El americanismo según Rocky
La llegada de Creed a la pantalla grande volvió a encender la llama de la épica y del gran sueño que iluminó a los Estados Unidos. “Tuvimos que aprender a confiar uno en el otro”, dice el joven director Ryan Coogler respecto de Sylvester Stallone
Hay una secuencia de Creed, la nueva entrega de la saga de Rocky, en la que el ex campeón recibe una noticia abrumadora. Es un momento de quiebre en el film: dependerá de Stallone, de su reacción y de su gestualidad, que esa escena se vuelva verosímil y, por ende, la película se sostenga, o que, por el contrario, tropiece con la dificultad de esa interpretación dramática y, como le ha ocurrido otras veces, la trama se desmorone. Rocky tiene 70 años: la historia ha pasado por delante suyo y el rumor de una enfermedad palpita a su alrededor. Su mirada taciturna y sus manos atrofiadas condensan la gloria y el dolor de una vida tapizada de muerte, vaivenes y despedidas. Rocky, parece, camina sobre el humo de sus últimos puentes. ¿Podrá Stallone, cuyas líneas de expresión por poco sucumben ante los disparos del bótox, mostrarse vulnerable sin sobreactuar el dolor? ¿Habrá alcanzado este héroe de la recaudación hollywoodense la sabiduría performática? En definitiva, ¿actuará?
Su reacción es extraordinaria. Son unos minutos en los que el rostro de Stallone, engolfado de tristeza, se apaga, se deja caer: parece su abdicación vital definitiva. Es lo mejor de Creed, que aún con claroscuros, logra salir indemne del incómodo lugar de ser una película franquicia. Creed es una secuela de Rocky, es cierto, pero es una secuela lateral, una película que orbita alrededor del ex campeón, pero cuyo personaje central es Adonis Creed, hijo no reconocido de Apollo, el legendario rival de Balboa de las dos primeras entregas de la serie.
Pocas épicas modernas albergan dosis de americanismo tan vastas como Rocky. Pero no sólo el film guarda ese atributo –la fábula del batallador silencioso de gran estatura moral, hijo de inmigrantes, que vence innumerables escollos para trepar a la cima–, sino también lo tuvo su elaboración: la epopeya de Rocky es la epopeya de Stallone, un hombre blanco inclaudicable que, aún con escasos recursos técnicos y presupuestarios, conquista el planeta con una idea, la que le surge luego de ver en vivo la pelea entre Muhammad Alí y Chuck Wepner. Recordemos que Rocky, la original –con guión de Stallone y dirección de John G. Avildsen–, sacudió a la opinión pública internacional al conseguir el Oscar a la mejor película de 1976. Derrotó nada más y nada menos que a Taxi Driver, el canónico film de Martin Scorsese cuyo protagonista fue Robert de Niro. Época dorada de Hollywood, pocas veces dos películas iluminaron, al mismo tiempo, lados tan antagónicos del sueño americano, cuya industria cinematográfica, sobre todo en los años 70, supo explotar muy bien esas contradicciones. Si Rocky representa el triunfo de los valores éticos de su país, Taxi Driver es lo opuesto: un alegato demoledor sobre la sordidez y la alienación del sistema. Trepando victorioso las escalinatas del museo de arte de Filadelfia, Balboa grafica la movilidad social ascendente en un país que hizo de esa condición uno de sus mayores orgullos. América se golpea el pecho. Travis Bickle (De Niro), en cambio, retrata, con su empinada caída hacia los bajos fondos, el lado ominoso y psicotrópico de esa orgía de consumo en la que también se convirtió su capital cultural.
Pero Rocky se transformó en una industria en sí misma. Una de las tantas cualidades de la original es que dejó abierto el camino para las siguientes. Convertido en una estrella universal, Stallone tomó las riendas del asunto y comenzó a dirigir las secuelas. Las siguientes ya no cosecharon premios internacionales pero sí recaudaron millones y millones de dólares. La década del 80 estuvo jalonada por las batallas de ese semental italiano en las que, luego de derrotar a Apollo y conquistar el título, demolió rivales, perdió el título ante Clubber Lang (Mr. T), lo recuperó y hasta tuvo la audacia de abordar la temática de la Guerra Fría enfrentando a la amenaza soviética que encarnó Ivan Drago. Rocky era el orgullo de América. El gancho fue adecuado: Rocky IV (1985), además de provocar el divorcio de Stallone y su posterior casamiento con quien era la esposa de Drago en la ficción, Brigitte Nielsen, fue la que más recaudó de la saga: más de 300 millones de dólares.
Ambas peripecias, tanto la de Rocky como la de Stallone, estuvieron indisolublemente asociadas, porque luego llegó el declive, tanto biológico como cualitativo. Los tiempos y los consumos cambiaron. Hollywood, que se había llenado de sagas, se convirtió en un universo extraño. Rocky agotó sus músculos y Stallone se deslizó, con mayor y menor suerte –casi siempre menor– hacia otros terrenos y menesteres, algunos más resbaladizos. Mientras Nielsen se escapaba con su secretaria personal, Stallone sólo conseguía frustraciones comerciales en proyectos cinematográficos y gastronómicos. No en vano, Rocky V (1990), que fue un fracaso de crítica y taquilla, aborda la bancarrota económica del ex campeón, luego de que ha sido engañado por su cuñado. Pasó el tiempo y todo pareció acabar. Para colmo muere Adrianna, su amada esposa, aquella a la que Balboa dedica el título en la segunda entrega de la saga. Sin embargo, en 2006 Stallone, con su rostro convertido en una antología de inyecciones, se animó a filmar la sexta secuela de la serie, que mostró a un Balboa cincuentón pero en forma volviendo a los cuadriláteros por una causa justa. Parecía el fin, pero no.
Con Creed, su director y guionista, Ryan Coogler, de tan solo 29 años, logró urdir una trama que parece insuflarle nuevo aires a la franquicia. Creó una historia adyacente a Rocky y la convirtió en el nudo central del relato. Stallone interpreta a un Balboa otoñal y melancólico, golpeado por la muerte de todos los que lo rodearon. Vive solo, le duele el cuerpo y tiene rutinas de jubilado. Regentea un restaurante, viste jogging y mastica un escarbadientes cuando habla: es el destino que le guarda Hollywood a sus italianos post 60. De pronto aparece un muchacho negro que le pide que lo entrene. Es Adonis Creed (Michael B. Jordan, 28), el hijo de su gran rival, Apollo. Balboa dice que no, pero sabemos que es sólo temporario. En pocos minutos se genera una complicidad que va más allá de la que pueden lograr un entrenador y su pupilo. Hay química: Stallone y Jordan fundan una sociedad en la que se sostiene la película.
Coogler, el director, asegura que trabajó duro para hacer que Stallone alcanzara la mejor performance de su trayectoria. Lo ratifican las distinciones: obtuvo el mes último el Globo de Oro como mejor actor de reparto y está nominado en el mismo rubro al Oscar, ceremonia que se celebrará el 28 del actual.
Desde Los Ángeles, en diálogo con La Nación revista, Coogler admite que su mayor desafío era convencer a Sly de aceptar el papel: "Fue un desafío, y a la vez muy agradable, pasar tanto tiempo juntos trabajando. Tuve que convencerlo de que podía lograr el personaje que hizo. Nos convertimos en amigos íntimos, y tuvimos que aprender a confiar uno en el otro. Fue un proceso largo. Stallone tuvo que aprender qué tipo de personaje tenía que hacer".
También es notable cómo comulgan los dos personajes.
Absolutamente. Ambos tuvieron mucho respeto el uno con el otro. Tienen muchas similitudes (son talentosos y muy físicos) e hicieron conexión. Mi trabajo fue apoyarlos y lograr que ambos dieran todo lo que pudiesen. Y así lo hicieron.
A pesar de su juventud, Coogler es considerado uno de los directores más prometedores de Hollywood. Su opera prima, la sorprendente y cruda Fruitvale Station, le valió el reconocimiento del medio. Allí, Coogler relata un caso emblemático de abuso policial ocurrido en Oakland, California, en 2009. También protagonizada por Michael B. Jordan (una actuación deslumbrante), la película ganó el premio del Gran Jurado en el Festival de Sundance. "Veo conexiones entre Fruitvale... y Creed, absolutamente. En primer lugar, yo trabajé con los mismos colaboradores. Y creo que si bien hay muchas diferencias entre un protagonista y otro, hay, al mismo tiempo, fuertes coincidencias entre ambos. Y las circunstancias. Ambos pasaron por prisión y tienen padres ausentes.
Pero Creed también descuella por un aspecto un tanto impensado, algo que para Coogler aparecía como un desafío del tamaño de un portaaviones: ¿podría este talentoso californiano, que confiesa no tener un director preferido y que asegura que Un profeta (2009), de Jacques Audiard, es su película favorita, emular o al menos acercarse a tantos otros realizadores que hicieron maravillas técnicas filmando películas de boxeo? Desde Scorsese hasta Michael Mann, pasando por Clint Eastwood, Brian de Palma, Franco Zeffirelli o Quentin Tarantino, Hollywood supo, gracias a verdaderos prodigios cinematográficos, vampirizar toda la sangre y la potencia metáforica que este deporte podía darle. La respuesta es que sí, que Coogler, al menos en la manera de filmar, consigue hacerle honor a sus predecesores. Al igual que la secuencia señalada al comienzo (la de Rocky enterándose de una revelación), otra escena notable es una en la que la cámara acompaña desde atrás a ambos, pupilo y coach, por un pasillo hacia el ring. Son unos minutos en los que no hay diálogo, pero en los que el murmullo ansioso del público se contrapone con el idioma minimalista de los gestos. Una mano que se apoya en el hombro y que luego vuelve a su posición natural. Solo eso. El dragón espera allá afuera. Rocky y Adonis caminan hacia el cadalso.
"Hay un larga historia de películas de boxeo, es cierto. Grandes directores y actores han participado en grandes films, y es complicado hacer algo con tu propia manera. Lo que tratamos de hacer es crear opciones sobre cómo actuar, cómo pelear, etcétera."
Creed es, en definitiva, una historia de amor también, sostenida en la relación entre Adonis y Bianca, y Adonis con Rocky.
Claro, este tipo de películas suelen ser también historias de amor, en la medida en que se involucran en la vida de los boxeadores. En Creed, el rol de Bianca es muy importante, por el tipo de relación que se genera con Adonis. Yo creo, de todas formas, que la película trata sobre la identidad. Creo que tanto Adonis como Rocky tienen su propia crisis de identidad. Adonis busca saber quién es. Y lo consigue. Rocky ya no sabe quién es. Y a través del pupilo vuelve a reencontrarse con él mismo.