
El Quijote de Yavi: dos tomos para una historia
En la novela más reciente del jujeño Héctor Tizón y, como tentando a los investigadores, asomaba su punta el misterioso ovillo de una historia de tesoros bibliográficos
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"En la media mañana luminosa y tibia acompaño y guío a un amigo que viene de afuera y que está de paso por aquí, hacia lo que queda de la antigua casa del marqués, junto a la iglesia, en Yavi. Mi amigo es incrédulo pero discreto, hasta que nos acercamos al fanal donde desde no hace mucho está puesto a buen recaudo y lo ve: El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha -Compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra- Dirigido al duque de Béjar, marqués de Gibraleon, conde de Banalcazar (...), etcétera. Y al verlo, comprobando que no era de mi propia invención, no acaba de salir de su estupor. Este ejemplar, casi sin duda, corresponde a la edición de Juan de la Cuesta para Francisco Robles (I-1605; II-1615), Madrid. ¿Cómo ha venido a parar aquí, en este rincón altoperuano tan recoleto, ignoto y castigado por la intemperie y el olvido?" ¡Qué ingenioso, este Tizón, pensó esta cronista al finalizar la lectura del relato El ingenioso hidalgo de Yavi, de Tierras de frontera, el último libro que el escritor jujeño publicó por medio de Alfaguara.
Pero, ¡cuánto detalle! ¿Sería verdad? No. No podía ser cierto que tal publicación estuviera como perdida en un pueblito a 16 kilómetros de La Quiaca, allá donde se termina la Argentina. Tizón se había puesto el sayo de Borges y esta cronista caminaba en el borde de la trampa. La historia era definitivamente verosímil y no verdadera. Punto.
Claro que con preguntar nada se perdía. O casi nada. Podía ser una buena oportunidad para hacer el ridículo. O provocar risa y ser la protagonista de la última anécdota en los encuentros de escritores vernáculos. Bastaba con levantar el teléfono y preguntar. Pregunta, paredón y después. Mejor en otro momento.
Y los días pasaron y la curiosidad, como al gato, mató a esta cronista. El teléfono suena allá lejos. Llama. San Salvador de Jujuy no está acá a la vuelta. Pero llama. Pasan algunos segundos y de pronto es gracioso llamar a los pagos de la llama que llama. Hay que evitar la dispersión. Sobre todo si se llama a un juez de la Corte Suprema jujeña, que es el otro oficio de Héctor Tizón entre libro y libro.
-Hola... -dice el escritor y lo que sigue es la conversación habitual. En fin: que quién es uno, que quién es el otro, que Tierras de frontera, que El Quijote de Yavi, y finalmente... que sí es cierto.
-Claro que es verdad. Yo los he visto a esos libros. La primera vez que los vi fue en los años 70 y estaban ahí, en Yavi, como cualquier otro libro. Estaban en uno de los estantes de la biblioteca.
-¿En el de literatura española?
-No. ¡Qué literatura española! En la biblioteca de Yavi están todos los libros mezclados.
-¿Y siguen estando ahí?
-Sí, claro.
-¿Y si voy para allá voy a poder verlos?
-Pero, ¡claro! Venga nomás.
Camino a Yala Héctor Tizón trabaja en San Salvador de Jujuy, pero vive en Yala, muy cerca de la ciudad. No es necesario tener su domicilio exacto. Al entrar en Yala sólo hace falta preguntar cuál es la casa de Tizón y alguien -cualquiera- de inmediato la señala.
El perro del juez llega hasta la puerta primero que el amo. Y nos sigue hasta la sala de estar donde al porteño lo apura la curiosidad, pero lo calma el lento paso del tiempo de provincia.
-Empecemos por el principio. Usted dice que en una biblioteca de Yavi vio las dos ediciones del Quijote, la primera de 1605 y la segunda parte de 1615.
-Yo los vi en la biblioteca de Yavi, que ahora está en la Casa del Marqués, que la han restaurado hace unos treinta años, antes de la dictadura militar. Era una biblioteca con cosas fabulosas que después fueron desapareciendo, que no creo que se fueran robando porque quién se los va a robar...
-¿Usted dice que los usaban para emparejar los muebles?
-A lo mejor. Ahí he descubierto yo esa edición del Quijote que si no es la princeps es la segunda edición.
-Cuénteme con más detalle.
-Creo que esos libros estaban en la Casa del Marqués y luego se unificaron con otros libros de la Biblioteca.
-¿Y estaban ahí como cualquier otro libro?
-Yo saqué uno de un estante. Y entonces, les dije: "Este libro cuídenlo". Y después, cada vez que iba, les decía lo mismo. Entonces, me miraban con respeto, pero como diciendo: "Usted cuídese de los rayos que aquí son frecuentes". Y alguien me dijo después: "No lo repitas ni publiques ninguna nota porque se los van a robar lisa y llanamente o va a venir alguien y los va a comprar y va a dar 100 o 200 dólares y se los va a llevar. Entonces, va a haber que ir a consultarlos a Wisconsin o alguna parte así". Hasta que parece que escucharon y ahora están en un fanal.
-Pero no le creían...
-A mí nadie me creía porque yo lo contaba entre amigos. Ricardo Piglia creía que era un cuento mío hasta que fue conmigo y los vio.
-Es que en su libro usted cuenta, además, que pertenecían a un marqués que terminó peleando en el ejército de Belgrano...
-El marquesado se remonta a cuatro generaciones antes de este marqués. Ese es el cuarto marqués: don Juan José Fernández Campero, marqués del Valle de Tojo, vizconde de San Mateo, conocido popularmente como marqués de Yavi.
-¿Contamos cada generación unos cincuenta años?
-Más o menos.
-Habrán venido por el 1600...
-Sí, sí. Ese marquesado abarcaba todo lo que es Yavi, no solamente el pueblito de Yavi, sino las extensas tierras de lo que es el departamento de Yavi. La Quiaca es una ciudad moderna, fue fundada por el ferrocarril en 1910. Todo lo demás es antiguo. Y era dueño de la encomienda de Casabindo, de la encomienda de Cochinoqui y de la encomienda de Rinconado. Vale decir, de la mitad de la parte montañosa de Jujuy. Es muy rica la historia de este hombre y hoy es como si este marqués nunca hubiera existido porque tuvo la mala pata... Este hombre contribuyó con dinero y con gente para formar un regimiento que formaba parte del Ejército del Norte. Pero era tan gordo que por eso no pudo huir. Los realistas lo apresan y nunca más vuelve, creo que muere en Jamaica. El tenía herederos. Todavía hay herederos aquí, pero ya no tienen el marquesado, claro.
-¿Por decadencia familiar?
-Uno vende un cuadro, otro vende las joyas, otro vende las tejas, y así.
-¿Qué hacía usted en Yavi cuando descubrió al Quijote?
-Ah... Yo vagabundeo. De vez en cuando salgo a visitar los pueblos.
-Puro azar.
-Ah, sí sí. Hasta la llegada de la televisión, que fue en 1966, era muy curioso ir a los pueblos que todavía tenían la herencia sarmientina. Cada pueblito tenía su biblioteca y la gente iba a la biblioteca y pedía sus libros.
-¿Y estos libros tienen esos sellos que usan las bibliotecas?
-No, no. Nadie los tocaba. Creo que nadie leía. Ya para la época en que fui si quedaban uno o dos lectores era mucho.
-¿Usted colecciona libros?
-No. Sólo los leo.
-¿Nunca quiso averiguar cuánto podían llegar a valer?
-No.
-¿A cuántos amigos se los mostró?
-A algunos más. Y siempre se repite la misma historia. No me dicen nada hasta que los ven.
-Le siguen la corriente por cortesía. Pero, ¿ninguno pensó que tendrían que estar en la Biblioteca Nacional?
-Supongo que alguno habrá pensado eso, pero no lo dijo. Ahora, si vamos a llevar todo a la Biblioteca Nacional, a la Catedral de Buenos Aires o al Museo Histórico de Luján, el resto del país no va a tener nada.
-De modo que nadie idóneo se ha acercado hasta allí para certificar el origen de los libros.
-Nadie. Igual es mejor que sigan creyendo que es una mentira mía porque en cualquier momento los van a vender y los vamos a tener que ir a ver a Princeton.
Trescientos kilómetros de curvas, ripio, paisajes de montaña, llamas y cactos, es el camino ascendente que separa San Salvador de Jujuy del pueblo de Yavi. De pronto, desde las alturas se asoma amarillo, ocre, verde y silencioso el pueblo de Yavi. Son horas de la tarde y los niños pastores coloridos y pequeños vuelven a sus casas, solitos si no fuera por sus majadas. No quieren ser fotografiados y con increíble habilidad y cortesía esquivan a los extraños. Todo lleva su tiempo en este pueblo ignorado a principios del siglo XX por las vías del ferrocarril. De a poco se pregunta y van llegando las respuestas. Una de ellas lleva a la Casa del Marqués.
No es complicado llegar hasta lo que fue la lujosa vivienda del aristócrata devenido paisano. La casa, de estilo colonial, se abre en un gran patio interior a cuyos aires y soles dan todas las habitaciones. La primera puerta tiene un cartel: "El juez de paz atiende los lunes, de 8 a 13, y los jueves, de 8 a 13". De frente, está la Biblioteca Popular, subvencionada por los gobiernos de la Nación y de la provincia. Una mujer se asoma tal vez extrañada de escuchar pasos y voces con acento de visitante.
Constantina Lamas sonríe como buena anfitriona y como buena bibliotecaria invita a pasar y a ver su refugio de 6000 libros. "Yo no soy bibliotecaria, pero atiendo la biblioteca", aclara puntillosa. Hace diez años que solícita les presta material de estudio a los chicos de la primaria de Yavi que van, por la tarde, a hacer sus tareas.
Hace años, el primer día de trabajo de Constantina ya la encontró en la Casa del Marqués. Cuenta que antes, desde su fundación en 1911 hasta la década del 70, la repartición funcionaba en otra parte: "De la plaza, arriba. Ahora está el teléfono público ahí". Por eso no sabe con precisión cómo fueron a parar allí esos dos libros.
Porque allí están. Dentro del fanal de madera y vidrio, algo maltratado por el tiempo, hay dos libros.
Uno, abierto en la primera página, idéntica a aquellas que vieron la luz en el siglo XVI. "Año 1608", reza a izquierda y derecha del escudo del impresor: un halcón con capirote posado sobre una mano, debajo un león echado y la leyenda Post tenebras spero lucem. "Con privilegio. En Madrid. Por Juan de la Cuesta. Véndese en casa de Francisco de Robles, librero del Rey nuestro señor", completa la página.
El otro libro, expuesto en la mitad de su relato, lleva escritas sus señas de identidad: El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha. Segunda parte.
Ahí están. Iguales. El primero responde a una reedición de 1608 de la obra maestra de Cervantes. El segundo, a la edición de la segunda parte de las aventuras del noble caballero publicadas por primera vez en 1615. Ahí están. Demasiado joven el papel, sin embargo, para ser del siglo XVII.
Entonces, con divina oportunidad aparece Lidia Games, la vecina que hoy tiene las llaves de la iglesia. Su preocupación, explica Lidia, es que la gente de Bellas Artes que debe limpiar los altares de madera laminada en oro de la iglesia hace cuatro años que no aparece por el pueblo. Pero mucho antes, en los años 70, antes de la mudanza de la biblioteca a la Casa del Marqués, era ella la bibliotecaria.
-Cuando la biblioteca se mudó, ¿encontraron libros del marqués?
-Nada había. Ni un libro.
-O sea que estos dos libros ya estaban en la biblioteca donde ahora funciona el teléfono.
-Seguro. Todo estaba ahí.Todos ya estaban en la biblioteca.
El fanal tiene una cerradura. Pero no hay candado. Y si se mira bien tampoco hay cerradura. Alguien había abierto la cerradura por la fuerza.
-No está digamos rota -explica Constantina-. Nada más los tornillos se han robado.
-¿Para qué?
-Debe ser para ver los libros, me imagino.
El fanal puede abrirse. Y se abre. Y las manos de Constantina, con cuidado sacan uno a uno los dos libros. La edición de 1608 (tercera edición de Juan de la Cuesta) tiene una dedicatoria escrita a mano en la página izquierda. La tinta azul oscuro, o quizá negra desteñida por los años, dice: "Como testimonio de (palabra ilegible) al Centro La Unión Aspirante. (Firma) Mario P. Castelli, La Quiaca. 9-02-1915".
Tres años después de la creación de la biblioteca, Mario Castelli le había regalado estos dos libros a la Unión de Comerciantes de Yavi, fundadores de este lugar. Las posibilidades de que un buen señor, en 1915, hiciera un obsequio de la valía de dos piezas del siglo XVII carecía de sentido. Y ya Lidia había asegurado que del marqués nada había quedado.
Constantina manipula el libro con ternura y un poco de susto. También, por pedido, lo cierra para ver la portada que revela su verdad: "Edición facsímil en Barcelona por Montaner y Simón editores 1897. Tomo I". Una leyenda exactamente igual aguarda en la tapa del segundo tomo.
Esa doble publicación de Montaner y Simón reprodujo para los investigadores y bibliófilos las marcas originales de Cervantes y, como duplicados fieles que son, mantienen las letras del escritor limpias de su posterior modernización y conservan, por lo tanto, hasta los errores del imprentero.
Entonces, se descubre que esos ejemplares están allí como testimonio y único rastro de un Yavi de otras épocas en que los comerciantes del pueblo, de vocación sarmientina, cultivaban el afán por la lectura. Fueron Pablo Guzmán, Lucio Ruiz, Mamerto Salazar, Francisco Farfán, Francisco Ibarra, Angel Maidana, Angel Salazar, Pascual Ruiz, José Sotelo y Fortunato Farfán, entre algunos otros, los visionarios fundadores de una biblioteca que todavía sirve a estos pastorcitos que van del rebaño a la escuela primaria.
Y fue un amigo, Mario Castelli, el que en señal de amistad quiso en 1915 donar los libros. Hace quince años que Constantina trabaja en la biblioteca y sólo recuerda a dos personas -ahora serán cuatro- que hayan ido exclusivamente a ver los dos tomos del Quijote.
La ruta del descenso, los cactos, las llamas -que definitivamente no llaman-, San Salvador de Jujuy y un vuelo en avión se precipitan en el regreso. Como si al volver el tiempo adquieriese la velocidad de Buenos Aires.
Más rápida aún, la Internet abre el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español, del Ministerio de Educación y Cultura de la Madre Patria. El site busca "El ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha/compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra. Barcelona: por Montaner y Simón, 1897. Reproduc. facs. de la Ed. de En Mad.: por Juan de la Cuesta, 1608-1615". Y responde con: "Ejemplares encontrados: 2". Uno en Zaragoza, en el Palacio Arzobispal, Patrimonio Diocesano de la Iglesia. El otro, en una biblioteca privada de Castilla, La Mancha, ejemplares sin permiso de difusión.
Más cerca, en Buenos Aires, un librero de rarezas y antigüedades, ciertamente importunado en sus quehaceres, acepta con desgano la consulta. Estima que el valor de esos ejemplares oscila, de acuerdo con su estado, entre los 280 y los 350 pesos. Asegura que se consiguen en el mercado con cierta facilidad.
De este lado, las preguntas en principio no coinciden con la información del catálogo bibliográfico español con el diagnóstico del especialista.
Entonces, por un motivo menos sentimental que providencial, la búsqueda se detiene abruptamente. El pensamiento silenciosamente retorna a Yavi. A Constantina. A Lidia. Al fanal sin llave ni candado. A ese pueblo que se levanta en torno de una iglesia y una biblioteca que guarda, atendido por unos rústicos y amorosos dedos, un tesoro -ya no importa- real o imaginario, un Quijote escondido de las tentaciones del mundo, de los mercaderes del siglo XXI y a salvo, una vez más, de que le pongan precio a su historia.
Agradecemos el apoyo de la Secretaría de Turismo de la Nación






