La travesía que condujo a Verónica Kleiman hacia España comenzó a trazarse por el año 2000, cuando emprendió un viaje de estudios a Londres. Por aquella época, la joven anhelaba dejar de mirar por la ventana el mundo; no quería conformarse con soñar cómo podrían ser sus potenciales vidas en otros destinos, ansiaba salir a construir nuevos presentes y abandonar aquella extraña sensación de habitar en el tiempo y lugar equivocado. Fue así que permitió que Inglaterra hiciera su entrada triunfal, una definitiva, que la ayudaría a modificar su visión en relación a los mandatos, la búsqueda de la felicidad y el sentido de la vida.
De regreso en Argentina la semilla de volver a partir ya se había instalado y comenzó a crecer firme y a viva voz con el transcurrir de los años. A nadie le sorprendió demasiado cuando, ya casada y con hijos, en marzo del 2019 volaron rumbo a un rincón del planeta que les decían que enamoraba: Galicia.
Dejar el suelo natal por un tiempo indefinido, sin embargo, fue mucho más complejo de lo que habían imaginado. Los sentimientos de la pareja entraron en ebullición: miedo, ansiedad, felicidad, euforia y tristeza se entremezclaron en un océano de emociones que lograron atraparlos inevitablemente. Ese estado del alma los alteró, sin dudas, pero cuando arribaron a Galicia, poco a poco, las piezas se fueron acomodando de tal manera que lograron alcanzar una calma conquistada de la mano de la inserción laboral, la buena adaptación de sus hijos en el colegio, pero, en especial, gracias a los habitantes de su nuevo hogar en Vigo, personas sumamente afectuosas con los inmigrantes provenientes de la Argentina.
Con el paso del tiempo, Verónica comprendió que, aun a pesar de vivir al otro lado del océano en una sociedad totalmente distinta, en el fondo somos todos iguales: seres humanos con emociones universales queriendo conectar. A través de su experiencia, entendió que lo primordial es no dejarse vencer y luchar por los sueños.
En estos días de pandemia global, sin embargo, sentimientos desconocidos emergieron potentes y desconcertantes. Aún convencida de que en una vida habitan tantas existencias como uno se permita explorar, este escenario supo tenderle una invitación peculiar en un país golpeado por un virus que por momentos la tentó a rendirse.
Residente en una nación con un total de 287.012 contagios registrados hasta el 2 de junio del 2020 - 27.127 fallecidos, 196.958 recuperados y una tasa de mortalidad del 9,5%-, y en una entrevista para LA NACIÓN, Verónica comparte sus impresiones acerca de vivir en España en tiempos de coronavirus.
¿Qué opinás de las medidas específicas que se implementaron en Galicia y cómo ha respondido el ciudadano? ¿Cómo están manejando la apertura?
Muchas de las medidas tomadas en Galicia me parecieron oportunas en tiempo y acertadas en forma, y pude notar que la gente las ha respetado. Hay cosas que, a mi parecer, hubiese preferido que se manejen de otra manera, pero esto es algo natural en un mundo impregnado de pensamientos diversos, en donde coincidir plenamente es una utopía, por ello, en líneas generales, veo con mirada positiva cómo se dirigió esta pandemia. También es cierto que, cuando el gobierno se equivocó, la gente reaccionó y cambiaron de parecer. Eso es positivo, el español no se queda callado.
Un ejemplo fue cuando dijeron que los niños podrían salir, "pero tan solo a hacer las cosas que ya tenían permitidas los padres" o sea ir al supermercado y a la farmacia, algo ilógico porque los chicos necesitan sol y jugar, no meterse en un ámbito probablemente más peligroso. A las pocas horas de hacer el anuncio volvieron atrás. También quisieron implementar el acceso a las playas con turnos y el alcalde de Vigo (mi ciudad), decidió que eso no se llevaría a cabo porque carecía de sentido.
Igualmente, creo que en Galicia el impacto fue menor por ser una zona rural, hay muchos concellos donde el virus no llegó. Acá no hay un transporte público enorme como en Madrid y Barcelona, y la actitud de los gallegos ayudó mucho.
El país está activando los niveles de apertura de manera diferencial, según el escenario de cada región. El 11 de mayo comenzó la primera fase, con permisos para visitar familiares y mantener reuniones de hasta diez personas con distancia social. Y ahora, en Galicia, ya estamos en la segunda fase, en donde se suprimieron los horarios para salir, se pueden juntar hasta quince personas, abrieron restaurantes, centros comerciales, cines, siempre con normativas de precaución. Se espera que entre el 8 de junio y el 21 de este mes, el desconfinamiento sea total.
En relación a la actividad laboral, ¿cómo impactaron las medidas?
En mi caso trabajo en un bar de copas y esto será de lo último en abrir, por lo que me encuentro imposibilitada. En cambio mi marido, que estuvo casi dos meses sin trabajar, pudo retornar a la fábrica. Fue muy triste al principio ver todo cerrado, España vive del turismo, el ritual de los bares es sagrado para los españoles; observar las calles fantasmales y sin actividad fue angustiante.
Hay muchos que, como consecuencia, quedaron en el camino y debieron cerrar, por ejemplo, el restaurante sin gluten que solía frecuentar. Yo estoy inscripta en el ERTE y el Estado me deposita el 70% del sueldo mientras rija el estado de alarma. En cuanto abran el bar me tendrán que respetar mi contrato, así que volveré.
En general, lo que percibo hoy son las ganas de trabajar y salir adelante. Se respira una atmósfera optimista dentro del panorama que transitamos, aunque la oferta laboral ahora es bastante baja, pero, sinceramente, venía siendo mala desde antes.
¿Cómo describirías el proceso emocional vivido?
Al principio fue un torbellino de emociones. Justo había llegado de un viaje de la Argentina y acá, en España, habíamos iniciado una mudanza. Terminamos de mudarnos a medias en pleno comienzo de la cuarentena. Me sentía feliz de haber regresado a Galicia, pero, a veces, me preguntaba si no hubiese sido mejor quedarme allá, con mi mamá. Son sensaciones indomables que emergen ante escenarios tan desconocidos. Jamás imaginé una cuarentena y, para colmo, en un país que todavía me es ajeno. Acá todos hacían pan y clases de gym online y yo solo quería hacerme invisible.
No salimos por largos períodos y, cuando lo hacíamos, era para ir al supermercado o sacar la basura. Las poquísimas personas que podías cruzarte iban con caras largas y se alejaban de uno. ¡Siempre tan afables y de pronto nadie te saludada siquiera! Se sentía todo muy extraño y ver la ciudad vacía daba miedo. Solo esperábamos que sean las 8 de la noche para aplaudir al personal de salud y limpieza, era el único momento del día que sentíamos que no estábamos solos.
Por otro lado, una vez decretado el estado de alarma los militares tomaron las calles, acá fue así de fuerte desde el minuto cero. Resultó traumático ver cómo se sumaban 10 mil contagios en un día y 950 muertos. Ahora, aunque todavía no hayamos salido de esta situación, los militares ya no están y por fortuna los contagios han bajado mucho. Hoy la distancia se mantiene, pero esto de que la gente se cruce de vereda al verte ya no es tan así. A pesar de que seguimos con tapabocas, las personas tienen un gesto más feliz en la cara y los niños en la calle han cambiado mucho el panorama.
Sí, definitivamente fue muy duro al principio para nosotros, mis hijas pintaban arcoíris con la frase "todo irá bien" y yo no me lo creía. Pero, de a poco, en fases, empezamos a salir. La gente está más animada y se nota mucho, aunque como dicen aquí: siempre con "sentidiño" porque el virus no se ha ido.
En tu caso, ¿qué sentimientos te atraviesan en esta situación como argentina, lejos de tu tierra y tus seres queridos?
Al comienzo me sentí muy agobiada y triste. Preocupada por mi futuro aquí y también por el futuro de mis seres queridos en Argentina. Es cierto que como argentinos sabemos reinventarnos y saldremos adelante como sucedió en otras crisis propias, pero como expatriados recientes, en el último año tuvimos que empezar de cero dos veces: una cuando emigramos y otra ahora, y fue complejo en extremo, sentía que ya no quería más. Por eso, en este presente, al salir y ver que la vida sigue casi como antes me siento esperanzada y con un sentimiento positivo de que todo de verdad irá bien. La palabra que me viene a la mente hoy es: "resiliencia", la capacidad de los seres humanos para adaptarse positivamente a las situaciones adversas.
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