
Viudas negras, enredos con aliento operístico
Para Werner Herzog, la ópera logra convertir lo inverosímil en auténtico; lo mismo ocurre con algunas series, como la protagonizada por Malena Pichot
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En su último libro, El futuro de la verdad, Werner Herzog indaga sobre diferentes formas de la ficción. El recorrido le sirve para defender lo que llama “verdad extática”, que contiene elementos que van más allá de la mera facticidad, momentos “sobrenaturales” dentro del realismo. Sobre todo en su documental El pequeño Dieter necesita volar (1997) confiesa haber interpolado algunas de estas mentiras cinematográficamente piadosas para hacerle decir al protagonista cosas que no se corresponden a su biografía, pero ayudan a precisar y exaltar la narración.
Más interesante es aún la confesión que hace Herzog sobre uno de sus vicios ocultos, que es leer guías operísticas. Fitzcarraldo no es en ese sentido solo el mejor personaje de su extensa cinematografía, sino probablemente también el más autobiográfico. Lo que al director alemán le apasiona de la ópera es que, pese a la inverosimilitud de sus libretos, el público igual las viva como verdades. Para graficar el grado de absurdo que pueden alcanzar estos plots, se toma el trabajo de describir la trama completa de La fuerza del destino de Giuseppe Verdi (1862). Lo hace con todo detalle, como requiere el resumen de una fábula llena de enredos, personajes camuflados y giros imprevistos. ¿Cómo logra la ópera que semejante delirio sea aprehendido como auténtico? Gracias a la música, dice Herzog. “La ópera tiene éxito cuando está en condiciones de transformar todo un mundo en música.”
Viudas negras, la reciente serie argentina, es en ese sentido una ópera. Grande es la tentación de contarla entera, para que se vea negro sobre blanco cómo la trama se va volviendo cada vez más inadmisible, sin por eso dejar de ser absolutamente real. Cada nueva vuelta en la espiral de violencia narrativa, de adormecimiento y hurto a las reglas básicas del relato realista, nos inyecta como espectadores un subidón de placer del que –y esto es lo único inconcebible– no vamos a bajarnos ni siquiera al final de los créditos del octavo y último capítulo.
Lo inverosímil en Viudas negras es profundamente operístico porque no surge como manotazo de ahogado cuando el guion no sabe para dónde ir, sino que marca el camino desde el principio y es lo que nos obliga a maratonearlo. A eso viene el Clonazepam que Malena Pichot y Pilar Gamboa (y uno de los grandes hallazgos de casting, Agustina Tremari) intentan robar de la manera más rebuscada, para al final conseguirlo por teléfono. ¿Para qué hacerla fácil si se la puede hacer difícil? ¿Qué hay más realista que un comportamiento insensato?
Con Herzog, podríamos decir que el éxito de <i>Viudas negras </i>radica en que está en condiciones de transformar todo un mundo en humor
Estos enredos, deliberadamente anacrónicos en muchos casos y pensados para que no se pueda salir de ellos si no enredándose aún más, sirven para graficar uno de los grandes temas de la serie: el paso del tiempo. El pasado que vuelve, la venganza que se come fría, la amistad que permanece, los múltiples choques generacionales: todo eso nace con los años. Para poder describirlo con la maestría con que lo hace Pichot no solo hay que haber llegado a cierta edad y entender qué es la vida, sino también y quizá sobre todo seguir sin entenderla. Hay que estar abiertos al absurdo de la existencia como lo estuvo ella desde sus comienzos.
Pero con eso no basta para homologar la serie con una ópera, es decir para entender por qué, pese a que todo parece tirado de los pelos (empezando por las escenas en la peluquería), describe con tanto realismo las relaciones humanas y el contexto en que tiene lugar la acción. Con Herzog, podríamos decir que el éxito de Viudas negras radica en que está en condiciones de transformar todo un mundo en humor. El humor es la banda de sonido de la serie. O mejor: la serie revela que el humor puede ser una forma de la música. Cuando lo practica un Verdi del género como Pichot, que sabe combinar la ironía sutil con el chiste guarango, el paso de comedia con el guiño intelectual, la obviedad con el sobreentendido, lo que en otras ficciones sirve de relleno o entretenimiento, de “tono”, acá construye una verdad: la verdad de una historia, la verdad del crimen y de la riqueza, la verdad social y económica de un país. La verdad, en resumen, de la convivencia humana, con sus condiciones de posibilidad y sobre todo de imposibilidad.






