Reseña: El simulacro de los espejos, de Vicente Battista
Después de una serie de seminarios, exámenes y entrevistas a cargo de Los Mediadores, Octavio –el protagonista de El simulacro de los espejos, novela de Vicente Battista– es admitido en El Lugar como un nuevo Escogido. Vino por decisión propia y Afuera dejó el celular, la tablet y la computadora.
En la Ceremonia de Bienvenida conoce a Artemio, Braulio y Carmelo. Le asignan un cuarto que, como todos los otros, no tienen ventanas. Entre las cosas que Octavio ha traído de equipaje están las fotos de sus novias. Cada día se pone en el bolsillo la foto de una y se larga a pasear con ella.
Las mayúsculas prevalecen también en la denominación de los espacios que componen El Lugar –La Sala, El Bar, La Biblioteca, El Gimnasio, La Administración, El Espacio de la Reflexión– y que, en algunos casos, adquieren una tenue vaguedad onírica.
Lo mismo sucede con las normas que rigen las vidas de quienes habitan en El Lugar, donde “nunca se conoce todo” y todo es posible. Allí “cada cual es como es o como le gustaría haber sido”, el Afuera no importa y debe ser olvidado definitivamente. Nunca se debe preguntar a un Escogido o a una Escogida por qué quiso entrar y las pasiones –el odio, el rencor, la envidia e incluso el amor y la amistad– deben quedar Afuera.
Octavio elabora la teoría de que el número de residentes debe ser cincuenta y cuatro (veintisiete Escogidos y veintisiete Escogidas); si alguien muere o es expulsado, el nombre del reemplazante debe comenzar con la misma letra. Cuando protesta porque descubre que le han quitado las fotos de sus novias, Artemio le dice: “Ellos tienen derecho a todo, usted se los otorgó”.
Incidentes no esclarecidos, frases y situaciones enigmáticas –como la presencia de una Escogida que es idéntica a una antigua novia de Octavio– van creando un creciente clima de extrañeza y desorientación en la narración que cada tanto emplea la primera persona del plural (“dijimos que para esa pregunta no tenía respuesta”, “¿Qué podemos decir de ellas?”, “solo sabemos que entró en un ascensor”).
La atmósfera de misterio se consolida a lo largo de la novela y Battista elige preservarla hasta el final, a salvo de progresivas explicaciones o de un desenlace revelador. Quedará a la libre interpretación de cada lector determinar qué clase de sitio es El Lugar y por qué los Escogidos deciden recluirse allí. Ese arcano perpetuo –ese nunca saber del todo–, sumado a la repetición de educadas rutinas y de diálogos frustrantes, convergen en un realismo abstracto que, en un nivel simbólico, podría sugerir la ilusoria diafanidad de un infierno donde el condenado tarda en darse cuenta de su verdadera situación.

El simulacro de los espejos
Vicente Battista
(Hugo Benjamín)
307 páginas
$ 30.500