La TV estatal. Más que el canal de todos, un arma para el gobierno de turno
El libro Pantalla partida, de Natalí Schejtman, invita a repasar la historia del “viejo canal 7″ y a reconocer sus persistentes vicios, propios de nuestra cultura política
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A siete cuadras de la Plaza de Mayo hay una suerte de agujero negro en el espacio-tiempo. Un local de comida criolla disimula lo que en verdad es una arcadia de la cultura popular argentina de los años 60 y los primeros 70, aquella formateada por una televisión en blanco y negro que en una década y media había alcanzado una proyección exponencial convirtiendo al aparato de tecnología valvular en el electrodoméstico omnipresente en los hogares de una clase media expandida. Atestado de objetos que son reliquias para la cultura retro, el local da testimonio de la primera infancia argentina formateada frente a la pantalla chica, expuesta a muy pocas horas de programación pero con una pregnancia que desafía el paso del tiempo y parece reflejar algo mas que un cliché de la nostalgia. El repertorio es conocido: Réplicas de los Titanes en el ring, figuritas de fútbol, variaciones sobre el Topo Gigio en materiales diversos, una Notre Dame hecha con las sorpresas del chocolatín Jack. Algo de arrabal pop, no globalizado, hay también en esta instalación que parece una pintura de (el inglés) Peter Blake bidimensional. En la puerta, la página arrancada de una revista pone la experiencia estética y sentimental en perspectiva. Se trata de un aviso de Las Aventuras del Capitán Piluso y Coquito, un programa infantil con el capocómico Alberto Olmedo y Humberto Ortiz cuya frecuencia da cuenta de su éxito: lunes a viernes a las 17.30 y sábados a las 12.00. “Las desopilantes e increíbles aventuras de estos dos amigos que no reparan en medios para lograr la alegría infantil” se veían por Canal 7, cuyo logo se observa en el extremo derecho de la página.
El camino que va de Piluso a Zamba es más que una historia de la TV infantil”
Queda claro entonces que la puerta a esta arcadia es la televisión sintonizada en el canal que hoy se conoce como Televisión Pública y que aquí refiere a lo que se llamaba “el viejo canal 7″, antes de que se mudara al edificio propio en Libertador y Tagle. La página con el aviso de “Piluso” (antítesis de Pipo Pescador, el clown del flower power) está fechada febrero de 1968. A LS82 TV Canal 7 le quedaban tres años para cumplir dos décadas en el aire desde su primera transmisión: un discurso de Evita, el 17 de octubre de 1951, cuando casi no había televisores en la Argentina. Para 1971, según la investigación de Natalí Schejtman (1982) en el libro Pantalla Partida. 70 años de política y televisión en canal 7 (Planeta), por la dirección del canal habían pasado 49 funcionarios. Como ella misma escribe se trata de “una rotación frenética” en la que se refleja la matriz original del proyecto: un canal del gobierno antes que del Estado. Así se tratara del peronismo original o sus variantes neoliberales y de centro-izquierda; de los gobiernos de facto compulsivos o con pretensiones dinásticas como el de 1976; de la restauración democrática del alfonsinismo o de las experiencias surgidas del “que se vayan todos”, el 7 siempre fue programado desde el poder. Como señala Schejtman para IDEAS: “La inestabilidad política argentina siempre atentó contra proyectos a largo plazo y canal 7 no fue la excepción. Desde sus inicios no hubo una discusión conceptual clara sobre el rol del medio estatal y esto afectó al canal durante toda su historia”.
La visita de Sofovich al sketch de Gasalla fue un momento clave”
Contar la historia política de la Televisión Pública (por desechar Canal 7 o ATC, el nombre maldito) requiere dejar de lado la idealización de modelos más o menos virtuosos como el de la BBC británica o la TVE española. “No tenemos una BBC ni una TVE, entre otras cosas, porque somos argentinos. Pero se suele olvidar que Canal 7 transmitió en soledad entre 1951 y 1960 y que fue allí donde se fraguaron todos los formatos televisivos y se consumó el pasaje de la radio a la tele: ya fuera para el teleteatro, el noticiero o las transmisiones de fútbol. En esa escuela se formaron todos los que pasaron luego a los canales privados”, explica Carlos Ulanovsky (co-autor de Estamos en el Aire). Se trata, entonces, de comprender una dimensión local que está hecha con los mismos materiales de esta Arcadia retro a metros de Plaza de Mayo. El camino que va de Piluso a Zamba puede ser más que una historia de la televisión infantil: entre una picaresca para “la hora de la leche” al uso de la animación como pedagogía y relato histórico hay dos visiones contrapuestas del papel del canal. Si fuera posible que algunos de los televisores viejos dispuestos en este lugar proyectaran en loop los 70 años del canal público habría que congelar algunas escenas para dar cuenta del síntoma que Schejtman expone en su necesario libro. Control remoto en mano y a poner pausa, entonces.

Ezeiza: cámara izquierda y derecha. Ninguna de las coberturas de la masacre de Ezeiza que circulan por YouTube puede atribuirse al noticiero del 7. Según la investigación de Schejtman, el fílmico que corresponde al 20 de junio de 1973 es inhallable y forma parte de lo que podría llamarse “los rollos perdidos del 7″. Si bien las imágenes dantescas de lo que el artista rosarino Fabián Marcaccio (autor de “Ezeiza”, una obra que se vio en la terraza de Malba en 2003) llamó “el vórtice de nuestra historia reciente” sobreviven en otros clips del archivo Di Chiara, lo que debiera filmarse siguiendo la reconstrucción de Schejtman es lo que pasó puertas adentro del 7. Con vibración de thriller, la periodista une las piezas de un rompecabezas de una de las gestiones más ambiciosas y cortas de la pantalla pública: un mes y medio con el dramaturgo Juan Carlos Gené como director general. El vértigo de esa gestión que llegó y se fue con Héctor Cámpora se espiralizó siguiendo la feroz interna peronista. Un canal que fue tomado a punta de ametralladora por la facción de la derecha para asegurar una cobertura que le quitase cámara a la JP; el anterior desplazamiento de Magdalena Ruíz Guiñazú como cara de las noticias por la facción izquierda; un móvil abandonado en medio de la balacera y el audio sin imagen del discurso posterior de Cámpora (se puede escuchar en el archivo on line de la TVP) como único registro de todo aquello. No hay episodio que refleje de forma más violenta la pulsión de la política por hacerse de las imágenes.
Malvinas: 60 minutos por la Patria. El 25 de mayo de 1982, 60 Minutos, el noticiero que había llevado a que Canal 7, con el nuevo nombre de ATC (Argentina Televisora Color), tuviera el ráting más alto de su historia, empezó con una transmisión desde Malvinas. A pesar del tono beligerante y triunfalista del conductor José Gómez Fuentes, las imágenes tomadas por el único equipo autorizado a cubrir Malvinas (se pueden ver en YouTube) son elocuentes. El paneo de los soldados cantando el himno es indisimulable: los chicos de la guerra se ven en un estado desesperante y en ese intento por levantar la moral del prime time no hay maquilladora capaz de cambiar la realidad. Esa distorsión entre la imagen y el mensaje forma parte del repertorio de paradojas que suelen dejarse de lado a la hora de intentar un análisis sobre el uso que el Proceso le dio al canal renacido como usina audiovisual para el Mundial 78. Esa misma emisión del 25 de mayo de 1982 refleja particularidades menos asequibles al house organ de una dictadura integrista. El noticiero abre con la novedosa música tecno, el esperanto de sociedades tolerantes, y tanto el diseño del logo (a cargo del estudio de Ronald Shakespeare) como los efectos de pantalla dan una idea muy contemporánea de televisión contrapuesta al cerrojo informativo y la censura de carácter pre-moderno. Ni siquiera bajo una conducción económica que se propuso desarticular el aparato productivo nacional los militares prescindieron del canal público para controlar la información. Todo lo contrario: como reconstruye Schejtman, contrataron a un productor estrella como Carlos Montero para que la programación de ATC fuera competitiva y fue así como el formato de 60 Minutos (trasplantado de una cadena de EE.UU.) se impuso en la conversación cotidiana. Sin Montero desde fines del 79, la cobertura fake de Malvinas arrastró al canal y a su nuevo nombre al basurero de la historia. Tanto que se olvida que fue esa misma pantalla la que puso al aire una telenovela desafiante como Rosa de lejos (con la femme fatale Leonor Benedetto) o su propia autoparodia con Mesa de noticias, en el fade out previo a la asunción de Alfonsín y el recambio con la así llamada “patota cultural”.

¡Atrás!: La empleada pública contraataca. Schetjman apunta la visita de Gerardo Sofovich al legendario sketch de Antonio Gasalla en El palacio de la risa (1992) como uno de los momentos clave en la historia del 7 (todavía ATC, aunque con otro logo) en tanto pantalla con capacidad autorreflexiva. Sofovich se convirtió en la cara del 7 durante el menemismo y llegó con la misma vocación refundadora que su referente político. La sigla ATC pasó a significar Ahora También Competimos, en abierta oposición a un 7 de bajo perfil y en sintonía con el auge de las privatizaciones llevadas a cabo durante la fase neoliberal del peronismo. La idea de privatizar el canal que sobrevoló toda la etapa menemista quedó cristalizada en ese segmento del show en el que Gasalla y Norma Pons representaban el estereotipo más oxidado del empleado público. La parodia tocaba su techo con la visita del interventor Sofovich que, como los demás invitados, no podía ingresar a “su propio” canal. La gestión del experimentado productor no estuvo exenta de la corrupción ambiente de los 90. Había llegado para sanear la economía del canal y se fue acusado de malversarla. Pero al mismo tiempo, señala Schetjman, su experiencia en la televisión era insoslayable. El humor de Gasalla tenía raíces en la contracultura de los 60 y con él desembarcaron en el prime time Juana Molina, Verónica Llinás, Humberto Tortonese y Alejandro Urdapilleta: lo mejor del underground.
Trending Topic: Sarlo en 678. La refundación, ¡otra vez!, de Canal 7 como la Televisión Pública marcó la impronta del kirchnerismo como contracara de la “década perdida”. En ese contexto, la señal inaugurada en 1951 tuvo dos arietes: el Fútbol para todos y 678, un híbrido entre noticiero y talk show político que reflejó la voluntad de tener un programa diario que discutiera la información de la “prensa hegemónica”. El volumen de 678 (6 en el 7 a las 8) fue subiendo en el segundo gobierno de Cristina con cambios de conductores moderados para un segundo tiempo que requería de pierna fuerte. La visita de Beatriz Sarlo en 2011 –tras la publicación de La audacia y el cálculo, su lúcido análisis sobre los años de Néstor Kirchner en el poder– fue un momento demarcatorio para el programa y también para la historia del canal en las últimas dos décadas. Pocas veces, la visita de una intelectual a un programa de la televisión abierta había suscitado tanta expectativa. La red social Twitter estalló cuando Sarlo respondió las acusaciones del periodista Orlando Barone con una frase que ya es historia del 7: “Conmigo no, Barone”. Schejtman dice que la impronta de 678 como formato kirchnerista es tan fuerte que durante la campaña de 2019 “cuando le preguntaban a Fernández (Alberto) si tendría otro 678, él se jactaba de que durante sus años de jefe de Gabinete, cuando tenía bajo su órbita el canal, no hubieron programas políticos”. Para la investigadora, la TV Pública está en 2022 “en un momento de volumen bajo. Es oficialista como casi siempre en su historia pero no es particularmente confrontativa y su intervención en la conversación pública es de baja intensidad”. El hito de la señal pública en este gobierno quizá no sea otro que la aparición de Diana Zurco, la primera conductora trans en la historia de la televisión argentina. Algo impensado para los años en que Alberto Olmedo se travestía en animador infantil y convertía a Piluso en un hit del viejo canal 7.


