Reseña: Agustina Paz, de Emilio Jurado Naón
Quien da título a Agustina Paz, joven hija de Juan Bautista Paz –ministro de Tucumán durante los hechos que ella misma cuenta– y hermana de Marcos –futuro vicepresidente en el gobierno de Bartolomé Mitre–, es la narradora inmersa en esta ficción histórica donde todavía cruje el gran parto nacional. Agustina nació en el mes y el año de la Revolución; su cuna es también la de aquello que quiere ser país, pero oscila entre el tan mentado republicanismo y las sangrías regionales, primigenias, de días embrionarios en la aldea hispánica.
La voz adolescente de la chica Paz fluye con timbre antiguo y algunas licencias extemporáneas, desconcertantes, porque la novela en sí, además de relato, es experimento sonoro, semántico, visual: “Mi recuerdo de niña se mezclaba como melaza elástica, homogénea (…) un caramelo broncíneo que le cubría las facciones pétreas al busto de aquellos hombres provectos: hombres proyecto”.
Emilio Jurado Naón también suma cacofonía explícita: cuando Agustina describe a su criada Porcia, por ejemplo: “movía su rodete al son de un arroró, mientras revolvía la mazamorra”. Y juegos –en párrafos aislados, puestos en boca de su protagonista– que parecen señales encriptadas acerca de su propia escritura: “El agua: una lupa que deforma. Las palabras de una: lengua de agua que por dentro desfigura”.
Pero Agustina Paz –que integra la serie “Los Roca y los yo” junto a Los Pincén y Tópico de los dos viajeros, del mismo autor– no es solo prosa que sorprende sino también suceso. Ella viaja en carreta con un cándido plan maquiavélico, el plan de su deseo sensual, enmascarado en causa noble. Llega a un cuartel rural, precario, hostil; irá a hundirse en un mundo de hombres brutales. Entra en el hades criollo, el “hondo bajo fondo donde el barro se subleva” –diría Cátulo Castillo–. Entonces, el relato sopla aires de “El matadero”, ese ultraje fundante que plasmó Esteban Echeverría para contar la grieta madre. Aun cuando “la niña” no resulta víctima directa del escarnio (como sí el condenado al que ella anhela), hay un ultraje expuesto en el aire, como si fuera el hueso de un accidentado. A esto se suma otro ingrediente, hoy muy reconocible, quizá dormido, que cada tanto vuelve a despertar en la argentinidad: el contagioso gozo de los crueles. El odio que aglutina.
“Antes de la guerra, todo era confusión” dice Agustina en medio de un aquelarre que, según surge de la misma afirmación, vendría a ser el orden. Y refrenda, así, la curiosa retrospectiva según la cual, por horrendo que sea el presente, hay que convencerse de que es un bálsamo respecto del caótico, imposible, salvaje, irreal pasado, donde nada era bueno ni cierto ni justo.
Agustina Paz
Por Emilio Jurado Naón
Emecé
191 páginas, $ 25.300