo alcohol en gel antes de tocar el botón del cajero?; ¿dejo entrar a alguien al ascensor conmigo o subo solo?; ¿le permito a mi hijo que se acerque al juego de la plaza?), que nunca habían requerido pasar deliberadamente por la corteza prefrontal, hoy lo hacen todo el tiempo porque nos sentimos en peligro”. Agotador. Como pedirle al sueño que venga cada noche y desesperar, esperándolo.
En las empresas, una de las tendencias en este período de pandemia fue implementar programas de asistencia al empleado a través de talleres, capacitaciones, equipos de psicólogos y coachs que acompañan al colaborador y a su familia a transitar esta nueva realidad y a manejar sus emociones en el entorno del trabajo. “Muchas de las temáticas allí tratadas, como el desarrollo personal, el balance vida laboral vs. vida personal, enfatizan la necesidad de dormir lo suficiente y de adquirir o fortalecer competencias saludables”, explica la licenciada Griselda Fernández Buzzi, consultora en Recursos Humanos y coach ejecutiva, que trabajó como directora de Recursos Humanos en diversas compañías. “La falta o disminución sostenida del sueño en las personas trae como resultado un impacto en la productividad, en el trato con el equipo, en la toma de decisiones, mayor irritabilidad, mayor vulnerabilidad, mayor propensión a cometer accidentes, mayor ausentismo y finalmente una disminución en el desempeño individual”.
Entre los trabajadores, el grupo más afectado es el que hoy vive para salvar las vidas de otros. Dos trabajos presentados durante el último encuentro de la Sociedad Española de Neurologia (SEN) indican que el 80 % del personal de salud de ese país sufrió insomnio durante los meses de marzo, abril y mayo de 2020. Y un metanálisis sobre prevalencia de depresión, ansiedad e insomnio entre los trabajadores de la salud durante la pandemia de Covid-19, publicado en Brain, Behavior and Immunity, estimó una prevalencia de insomnio cercana al 40 %.
Para los sistemas de salud el mal dormir es una alerta más, y de las principales. Si bien se escribió y discutió ya bastante sobre los perjuicios en niños y adolescentes, mucho menos se dijo sobre los mayores. Graciela Rozenberg, médica psiquiatra de la Unidad de Sueño de Fleni, señala: “Con el encierro y la falta de contacto social las personas mayores empeoraron enormemente su capacidad cognitiva”.
Por otra parte, e independientemente de la edad, aquellos pacientes que ya padecían una enfermedad psiquiátrica agudizaron su cuadro clínico. “Observamos que los pacientes depresivos se agravaron, y que aumentó el número de suicidios. El mal dormir puede tener una causa primaria o ser consecuencia de otra patología, por ejemplo, psiquiátrica. Son cuadros clínicos que tienen manifestación en el sueño: generalmente, estos son pacientes que se ponen insomnes”.
Se puede estar mentalmente agotado, pero eso no es garantía de que yéndose a la cama se buscará y se conseguirá el sueño. La sobreexposición a las pantallas con el pijama puesto es buena prueba de ello. “Pasaron de ser el lugar en el trabajábamos a ocuparlo todo: es donde socializamos, donde tenemos dispersión. Se señaló mucho el aumento del uso de pantallas, que no obedece solo a una tendencia atribuible al encierro. Pero hay que entender un aspecto fisiológico clave: la luz entrando a los ojos en horarios nocturnos genera insomnio”, dice Navajas, que es licenciado en Ciencias Físicas y PhD en Neurociencias por la Universidad de Leicester (UK) .
Podestá agrega: “Si la pantalla tiene el mismo espectro que el amanecer, engañamos al cerebro, porque le estamos diciendo que tiene que despertarse en lugar de dormirse”.
Existen más de cien anomalías del sueño (el insomnio es solo una de ellas) sobre las que la gente dejó de consultar. La actual pandemia dio paso, además, a nuevos cuadros en pacientes que efectivamente se enfermaron por Covid. “No conocemos bien el mecanismo, y habrá que estudiarlo en profundidad, pero se habla de una respuesta inflamatoria exagerada y de una liberación de citoquinas a la que llamamos niebla cerebral (brain fog), que vemos en personas que tuvieron Covid. En estos nuevos pacientes –dice el doctor Podestá– aparecen cefaleas persistentes, dificultad de memoria, alucinaciones e insomnio”. En la vigilia casi perpetua está la fantasía de controlarlo todo. Como si se pudiera.
En su best seller Por qué dormimos (Paidós), Matthew Walker, neurocientífico e investigador del sueño en la Universidad de California en Berkeley, sentencia que ya es hora de entender que “las evidencias científicas hacen añicos las creencias sobre la utilidad de pasar largas horas despierto”. Dormir, para él, no es un lujo opcional sino “una necesidad biológica no negociable”. Volviendo a las empresas, ironiza sobre por qué valoramos tanto a los empleados que duermen poco, especialmente a los ejecutivos de alto nivel, y vincula esta tendencia a que “los directivos creen erróneamente que el tiempo invertido en una tarea es proporcional a la productividad de la misma”, cosa que no era cierta ni siquiera en la era industrial.
Entre los jóvenes, de su ilusión de inmortalidad están surgiendo prácticas que preocupan y que se dejan ver en las redes sociales, como la “venganza de la procrastinación a la hora de dormir”, un modo de estar despierto que la Sleep Foundation define por estos días como “la decisión de sacrificar el sueño por el tiempo libre, que está impulsada por un horario diario sin tiempo libre”.
La relación entre los jóvenes y el sueño en pandemia es perturbadora. Como menciona Navajas, “un trabajo científico local (Leone, Golombek, Sigman) ya dio cuenta, por ejemplo, de los cambios en el jet lag social, que se traducen en malhumor o en un menor rendimiento académico y cognitivo”.
No dormir es también no soñar. Y dormir mal es, con frecuencia, tener pesadillas. “Los contenidos de los sueños reflejan las diferentes fuentes de miedo y frustración que surgen del escenario actual. Se observó una clara prevalencia de emociones negativas, como la ira y la tristeza”, señala un grupo de jóvenes investigadores encabezados por la doctora Natalia Mota, del Brain Institute de la Universidad Federal de Rio Grande del Norte (UFRN, Natal, Brasil), que utilizó herramientas matemáticas y de procesamiento del lenguaje para estudiar el contenido semántico de los sueños durante etapas agudas de la pandemia.
Cambió todo. Y no saber lo que vendrá cancela planes y perpetúa síntomas, que siempre son subjetivos pero que se están volviendo cada vez más colectivos.
Desde la literatura, Marina Benjamin ofrece una mirada compasiva y a la vez inquietante sobre la relación imposible del insomne con su anhelo de descansar: “Cuando no te puedes dormir te enamoras del sueño, porque el deseo (gracias, Lacan) nace de la falta. Tal vez en este caso existe una relación inversamente proporcional entre el grado de carencia y el correspondiente grado de amor. Me pregunto cuánto amo dormir. ¿Y puedo ser correspondida en ese amor?”, dice en su libro Insomnio, suerte de memoria escrita desde el mismo corazón del desvelo, traducido al español por Florencia Parodi.
Allí Benjamin se pregunta también si la asociación libre que suele dispararse durante las largas horas de insomnio puede ser usada de modo productivo.
El colapso social que provoca la pandemia no nos deja otro camino que lidiar con la angustia de ese amor tantas veces –tantas noches–no correspondido. Sin embargo, hay un final feliz posible: el reloj interior que perdió el rumbo tiene arreglo y se lo puede recuperar.
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