
Bruno Stagnaro
Es el director de Okupas, la serie producida por Marcelo Tinelli que inauguró el realismo en Canal 7. Ahora, todos lo señalan como el responsable de haber marcado un antes y un después a la hora de recrear la vida en la tevé. El prefiere decir que es un artesano
1 minuto de lectura'
Miren bien. Ese que está ahí, en las fotos, rubio, ojiazul, es Bruno Stagnaro. Veintisiete años. Padre de Renzo, un muchacho de un año y siete meses. Esposo de Georgina, a la que se empeña en mentar como Geo. Hijo del también director de cine Juan Bautista Stagnaro (Debajo del mundo, Casas de fuego) y de una asistente social de nombre Elida. Muchacho de mirada clara que pide disculpas por los quince minutos de atraso, que lleva el pelo revuelto, mojado, y hace caso omiso del aroma a medialunas recién hechas para preferir una gaseosa pe hache siete, porque anda medio revuelto.
-Uy, ¿tantas páginas tenés que escribir con lo que yo diga? ¿Y qué voy a decir? Eso dice el hombre que en 1997 dirigió, junto con Adrián Caetano, Pizza, birra, faso, película que fue la primera de algo que nadie sabe demasiado bien cómo llamar, pero que tiene que ver con una mirada nueva sobre cosas que siempre estuvieron ahí.
-A veces me piden notas, y quedo como un cortado por no darlas, porque hay momentos en los que uno tiene algo para decir, y otros en los que no tiene nada. Y si no tengo nada para decir... para qué voy a hablar... ¿No? No sé... No... Se queda callado de golpe. Es la primera vez, pero lo va a hacer muchas más: cuando parece que está por agregar algo sumamente interesante, enmudece y mira desguarnecido, como preguntando: "¿Está bien?" -En las fiestas soy el-tipo-que-nunca-habla. Soy muy callado, en general.
Pero ahora se supone que el señor Stagnaro tiene algo para decir, porque desde el miércoles 18 de octubre ha puesto un pie en la televisión por primera vez en la vida. Su serie Okupas se emite por Canal 7, todos los miércoles a las 23, y hasta fines de diciembre, producida por Ideas del Sur. La productora de Marcelo Tinelli.
-Me interesa mucho laburar con un vínculo de dependencia, que haya alguien que sea tu jefe. Me convocan para hacer algo y aunque la idea es mía, estoy trabajando en una productora, lo cual si bien no es una película por encargo, se le parece un poco. Yo tengo la responsabilidad de que el producto funcione. Marcelo quería hacer algo que no involucrase grandes sumas de dinero y donde tuviese mucha presencia la realidad. Y yo tenía esto pensado. Y...
Otra vez. Enmudece. No, nunca pensó que Tinelli lo iba a llamar para hacer algo parecido a Videomatch. No, siempre tuvo clara la diferencia entre Tinelli como conductor y Tinelli como productor. No, gracias. No va a pedir otra gaseosa.
El primer encontronazo con el cine lo tuvo cuando debutó a los 12 años en el primer largometraje de su padre, Debajo del mundo. Lo que recuerda Bruno de esa filmación para la que tuvo que viajar a Checoslovaquia es una escena en la que estaba escrito que él debía llorar.
-Y yo no sabía cómo. Estaba traumatizado. Al fin aullé un poco, nada más.
Si estaban pensando que Bruno fue de esos chicos locos por el cine, capaces de no salir a jugar por no perderse una ceja levantada de Vincent Price, se equivocan. -Sí, de chico veía cine. Veía El globo rojo. La del Volkswagen.
-¿Cuál del Volkswagen?
-La del que volaba, la del autito.
-Cupido motorizado.
-Sí. Y las de Mojarrita, Delfín y Tiburón, todas ésas las vi. No era un intelectual del cine y tampoco lo soy. Mi gusto por el cine es... ¿ecléctico? ¿Está bien decir así, ecléctico?
-Sí, queda fino.
-Bueno, ecléctico. Me gusta mucho el cine que habla de personajes. Películas simples o épicas, pero con dimensión humana, como Al este del paraíso, que vi mil veces. Lo más intelectual que fui a ver en aquella época, para que te des una idea, fue El expreso de Chicago.
Hasta ahora, tiene una vida con pocas cuentas pendientes. Pero hay una, y grande: la música. Toca -mal, dice- el piano y la guitarra. Escribió algunas letras de bailanta para escenas de Pizza, birra, faso para ahorrarse unos pesos de Sadaic y los rasgueos que se le ocurren al protagonista de Okupas son de su autoría. También le gustaría escribir novelas. Y alguna vez acarició la idea de la ingeniería, y la aventura laberíntica de ser inventor.
-En un sentido sigo desorientado. No es que cierro todas las puertas y digo "Ah, no, yo voy a ser director de cine o televisión, y nada más". Sería injusto decir que hasta ahora la veta artística no me ha dado satisfacciones, pero no me siento talentoso. Me siento... artesano. Me gusta sentarme y pensar cómo hago para que algo funcione. Narrar algo y que la gente lo vea y se interese y se sienta identificada o no. Es como ser carpintero, agarrar un pedazo de madera y darle una forma. Para mí, escribir el guión es todo placer. Filmar es un sufrimiento. Filmar y sufrir para mí son sinónimos, porque nunca podés saber si esto que estás haciendo está bueno. El misterio del asunto para mí es tratar de recuperar el punto de vista que tenía cuando escribía el guión. Para mí, el mayor trabajo cuando filmo es reencontrarme con ese punto de vista inicial.
Puesto a contar, lo que quiere contar en cine es una historia de amor. Entre adolescentes. -Me parece que el cine tiende a mitificar todo lo que sean encuentros sexuales. Y eso en el espectador genera una distancia, porque la vida real es bastante más complicada. Y la primera relación sexual es más complicada todavía. Me gusta contar eso. Las inseguridades, los miedos, la intimidad. El tema de la exploración de los cuerpos de dos adolescentes. El cine con este tema por un lado es pudoroso y por otro exhibicionista. Hay algo ahí que me interesa. Dos adolescentes que hacen un pacto para explorar sus cuerpos.
Pero por ahora, y hasta fin de año, las lentas y bellas aguas del cine dejan paso al frenético, pero no menos bello, torrente televisivo.
-Me gusta. Cuando vuelva al cine me va a parecer el paraíso.
De su propia infancia y adolescencia recuerda poco. Una higuera en el fondo de la casa del barrio de Núñez, y el puente de La Boca apareciendo como un brontosaurio de hierro por la ventana de la casa de su abuela Nona.
-Lo veía desde el cuarto en que dormía cuando me quedaba en su casa. Esa es una imagen que siempre pongo en las películas. Apareció en Pizza..., y va a aparecer en Okupas. Me gusta mucho. Me parece que tiene... vida.
Recuerda que en su trunca carrera de inventor llegó a desarmar entera y sin solución una filmadora Súper 8. Que tiraba cosas al piso para levantarlas y poder espiar qué cosa había debajo de las faldas de las maestras. -Pero ahora, pensándolo, me parece que es más onírico. Como no tengo memoria, me invento recuerdos. Y este recuerdo probablemente sea inventado. No soy un tipo de andar acordándose.
Sí se acuerda de que en su casa lo criaron sin creencia religiosa, y que descubrió que ser ateo en el colegio era ser un ave extraña. Entonces se inventó una superstición privada, una especie de sincretismo religioso en el que todo lo que importaba era persignarse frenéticamente para que todo saliera como Dios manda. -En mi familia somos ateos, pero cuando estaba en el colegio todos eran cristianos o judíos. Y yo sentía que en algo tenía que creer. Mi abuela Nona era muy creyente, y me enseñó a persignarme. Entonces me persignaba cuando pasaba delante de una iglesia, sin que nadie se diera cuenta, porque en mi casa tenía que ser ateo. De pronto empecé a decir: "Para que todo vaya bien, veinte persignaciones". Me encerraba en el baño y hacía veinte veces la señal de la cruz. Eso siguió hasta que un día mi vieja me descubrió arrodillado haciéndome la señal de la cruz como un loco y me dijo: "Qué hacés, Brunito?" Y nada, ahí terminó mi idea creyente. Ahora creo en... en la fe...en la fe positiva. Por ahí suena medio pavote, pero creo en la fe de que todo va a salir bien.
Desde acá se ve que enroscado al cuello lleva un rosario.
Las cuentas blancas asoman como granos reventones de arroz debajo de la camisa. Extraño adorno para alguien que no cree en nada.
-Es una especie de amuleto. Era de la abuela de Geo. Tengo dos amuletos. El rosario... y esto otro. Rebusca dentro de la campera de jean y saca el otro objeto de su religión. El otro dios de su altar privado. Un autito rojo del tamaño de una almeja. Uno de esos juguetes que traen las golosinas. Una autobomba con cara y trasero que cabe en la palma de una mano.
-Este me lo dio mi hijo. No salgo sin él.
-¿Al punto de volver a buscarlo si te lo olvidás?
-Bueno, si estoy relativamente cerca, sí.
A los 9 años sufrió un golpe duro. Por cuestiones económicas, sus padres lo cambiaron del colegio privado italiano a uno estatal.
-Fue doloroso. Además, el colegio nuevo era público, pero tampoco tenía una mayoría de chicos de bajos recursos, entonces siempre tuve una cosa de sentirme que era el pobretón del curso. No podía hacer cosas porque no podía seguir el tren, y vestía todo eso de una cosa ideológica: "No, no voy al cine porque soy rebelde". No llegó a transformarme en un resentido, pero hasta el día de hoy soy muy culposo y me genera incomodidad la plata. Con Pizza... ganamos bastante plata, y la gran mayoría ya la gasté. Tengo una relación conflictiva, cuando tengo la plata, porque me siento culposo y cuando no la tengo, porque no la tengo. Tampoco me siento, "el muchacho proletario". La sensación fea era no encajar. Pero igual mi adolescencia no fue traumática. Y los momentos malos no me hicieron mal. Mi vida, en general, no fue traumática.
Una cosa recuerda con precisión. Una mala foto pegada en la memoria. Esta sí, indeleble. La abuela Nona se enfermó. Cáncer, le parece.
-Tengo una imagen muy dura de ella en el hospital. La tenían atada, porque además tenía arteriosclerosis y se estaba tornando violenta. No reconocía a nadie. A mí me reconocía. Yo estaba ahí, cuidándola, y fue un momento muy duro. Me marcó mucho la muerte de ella. Yo tendría 14 años. Y ver el declive fue terrible. Tengo algo de ella todavía. Una manta. Por esa época empecé a ir al cementerio solo, y así fue como empecé mi recorrido en solitario.
Paseo nocturno con curiosidad al fondo, podría titularse el cuadro.
En la época de la vida en que sus compañeros de colegio rodaban por la noche porteña enroscados en los cuellos pálidos de las muchachas en flor, Bruno salía a caminar. Tomaba trenes en plena noche y mucha luna hacia el Tigre. Escribía. Vagabundeaba por el centro. Se curtía el tornasol adolescente en caldo de fiebre de noches prestadas.
-Me interesaba mucho el tema de curtirse. Me interesaba curtirme voluntariamente. Sentí que mi ámbito era muy cerrado, y quería empezar a tener contacto con otras cosas. Siempre fue un contacto muy superficial, muy de afuera, porque soy muy tímido y no me da sentarme con un borracho a tomar y hablar, aunque me gustaría, pero no me sale. Era una etapa como de intentar buscar cierta oscuridad, pero una oscuridad muy impostada. Una oscuridad clase media. Una oscuridad... mediocre.
Y ahí, exactamente ahí, fue cuando Bruno empezó su metamorfosis. Con ustedes: Bruno Stagnaro. Coleccionista de imágenes.
-Lo mío siempre fue ir y mirar.
A Rubén, el hombre sin piernas que aparece en Pizza, birra, faso, lo vio una noche en la calle Lavalle. Lo encontró sin piernas, rodeado de chicos, se sentó en el piso y cantó las canciones que el hombre cantaba, lo guardó en la memoria, y cuando hizo la película pensó en él para hacer un personaje. -Ir a buscar es interesante. Siempre algo encontrás. Hace poco fui a la Isla Maciel. Estaba escribiendo un guión que quedó inconcluso y una de las variantes era que el pibe vivía en la Isla. Yo no conocía, y un día se me ocurrió ir. Fui una vez y no pasó nada. A la segunda vez, me afanaron. Fue lindo, igual. Eran dos pibes, tenían una navaja, macanudos los dos, pero estábamos en lugares encontrados. Yo les dije que era escritor, y me parece que no entendieron nada, pero creo que les generó una simpatía, porque me dijeron que me tomara un colectivo, porque los de la otra cuadra si no me iban a hacer daño. La verdad es que la saqué barata, pero todo bien. En realidad, creo que cuando uno hace esas cosas está buscando que pase esto. Va buscando un poco de... acción. No sé si me gusta el riesgo. Pero me gusta recolectar cosas.
Tengan cuidado. Pueden ser la próxima víctima del cazador de imágenes. Puede saltarles al cuello y entonces terminarán siendo el personaje de una tira del año próximo. La muchacha de la película del mes que viene. Carne de guión. Alma de celuloide.
Para espiar hay que ser invisible.
Por eso Bruno dice que quizá, cuando salga esta nota, se va a rapar. Para que nadie pueda decirle que lo vio en la tapa de la revista de esta mañana.
-Si no, no voy a poder seguir mirando.
Bruno Stagnaro. Fisgón.
-Tomo notas todo el tiempo de lo que veo cuando camino. Tengo libretas, o anoto en la computadora. Me gustan las cosas tenues. Charlas tenues. Una situación que siempre quiero poner es ésta: estaba mirando por la ventana y vi a dos chicas, de 13, 14 años. Una venía fumando, salían del colegio, y la que fumaba le dice a la otra que no sea tonta, que fume. La otra le dice que no, porque la vieja se da cuenta si fumó por el olor de las manos. Entonces la otra agarra y le pone el cigarrillo en la boca para que pite. Es una sutileza, pero me gusta eso. Me gusta toda historia que se cuente con sutileza. Y me parece que eso es el cine.
Lleva su ojo cargado de munición pesada a todas partes. Cuando salió sorteado para hacer el servicio militar, respiró hondo, preparó las armas, y allá fue. Camino a Puerto Belgrano. Su lente clavada en la cara.
-Fue una experiencia breve. Estuve diez días, y una noche la pasé tosiendo porque soy alérgico a la primavera, el polvillo. Fui al servicio médico y decretaron que era asmático. Me pusieron DAF. Deficiente Aptitud Física. Yo estaba encantado porque me iban a traer de vuelta. Pero, por otro lado, veías de todo: pibes que se morían por no entrar, y pibes que se morían por entrar porque ahí tenían techo y comida gratis. Yo tenía fe ciega de que lo mío era una cuestión antropológica. Miraba, y tenía fe que me iba a ir de ahí. No era ni rebelde ni sumiso. Yo observaba todo. Daba por sentado que me iba a servir. Ya estaba en primer año de la Universidad del cine, tenía idea de hacer cine. Y de hecho me sirvió.
Una vez más, canibalizó la realidad y la transformó en celuloide. De esa experiencia militar salió Guorisove, el corto de su autoría que se vio en cine en Historias Breves I, que contaba una historia en equilibrio perfecto entre la tragedia y la sátira: unos soldados argentinos en Malvinas no se enteraban del fin de la guerra hasta que eran descubiertos por un inglés que intentaba explicarles: "War is over", la guerra terminó. Los muchachos, claro, entendían el título del documental: Guorisove.
Las Historias Breves sirvieron también para que Bruno y Adrián Caetano se conocieran. Después, se enteraron de que había un concurso de guiones del Incaa. Faltaban dos semanas para el cierre, y escribieron enterito el guión de la pizza, la birra y el faso en los bares de Corrientes. Ganaron el concurso. Hicieron la película. Y entonces todos supieron que la pampa había parido un cineasta.
Ojos nuevos para el cine de acá.
Cuando se estrenó Pizza, birra, faso, los directores noveles explicaron llenos de orgullo cómo se habían filmado aquellas escenas en las que los protagonistas incursionan en el vientre del Obelisco para ver cómo es Buenos Aires desde arriba. Los medios exaltaron la ocurrencia de estos jovencitos: mostrar eso que siempre había estado ahí, pero desde adentro. El gran misterio bonaerense, develado en su más negra intimidad. Ellos decían que sí, que claro, que muchas gracias, señor periodista.
Bien.
Era todo mentira.
-Voy a aprovechar para decir que el Obelisco era una reproducción.
Dice Stagnaro, no como quien se quita un peso, sino como alguien que disfruta con una broma degustada a fuego lento.
-Nunca lo pude decir y es una deuda pendiente que tenía con el director de arte. La parte de la cúpula la hicimos en estudio y la escalera por la que trepan es una torre de agua. Lo que se ve del obelisco real llega hasta que se ve a los actores saltando la reja y abriendo la puerta. Desde ahí en adelante, es otro lugar. Porque aquel día primero saltaron los actores la reja del obelisco, después saltamos nosotros con las cámaras, hicimos esa toma, y al toque cayó la cana. Pero como estaba dentro de nuestros planes que eso pasara, habíamos llevado una cámara de video trucha. Cuando cayeron, les pasé a los chicos la cámara de 16 milímetros con la que estábamos filmando para que la sacaran y nos quedamos con la trucha. Y a la cana le dijimos que éramos unos estudiantes de cine apasionados, que nos disculparan, que éramos chicos, que no sabíamos que no se podía, que estábamos haciendo un corto. Y nos dejaron. Pero pasaron cosas más graves con la cana en esa película.
Y esas cosas más graves fueron, una vez más, utilizadas. Esta vez, en forma más bien directa.
-Hay una escena en la que los pibes roban un restaurante. Tenían que irse en un auto, dar la vuelta a la manzana y volver. Hacen la escena, dan la vuelta, y nunca más volvieron. Pasaron diez minutos, y fuimos a ver. Cuando llegamos había cuatro patrulleros, los canas con ametralladoras, los pibes con las manos contra el capot, las armas arriba del techo, un despiole grave. Se los querían llevar. Teníamos permiso de la comisaría para filmar en esa zona, pero la calle por la que doblamos pertenecía a la jurisdicción de otra comisaría, y no servía el permiso. Hubo que esperar a que llegara la gente de efectos especiales con los permisos para las armas. Fue una situación de m... pero la usamos en los títulos. Las primeras imágenes de la película, las primeras tres escenas, son de esa noche. Porque llevamos la cámara para que se amedrentaran y después... bueno, sí. Después lo usamos.
En el primer capítulo de Okupas, Stagnaro ya plasmó el episodio más bochornoso de su vida de voyeur. Porque si caza imágenes ajenas, el hombre también se ofrece gustoso en su laboratorio privado. El mismo es su cobayo preferido. La pieza más fantástica de su colección.
-Yo tenía 18 años. Estaba medio enamorado de una vecina, pero el romance terminó mal. La espié. Ya ven. El ojo que no cesa. Aun, en perjuicio propio. -Cuando éramos chicos jugábamos con ella en las bicicletas, esas cosas, pero lo que quería era verle la cara, porque de grande nunca me animé a mirarla bien a la cara. Justo la tenía en el balcón de enfrente. Tenía la sensación de que me gustaba, creía que estaba enamorado, pero dije: "Vamos a corroborarlo". Armé un teleobjetivo. No vamos a minimizar el acto voyeurista. Armé el teleobjetivo y me aposté en la ventana. Bajé la cortina para esconderme. Ella estaba en el balcón con la hermana, una amiga y la madre. Armé todo y cuando miré a través del visor, se me paralizó el corazón. La mina me estaba mirando. Y me saludaba con la manito. Y la hermana, y la amiga, y la madre. Todas haciéndome hola, hola, con la manito. Me quedé... helado. Fue un flash. No me arrepiento. Se te paraliza todo el cuerpo y decís: "No, no, no", pero por otro lado es un momento... sumamente interesante. Y eso aparece en Okupas, cuando en el primer capítulo el chico espía por un agujero de la pared a su vecina, y la vecina lo ve. Y bueno, qué le voy a hacer.
Suspira, resignado.
-Si no me gustara espiar a través de agujeritos, no me gustaría hacer cine.
Dice, y se ríe.
-A mí me gusta cuando el cine hace sentir al espectador que eso que ve en la pantalla le pasó o le puede pasar. Cuando vos sentís que no sos el único al que le está pasando.
Se pasa la mano por el pelo, mira hacia la calle, guarda la autobomba de juguete en el bolsillo de la campera de jean.
-Yo creo en el cine como un antídoto. Un antídoto contra la soledad.
Una ficción muy real
Hoy son apenas unas 300 mil personas las que siguen a Okupas a través de la pantalla estatal. Ese modesto rating es una fortuna para Canal 7, pero no hace que un producto televisivo trascienda el umbral de la masividad. Sin embargo, esas 300 mil personas son afortunadas. Serán mañana las que puedan contar que han visto en vivo y en directo uno de los saltos cualitativos más importantes de la pantalla chica local. Porque la miniserie Okupas es la fundadora de una nueva forma de hacer ficción. Marcará un antes y un después. Y su irrupción en el actual manso mundo de la TV herirá silenciosa, pero gravemente a quienes están convencidos de haber mostrado hasta ahora la vida tal como es. Okupas es una historia contada a fuerza de ignorar miedos. No teme herir susceptibilidades al mostrar una juventud decadente. Se arriesga a no ser políticamente correcta cuando apela a personajes de los márgenes: inmigrantes ilegales, dealers, enfermos de sida que deambulan como fantasmas. El caso es que la miniserie se respalda en algo tan obvio como la realidad, o al menos una buena porción de ella. Sus personajes tienen la palabra y los movimientos de sus equivalentes de los barrios porteños. Sus imágenes capturan escenas y paisajes de Buenos Aires y del Gran Buenos Aires como de una gigante escenografía de la que su director, Bruno Stagnaro, echa mano con la misma destreza que hizo de su película Pizza, birra, faso una acabada pintura social. Okupas no llegó para sosegar las almas de los espectadores. Más bien, su irrupción de cada miércoles deja en el paladar del televidente un sinsabor que se procesa gracias a la frescura de un relato que sabe ser cruelmente verdadero sin caer en bajezas. Y cuando llega la medianoche y un capítulo de Okupas ha llegado a su fin, junto con él no terminan los interrogantes. El factor inquietante de la miniserie reside en su capacidad de generar preguntas. Por el desaliento de una generación, por la capacidad del ser humano de adaptarse a la miseria, por la templanza necesaria para alejarse del borde, por la capacidad centrífuga que tienen los submundos para absorber cuatro vidas, la de los cuatro protagonistas, que deberían tener por delante horizontes en lugar de abismos. Fuera de la ficción, en la perspectiva de la televisión como industria, Okupas representa una esperanza. No sólo porque ha inaugurado una nueva forma de relato, sino por lo que significa su existencia. Que este programa sea un hecho no es un asunto providencial sino la conjunción de distintas voluntades. Por un lado, la de Canal 7, que busca un perfil ajeno a las fórmulas con certificado de garantía de las emisoras privadas. Por otro, la de su productor, Marcelo Tinelli, que eligió desarrollar experiencias arriesgadas y paralelas al confortable éxito de once años al frente de Videomatch. Por eso Okupas no es fruto de la casualidad, sino del coraje. No es una receta comprada en el mercado globalizado de la televisión mundial. Es la imagen dura, pero franca que devuelve el espejo de una realidad bien argentina, hasta ahora ignorada por la ficción de la TV.
1
2Los 5 perfumes de hombre favoritos de las mujeres en 2025, según la última actualización de Fragrantica
3La encontraron sola y hambrienta afuera de su carpa en el medio del desierto y realizaron un rescate casi imposible
4El YouTube para mascotas: así las podés tranquilizar ante la presencia de pirotecnia


