Jaime Bayly: “Los presidentes argentinos fracasan porque gobiernan con la tarjeta de crédito”
El escritor peruano acaba de publicar Los genios, donde novela la trompada que distanció de por vida a Vargas Llosa y García Márquez, y que atribuye a un brote de celos machista del autor de La casa verde
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“Vargas Llosa ha sido mi padre literario. Y García Márquez ha sido como un tío cercano, un tío queridísimo”, dice Jaime Bayly desde Miami, la ciudad en la que vive desde hace un par de décadas. Está contento. Contento y expectante. Sobran los motivos. Acaba de publicar Los genios (Galaxia Gutenberg), la novela que colonizó su cabeza durante 25 años y no lo soltó hasta ahora: la historia del puñetazo que Mario Vargas Llosa le asestó a Gabriel García Márquez en un teatro mexicano en 1976 y que puso fin a una amistad legendaria y entrañable marcada por la mutua admiración.
Los genios, que Bayly acaba de presentar en España y que pronto traerá a la Feria del Libro de Buenos Aires, propone un viaje fascinante por los años 60 y 70, el boom latinoamericano y sus protagonistas, y la figura clave e imponente de la agente literaria Carmen Balcells. Con los recursos del periodismo y las armas de la ficción, Bayly retrata a los “monstruos” que hicieron historia y marcaron a generaciones enteras de escritores. Bayly es escritor debido a ellos, gracias a ellos, dice. “Por lo visto, soy un parricida. Hace treinta años maté literariamente a mi padre biológico en No se lo digas a nadie. Ahora he matado a mi padre literario”. Se refiere al Nobel peruano, su mentor y padrino, el escritor del que hace tiempo se encuentra distanciado. “Gabo nace genio, Mario se hace genio”, sostiene.
Periodista precoz e irreverente, escritor prolífico y experimentado esgrimista de la palabra, hijo libertario de una familia conservadora -su padre quiso que fuera militar y cazador; su madre, sacerdote- Bayly se fue de Perú hace 30 años. La continua crisis política de su país lo entristece y lo abochorna, cuenta. “Perú es como un pariente tóxico al que es mejor mantener a cierta distancia”.
Con la Argentina mantiene una relación profunda desde hace 40 años. El amor está intacto, pero lamenta la larga decadencia del país. “De eso tienen la culpa los gobiernos peronistas y los gobiernos no peronistas. Todos han fracasado. Es un país enfermo que no se muere nunca, que siempre puede estar peor. Es una cosa terrible, porque los países, a diferencia de las personas, no se mueren, agonizan eternamente”, señala.
"Gabo era musical, cantaba, bailaba. Era caribeño, parrandero. Mario no es musical, y su vida como escritor está signada por la disciplina. Gabo nace genio. Mario se hace genio"
Bayly, el escritor que no ha dejado de mostrarse y contarse a sí mismo en sus distintas etapas –sus preferencias sexuales, sus adicciones, su exilio familiar, su bipolaridad-, el autor de Yo amo a mi mami, Los amigos que perdí, El niño terrible y la escritora maldita, Pecho frío, Yo soy una señora esta vez elude el autorretrato y se entrega a contar e imaginar una historia que lo persiguió tenazmente durante años.
Has pasado tu vida haciendo autorretratos literarios pero esta vez, en Los genios, decidís hablar de otros. ¿Es así? ¿Por qué?
Es verdad. Es mi primera novela histórica. La he investigado desde la curiosidad periodística. Entonces podríamos decir que es una novela histórica narrada periodísticamente. Pero no es un autorretrato en modo alguno. Es un retrato de los genios, un retrato humano, insolente, que se atreve a mostrar las cosas no tan geniales que a menudo hacen los genios artísticos. Porque el puñetazo de Vargas Llosa a García Márquez no fue precisamente una genialidad. Fue un exabrupto, un arrebato matonesco. No debió pegarle. No debió cancelar la amistad sin darle a Gabo la oportunidad de contarle su versión de los hechos en disputa.
¿Cuándo creíste que esa historia merecía ser contada?
Primero, cuando Mario le dio una trompada a su hijo mayor, Álvaro, que era íntimo amigo mío, porque no quería estudiar en Princeton. Eso ocurrió en 1982, seis años después del derechazo a Gabo. A pesar de que yo tenía apenas 17 años, cuando vi a Álvaro con el ojo morado, igual que Gabo después de la piña de Mario, pensé que en esa trompada del genio peruano al genio colombiano anidaba una novela. Y lo mismo cuando Mario, paseando en su auto dorado por las playas de Paracas, me dijo, a una pregunta mía, que de la trompada a Gabo no hablaría nunca: su silencio de monje anacoreta atizó mi curiosidad. Más adelante, cuando conocí a García Márquez le pregunté por qué se peleó con Vargas Llosa. Yo no me peleé con él, respondió Gabo, risueño, él se peleó conmigo. Luego me dijo: habla con mis amigos, ellos te van a contar la historia.
Y hablaste con varios de ellos.
Sí, los cuatro amigos de Gabo que me contaron la historia fueron Álvaro Mutis, Tomás Eloy Martínez, Plinio Apuleyo Mendoza y Jorge Edwards: a los cuatro los invité a mi programa de entrevistas en Miami y después, off the record, me hicieron ciertas confidencias, sin saber que yo, veinticinco años después, me armaría de valor para escribir la novela. Los cuatro coincidieron en una observación curiosa: Mario se afiebró de celos, no pasó gran cosa entre Gabo y la esposa de Mario, Patricia Llosa, el puñetazo fue un brote machista.
De todas maneras, uno tiene la sensación de que después de haber escrito sobre tu familia, ahora te dedicaste a la otra familia, a la “familia literaria”. ¿Es correcta esta lectura que estoy haciendo?
Es cierto. No lo había visto así. Es cierto. Porque Vargas Llosa ha sido mi padre literario. Leyó mi primera novela hace treinta años, habló con varias editoriales españolas, se convirtió en mi agente de oficio, apadrinó mi debut, convenció a Seix Barral de que publicase mi novela “No se lo digas a nadie”. Ha sido entonces mi padre literario. Pero, por lo visto, soy un parricida. Hace treinta años maté literariamente a mi padre biológico en “No se lo digas a nadie”. Ahora he matado a mi padre literario. Y García Márquez ha sido como un tío cercano, un tío queridísimo. Quiero decir: soy escritor debido a ellos, gracias a ellos. Un escritor es antes un lector. Un escritor lee de pronto con deslumbramiento una novela y piensa: algún día quisiera escribir algo parecido a esto. Es lo que me ha pasado con Mario y con Gabo, desde luego. Gabo era un personaje real maravilloso. Cuando lo conocí en Washington, me abrazó y me dijo: “Estaba en París con Tomás Eloy Martínez, entramos en una librería y compramos tu novela No se lo digas a nadie: me gustó mucho, me gustaron mucho los diálogos”. O sea que era un tipo entrañable para mí.
"La Argentina vive eternamente a crédito, endeudándose. Las personas no podemos hacer eso, pero los países, por lo visto, sí pueden"
En un párrafo del libro describís así lo que Vargas Llosa pensaba sobre su padre Ernesto Vargas: “Lo odiaba porque era un padre cruel, mezquino, miserable, que solía insultarlo, rebajarlo, decirle que era una mariquita, un hijito de mamá (…) Sentía que su padre era un enemigo, un extraño. Sentía que su padre lo miraba con asco, con desprecio o con tristeza, como si fuese un hijo fallido, defectuoso, no el hijo machote que él quería tener”. Cuando leí este párrafo pensé en tu padre, no en Ernesto Vargas. Alguna vez incluso te autodefiniste con estas mismas palabras, como el “hijo fallido”, por ejemplo.
Sí, es exactamente así. Ernesto Vargas era un hombre desdichado, atormentado, feroz, que les pegaba a Mario y a la madre de Mario, Dorita. Les daba bofetadas, aunque a Mario llegó a darle una trompada. Pero luego Mario aprendió a pelear en el colegio militar y en un pasaje de la novela se atreve a desafiar a su padre y a doblegarlo a puño limpio. En ese momento le pierde el miedo para siempre a Ernesto.
¿Y tu padre?
Mi padre era una bestia salvaje. Me pegaba de otra manera. Me obligaba a darle la espalda, me bajaba los pantalones y me daba correazos en las nalgas hasta hacerme sangrar. Y lo mismo que Ernesto Vargas a su hijo Mario, mi padre me decía que era un fracasado, un hijo mariquita. Ahora bien, hay una primera coincidencia en la niñez de Vargas Llosa y en la niñez de García Márquez. Ambos crecen con sus abuelos maternos y son muy felices con ellos. Pero, en el caso de Mario, cuando tiene diez años, aparece de pronto su padre. A Mario le habían dicho que su padre estaba muerto, en el cielo. De pronto su padre estaba vivo, insultándole, pegándole. Gabo no sufrió esa terrible humillación. Gabo fue un niño feliz y un adolescente más feliz. Mario fue un niño feliz hasta los diez años, luego su padre le estropeó la adolescencia.
Alguna vez entrevisté a Vargas Llosa y cuando le pedí que imaginara un diálogo posible con su padre muerto me dijo que le resultaba imposible. Que no podía. ¿Te sucede lo mismo a vos?
No. Yo sí dialogo con mi padre muerto. Todo el tiempo se me aparece. Es una presencia recurrente en sueños, en pesadillas, y también en mis relatos y novelas. Cuando mi padre estaba muriéndose, fui a la clínica, lo besé en la frente y le dije que todo estaba bien. No sé si alcanzó a escucharme. Nuestro destino, qué tristeza, fue el de ser enemigos. Mi padre odiaba todo lo que yo hacía: mis primeras columnas de prensa, mis programas de televisión, mis novelas. Naturalmente, yo lo odiaba en reciprocidad. Cuando murió, sentí un alivio. Fue una batalla desigual, una guerra sin cuartel. Todos salimos perdiendo. Pero probablemente soy un escritor suicida o parricida debido a mi padre.
"Vargas Llosa cayó en esa trampa de la vanidad; yo por suerte me abstuve de ser candidato a presidente"
En el libro vas delineando un retrato de García Márquez y otro de Vargas Llosa. Son muy interesantes los contrastes que marcás entre ellos y las diferencias de estilo.
García Márquez era musical: la música era esencial en su vida. Cantaba, bailaba, compraba equipos de música, admiraba a los músicos, se hacía amigo de ellos. A menudo decía que hubiera querido ser un cantante de vallenatos, no un escritor. Y era verdad. Y en sus años pobres, paupérrimos, en Europa, se ganaba la vida cantando en el metro. Además, Gabo era caribeño, jodedor, parrandero. Siempre estaba haciendo chistes, mamando gallo. No se tomaba tan en serio a sí mismo. No le gustaba predicar, dar conferencias, recorrer el mundo como un profeta iluminado, poseedor de la verdad. Le daba lata dar conferencias. Le daba pavor dar entrevistas. Cien veces le pedí una entrevista y no me la dio. Le daba pereza aceptar los doctorados honoris causa de tantas y tantas universidades. Es decir que, si bien le gustaba conspirar políticamente y ser amigo de ciertos dictadores de izquierda, administraba su poder con astucia y sigilo de gato veterano.
Vargas Llosa no es para nada musical, según lo retratás.
Vargas Llosa no es musical en modo alguno, tampoco es humorístico, y su vida como escritor está signada por la disciplina. Gabo nace genio, Mario se hace genio. Mario es más envanecido y exhibicionista que Gabo, desde luego. Le gusta recibir premios, dar conferencias, predicar políticamente, gobernar el mundo, poseer la verdad. Le gusta ser amigo de reyes, jefes de Estado. Cuando viaja, se reúne con políticos poderosos, no con escritores y mucho menos con músicos. Eso lo define: es un genio intelectual, altamente contaminado por el veneno de la política, que todo lo quiere explicar racionalmente. Y eso a García Márquez le daba una pereza tremenda. Por eso Mario fue candidato a presidente de la nación, y Gabo no.
En el boom no hay mujeres escritoras, sin embargo, es muy difícil imaginar ese período sin la figura de Carmen Balcells. Muchos años después fue tu agente también. ¿Este libro es también un homenaje a ella?
Absolutamente. Carmen fue un personaje fabuloso, un personaje de Macondo. Carmen fue la inventora del circo de los genios. Yo la conocí bien, fue mi agente muchos años. Es la inteligencia más deslumbrante y prodigiosa que he conocido. Era mucho más genial que Gabo y Mario juntos. Ella los inventó, los mudó a Barcelona, les pagó salarios antes que regalías, los hizo famosos, los hizo millonarios. Carmen inventó el boom. Además, inventó la globalización cuando aún no existía. Y amaba a sus genios como una madre desmesurada, elefantiásica. Yo le dije que algún día escribiría esta novela, la novela del puñetazo. Pero ella sabía mejor que nadie la historia y me pidió que la escribiera cuando ella ya no estuviera viva. La extraño mucho. Era la dueña del circo.
A Vargas Llosa lo definiste como “tu padre elegido”. Han tenido luego diferencias políticas y distanciamientos. Ambos coquetearon con la política. Él fue candidato a presidente. A tu madre le hubiera gustado que fueras presidente y Odebrecht quiso financiar tu campaña. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian estas dos experiencias?
Es verdad: Vargas Llosa cayó en esa trampa de la vanidad; yo por suerte me abstuve de ser candidato a presidente. Cuando un escritor, o en general un artista, se mete en la política profesional, pierde siempre, se arrepiente siempre. ¿Te imaginas a Borges siendo candidato a la presidencia? Imposible: era demasiado sabio y humilde para cometer un error tan pueril. ¿Te imaginas a (Joaquín) Sabina siendo candidato a diputado? No lo haría nunca: sería un crimen, dejaría de cantar. ¿Te imaginas a (Pedro) Almodóvar siendo ministro de cultura o embajador? Estaríamos todos tan tristes: dejaría de hacer sus películas gloriosas. Entonces, el artista se debe a su arte. Cuando se politiza, se rebaja, se acanalla, se corrompe, se envilece. Vargas Llosa, después de publicar La guerra del fin del mundo perdió toda la década del ochenta, conspirando políticamente, soñando con ser presidente del Perú.
"Messi es el genio mayor entre todos los genios. A diferencia de Maradona, ha conseguido ser un genio en su vida pública o artística, pero también en su vida privada"
Pero fracasó.
Para su inmensa fortuna, los peruanos no lo eligieron. Pero los errores más gruesos que ha cometido han sido siempre trampas de la vanidad, del ego, que es una bestia peligrosa. Por supuesto, también Gabo era muy vanidoso, cómo no. Sin embargo, creo que fue más sabio en mantener enjaulada a la bestia del ego, en escapar de los reflectores y las multitudes, en huir de la prensa del corazón, en preferir las sombras. Gabo, ya digo, era un gato. Mario es un pavo real de plumas multicolores y pecho henchido de gozo.
Tu familia es una gran usina de historias. ¿A quiénes le pertenecen las historias que contás? ¿Al que las vive? ¿Al que las escribe?
Es una gran pregunta. Esa pregunta ardió en mí como una llamarada cuando conocí la obra de Picasso. No sólo se hizo muchos autorretratos, como Van Gogh, como Frida Kahlo, que estaban siempre urgidos por pintarse de otra manera más turbia, más visceral. También pintó a sus esposas, a sus amantes, a sus hijas. Todo lo que veía en su vida personal, en su vida familiar, en su vida íntima, podía ser combustible para arder la hoguera eterna del arte. Cuando Picasso pintaba a sus mujeres, a sus hijas, a menudo ellas no se sentían halagadas. Se enfadaban, se sentían usadas, manipuladas, sentían que el genio las había afeado. Pero Picasso solo quería pintarlas de esa exacta manera, solo podía pintarlas de esa exacta manera. Porque el artista raramente ejecuta en la creación lo que quiere, más bien se resigna a ejecutar lo que puede, lo que a duras penas pueda. Es lo que me ha pasado desde muy joven. Casi todas mis novelas parten de unos hechos reales, de unos personajes reales, pero luego interviene tan vivamente la ficción maliciosa y la imaginación afiebrada que el autor ya no sabe al final qué es verdad y qué mentira.
¿Cuál es la línea que separa la autoficción del exhibicionismo? ¿Cuál es la diferencia?
La diferencia entre lo vulgar y lo refinado es indudablemente el arte. Exhibir una foto en Instagram no es arte. Escribir una novela autobiográfica en la que incendias tu honor y tus reputaciones puede que no sea arte, pero constituye al menos una tentativa artística. Y el arte es lo que conmueve, lo que perdura. El exhibicionismo de estos tiempos es inmediato, de gratificación instantánea, pero no perdura, no es eterno. Solo el arte verdadero es eterno. Si puedes leer esa novela autobiográfica treinta años después, y no se han apagado las llamas que arden en ella, entonces puede que sea arte.
Te fuiste de Perú hace 25 años para ser escritor y volvés esporádicamente por tiempos breves; y también lo hacés en tu escritura. ¿Cómo es hoy tu relación afectiva y emocional con Perú?
Una relación distante. Voy dos o tres veces al año a visitar a mi madre octogenaria. Pero todas las novelas que he publicado en España, que son ya dieciséis, las he escrito lejos del Perú. En ese sentido, veo al Perú como un pariente tóxico al que es mejor mantener a cierta distancia.
Perú vive una larga deriva política con presidentes fugaces: cambian con cada estación. ¿Te duele Perú?
Me entristece, sí. Me abochorna, es verdad. No entiendo a los peruanos cuando eligen presidentes y los entiendo todavía menos cuando derriban presidentes. Quiero decir: casi siempre votan por los peores, y luego no se hacen cargo y se impacientan y quieren destituir al sujeto impresentable que ellos eligieron y cerrar el Congreso que ellos eligieron. Me cuesta mucho trabajo entender por qué los peruanos votan como votan. Pero eso me ocurre hace treinta o cuarenta años.
Tenés con la Argentina, especialmente con Buenos Aires, una relación profunda. ¿Qué ves cuando ves a la Argentina hoy?
Yo me enamoré de la Argentina, y en particular de Buenos Aires, hace cuarenta años, cuando Borges todavía estaba vivo, lo entrevisté en 1984. Ya era un país en crisis. Salía del horror de la dictadura militar, del horror de la guerra en Malvinas. Vivía el caos con Alfonsín. Desde entonces, con breves interludios, ha sido siempre un país en crisis, en decadencia. De eso tienen la culpa los gobiernos peronistas y los gobiernos no peronistas. Todos han fracasado. Es un país enfermo que no se muere nunca, que siempre puede estar peor. Es una cosa terrible, porque los países, a diferencia de las personas, no se mueren, agonizan eternamente. Es el caso de la Argentina. Menem fue una gran oportunidad perdida. Kirchner fue una gran oportunidad perdida. Macri fue una gran oportunidad perdida. ¿Por qué fracasan todos? Porque gobiernan usando la tarjeta de crédito, por así decirlo: se sobregiran, gastan lo que no tienen, y dejan que pague, si puede pagar, el que venga luego. Y nadie se atreve a romper la tarjeta de crédito, a dejar de patearle las deudas al que viene luego. Es entonces el país que vive eternamente a crédito, endeudándose. Las personas no podemos hacer eso, pero los países, por lo visto, sí pueden. Recuerdo cómo Macri se pavoneaba cuando endeudó al país por casi 50.000 millones de dólares. ¡Cómo si eso fuese un mérito!
Para terminar, vamos a los recuerdos felices del triunfo de la Selección Argentina en el Mundial, un tema al que le dedicaste mucho en tu programa de televisión. Si lo tuvieras a Messi como entrevistado, ¿qué le preguntarías?
Le preguntaría si alguna vez le ha pegado una piña a su mejor amigo por una fiebre de celos machistas. Imposible, ¿verdad? Porque Messi es el genio mayor entre todos los genios. A diferencia de Maradona, ha conseguido ser un genio en su vida pública o artística, pero también en su vida privada: es un gran esposo, un gran padre, un gran hijo. Por eso lo quiero tanto. Lo quiero tanto que, si Messi se acostara con mi esposa, me sentiría profundamente honrado. Porque Messi es Dios, y si Dios coqueteara con mi mujer, entonces lo tomaría como un elogio divino.
NIÑO TERRIBLE DE LAS LETRAS
PERFIL: Jaime Bayly
■ Periodista y escritor, Jaime Bayly nació en Lima, Perú, en 1965. Con inicios en la prensa gráfica, ha hecho también carrera en la televisión.
■ De estilo desenfadado y frontal, como columnista ha escrito para diarios de distintos países de América Latina, España y Estados Unidos.
■ Es autor de numerosas novelas, entre ellas No se lo digas a nadie, La noche es virgen y La lluvia del tiempo.
■ Acaba de publicar Los genios (Galaxia Gutenberg), sobre la amistad rota entre Vargas Llosa y García Márquez.