Amor a distancia
Por cuestiones laborales o porque se conocieron en la Web, muchas parejas viven relaciones en la lejanía. Cómo se comunican, cuáles son sus angustias y de qué modo se las arreglan para mantenerse unidos
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Un enamorado en cada punta del globo, o del país. No es nuevo. Las guerras y el hambre ya lo hicieron con muchos de nuestros abuelos. Ellos se escribían cartas que tardaban meses en llegar y meses en volver. Ellos esperaban.
Hoy la historia se repite en otro formato. Porque la falta de trabajo los empujó a emigrar, porque se conocieron en un juego en la Red, porque se enamoraron en las vacaciones.
La inmediatez del e-mail, la tranquilidad de poder escuchar esa voz al otro lado del teléfono facilitan un poco las cosas. Pero los cuerpos no pueden tocarse. Ni olerse. Igual que en tiempos pasados, amar a distancia parece ser, ante todo, un acto de fe.
Yayo y Mariela
Claudio Yayo Giuliante formó parte de la ola de argentinos que partió el año último a España en busca de trabajo, o mejor, "a ver cómo estaban las cosas", como él lo dice. Tiene 33 años y es contador, pero en Alicante trabajó de mozo y de pintor. Su partida dejó varios pares de ojos tristes, especialmente los de Mariela, su chica desde hacía apenas dos meses.
"Ni bien la conocí le dije que me iba. Su primera reacción fue tratar de hacerme cambiar de opinión, pero le aclaré que ya lo tenía decidido."
No se prometieron nada. Pero ni bien llegó se conectaron y estuvieron comunicados durante cuatro meses. Fue natural. Se mandaban uno o dos mails por día y hablaban los fines de semana.
Celos no hubo. "Yo no tenía la locura de buscar mujeres, fui a buscar un futuro." Cada tanto alguna pelea. "¿Conseguiste algo? ¿Cuánto te quedás?", preguntaba ella. El no sabía qué contestar. "Lo peor era llevar una vida sin certezas. Porque cuando se te acaba la guita te tenés que volver, pero ¿y si te va bien?"
La extrañaba mucho y quería que estuviera con él. "Lo peor era cuando la llamaba por teléfono después de trabajar, tarde, tipo las 2 de la madrugada. Ahí me moría. Estaba en un público, solo, frente al mar, con la luna inmensa y la tarjeta Platicard de cinco euros que me duraba 40 minutos, pero no me dejaba tocarla", cuenta. Ahora él está acá, en Almagro. Vino hace dos meses, feliz porque al fin le salieron los papeles y ahora es ciudadano italiano. Sí, piensa volver y ella se va con él.
Tan lejos y tan cerca
Los locutorios y cibercafés funcionan como soporte técnico de los amores a distancia. Problemas para encontrarlos no hay, ya que florecen como hongos en todas las cuadras de Buenos Aires.
"De cada cinco personas, una me pide computadora con cámara", dice Marcos Chiesa, de 21 años, que trabaja en Webear, un cibercafé con cerca de cien máquinas en Callao y Córdoba. El ve de todo, gente que se ríe, que llora, que le hace caras a la cámara, que la toca.
"Lo más emocionante fue cuando vino una chica embarazada de unos siete meses que por medio de la cámara le mostraba a su marido, que se había ido a trabajar a Italia, cómo crecía su bebe. El sonreía y estiraba la mano y uno se daba cuenta de que hubiera dado cualquier cosa por estar acá", recuerda.
Con los auriculares matan otro poco la distancia. No es como una llamada telefónica, la voz suena mucho más lejana. "Pero a ellos todo los ayuda", señala Marcos.
La geografía cotidiana
Compartir el día a día, con los problemas y alegrías que eso trae es parte de la rutina de una pareja. "Las condiciones atípicas, por distancias geográficas, que obligan a la pareja a mantenerse separada no necesariamente afectan el vínculo. Por el contrario, al someter a sus integrantes a situaciones de stress, pueden profundizar el vínculo amoroso o determinar su conclusión acelerada", explica Jeanette Dryzun, médica psicoanalista, miembro de la Asociación Psiconoanalítica Argentina (APA).
La segunda situación le ocurrió a la pareja de Uwe Haines y Micaela Sánchez, él alemán, ella argentina. Se conocieron porque Uwe vino a Buenos Aires a hacer una pasantía. Amor a primera vista. Estuvieron juntos aquí y luego se mandaron miles de mails, pero sobre todo se hablaban por teléfono. El vino a visitarla. El paso siguiente era que ella se fuera a verlo con idea de quedarse.
" Vino y Alemania no le gustó. Le pareció que no se adaptaría a la gente, que el idioma era muy difícil, que no", cuenta él por mail desde Alemania, ya acostumbrado a la distancia.
A la mexicana
Liza L. y Diego P. fueron compañeros de la Facultad de Ciencias Económicas y novios durante dos años, y la relación estaba más o menos –más menos que más– cuando la empresa en la que él trabaja, una americana dedicada a la fabricación de caños plásticos, lo mandó a México.
"La distancia fue lo que más nos unió", dice ella, que en un tiempo más se va a vivir a México.
En los últimos ocho meses se vieron sólo en dos oportunidades, pero les alcanzó para estar seguros de que quieren hacer un proyecto juntos.
"El día que llegó, después de no vernos durante casi cuatro meses yo ya estaba triste porque se iba a ir. Me acuerdo que lo aturdí. Le hice 101 preguntas de toda una vida por delante, desde en qué diario estaba buscando departamento hasta el nombre de nuestros hijos. Me acuerdo que estábamos en la placita de Armenia y Costa Rica, y el me dijo: No me atosigues", cuenta y pone una cara como riéndose de sí misma.
Fue el primer momento, enseguida se relajó, no pensó más en los proyectos y se dedicó a disfrutar de tenerlo con ella. Como si de repente se hubiera acordado de la distancia.
"Cuando me deprimo porque no está, como, gasto plata, lleno el vacío con algo material o le mando cinco mails por día, lo llamo... sin parar hasta que se me pasa. El me entiende y me calma."
Igual a veces se pelean, por ejemplo cuando uno de los dos no acude a la cita, en el chat, por supuesto. Pero conviene que no pase muy seguido porque para amigarse usan el teléfono y el resultado son “cuentas siderales".
Hoy, unos días después de su partida, ella cierra los ojos y todavía lo ve subir por las escaleras mecánicas de Ezeiza. "Es raro, pero ese día estaba feliz de que se fuera porque siento que la relación está más fuerte: sentí paz y, también, que nuestras almas estaban unidas", dice y cuando habla le brillan sus ojos grandes. Como chispas de ese fuego interior que mantiene vivo el amor. Como si la distancia no existiera.
Arthur y Meshenka, de Tenerife al barrio de Flores
Nadia tiene 24 años, es de Tenerife, Islas Canarias, y trabaja allí como vendedora de autos.
Todo empezó cuando se enganchó en un juego de rol, en la Red. Luego de un mes de estar conectada apareció Arthur_MP y le cambió la vida.
Arthur_MP y Meshenka, su propio personaje en el juego, se enamoraron perdidamente. Pero los separaban trece mil kilómetros. Ella en España, él en el porteño barrio de Flores. Durante más de dos meses se encontraban en el ICQ un promedio de cinco horas diarias.
"Me enamoré. Es un chico de 19 años y se llama Luciano. Es leal, sociable, inteligente, además de guapo, alto y... si sigo no paro", dice ella y sueña con él.
Poco a poco se dieron cuenta de que compartían una amistad especial. Si ella salía, le avisaba adónde, cómo, cuándo, con quién. Comenzaron los celos, las explicaciones, los te amo. Ya eran novios.
"Después nos enganchamos en el famoso programa de charlas simultáneas Netmeeting. Todas las noches pasábamos seis horas conectados. Hasta dormíamos con los auriculares puestos, escuchándonos la respiración, imaginándonos juntos. El descontrol en los horarios era total: teníamos cuatro horas de diferencia, yo me levantaba a las 7 para trabajar y él a las 4 para saludarme."
La relación se hizo cada vez más intensa. Entonces tomaron el toro por las astas y pusieron una fecha de encuentro: mayo de 2002, vendría ella. Nadia estaba nerviosa y excitada, y un día, después de casi siete meses de ser la novia de Luciano sin haber estado nunca con Luciano, le fue infiel. "Cometí el error más grande de mi vida", dice.
Trató de ocultárselo, pero no pudo. Y él fue claro: "A un amigo lo perdono, pero a vos te amo". Se suspendió el viaje y durante seis meses no se hablaron. Pero la noche de Navidad, Nadia encontró un mensaje de él en su casilla de mail. Le decía que la quería, que le daba otra oportunidad.
Ahora, ella casi no entra en su cuerpo de tanta felicidad. Y las manos le tiemblan, porque en ellas tiene el pasaje con destino a Buenos Aires para la semana próxima.
Todo amor es a distancia
Cuando el brutal castigo del tío de su amada los separó, Abelardo le escribía a Eloísa interminables cartas que ella respondió, con indeclinable, tozuda pasión.
Catulo, poeta latino, dejó a la posteridad la más perfecta huella escrita de un amante despechado de que se tenga noticia.
Alejado de ella por largo tiempo, James Joyce escribió a su mujer cartas conscientemente obscenas que le recomendaba “leer con una sola mano”.
La lista podría seguir. Por imposibilidad física, desinterés de una de las partes o intervención de un tercero, el amor recurre siempre a la sensualidad subalterna de la letra escrita para mantener intacto el delicado hilo de plata que sostiene toda relación amorosa, o para reprochar a la otra parte una traición o, peor aún, su intolerable inconstancia.
Algunos lo hacen con resignada inexperiencia. Otros, los escritores, pueden llegar a encontrar en la imposibilidad de ver y tocar a la persona amada un estímulo poderoso, un atajo hacia ese otro amor, en apariencia más fiel y narcisista, que es la escritura.
Bien pensado, todo amor requiere de una cierta distancia, precisamente para poder, luego, salvarla. Una distancia que suele llenarse de suspiros, de deseo y, sobre todo, de palabras.
Guillermo Saavedra





