Traumazone, las hamburguesas y el fin del Parakultural
La apertura del primer local de la cadena estadounidense McDonald’s en la Unión Soviética el 31 de enero de 1990 provocó seis horas de cola y el despacho incesante de cajitas felices: 30 mil menús en un solo día. Era el paraíso antigourmet de Andy Warhol, el viajero que de todas las ciudades elegía la misma maravilla: el local de la cadena de fast food así estuviera en Copenhague, Tokio o Barcelona. El artista que se pensaba como una máquina de pintar delineaba en su provocación el contorno de la soft war: la conquista no por las armas, sino por las hamburguesas.
"La serie documental recopila un archivo de 35 años para dar con un friso impactante sobre la caída del régimen comunista y la posterior ilusión de democracia ya en Rusia"
El episodio marca el segundo capítulo de Traumazone, la serie documental de siete horas dirigida por Adam Curtis para la BBC que recopila un archivo de 35 años realizado por corresponsales y enviados especiales para dar con un friso impactante sobre la caída del régimen comunista y la posterior ilusión de democracia ya en Rusia. A Curtis apenas le alcanza con subtitular el collage de escenas que pueden ir desde un búnker soviético recién vaciado en Budapest a la intimidad de la Nomenklatura en las horas previas al desenlace o la vida de una nena de menos de diez años que vive en una estación de tren con su madre y sale a mendigar por avenidas y plazas como la Pushkin, a cuatro cuadras del Kremlin, donde se ha instalado el McDonald’s. Con lo que consigue ese día le alcanza para unas papas fritas que devora extasiada (por aplacar el hambre y por la novedad).
En Buenos Aires, en tanto, se atravesaba el pantano de la hiperinflación y con el cierre de uno de sus sótanos terminarían por clausurarse los años del underground apenas unos meses después de la masiva inauguración que Traumazone registra como un hito de la perestroika. En nuestro invierno de 1990 el Parakultural de la calle Venezuela daría la última de sus noches corrosivas con una función del trío que formaban Batato Barea, Humberto Tortonese y Alejandro Urdapilleta.
Un video en YouTube rescata un fragmento de lo que fue aquel grand finale mientras se apuraba el camino hacia la convertibilidad del devaluado peso argentino. Batato llevaba adelante una parodia de María Julia Alsogaray, emblema de la funcionaria menemista, y aleccionaba a la mujer en la que también se había travestido Urdapilleta sobre el uso deficiente de la metáfora en sus poemas. Con Tortonese mudo, atravesado por el fuego cruzado entre sus compañeras de tertulia, Urdapilleta avanza con la lectura de uno de los poemas de su personaje: “Una tarde en Pumper Nic”. Si bien la cadena norteamericana McDonald’s había aterrizado en Buenos Aires ya en 1986, se elegía ese futuro anacronismo que no era franquicia, sino que imitaba, como una cacofonía visual, el logo de otra cadena global, competidora en lo más alto de la burgue(r)sía. Aunque Pumper (como todos los adolescentes le decíamos entonces) languidecería años después, ya para 1990 la sola mención del lugar que Soda Stereo había elegido para lanzar su primer disco (porque, como bien lo había puesto Warhol, no había nada más pop) tentaba la risa del consumo irónico. Pero la mención de Urdapilleta acaso arrastrase también un eco literario: el escritor César Aira situaba a la sucursal Flores de Pumper Nic como escenario para la historia de dos chicas punk en la novela La prueba.
En Traumazone, Curtis rescata el corto institucional con el que McDonald’s celebró su entrada en la (pronto reducida a memorabilia) Unión Soviética. Una balada azucarada en inglés sobre la que se montan ilusorias imágenes de prosperidad en los rostros de moscovitas en transición al poder de los nuevos oligarcas alumbrados por la decadencia del control soviético, la terapia de shock y la matriz corrupta del gobierno de Boris Yeltsin. Mientras tanto, en Buenos Aires, muy, muy lejos de la plaza Pushkin, otro libro de Aira comenzaba. Tenía una hamburguesería como escenario y sus dos protagonistas se hacían llamar Mao y Lenin.