De 1882. El “castillo” que impulsó la creación de una ciudad y hoy es el corazón de un barrio cerrado
Ángel Pacheco empezó a comprar las tierras en 1822; los sucesivos herederos la fueron agrandando y construyendo más edificios; hoy es el casco de El Talar de Pacheco
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La tarea es imaginar primero un palacio francés, sus ladrillos a la vista y los tejados negros. Achicarlo un poco, evitar el exceso de barroco y ubicarlo en el conurbano bonaerense. Más precisamente, en la ciudad de General Pacheco, partido de Tigre.
Los debates vienen después, y en realidad no son relevantes: ¿Es un palacio? ¿Un palacete? ¿Una mansión? Los tecnicismos sobran: los vecinos lo conocen como el “castillo”, y no importa su categoría real. En concreto, el castillo de Pacheco, ya que pertenecía a esta familia de la aristocracia argentina. Después, con los años, se fue conformando a partir del edificio y la estancia a la que pertenecía la localidad homónima al norte del Gran Buenos Aires.

¿Qué hace ahí ese castillo? ¿Qué historia cuenta del barrio original y del country El Talar de Pacheco, donde hoy ocupa el casco? Para responder hay que rastrear a los Pacheco, remontarse con ellos hasta comienzos del siglo XIX.
La casa de Ángel
Ángel Pacheco fue un militar argentino, comandante de las tropas de la Confederación en los gobiernos de Juan Manuel de Rosas, parte del Ejército de los Andes bajo las órdenes del general José de San Martín y protagonista en la campaña al desierto.
Amigo íntimo de Juan Manuel de Rosas, llegó a ser un gran estanciero. Tal es así que la mayoría de las tierras entre Tigre y Escobar, se dice, le pertenecían. Hay quienes aseguran que llegó a poseer 6000 hectáreas. Pero lo principal, lo que hoy rememora ese pasado, fue la estancia que su familia construyó.

Antes del barrio, antes de la estancia, a partir de 1822 Ángel fue comprando las tierras que originalmente llevaban el nombre de “Talar de López”, porque pertenecían a la familia López Camelo. Un talar, vale aclarar, es un ecosistema boscoso dominado por el árbol Tala. El castillo todavía estaba lejos de aparecer en los mapas. Lo primero que hizo Ángel Pacheco fue construir una casa de campo propia.

Sergio Di Sarcina, desarrollador del portal General Pacheco Web, investigador de la historia local y miembro de la Asociación Histórica y Cultural de General Pacheco, detalló: “Antes esto era todo campo. Ángel construyó un pequeño casco y empezó a trabajar en la agricultura. Tenía peones y demás”.
Ese pequeño casco, como todo alrededor, fue creciendo, mejorando. Le agregaron miradores, galerías, columnas. Hoy el edificio está catalogado como Museo Histórico Nacional. Así empezó el barrio. Así se abrieron las puertas para más infraestructura.
El castillo
Ángel murió en 1869. Uno de sus hijos, José Felipe, recibió su casa y las tierras de El Talar como herencia. “Él se instala ahí en busca de crear ya una ‘estancia modelo’. Con los años esto dejó de ser una casita en el campo”, contó Di Sarcina.
En 1876 llegó el ferrocarril a Campana. Ese campo alejado, perdido, se conectó con la ciudad. Aunque no tenía una parada propia, sí apareció proyectada en el trazado como General Pacheco. Muchos leen esto como un reconocimiento oficial del poblado.

Lo que empezó como estancia de agricultura, pasó a ser la residencia de José Felipe, por eso decidió construir el “castillo” en 1882. Este se convirtió rápido en un centro de opulencia en donde se juntaba la elite, se celebraban fiestas, se realizaban grandes eventos.
El diseño lo eligió cuando estaba de viaje en Francia. Ahí se cruzó con el plano de un castillo: “Por lo que inferimos, estuvo buscando modelos. Así consiguió un plano, no sabemos de qué arquitecto. Compró ese mismo castillo y lo construyó acá. Es decir que hay uno prácticamente idéntico en Francia. O sea, era como un catálogo: un arquitecto había hecho esos modelos, uno lo compraba, y listo, lo mandaba a hacer”, contó. Un castillo que se seleccionó como quien hoy compra un mueble.

En 1886 construyó, además, una iglesia gótica en el terreno, con materiales traídos desde Italia. El barrio empezaba a tomar forma. Pero el castillo en sí adquirió un rol protagónico en la zona, que viviría entonces su época dorada. Los Pacheco recibían en sus fiestas a grandes personajes políticos y de la aristocracia argentina, como Julio Argentino Roca. En 1902, por ejemplo, también lo visitó el entonces presidente de Brasil, Ferraz de Campos Salles.
El parque fue diseñado por el paisajista francés Carlos Thays, más conocido por el Jardín Botánico y el parque homónimo Carlos Thays. Todavía queda la “fuente de las sirenas”, cerca de la entrada. También hicieron una pileta de natación, rodeada por columnas griegas, y un anfiteatro en donde organizaban grandes obras. Adentro todavía se aprecia el estilo renacentista, las salas especiales: el hall decorado con armaduras y terciopelo, la “sala morisca” con mesa de billar, el salón para fumar.

De estancia a “pueblo”
La estancia empezaba a parecerse a una ciudad. “Durante los últimos años de vida de Ángel hubo un intercambio epistolar con su hijo en donde ya aparecía la idea de desarrollar un pueblo. Se empezaron a arrendar las chacras para productores, ya no peones de la familia, sino que se delimitaron los espacios y se alquilaron. Eso empezó a traer a personas que no dependían directamente de los Pacheco”, explicó Di Sarcina.

“No hay una fecha concreta de fundación de la ciudad como tal, sino que se fue dando de forma natural, por los inquilinos que arrendaban las tierras y que se fueron estableciendo. Después hubo un primer loteo en 1927. División por herencia y demás. Y ahí se fue formando”, agregó.
Antes de ese loteo, en su origen, según se cuenta en la página Pacheco Web, los límites de esas 6000 hectáreas eran los actuales Rincón de Milberg, Don Torcuato, Polvorines, Garín, Escobar, el río Luján, algunas islas del Delta y el río Reconquista.

A fines del XIX y principios del XX empezaron a mejorar los caminos. Construyeron un canal para llegar navegando hasta San Fernando, que en ese momento era una zona más poblada, o hasta el centro de Tigre. Hicieron una usina que le daba electricidad al castillo y mejoraron el puente Pacheco, ya que el original databa de alrededor de 1854. Incluso intentaron gestionar con la provincia de Buenos Aires para que les autoricen formar un municipio separado de Tigre. Pero nunca lo consiguieron.
José Felipe murió en 1894, y la estancia quedó en manos de su hijo, José Agustín, que explotó más la estancia con eventos. Se organizaba, por ejemplo, la famosa fiesta de “cacería del zorro”, al mejor estilo inglés. A veces salían trenes especiales desde Retiro para llevar a los invitados.

Por esa época construyó otro castillo, al que hoy le dicen “el castillito”. Era artista, y ese edificio funcionaba como su atelier. Pero vivió poco: murió en 1921, a los 42 años, y la estancia quedó en manos de su único hijo, José Carlos, de nueve años. Di Sarcina aseguró que este heredó también grandes deudas. En 1927 empezó a lotear la estancia privada, que se achicó a 60 hectáreas, y a proyectar la traza y la conformación del pueblo.
El loteo continuó por bastantes años. Se puede decir que ahí empieza una etapa de decadencia de los edificios que conformaban el casco. En 1976, su hijo, José Aquiles, heredó El Talar. Sería el último Pacheco dueño del castillo.
El barrio privado
En 1981, José Aquiles se suicidó. “Acarreaba problemas de poliomielitis que contrajo de chico. Algunos dicen que era depresivo. Y deudas también. Como no tenía hijos, la estancia quedó en manos de su segunda esposa y unos amigos. Y a principios de los 90 se vendió a un consorcio que decidió construir un barrio privado. Todo estaba bastante venido a menos”, aseguró Di Sarcina.

Pese a los herederos, la sucesión estableció que todo el personal continuara prestando servicios. Así lo contó Raúl Noguera, último chofer de la familia, para Pacheco Web. Después, cuando se concretó la venta y edificación del country, algunos recibieron indemnizaciones y otros siguieron trabajando ahí.
Entre la muerte de Aquiles y la construcción del barrio privado, continuó Di Sarcina, el castillo estaba “medianamente mantenido”, pero lo que fue la casa del primer Pacheco, Ángel, y las caballerizas “estaban en muy mal estado”. En ese momento fundan la Asociación Histórica, una comisión de vecinos que empieza a abogar para mantener esos edificios.

Aunque la casa de Ángel se declaró Museo Nacional, el castillo, dijo, no lo es. De todas formas, los dueños del country lo conservan “porque es la identidad del barrio privado”.
La asociación propuso a los dueños que se hagan visitas guiadas. Aceptaron, pero solo dos veces al año, en mayo y en octubre, y con cupos limitados, porque es un espacio residencial.
Visitas guiadas
La intención del recorrido es, sobre todo, darle la oportunidad a los nostálgicos de la zona de volver al terreno que alguna vez usaron para picnics, por ejemplo, incluso cuando pertenecía a los Pacheco. A otros, les permite conocerlo. Tiene sentido: para muchos los miembros de esa familia fueron “los padres” de la comunidad: organizaban eventos de navidad, festivales, toda una tradición propia.

Aunque la decisión de construir el barrio privado fue polémica en el momento, Di Sarcina le ve el lado positivo: ese traspaso de la tierra ayudó a que los edificios históricos no se perdieran en “el tejido interno de las calles de la ciudad”, y a que se mantuvieran en pie.
Del castillo en sí, hoy se puede visitar solo la planta baja, donde, aseguró, “están las mejores habitaciones: arriba solo son dormitorios relativamente ‘simples’”. Más arriba todavía hay otros cuartos que funcionan como hospedaje para los invitados de los propietarios.

También una sala llena de objetos –muebles, fotos– que un vecino rescató de la basura cuando empezó a erigirse el country. Aunque en varios blogs de viajes se habla, también, de túneles, solo se comprobó la existencia de uno que conectaba el castillo principal con el castillito, el atelier del hijo de Ángel. Pero nada de esto está abierto al público.
“No es un viaje turístico. Es una visita que en realidad se hace con la idea de que la gente de Pacheco pueda seguir visitando ese lugar al que iba cuando era joven o que se lo muestren a sus hijos. Contar, además, la historia local. Que eventualmente se pueda defender si alguien decide tocarlo”, remarcó.

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