
Casinos Nada es como era entonces
Entre conflictos y escándalos varios, la ola de las casas de juego estilo Las Vegas avanza, cada vez más al alcance de los habitantes de la Capital. Mientras tanto, el templo marplatense de la fortuna parece declinar
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En una mesa de black jack del que fue el casino más grande del mundo, una señora de uñas muy rojas mastica un huevo duro mientras estudia los naipes que le han tocado en suerte. Luego extrae de la cartera una empanadita de copetín, y la devora.
-Vos no te imaginás lo que era Mar del Plata en los años sesenta -se lamenta el croupier.
Al fondo de la confitería ubicada al costado de las cajas, un grupo de jubilados aprovecha para dormir una siestita en los sillones de cuerina y otros recuentan los sándwiches para la cena.
Desde las 15, apenas la puerta comienza a girar, el Casino Central se convierte en una romería de vecinos que va a pasar el tiempo. Pocos juegan tan temprano, muchos merodean entre las mesas, pispean la suerte ajena, hacen cálculos en una libretita. Unos toman un café, vuelven más tarde. Entrada la noche, los juegos preferidos del argentino -ruleta, punto y banca- concentrarán la atención de una generosa mayoría masculina y no se verán señoritas como las de los avisos, con una copa de champagne en la mano y vestidas para matar.
En las salas de las máquinas tragamonedas ubicadas sobre la rambla, el 70% de la clientela del célebre Casino Central de Mar del Plata está compuesto por mujeres de edad avanzada que antes de ir al supermercado prueban fortuna durante dos horas.
Cuentan los empleados que estos slots o tragaperras son el juego preferido de las damas, capaces de vaciar el monedero en el vientre plateado de esos monstruos que escupen menos de un cuarto del valor depositado. Los setecientos aparatos actualmente explotados por la firma Boldt, la misma que abrirá el casino en el Tigre en noviembre próximo, están programados para boicotearle la razón a cualquier faquir: tal es su poder hipnotizador que nadie advierte cuánto tiempo pasó encerrado en la atemporalidad engañosa del neón. Y sobran atractivos para olvidarse del reloj: si completa un cupón con sus datos personales, marca del auto, ingresos mensuales y valor de su propiedad, obtendrá jugadas gratis en las máquinas de promoción y participará en un concurso por un viaje a Brasil o del sorteo de televisores veinte pulgadas. O bien, una invitación al baile del sábado en la pista redonda del bar.
Las cifras afirman que en el Casino Central de Mar del plata, los juegos de mesa, casi cien, y las maquinas electrónicas, congregan en temporada baja a unas 1800 personas por día, que gastan un promedio de 222 pesos y dejan en las arcas de la provincia de Buenos Aires un beneficio per cápita de 38,84 pesos. En verano, claro, la recaudación asciende: en 1998 llegó a 114.553.290 pesos, y dejóun beneficio de 19.730.556.
Sin embargo, los números no superan la nostalgia de quienes madrugaban contando los billetes ganados a los apostadores más importantes del país. "Era una cosa de locos. Venían cuarenta tipos en el vuelo de las siete de la tarde desde Buenos Aires y llenaban la sala especial -dice Daniel Rodríguez, hoy Presidente de la Asociación de Empleados de Casino-. Jugaban hasta las nueve de la noche y se volvían... Venían empresarios, actores... Sabíamos quiénes eran porque entonces no había tanta reserva. Yo fui cajero de la sala especial y viví experiencias increíbles, de recibir tipos que traían cajas de dinero para jugar, fajos y fajos que a la hora del recuento nos hacían arder los ojos. Después la gente empezó a irse. El mundo se abrió... el país cambió. Hoy los jugadores importantes buscan servicios que los casinos argentinos no están en condiciones de ofrecer".
No, los casinos no son lo que eran. Los tiempos son otros y la oferta de juego ha cambiado su fisonomía desde que el Estado transfirió la administración de las loterías nacionales a la órbita de los gobiernos provinciales, facultad que les había sido expropiada en 1944 por un decreto del general Edelmiro Farrel, en su intento por detener las graves consecuencias provocadas por la falta de una legislación adecuada.
Hacia 1995 las provincias concluyeron con la toma de posesión y hoy el 80% de las sesenta salas oficiales está explotado por empresas privadas que, mediante concesiones -normales o no tanto-, pagan un canon o usufructúan cerca del 18 por ciento de los beneficios obtenidos por la venta de fichas.
Pero el ritmo con que se lanzan bolas inaugurales no significa que la industria del juego atraviese por su mejor momento. Al menos, no en estas tierras donde, al revés de la tendencia, la recaudación ha disminuido considerablemente desde hace dos años, según afirman las autoridades de Loteria Nacional. La polémica apertura de dos salas a orillas del Río de la Plata promete resentir un negocio ya bastardeado por la creciente actividad clandestina, las eternas sospechas de lavado de dinero y, sobre todo, la migración de los apostadores fuertes que, obnubilados por la parafernalia norteamericana, prefieren viajar al exterior en busca de mejores servicios y mayor intimidad.
Sin ir tan lejos, el proyecto del Tigre amenaza con robarle la clientela a Mar del Plata. También a Gualeguaychú y a otros casinos del litoral, hacia los que hoy parten micros repletos cada fin de semana. El barco con aires del Missisipi amarrado en la Capital Federal intentará atraer al público del Conrad de Punta del Este y del lujoso casino de Iguazú, que actualmente ofrece los máximos más altos del país.
En ese contexto, hay pocas salidas para los operadores chicos que apuestan al juego limpio: o se conforman con las ganancias que deja el hombre común, a quien el casino le saca menos de 200 pesos por sesión, o bien se ajustan a la coyuntura. Eso significa mejorar la infraestructura, contratar un show, poner más máquinas tragamonedas, aumentar la capacidad de la banca y recurrir a las artes del junker, figura clave en los últimos quince años, desde que el paraíso lúdico lanzó una feroz política de seducción enviando representantes exclusivos a cada continente. Si bien más de 30 millones de turistas llegan espontáneamente, las poderosas cadenas multinacionales de Las Vegas se manejan por medio de profesionales que se encargan de procurarle a la banca un número permanente de apostadores gordos, capaces de cumplir luego con los plazos del crédito que, acorde con su nivel económico, le concede la casa anfitriona para que se divierta sin necesidad de tener efectivo en el bolsillo.
El junker hace un seguimiento de la fortuna del jugador: sabe si tiene bienes, el estado de su cuenta bancaria, cuánto es capaz de gastar. Sus honorarios están regulados por el Estado norteamericano, que fija una ganancia menor del 5 por ciento de lo apostado por cada cliente.
El visitante no rozará jamás el sueño de hacer saltar la banca -simplemente porque allí se trata de miles de millones cotizando en bolsa-, pero al menos, durante su estada podrá sentirse como un auténtico rey. Aunque los argentinos no van en pos de aquellos oropeles baratos. La motivación para soportar quince horas de vuelo es alejar miradas indiscretas y darle rienda suelta a la adrenalina.
"Ese es el encanto -afirma Bernardo Loffler, representante oficial del Caesar Palace en América latina-. Allá no importa cuánto juegue. Lógico, si usted es un jugador grande obtendrá más beneficios, porque ellos le dan todo: pasajes, consumición libre, shows, una suite de 500 metros con piscina adentro, sauna, jacuzzi, y hasta mayordomos privados. Además, en la sala lo recibe personal capacitado para manejar huéspedes de su magnitud, porque la empresa ya sabe quién es quién en el ambiente. La misión del junker allá es cubrir todas las necesidades de la gente que lleva: desde conseguirle las mejores ubicaciones en un espectáculo hasta obtener créditos más generosos. Es el único lugar del mundo donde le dan garantías de que nadie sabrá jamás cuánto ganó o perdió", dice, mientras se niega a dar los nombres de los tres argentinos que hace unos meses viajaron en un chárter al MGM y al Paris-Paris con 20 mil dólares en el bolsillo y retornaron con ganancias superiores a los dos millones.
Las autoridades de Lotería coinciden en que viven en la Argentina unos 1500 apostadores de semejante calibre, pero -según Lofller- sólo 200 viajan con frecuencia a Las Vegas. De ellos, apenas un 5 por ciento lo hace acompañado por sus esposas.
El primer casino clandestino, reza la leyenda, funcionó en el domicilio particular del matrimonio Cassini, cuatro siglos atrás en Italia, cuando éstos adoptaron la costumbre de entretener a sus invitados con partidas de naipes. El oficial se inauguró en Montecarlo en 1861, por iniciativa de la tatarabuela de Carolina Grimaldi, que convocó a un dudoso sujeto de apellido Blanc, fundador de una sala en Luxemburgo. Allí se enriqueció gracias a la rotella o ruleta.
Blanc cargaba con la responsabilidad de varios suicidios, por eso tomó la precaución de instalar en el peñasco del principado el único casino del planeta con cementerio propio. La leyenda agrega que en aquellos exquisitos salones se batieron dos récords históricos: 26 negros seguidos y un perfecto asalto a la banca de parte de un inglés de apellido Deville.
Fundado para la nobleza inglesa, amantes del póquer y cualquier cosa relacionada con las apuestas, en la actualidad Montecarlo le disputa la máxima calificación a los 21 clubes londinenses, que son como pequeñas boutiques refinadas, y sólo para exclusivos.
"Londres es el único lugar donde cuando se muere el papa usted entra en una tienda de juegos y encuentra la lista con los nombres de los cardenales para apostar, igual que acerca de si un futuro príncipe nacerá niño o niña", afirma Isaac Attias, un gibraltareño que comenzó su carrera en el Golden Nugget de Londres y dirigió salas de juego en Francia, Egipto y Marbella junto con los hermanos Lao, los catalanes de Cirsa que ganaron de manera sorprendente la licitación del casino flotante en la Argentina.
Desde hace cinco años, Attias dirige el paradisíaco casino de Iguazú, el único en la Argentina con infraestructura suficiente como para tentar a jugadores pesados, no sólo por el atractivo límite de las apuestas, sino por las cinco estrellas del hotel, donde alojan a brasileños, libaneses, argentinos y asiáticos que viven o trabajan en la vecina Ciudad del Este.
Iguazú comenzó a funcionar hace un lustro en el predio de un viejo parador, con la concesión de UMM, una fusión del grupo británico Universal, Mirage de Estados Unidos y Verjaya, de Malasia. Luego fue adquirido por el magnate Joe Lewis, dueño de Planet Hollywood, estancias en Bariloche y el Hard Rock Café, pero en 1998 tomó la posesión absoluta la firma Ogden, socios de Eduardo Eurnekian en Aeropuertos 2000.
Iguazú es la antítesis de Mar del Plata: aquí, las diferencias entre la gestión privada y la pública se hacen más que visibles. Hay piscinas con cascadas, lagunas artificiales, restaurante con buena carta y habitaciones decoradas a todo lujo.
También señores vestidos de negro, reloj de oro y habanos muy largos. Italianos con sacos de antílope blanco, zapatillas al tono. Brasileños ansiosos que deambulan por el salón desde las dos de la tarde siguiendo al pie de la letra los números recomendados por una vidente. Acá no está prohibido anotar las jugadas, pero sí vestir de sport después de las ocho de la noche.
Es lo menos que merece la sala, mezcla de trópico y club inglés: alfombras impecables, sillones de ratán, mesas de madera de teca y paño verde marca John Haltsey iluminadas con lámparas, un display que canta los números de la ruleta, bolitas de marfil lanzadas por respetables señoritas de vestido largo y zapatos dorados. Tres, exactamente, detrás de cada una de las 16 ruletas, donde la apuesta es de 200 pesos, 3000 en las ocho de black jack y 10.000 en las seis de punto y banca. Hay una ruleta electrónica y 120 tragamonedas.
Los viernes, las sesenta habitaciones del hotel suelen estar completas, gracias a los oficios de los representantes que envían aviones chárter desde Brasil o Buenos Aires. Se niegan a dar estadísticas de público. Más todavía a develar la identidad de alguno de esos caballeros de habano largo y reloj de oro. Sólo admiten que Amira Yoma ha disfrutado tres veces, nada más, de este hermoso lugar.
"El casino americano es un circo, magnífico, pero circo -sostiene Attias-. Tiene de todo. Tú ves barcos gigantes, góndolas en los canales de Venecia. En Europa no hay nada de eso. Son pequeñísimos y ni siquiera hay shows. Además, el público va solo. No necesita que lo lleven. Aquí, en la Argentina, no hay gente para ca-sino, tenemos que traerlos especialmente, porque si viviéramos del turismo nos moriríamos de hambre. Hubiéramos cerrado hace cinco años", confiesa molesto cuando se le pregunta acerca del lavado de dinero en un punto tan estratégico como la triple frontera.
"Me tienen harto con ese asunto. El lavado en el casino es un mito americano que trata de castigar a todo el mundo por un pecado suyo. Los norteamericanos usan las tres cuartas partes de la droga del mundo y para cubrirse de eso, castigan a los demás creando el mito. Acá tenemos las defensas necesarias. Además, se le da al cliente un cheque por lo que ganó, no por lo que trajo."
Con lavado o sin él, lo cierto es que los casinos en la Argentina son cada vez más privados y ajustados a las reglas de la aldea global. Lo que ocurrirá después de las elecciones, si hay un cambio de signo político, es -en cambio- una apuesta abierta. Esta vez, al contrario de lo que ocurre siempre, son los empresarios los que temen al fatídico cero.
Famosos en juego
Jugadores famosos ha habido cientos en la historia, pero entre los célebres fanáticos cabe mencionar primero a John Montagu, el marqués de Sandwich, un aficionado a los naipes que para no perder una partida comía dos tajadas de pan y carne, con tal de no abandonar la mesa.
El escritor Fedor Dostoievski dio muestras de la pasión que sintió por la ruleta dedicándole un libro al juego, responsable de sus miserias. Madame Pompadour cultivó cuanto vicio hubo por ahí, como no podía ser menos, era adicta a la ruleta. Pero atrás en el tiempo, el mismo Sófocles relata que Palamedes durante el sitio de Troya se entretenía con los dados, y que tal era el placer por el juego que le erigieron varios templos a la diosa de la Fortuna. Los romanos y los germanos adoraron los dados y hasta se jugaron la libertad en sendas partidas, reduciéndose a la esclavitud el que perdía.
Más cerca: el actor Omar Shariff es el mejor jugador de bridge del mundo e integra los grandes equipos de competición. Uno de los pocos que pudo torcerle el dedo a una banca de La Vegas fue el australiano, empresario de medios, Kerry Packer, que embolsó 20 millones de dólares en un pleno. Los casinos del Río de la Plata han sido y son testigos de ilusos que sueñan vencer cilindros: desde Hugo del Carril y Juan D´Arienzo hasta el escritor José Ingenieros, que pudo volver a su casa gracias a la colecta que organizaron los empleados del casino.
El empresario teatral Carlos Rottemberg confiesa que visita los casinos locales cuando está de paso, pero dice que jamás viaja a Las Vegas porque tiene miedo de volar. Guillermo Bredeston, actor, asiste con regularidad y meses atrás la fortuna le hizo justicia: ganó una cifra de varios ceros en un torneo de ruleta del Conrad. Gerardo Sofovich es de los pocos que no oculta sus viajes a Las Vegas o al Conrad, porque Mar del Plata le quedó chica. Allá lo recuerdan como un gran jugador, un caballero a la hora de aceptar los desaciertos.
No guardan el mismo afecto por Jacobo Winograd, vendedor de perchas y sandías que de joven empezó a jugar en Necochea y llegó al extremo de entrar despavorido en los locales de la desaparecida manzana 115, frente al casino de Mar del Plata, para empeñar el Mercedes Benz y la casa. Winograd vivió como un jeque en el hotel Sheraton, tuvo autos lujosos e intentó comprar la célebre Ferrari roja del presidente Menem con unos fondos ganados en Córdoba. Cinco veces hizo saltar la ruleta de la Ciudad Feliz. Hoy tiene "exclusión perpetua", según afirma, en todos las salas de juego del país. Ahora, apenas hace saltar el raiting de algunos programas de televisión, donde le pagan por narrar sus anécdotas íntimas.
Pero nadie perdió nunca tanto como doña Anita, una millonaria que dejó en el casino de Mar del Plata, de 1947 a 1968, en jornadas que se iniciaban a las tres de la tarde y terminaban de madrugaba, cerca de 260 millones de pesos. Perdedora nata, sólo en una noche dejó en la ruleta 2.500.000. Vendió hasta la última propiedad hasta vivir en un geriátrico. La echaron varias veces del casino central por su mal temperamento. No obstante, en virtud de lo mucho que le donó al Estado, reclamó una jubilación a modo de resarcimiento.
¿Juego limpio?
Salas de juego clandestinas donde los apostadores recitan una contraseña para entrar, un barco que recibe cachetazos desde el Gobierno de la Ciudad, la inauguración de otro casino en el Tigre que se posterga hasta después de las elecciones para ahorrarle un nuevo escándalo al gobernador Duhalde. La realidad parece demostrar que el juego limpio no está mucho más libre de mancha que el sucio.
De toda la lista de reproches a los proyectos, hay uno que no pasa inadvertido: los inversores privados que correrán el negocio tienen asegurada una ganancia millonaria, y para eso pusieron sus firmas el presidente Carlos Menem y el gobernador Eduardo Duhalde.
El caso del casino flotante fue tal vez el más escandaloso por la magnitud de este emprendimiento con ribetes kitsch. Por medio del decreto 600/99, el presidente de la Nación invirtió la distribución de las ganancias del casino: antes se reservaba el 20 por ciento de rentabilidad para los gastos de la sala de juego y el resto se destinaba a las áreas de deportes y desarrollo social. Ahora los porcentajes se dieron vuelta. La modificación se publicó en el Boletín Oficial apenas 15 días antes de que se llamara a licitación para el barco casino.
Pero eso no es todo, porque en el pliego no se fijaron límites para la explotación del negocio. Por el contrario, se dejó una herencia al próximo gobierno: la empresa adjudicataria podrá operar otro barco más cuando lo considere oportuno. Ganadora de la compulsa resultó Cirsa SA, una española que en su propuesta señaló en primer lugar su interés por ampliar la flota. Antes de que se resolviera quién había ganado la licitación, los españoles ya habían comprado el barco en Nueva Orleáns y estaban listos para trasladarlo a nuestro país. "Si no nos adelantábamos no llegábamos con los tiempos", se justificaron los inversores.
En España, Cirsa forjó un imperio. Se fundó en 1985 y ahora produce 700 máquinas tragamonedas diarias y tiene salas de juego en la República Dominicana, Rumania, isla Margarita (Venezuela) y varios países de Europa. En Barcelona, impuso un nuevo sistema que ellos llaman de ocio familiar, donde los mayores apuestan mientras los chicos ponen sus fichas en los videojuegos.
Como quien contrata a un plomero, el casino del Tigre se otorgó sin licitación previa al conjunto formado por las empresas Tren de la Costa (controlada por Santiago Soldati) y la norteamericana Boldt, a la que vinculan con el ex presidente George Bush. Como contraprestación por la construcción de un edificio en el Tigre, el contrato señala que los inversores recibirán el 50 por ciento de las ganacias de las máquinas tragamonedas durante 10 años, además del total de los ingresos que surjan de la explotación de locales gastronómicos y estacionamientos. Sugestivamente, la sala del Tigre tendrá cuatro veces más máquinas tragamonedas que el casino de Mar del Plata (2500 contra 650) y solamente 20 mesas, contra 120. La inversión prevista para la construcción del edificio es del orden de los 40 millones y, según las proyecciones, el costo se recuperará en apenas seis meses. En Diputados se formó una comisión especial para investigar el contrato. La comisión hizo dos intentos por revisar la documentación, pero el titular de Lotería, Jorge Rossi, le impidió la entrada. Rossi es un hombre de la costilla de Duhalde. Fue su funcionario de confianza cuando el actual gobernador daba sus primeros pasos en política como intendente de Lomas de Zamora.
En lucha
En la parroquia de Nuestra Señora de Loreto, en Palomar, cada martes se reúne un grupo de caballeros que no tiene más de 5 pesos en el bolsillo: padece ludopatía y por el resto de su vida no podrá tener ningún contacto con el dinero. Ese es el punto de partida de tratamiento de Jugadores Anónimos en Recuperación, organización fundada en 1957 por dos jugadores compulsivos de California.
En la Argentina existe un millón de jugadores compulsivos, pero sólo 600 asisten a las charlas del grupo. "Acá hay hombres que han apostado a la mujer y la hija, tipos que se han prostituido para conseguir dinero. Uno robó una sotana para pedir limosna en la calle. Todo por la ilusión del dinero, pero no por el valor, porque al jugador no le interesa el valor: puede jugar un peso o un millón. Es la ilusión... qué sé yo...", confiesa un anónimo de no más de 40 años. Más información, por el teléfono (15) 4412-6745. Atienden las 24 horas.






