Adiós al corpiño: un posible efecto contagio en el trabajo
Los códigos de vestimenta cambiaron de mano de la lucha por la igualdad de género; en las empresas, las millennials desafían las limitaciones
Usar o no usar corpiño. Esa es la cuestión. Hubo un tiempo no muy lejano (digamos que menos de 100 años) en el que el corpiño fue sinónimo de liberación. Después de siglos de corset, las mujeres vieron en el sujetador una opción "liberadora" a la incomodidad que implicaba llevar una faja apretada que apenas dejaba respirar. Pero ya no. El corpiño está en tela de juicio. El derecho de no usarlo se ha convertido en un tema de debate nacional a partir de que Bianca Schissi decidiera asistir la semana pasada al colegio sin nada debajo de la remera y recibiera una sanción por eso. "Voy a seguir yendo sin corpiño", dijo, y fijó así una nueva frontera en la lucha por la igualdad de género. La pregunta es: despúes del "corpiñazo", que incluyó la suelta y quema de corpiños, ¿qué?
Algunos auguran que lo de Bianca puede provocar un efecto contagio no solo en los colegios, donde ya se discuten nuevos códigos de vestimenta, sino también en otros ámbitos, como las empresas.
Que el código de vestimenta laboral cambió en los últimos diez años no es ninguna novedad. Silenciosamente, las empresas fueron poblándose de remeras con todo tipo de inscripciones, camisas abiertas, pantalones de colores, shorts, bermudas, jeans y zapatillas. Para las generaciones más jóvenes, vestirse como uno "es" en la vida cotidiana es casi un derecho. Pero a pesar de esta mayor libertad, nadie se anima a predecir qué pasaría si una empleada decidiera ir a trabajar, de ahora en más, sin corpiño. Las empresas prefieren no definirse sobre esta cuestión.
"Los millennials no permiten ningún tipo de limitación. Hace 10 años me llamaban para poner pautas de vestimenta porque en pleno verano las chicas iban a trabajar con pantalones blancos superajustados que se trasparentaban y el CEO decía que era una distracción para los demás trabajadores. Hoy a nadie se le ocurre llamarme por eso -asegura Clara Doblas, directora de una consultora de desarrollo corporativo que asesora a empresas en etiqueta e imagen-. Las mujeres están sintiendo por primera vez el derecho de vestirse como quieren. No sé qué pasaría si alguna va a trabajar sin corpiño, pero sospecho que manejarían el tema con mucha cautela. Creo que no se atreverían ni a plantearlo", vaticina y destaca que por el momento no recibió consultas al respecto.
Doblas sostiene que la mujer hoy está peleando muy fuerte para no estar atada a pautas sociales. "Es una reivindicación justificada. Hay una legitimidad enorme en ese reclamo, pero necesitamos encontrar un punto de equilibrio. Dentro de las empresas, especialmente de tecnología, el dress code se ha flexibilizado porque la gente se les va o no les hace caso si les imponen algo que no desean. Hace poco una compañía de origen europeo muy importante hizo una campaña muy fuerte para que la gente fuera vestida como quisiera. La idea era que estuvieran cómodos -cuenta-. Pero por ahí estaban destapando una olla que después tenían que cerrar. Hay que tener cuidado y aun en la flexibilidad definir ciertas pautas: si se permiten las bermudas, las ojotas o las crocs; si está bien que los varones lleven musculosas o si no hay problema de tener los tatuajes a la vista". El corpiño, por ahora, está fuera de esos nuevos códigos de vestimenta. Aunque muchos creen que tarde o temprano terminará por ser parte de la discusión.
En algunos países el tema del uso del corpiño en el trabajo llegó hasta la Justicia. Un tribunal laboral alemán estableció que los jefes tienen derecho a obligar a sus empleadas a llevar corpiño en su puesto de trabajo. Y fue más allá: hasta se animó a sugerir que los colores de esa prenda íntima debían ser claros: blancos o color piel. "Si se lleva ropa interior más llamativa es necesario utilizar camisetas interiores para evitar que se pueda trasparentar". La resolución fue aplicada para una empresa de seguridad que gestiona los controles de pasajeros de los aeropuertos en Colonia. Pero fija jurisprudencia para el resto de las compañías establecidas en ese estado.
En Inglaterra, a mediados del año pasado, una empleada de 22 años de una cafetería denunció por Facebook que la habían echado por no llevar corpiño al trabajo. Enseguida hubo repudio masivo en las redes sociales.
"Ayer un hermano de mi jefa me hizo un comentario sexista. Por desgracia, ella decidió que la mejor manera de lidiar con la situación era que no se me permitía ir a trabajar a menos que me ponga un sujetador", contó, indignada, Hannah Kate en su muro de Facebook.
Amado y odiado por igual
Patricia Doria, docente del Área Moda y Tendencias de la Facultad de Diseño y Comunicación de la Universidad de Palermo (UP), sostiene que el corpiño siempre fue una prenda contradictoria en la historia de la moda. "Es un objeto amado y odiado por igual. Representa una bandera de lo que es ser mujer. Pero no usarlo no te libera de eso. En los 60 y 70 se quemaban corpiños para igualarnos a los hombres. Pero después, en los 80, volvieron con todo, con estructuras más armadas, al estilo Jean Paul Gaultier. Hoy, los criticamos pero nos fascinamos con los desfiles de Victoria's Secret -plantea la docente-. No creo que el no llevarlo sea ofensivo, pero tal vez el otro no quiere ver lo que vos le estás mostrando. Y además creo que es una lucha muy pequeña que opaca las grandes batallas que tenemos que dar como mujeres. Me parece que la igualdad pasa por otro lado", concluye Doria.