Duelo migratorio: mate, juntadas y terapia por Zoom para superar la nostalgia
En pleno éxodo de argentinos, cuáles son las herramientas psicológicas para insertarse en el nuevo destino y superar las dificultades emocionales que implica irse a vivir fuera del país
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Cuando Alejandra Rosa, ingeniera en petróleo, llegó a Kristiansund, una pequeña ciudad insular Noruega, se aproximaban los meses más duros del invierno. En esos días de frío extremo y noches larguísimas, obligada a la vida indoors, no se perdió ningún episodio de Masterchef Celebrity y se la pasó amasando tapas de empanadas. “El mate lo retomé hace poco, en una videollamada con una amiga. Para mí, era sinónimo de juntada y volver a tomarlo me daba nostalgia”, reconoce Alejandra, que también empezó a hacer terapia por Zoom con un psicólogo argentino. Desde que emigró del país en noviembre pasado, está acomodándose a su nueva vida. La que eligió para ganar en tranquilidad. La que está descubriendo de a poco, ahora que allá es verano y el clima se siente más amigable en el cuerpo, a pesar de que hay días en los que el persistente viento le cambia los planes. Con el correr de los meses, Alejandra está haciendo su duelo migratorio, un proceso tan complejo como necesario cuando se deja el país de origen para empezar en otro desde cero.
“En Argentina trabajaba en una petrolera, me iba bien, pero con Francisco, mi marido, queríamos un cambio de vida, no estar tan a mil todos los días. Primero buscamos oportunidades en Neuquén y en otras provincias, pero no pasó nada –recuerda–. Hasta que surgió esta posibilidad en una empresa de ingeniería en Noruega y la tomamos”, cuenta esta porteña, que forma parte de ese enorme colectivo de argentinos que migraron en el último tiempo, en el que el éxodo se profundizó.

Con sus valijas cargadas de expectativas y sus dos gatas, emprendieron su nuevo desafío. Pero a pesar de estar segura del paso dado, cuenta que no es fácil. Migrar implica siempre renunciar a algo. A los cumpleaños, a las juntadas, a la familia y hasta a la calabaza, que en esa pequeña ciudad nórdica no consigue fácilmente. Lo único a lo que no estaba dispuesta a renunciar fue a sus gatas. “Se bancaron tres vuelos con sus tres controles migratorios. Fue importante traerlas porque con ellas nos sentimos en familia. En Buenos Aires éramos cuatro y acá seguimos siendo cuatro”, resume Alejandra.
El psicólogo Sebastián Girona cuenta que la cuestión migratoria empezó a ser un tema recurrente de sus pacientes hacia fines de 2018 y principios de 2019. “En esos años comencé a notar que muchos de ellos empezaron a irse del país o manifestaban el deseo irse, cansados o estresados de vivir en Argentina. Y casi al mismo tiempo recibía consultas de argentinos que ya estaban viviendo en el exterior y querían empezar una terapia con alguien que compartiera su cultura, su idiosincrasia –describe–. En ese momento empecé a destinar un día o día y medio para atenderlos de forma virtual. Hoy el ciento por ciento de mis pacientes son argentinos que viven en el exterior”, dice Girona, que acaba de convertirse él mismo en migrante: se fue a vivir a Barcelona, desde donde sigue con sus consultas virtuales.

En las sesiones, cuenta el especialista, surge mucho el aspecto psicológico de la migración: cómo lidiar con el desarraigo y cómo hacer el duelo que implica dejar el país, los afectos. “Es algo que conviene no subestimar porque en muchas ocasiones estamos pendientes de los recursos materiales con los que contamos para irnos, y no tanto de los psicológicos. No todas las personas están preparadas para emigrar: depende mucho del aspecto emocional, del momento en que lo hagas y de estar dispuesto a desplegar tus habilidades sociales para poder generar vínculos y construir nuevas amistades”.
Desde Madrid, Celia Arroyo, psicóloga española especializada en duelo migratorio, insiste en la necesidad de hacer la transición. “La decisión de migrar no es fácil, implica muchas renuncias, asumir que la vida en tu país continuará sin tu presencia, que no estarás en los acontecimientos importantes de familiares y amigos y que siempre tendrás un acento que te hará diferente. Aceptar todo eso, no solo en el nivel racional, sino también en el emocional, tiene todas las características de un duelo y por eso se le llama duelo migratorio. Un duelo migratorio mal elaborado puede traer problemas a futuro”, advierte la especialista.
Sin embargo hay personas que no pueden hacerlo porque se van muy enojadas de su país. “Es un mecanismo de defensa: se despotrica contra el propio país y se pondera exageradamente el de acogida –explica Arroyo–. Tiempo más tarde se dan cuenta de que han estado tratando de integrase tanto al nuevo lugar que no se pusieron a pensar lo que habían perdido. Están tan concentrados en su integración que, en cierto sentido, se desconectan de lo que ocurre en su interior. Y por mucho que uno logre integrase a ese nuevo país, nunca va a dejar de ser un extraño, y eso duele. El sentimiento de no pertenecer, de no ser ni de aquí ni de allí es difícil de asimilar porque hay una identidad que se resiente. En general, hacia los 5 y los 7 años se empieza a echar de menos al país de origen, y a encontrar los defectos del lugar de destino. Es el momento en el que se suele iniciar un proceso terapéutico. El duelo está resuelto cuando has aceptado lo que se ha perdido y tomás lo mejor de cada lugar”.
El ansiado equilibrio
En términos laborales y emocionales podría decirse que Delfina Bocca ya hizo su duelo migratorio. Después de 10 años de vivir en Londres, esta joven y talentosa arquitecta (es la única argentina que participa este fin de semana en la Bienal de Arquitectura de Venecia) al fin pudo empezar a construir una sólida carrera profesional: abrió Mother Studio, su propio estudio de arquitectura, y es docente en la Oxford Brooks University. En cuanto a lo social, al fin logró ese mix entre amigos argentinos y europeos tan necesario que se parece bastante a una familia. “Al principio fue difícil porque no salía nada a nivel laboral. Hasta que me anoté para hacer un máster en una prestigiosa universidad y ahí surgió la posibilidad de trabajar ni más ni menos que en el estudio de Zaha Hadid –cuenta–. Tuve una época en que me desconecté de los afectos, trabajaba mucho, no tenía tiempo libre y mis amigos eran los de mi trabajo, donde no había argentinos. Con ellos me conecté bastante después”, cuenta.

Recién con el paso de los años, Delfina fue sintiendo la necesidad de volver a sus raíces. “Antes prefería comer comida japonesa, oriental o cualquier plato de afuera, quería probar todo lo que una ciudad tan cosmopolita como Londres me ofrecía. Pero hoy quiero comer lo más argentino posible. Creo que forma parte de un mecanismo de defensa: al principio necesitás cortar y recién después, aprendés a valorar y elegir lo mejor de tu país”, plantea Delfina, que para su cumpleaños número 35 (la semana pasada) organizó una fiesta en su casa bien “argenta”: empanadas, vino mendocino y un rogel con mucho dulce de leche para compartir con sus amigos argentinos y de todas partes de mundo.
Barreras culturales
Entre las muchas dificultades que suelen presentarse, el tema de la lengua es de las más limitantes. Alejandra empezó a estudiar noruego meses antes de instalarse en el país nórdico, y eso fue clave porque pudo tener algo de vida social con sus compañeros de trabajo. “Ellos valoran que hables en su idioma. No te van a invitar a comer si tienen que hacer el esfuerzo de comunicarse en inglés. Lo pueden hacer una o dos veces, pero después, no”.
El idioma fue también una de las barreras que encontraron Marina Biedma y Delfina Benítez Cruz cuando llegaron a París hace más de tres años con la idea de viajar y probar suerte un tiempo. “Nos conocimos recién llegadas a París cuando nos fuimos a vivir juntas. Las dos quisimos viajar y tener una experiencia afuera, aunque nunca con la idea de irnos para siempre. Fue un viaje que se fue alargando indefinidamente. Recién ahora me animo a decir que voy a quedarme”, resume Delfina, que es psicóloga, y armó junto con Marina un emprendimiento llamado Chapelure París (para ayudar a latinos a instalarse en la ciudad luz). “Queríamos un nombre muy francés pero que al mismo tiempo remitiera a algo muy argentino porque chapelure significa pan rallado. Además habla de nuestra historia porque los primeros tiempos comíamos milanesas de berenjena y no podíamos quedarnos sin ese ingrediente”, explica Delfina. “Este proyecto lo armamos basándonos en nuestra experiencia y en la de nuestros amigos y en los golpes que nos dimos al principio –se sincera Marina–. Cuando llegamos ninguna sabía hablar francés salvo lo básico y la verdad, no entendíamos nada. Para abrir una cuenta en un banco, cerrar un alquiler, sacar un seguro médico o renovar la visa la realidad es que necesitás saber francés”.

Aunque reciben el llamado de muchos latinos que ya están en París, la idea de Chapelure es ayudar a las personas antes de partir. “Queremos brindar todas las herramientas necesarias para emigrar felizmente. En estos años hemos pasado por todo lo imaginable y le agarramos la mano a todos los trámites que hay que hacer”, dice Marina, que es periodista especializada en marketing. Pero más allá de lo burocrático, el hecho de que Delfina sea psicóloga ayuda también a ofrecer un servicio más integral: “Con todos trabajamos mucho el tema del deseo, del proyecto personal. Realmente hacemos un acompañamiento total porque además de todo lo burocrático, brindamos apoyo emocional. Las herramientas que aporta la psicología son muy útiles en estos casos de migración”, asegura Delfina.
Sucede que en plena era de las telecomunicaciones, los duelos migratorios no resultan más fáciles que antes. “En realidad, las videollamadas pueden reabrir el duelo –dice Arroyo–. Antes se migraba para no volver. Hoy se puede volver en todo momento. Pero nunca se vuelve igual. Yo no diría que ahora es más fácil que antes. Es diferente y hay que saber usar las herramientas disponibles a nuestro favor.”
Kit de supervivencia
- Relacionarse con argentinos: Los argentinos que viven en el exterior pueden ser de mucha ayuda en momentos complicados y ahorrarnos mucho tiempo de trámites engorrosos. Los expertos sostienen, además, que es importante tener contacto con ellos para expresar las emociones en el idioma materno. Por eso, antes de emigrar, conviene contactarse con grupos de argentinos que viven en ese país, y al llegar, organizar para verlos, establecer lazos e intercambiar consejos y tips para desenvolverse
- No idealizar el país de destino: Es casi imposible no idealizar el lugar al que se elige ir, pero conviene no cargarse de falsas expectativas. Es muy probable que haya dificultades y contratiempos que en general suelen ocultarse a los familiares para no preocupar o para no admitir errores al irse. El duelo es un proceso que tiene distintas etapas, no necesariamente lineales. Seguramente los progresos van a mezclarse con momentos de soledad, y el que emigra tiende a sentir que no va a encontrar contención ni allá ni acá
- Hacer algo “impensado”: “Algunos emigrantes, cuando llevan mucho tiempo fuera, se sorprenden a sí mismos haciendo y anhelando cosas que, de haberlas hecho en su país, les hubieran parecido ridículas”, dice Celia Arroyo. Gente que empieza a tomar mate en el extranjero, personas que buscan aprender a bailar tango o que cruzan la ciudad solo para comprar dulce de leche. También están los que se ponen la camiseta de fútbol cuando nunca lo habían hecho antes. Todo eso forma parte de la normalidad del que migra y son recursos psicológicos válidos
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