
Aves, esplendor en la hierba
Créase o no, los pastizales que alguna vez cubrían la gran llanura pampeana están desapareciendo, y con ellos, una enorme cantidad de pájaros que anidan y se alimentan en ese hábitat. Reemplazados por cultivos y plantaciones de pinos exóticos, estos prolíficos yuyales pueden preservarse en corredores, compatibles con la agricultura
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Había una vez una pampa. Una alfombra crispada con kilómetros y kilómetros de pastizal, altas gramíneas, pastos duros, donde habitaba alguna fauna autóctona, principalmente aves. Luego llegaron los europeos, y con ellos las vacas. Los grandes herbívoros se expandieron libremente masticando todo material verde que se le pusiera delante. Como en esta llanura no había predadores importantes, todo se convirtió en un mujido feliz.
La glotonería de estos rumiantes cambió la composición de los pastos y con ella, todo el ecosistema. Con el tiempo la Argentina se transformaría en un exportador importante de granos, con lo cual la biodiversidad autóctona siguió modificándose. Finalmente, con la industrialización y motorización del campo, el paisaje quedó totalmente transformado. Algunas especies lograron adaptarse a la nueva situación y otras se refugiaron en los campos, pastizales subtropicales de la Mesopotamia. Y las que no pudieron ni eso... se extinguieron.
Las aves son muy sensibles a los cambios de hábitat, por eso muchos ecologistas las utilizan como índice de salud del ecosistema: si escasean las aves, escasea el resto de los animales. En nuestras pampas, hoy están en peligro de extinción 15 especies de aves, y dos ya se consideran extintas: el playero esquimal (Numenius borealis) y la gallineta chica (Rallus anctarticus).
A partir de ese dato, la federación internacional más importante en materia de protección de aves silvestres y conservación de sus ambientes, BirdLife International, ha puesto los ojos en nuestro país. Por medio de Aves Argentinas (antiguamente conocida como Asociación Ornitológica del Plata) se está realizando un relevamiento de las poblaciones locales de especies de aves amenazadas de extinción, con objeto de identificar y conservar las áreas importantes para las aves.
En Europa, los ministerios de agricultura deben tener en cuenta una serie de normas de conservación de aves antes de planificar sus actividades económicas. BirdLife asesora en la elaboración de las mismas. España fue apercibida el año último porque sus leyes protegieron menos áreas fundamentales para la conservación de estos animales de las que debía.
"Aquí hay mucho que hacer en tema de conservación. Incluso en Africa están mucho más avanzados que nosotros, ya tienen un inventario -explica Santiago Krapovickas, director de conservación de Aves Argentinas-. Comenzamos relevando el pastizal porque creemos que es el bioma con mayor número de especies en peligro. Hay muchas poblaciones que están por desaparecer."
Pampa. ¿Qué imagen provoca esta palabra en la mayoría de la gente? ¿Un gaucho? ¿Una vaca? ¿Un cardo? ¿Una espiga de trigo? Menos el gaucho, todo lo importamos de Europa. Según los expertos, no hay conciencia entre nosotros del valor ecológico de los pastizales. La riqueza, en general, se relaciona con los cercos y las grandes máquinas. La agricultura intensiva que se practica desde hace unos 120 años, provocó un cambio drástico en el ecosistema, porque los cereales son plantas exóticas que le quitan lugar a la vegetación original y dejan sin alimentos y espacio de nidificación a las aves nativas.
¿Cómo puede ser que los pajaritos se extingan si se les llena la pampa de granos? Pues bien, existen varias respuestas: a) muchas aves no comen semillas, comen insectos que se alimentan de plantas autóctonas que no pueden crecer si en su lugar se plantan cereales; b) otras comen semillas, pero de plantas autóctonas; c) y las que comen cereales, corren el riesgo de morir intoxicadas por agroquímicos y pesticidas.
"La alternancia entre siembra y cosecha repetitiva a lo largo del año supone todo un movimiento humano y de máquinas que alteran el paisaje y el silencio. Esto impide que las aves puedan asentar un nido", explica Krapovickas.
"Hasta hace 20 años -continúa el especialista-, la agricultura se practicaba en alternancia con la ganadería. Si bien este sistema suponía ocho años malos para los pájaros (cuando se dedicaba al cultivo) garantizaba otros ocho buenos (durante el pastoreo del ganado que, si no era intensivo, permitía que convivieran pacíficamente distintas especies). Así, la biodiversidad se iba manteniendo en manchones. Pero esto se acabó con la agricultura permanente. Como todavía las tierras son fértiles, no se utilizan fertilizantes, que no son buenos porque cambian la composición del suelo y así mueren las pasturas autóctonas. Lo que sí se usa son los plaguicidas, incluso de variedades que están prohibidas en el primer mundo."
Se gasta mucho dinero para controlar plagas, pero se desconoce que las aves son una poderosa arma para combatirlas. "La lechucita de las vizcacheras (Athene cunicularia) y el aguilucho langostero (Buteo swainsoni) son grandes consumidores de la tucura (un insecto que ataca a las plantaciones) -explica el licenciado Aníbal Parera, director del Programa Pastizales de Fundación Vida Silvestre-. Muchos otros pajaritos son comedores de insectos. Por su parte las aves carroñeras, por ejemplo el Chimango (Milvago chimango) o el Carancho (Polyborus plancus), limpian los campos de cadáveres que pueden generar enfermedades al ganado (como el carbunclo). Conservar porciones de pastizal entre las plantaciones ayuda a mantener el equilibrio del ecosistema".
La Cachirla Dorada es un ave tímida. Vive la mayor parte del tiempo escondida entre los pastos y tiene una coloración totalmente mimética. Por eso, y debido a que quedan unos pocos cientos de ejemplares, a los ornitólogos se les hace muy difícil verla. La época ideal es en primavera, cuando sale a buscar pareja, haciendo un amplio despliegue de vuelo y canto.
Si hoy se quiere observar pájaros de la zona pampeana, hay que viajar 300 kilómetros, hasta las provincias mesopotámicas. "Muchos elementos de la fauna que antes se encontraban en el sur, ahora solo se encuentran en los campos y malezales del noreste del país -dice Adrián Di Giacomo, coordinador de el Departamento de Areas de Relevo, de Aves Argentinas-. Aquí hoy sobreviven las mejores poblaciones de pájaros que no existen en otras regiones del mundo y que compartimos con pequeños territorios en Brasil y Paraguay". Por ejemplo la Cachirla Dorada (Anthus nattereri), el Tordo Amarillo (Xanthopsar Flavus) y el Yetapá de Collar (Alectrurus risora).
"Sin embargo, este último bastión puede desaparecer debido a la mala planificación del uso de la tierra -advierte Parera-. Sucede que los gobiernos difícilmente planifiquen un manejo de los campos acorde con las características geográficas y ecológicas."
"Corrientes se ha llenado de represas que inundan el suelo para que crezca el arroz, destruyendo un ecosistema nativo. Además, los pastizales y las plantaciones de yerba se están reemplazando por las de pino, que liberan resinas y sustancias que modifican el suelo, impidiendo el crecimiento de plantas autóctonas debajo. Las aves no tienen de qué alimentarse allí y este ábol carece de huecos para anidar", dice Di Giácomo.
"Corrientes y Misiones -insiste Parera- gozan de subsidios del Estado nacional muy generosos para la industria de la forestación, que en este momento se está volcando mayormente al cultivo de pinos. Y esto, si no se planifica adecuadamente, puede llegar a convertir a estos territorios en desiertos verdes."
"No estamos en contra de la forestación -continúa Parera-, pero hay lugares donde no se debería realizar. Por ejemplo, en los corredores biológicos, franjas de pastizales que comunican una reserva con otra y por los que transitan los animales intercambiando material genético con poblaciones más alejadas, lo que permite que las especies sobrevivan dentro de las escasa superficie de un parque. Tampoco debería forestarse en tierras que se inundan. No son redituables y por medio de los subsidios del gobierno todos estamos pagando una forestación en una tierra que funcionaría mejor para otro cultivo, el desarrollo ecoturístico o una reserva que conserve la biodiversidad."
"Cuando deforestan un bosque natural la gente se impresiona -observa Di Giácomo-. Pero nadie defiende los pastizales. Se cree que son terrenos sucios o descuidados. Y que sólo el árbol es símbolo de la ecología. Y, sin embargo, una planta exótica, como el pino, deja sin nido a una gran cantidad de pájaros. Existe una riqueza inmensa en los pastizales. Hay que pensar con cuidado antes de cambiar un pastizal lleno de vida por un pinar silencioso."
En el esfuerzo por ubicar los productos en un mercado que exige responsabilidad ecológica, las industrias cometen contradicciones. "Hoy, algunas empresas que tienen una alta emisión de carbono tratan de compensar sus daños comprando terrenos con pastizales para plantar pinos en ellos. Esta modalidad todavía no está muy difundida en los campos, pero hay que tener mucho cuidado, porque la cura es peor que la enfermedad", dice Di Giácomo.
No existe un parque nacional que proteja las especies del bioma más grande del país. Los pastizales ocupan medio millón de kilómetros cuadrados, el 20 por ciento de la superficie de la Argentina. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) recomienda preservar, al menos, un 10 por ciento de cada hábitat. Del pastizal pampeano y los campos mesopotámicos apenas está protegido un 0,3 por ciento, distribuidos entre las reservas de la bahía de Samborombón, Sierra de la Ventana y otras privadas más pequeñas.
Hay dos puntos que necesitarían protección urgente. Tres mil kilómetros cuadrados en San Luis, al sur de Villa Mercedes, donde todavía se conserva uno de los pocos pastizales en estado casi original. Desde hace algunos años, distintos grupos ecológicos luchan por que la tramitación del Parque Nacional Los Venados finalmente obtenga su designación legal. Y la otra región es la del norte de Corrientes y sur de Misiones, donde los pastizales alternan con pequeños manchones de selva, provocando un ecosistema único y muy peculiar: tucanes y monos son vecinos de los ñandúes. Además, es un territorio clave para muchas aves en peligro, por ejemplo la monjita dominicana (Xolmis dominicana), dos especies de yetapás y ocho especies de capuchinos endémicos de esta región.
"Uno acepta de buen grado que las mejores tierras sean destinadas al uso agrícola -sostiene Krapovickas-. Pero, entonces, se deben dejar corredores de pastizal que interconecten porciones de hábitat poco fértiles para el cultivo. Se puede tener una muy buena población de tordo amarillo en 50 hectáreas pero, si se encuentra aislada porque tiene cultivos alrededor, está condenada a extinguirse por no poder intercambiar material genético con otras poblaciones. En Buenos Aires, por ejemplo, la cuenca del Salado no es buena para cultivar. En todas las cuencas de lagunas se podrían crear reservas conectadas por corredores."
Para construir un corredor de pastizal sólo se necesita sacrificar una franja tan angosta como el terraplén de un ferrocarril. Esto no afecta la producción ganadera y agrícola, y además cuida el bien común. Todo espacio debe aprovecharse. "Los bordes de las rutas -dice Krapovickas- son un excelente corredor si no se corta el pastizal que crece a los costados."
La Fundación Vida Silvestre propone la creación de parques y reservas, la planificación racional del uso de la tierra dirigida por el Estado y el otorgamiento de incentivos económicos a los productores para que conserven el pastizal. "Los que no quieren forestar no tienen otra opción. El Estado no estimula económicamente al pastizal", protesta Parera.
Los que luchan por la conservación de los pastizales cuentan con una ventaja muy grande si se compara con los colegas de otras regiones. Los pastizales pueden regenerarse, si se los ayuda replantando especies autóctonas y combatiendo las exóticas, en 10 o 15 años. Sin embargo, reintroducir un ave extinguida es una tarea imposible.
Según los especialistas, si la situación no se revierte, al menos siete especies desaparecerán de nuestro país en los próximos diez años. Los nombres: yetapá chico, cachirla dorada, cauquén colorado, pajonalera pico recto, capuchino de collar, loica pampeana, tordo amarillo.
Operación Ñandú
Los ñandúes mueren por un buen brote de soja o de maíz. Sí, mueren literalmente, porque los agricultores los eliminan para no quedarse sin cosecha. Pero el dueño de una estancia de la zona del Palma, decidió que eso no era correcto y pidió ayuda a la Fundación Vida Silvestre. Gustavo Aprile, jefe del Programa de Rescate y Rehabilitación, viajó con un equipo de profesionales y durante cinco días de agosto último se dedicó a capturar ñandúes encandilados con reflectores en plena noche mesopotámica. Se consiguieron 21 ejemplares que fueron transladados a otra estancia vecina, que se está dedicando al ecoturismo y su dueño desea mantener el hábitat de la manera más natural posible. En esta zona, los nandúes estaban extinguidos desde hacía unos años.
El proyecto ecológico de esta estancia fue planeado con el asesoramiento de Diego Moreno, jefe del Programa de Refugios. Esta fundación asesora gratuitamente a todo propietario de un terreno que quiera buscar una salida productiva que contemple marcos de conservación de la naturaleza. Y se han puesto en marcha proyectos de diversificación que aprovechan y respetan especies autóctonas, como por ejemplo la recría del yacaré.
El aguilucho langostero como argumento político
En Canadá y Estados Unidos se invierten millones en el cuidado de la ecología. El aguilucho langostero (Buteo swainsoni) es un ave que migra desde América del Norte hasta nuestro país para evitar el frío del invierno. En el verano argentino de 1996 más de 20.000 ejemplares murieron debido a la negligencia de agricultores argentinos que utilizaron insecticidas en dosis exageradas.
La causa del abuso de un insecticida órganofosforado (el Monocrotofós) se debió a que las lluvias habían sido escasas y las tucuras (un insecto) amenazaban con alimentarse de las cosechas. El uso de dicho insecticida está prohibido para controlar tucuras, pero como es barato y potente, los agricultores violaron las reglas. En Canadá no está registrado, y en Estados Unidos está reglamentado para un uso muy limitado.
Nuestros vecinos del Primer Mundo pusieron el grito en el cielo. Hubo comisiones que vinieron para ayudar y educar a la gente. "El Estado también actuó rápidamente para revertir la situación. Probablemente haya habido miedo de las represalias económicas. Hoy, gracias a una acción conjunta, el aguilucho no está en peligro", expica Aníbal Parera, de la Fundación Vida Silvestre.
El INTA, el Senasa, los gobiernos provinciales, grupos ecológicos, amantes de las aves y empresas de agroquímicos trabajaron codo a codo. "Cuando poseen la información correcta a mano, los agricultores tienen una actitud positiva hacia el ambiente. Gracias a que ellos fueron concientizados, el Monocrotofós empezó a usarse muy poco -explica Santiago Krapovickas, de Aves Argentinas-. Otra cosa interesante es que la mortandad de aguiluchos estaba indicando un peligro real para la gente por exceso de un plaguicida muy tóxico. Esto fue reconocido por el Gobierno, que prohibió el Monocrotofós en 1999".
Hoy, en una localidad santafecina, Rafaela, todas las primaveras se festeja la semana del aguilucho.
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