Dejó Jujuy para vivir en Buenos Aires, se encontró con impactos culturales inesperados, y descubrió cómo llenar un vacío que la abrumaba
Rocío Manzur llegó a Buenos Aires con un título de Administración de Empresas bajo el brazo, algunas experiencias laborales en la mochila, e invadida por una sensación de vacío abrumador. Atrás había quedado Córdoba Capital, la ciudad elegida para estudiar luego de terminar el secundario en Jujuy, su lugar de nacimiento y crianza. De su pasado reciente, también traía dos becas de intercambio que le permitieron vivir en Alemania y España. Aun así, a pesar de la riqueza de sus vivencias, el vacío insistía en inundar su cuerpo y su mente, que luchaban por encontrar de todo aquello un sentido. Y entonces allí, en el gran hueco que todo lo dominaba, lo pudo ver: una necesidad infinita de expresión había comenzado a crecer en su interior.
A la gran urbe había llegado sin contactos ni conocer el ambiente, lo que provocó un choque cultural inesperado, alejado de las formas jujeñas: “Comparado con Jujuy, en Buenos Aires es distinta la vida y la dinámica diaria, uno tiene que planear la semana y los días con mucha anticipación, por lo general, no volvés a tu casa durante el día, las actividades son variadas y muy alejadas unas de otras. Casi no hay contacto con la naturaleza a pesar de estar abrazados por el Río de La Plata”, observa Rocío.
“Los encuentros con amigos y la forma de socializar es diferente, me llamaba la atención que las personas no se juntaran en casas, sino en lugares públicos, y es muy difícil que te inviten a una `juntada en casa´. Quizás no ves tan seguido a tu familia y amigos y la dinámica es más solitaria e independiente”.
“Lo lindo de la ciudad es el anonimato y la diversidad de planes, situaciones y propuestas. Es también la comunión de distintas culturas, hay gente de todos lados, es una ciudad hermosa. Existen en Buenos Aires rincones muy interesantes y hay decenas de cosas increíbles sucediendo simultáneamente, ¡Buenos Aires es tan emocionante como abrumadora!”, reflexiona la joven jujeña de 34 años.
Inspirada en el poema `El Golem´ de Borges y parafraseando al maestro, Rocío honró su llegada a la capital con unas líneas: Sedienta de encontrar lo que la musa sabe, gasto más de un timbre en Buenos Aires con mis dedos. Alcé los soñolientos párpados y vi formas y colores. Estuve perdida en rumores y ensayé temerosos movimientos. Gradualmente me vi aprisionada en una red sonora. A partir de allí, una de mis memorias se ha perdido irreparablemente y no volvió mi voz a callarse ante la luz dispersa, cuando quise decir inolvidables sentires: di a Luz.
La tierra de ritos, ceremonias y cantos a la naturaleza: “Jujuy siempre estuvo en mí”
En sus días lejos de casa, Jujuy jamás abandonaba los pensamientos de Rocío. Allí, en el norte donde nació y creció, disfrutó de una infancia en contacto con la naturaleza y rodeada de afectos. Tenía muchos amigos y espacios donde compartir, como el Ballet Huayra Muyoj, donde bailaba folklore y participaba de festivales nacionales y hasta giras por Europa.
Desde esta expresión, Roció aprendió acerca del trabajo colectivo, el compañerismo, el esfuerzo, el entrenamiento, la familia más allá de la familia propia, y la cultura que abraza las danzas nativas argentinas, con su lenguaje y tradiciones. Con los años, el amor por el folklore creció tanto, que ya en su adolescencia, Rocío creo su primer personaje de autoría: La Julia Teke Teke, un unipersonal cómico en donde una coya relataba sus andanzas y que logró llevar a distintos escenarios.
Rocío recuerda también sus días escolares, en Nueva Siembra, el colegio al que comenzó a ir con 1 año y medio, y que en sus inicios no tenía primaria ni secundaria, pero que gracias a las familias creció y se transformó en una comunidad querida.
Las ceremonias y los ritos, que son tradición jujeña, también le dieron forma a su crianza, entre el carnaval, el enero tilcareño, las olimpiadas de Yala y la Fiesta de los Estudiantes, en donde cada escuela construye una carroza: “Había que armar todo de cero, la cultura, las tradiciones, las primeras carrozas, y para mí esto fue un canvas hermoso en donde pude desplegar toda mi creatividad”, cuenta Rocío.
“Otras tradiciones que marcaron mi infancia y adolescencia y hasta el día de hoy me conmueven son el Carnaval y la Pachamama. Y, en lo particular, mi familia vive y trabajamos en La Quebrada de Humahuaca por lo que la conexión e identidad que siento es muy profunda. Jujuy siempre estuvo en mí y ese arraigo a mi tierra lo llevo siempre conmigo”.
La ciudad de las oportunidades y la llegada de Google: “Todo cambia muy rápido entonces aprendés a desarrollar muchas habilidades”
Durante el primer año en Buenos Aires, Rocío se dedicó a buscar trabajo y desplegar sus alas artísticas, buceando por el universo del teatro, canto y expresión corporal, pero en un contexto académico y no de juego como cuando era niña.
Buenos Aires la maravilló con su propuesta cultural y profesional variada, rica y de alto nivel, así como con su facilidad para hacer contactos, generar reuniones y proyectos: “Hay una calidad profesional muy buena y los ritmos son más ágiles, la ciudad se mueve más rápido”, dice al respecto. “Hay mucha competencia, lo que hace que te tengas que preparar más para un puesto, estar más formado. Creo que Buenos Aires tiene la virtud de ofrecer diversas oportunidades para poder formarte, entrenarte, intercambiar con colegas”.
A fuerza de talento y creatividad, Rocío fue aceptada en el 2015 para trabajar en Google, donde creció hasta transformarse en asesora en el área de Creatividad Publicitaria para los grandes anunciantes: “Para que sus estrategias publicitarias tengan un ADN digital y tech”, explica.
“En Google hay un ambiente muy lindo y el trabajo es muy dinámico, todo cambia muy rápido entonces aprendés a desarrollar muchas habilidades, como el liderazgo, la adaptabilidad al cambio, la resolución de conflictos, la comunicación, la colaboración cross funcional, entre otras cosas. La verdad que es una compañía en la que también ponés muy en práctica la creatividad”.
Revivir el sueño olvidado para sobrevivir: “Estaba pasando una enfermedad que me comía todos mis pensamientos y acciones”
Pero aun a pesar del vuelo que Rocío hallaba en Google, su necesidad de expresarse en las artes pujaba por salir con fuerza. Decidió entonces estudiar artes escénicas con Julio Chávez, Federico León, Lili Popovich, Camila Mansilla y Ricardo Bartís, entre otros maestros. Suele contar que Julio le enseñó infinidad de cosas, pero que de todas sus palabras tomó como mantra que Hay que tener un matrimonio con el oficio y revalidarlo: ¿Querés seguir con esto?; y Hacer lo que creas que te va a ayudar a sobrevivir.
A medida que su expresión salía, el recuerdo del teclado que su abuela Beba le había regalado a los 8 emergió con fuerza, la música era un terreno desconocido para Rocío, pero solía tocar intuitivamente melodías, sin jamás perfeccionarse: “Escribí algunas canciones pero nunca les di importancia y, a pesar de que tuve mil intentos fallidos de aprender a tocar la guitarra y el piano, empecé a investigar este mundo a los 25 años”, rememora.
“En esa época, estaba pasando un momento personal muy duro, una enfermedad que me comía todos mis pensamientos y acciones, me ocupaba todo mi tiempo y me `robaba vida´. Necesitaba algo que me ayudara a pasarlo: `algo que me ayudara a sobrevivir´, Y empecé a escribir canciones. Eran letras sueltas, palabras que me gustaban, conceptos que me llamaban la atención. Eran bocetos, salvavidas de mi rutina. Escapes de mis pensamientos y mi día a día. Me empecé a refugiar en esto”.
“Los días eran muy oscuros y sentarme a escribir letras, palabras o descargas eran `luces´ que se prendían”, continúa Rocío, quien para ello tomó como inspiración a Gustavo Cerati, cuya obra le era desconocida hasta su llegada a Buenos Aires: “Muchas experiencias personales me llevaron a él, profundicé muchísimo. Lo lindo de estar en Buenos Aires es que todo estaba `a mano´. Cerati estaba en todos los rincones. Fue una fuente infinita de descubrimiento, inagotable. Acudo a su obra todo el tiempo”.
Mientras la música inundaba su mundo para salvarla de sus demonios, Rocío hizo un postgrado de Gestión Cultural, que la invitó a conocer nuevos panoramas de la cultura. Por aquellos tiempos, decidida a darle vuelo a su música, pero sin contactos, pensó en Emiliano Khayat, un pianista y compositor, hermano de su amiga Sofi, con quien había viajado a Alemania: “Le llevé tímida mis canciones y tarareos y me ayudó a que esto empezara a tomar forma. ¡Mis canciones sonaban en un piano! No lo podía creer. No entendía que se podía lograr. Con él compusimos las primeras canciones y me produjo mis primeros demos”, revela Rocío, quien finalmente lanzó su álbum Luces, diez composiciones que fusionan el indie pop, indietrónica y folklore electrónico, producido por Tweety González con producción vocal de Mavi Díaz y portada de Alejandro Ros.
Transformarse para volver, reconectar con las raíces y apasionarse con el vino: “Nunca me imaginé lo lindo que sería…”
Cuando la pandemia azotó al mundo, Rocío supo que quería sentir el calor de hogar y respirar el aire de Jujuy durante el confinamiento. Desde allí, ella como tantos otros seres de este mundo, ejecutó su trabajo de forma remota con esmero y buenos resultados, lo que le permitió finalmente vivir entre Buenos Aires y Jujuy. Este regreso le dio comienzo a una de las etapas más emocionantes de su existencia. El vacío había quedado atrás; la circularidad de la vida, el volver al punto de inicio, dieron cuenta de sus aprendizajes en el camino, su transformación y el hallazgo de un sentido.
En su querida tierra, Rocío llevó sus conciertos en vivo a La Quebrada. A sus eventos los llamó X-Pectáculos, espacios intervenidos con una combinación de diferentes disciplinas como la música, performance, teatro, poesía, artes visuales y tecnología (Luces fulldome).
Pero hubo más, en su suelo la joven halló la reconexión familiar a través de un deseo postergado. Juntos decidieron cumplir el sueño del abuelo de hacer vinos en La Quebrada: “Nunca me imaginé lo lindo que sería compartir en familia este proyecto lleno de emoción y de un mundo tan apasionante”, dice emocionada.
“Al volver a Jujuy pude reconectarme nuevamente con mi raíz. Empezamos a desarrollar propuestas como La Vendimia de El Bayeh, todo desde Casa Mocha, un espacio en Huacalera en donde el vino, la gastronomía, la música, la cultura y el arte se encuentran”, continúa Rocío, quien el 28 de febrero estrenó La Maimareña, una zamba dedicada a su papá por sus 60 años. “Habla de un terruño increíble, pero por sobre todo de un lugar que para nosotros es muy especial y es donde, también, empezamos este proyecto”, continúa.
“Con mi experiencia de vida, creo que lo que estoy aprendiendo es a abrazar los procesos, todos, de todo tipo, aceptar y valorar las posibilidades que uno tiene y desarrollarlas. Aprender del error y que el éxito te encuentre haciendo”, reflexiona Rocío, quien hoy se encuentra trabajando en su álbum conceptual Espektra.
“Estoy aprendiendo que lo lindo es hacer, llevar a la acción, compartir. Estoy constantemente aprendiendo a estar presente, a prestar atención y ser consciente de los momentos, a escuchar, y más que nada aprender de otros, las personas son musas increíbles”, concluye.
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