Delirios de un vejestorio
¡Qué viejo estoy! Nunca pensé que iba a llegar a estos extremos, pero la vida es así y hay que tomarlo como una cosa natural. Y no me estoy refiriendo a reumas, artritis, achaques y calambres, no, ¡que va! A eso ya me acostumbré y llegué adonde estoy casi sin darme cuenta, con la hermosa sensación de que los años no pasaron, sino que se me quedaron ¡y cómo!
No me quejo. Estoy bien, sé como me llamo, recuerdo qué comí ayer (o qué no debí comer), todavía me da la cabeza como para recordar quiénes estaban a favor de lo que hoy dicen estar en contra y quiénes declararon guerras, masacres o disparates económicos que desvalorizaron mis ahorros. En eso, no te digo que estoy cero kilómetro, pero me mantengo razonablemente lúcido.
Pero hay un aspecto en el que mis siete décadas de vida salen a relucir; es la añoranza de pequeñas-grandes cosas que se han ido y que echo de menos. A saber: ¿recuerdan, queridos contemporáneos, cuando los baños del ochenta por ciento de bares y restaurantes estaban en la misma planta del salón? ¿Se acuerdan de aquel al fondo a la derecha (o a la izquierda, daba igual), pero en el mismo nivel? ¿Qué pasó? Hoy en día, y hace ya algunos años, la mayoría de los servicios están en el primer piso, en el entrepiso o en el subsuelo, y debemos llegar a ellos tambaleándonos por escaleras muchas veces tortuosas, estrechas, empinadísimas o resbalando por modernas rampas llenas de sorpresivos desniveles. Se trata de baños contra natura, puestos a presión para que quede más espacio para dos o tres mesas más, y no siempre en armonía ni con la arquitectura del lugar ni con nuestras vacilantes extremidades inferiores.
¿Recuerdan el short de baño? ¡Sí, el de las películas italianas de los sesenta, tipo Il sorpasso ! Eran sentadores y cómodos, tenían la forma de un calzoncillo boxer y eran lo suficientemente cortos como para llevarlos bajo el jean veraniego que nos sacábamos al llegar a la playa o la piscina; lo hacíamos bollo-almohada y ¡a recibir los rayos de un sol sin agresivos rayos cancerígenos ni agujeros de ozono! Si nos tirábamos al mar, se secaban raudamente y al gordito lo hacían lucir gordito; al lungo, lungo, y al petiso, petiso. ¡Qué diferencia con las siniestras bermudas que hace más de una década siguen reinando en playas, arroyitos y piscinas! Al gordo lo hacen lucir como una carpa de circo; al lungo, como un espantapájaros, y al petiso, como un enanito sin Blancanieves. Al salir del mar, río, arroyito o piscina, la gran cantidad de género hace que parezcamos esperpénticos pajarracos chorreando agua de forma espantosa. Por supuesto, quedan mojados por más tiempo y ¡ni hablar de llevarlos bajo un jean! No, ahora son prenda de playa, lobbies de hotel, vehículos y shoppings y de elegancia, nada monada, como dicen los españoles. Aquel short era tanto más sentador, discreto y elegante. ¡Claro, estoy hecho un vejete! Pero no lo puedo evitar. Recuerdo con nostalgia aquellas playas donde se escuchaban pregones de heladeros y vendedores de gaseosas y cubanitos mezclados con las radios portátiles desde donde atronaban los éxitos del Club del clan, Nino Bravo, Luigi Tenco, Rita Pavone, Los Chalchaleros, Edith Piaf y Frank Sinatra en abigarrado concierto con algo de caos y mucho de diversión y los comparo con el espantoso recital de ringstones de infinitos celulares y me quiero morir. Esos territorios de arena y agua no podían ser invadidos con ningún elemento alienígeno proveniente de la asquerosa rutina; eran lugares para no emplomar ni ser emplomados con estúpidas preguntas como "¿dónde estás?", "¿venís para acá?", "no te olvides del cumple de mamá" o "¡estoy llegando, esperame!" No, señores. La privacidad y el desenchufe, aunque fuera por un ratito, eran prioridades vitales.
Ya sé que no se puede volver atrás, pero déjenme el derecho de protestar porque no todo era mejor, pero había cosas que sí lo eran.
A veces sueño con mi short azul y negro a cuadros, corriendo por la playa, sumergiéndome en un Río de la Plata ¡limpio!, comiendo un choripán y bebiendo una gaseosa y, al sentir el llamado de la naturaleza, entrar en un bar y oír como respuesta a mi obvia pregunta: "Al fondo a la izquierda, joven". Me emociono. Sobre todo por lo de joven .
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El autor es actor y escritor







