El rojo, ese color vivificante
Leo que el rojo será uno de los signos visuales dominantes del otoño/invierno 2017 en el hemisferio norte. Aunque descreo de las tendencias, ésta la celebro: la moda necesita una copiosa transfusión de color –y ningún otro es, por cierto, más vivificante–.
Un gran momento rojo tuvo lugar en marzo pasado, con la presentación de la colección de otoño de Givenchy. Tras la partida de Riccardo Tisci, diseñador estrella de la casa, el equipo de colaboradorxs a cargo del interín presentó una colección de 27 modelos, emblemáticos de la estética de Tisci, pero reproducidos, de la cabeza a los zapatos y de las joyas a las carteras, en un rojo vibrante. Excelente recurso, por cierto, el de apelar a un color imborrable y osado, para hacer de un momento de pasaje, destinado a pasar sin pena ni gloria, una fecha memorable, incluso comecialmente: lxs fans del modisto italiano no tardaron en hacer de cada pieza un objeto de colección. Es que el rojo es ganador para quien se atreva a apostarle y a llevarlo, él tan caliente, con la sangre fría, el cool, que exige.
Otro sarto italiano, el más grande sin duda, Valentino, hizo de una cierta tonalidad de rojo su marca de identidad: el rosso Valentino es hasta hoy un elemento primordial del sistema de glamour impenitente que él orquestó a lo largo de cinco décadas. Cuando hace ya unos años se retiró, le pregunté, durante una charla para Vogue Italia, qué sensación esperaba que produjeran las mujeres que vestía. “Que al verlas les digan: ma sei favolosa!”, me respondió al instante. Y al instante yo vi, sin la menor dificultad, una mujer en estado de fabulosidad, envuelta en la suntuosa irrealidad de un gran vestido de noche de Valentino, por supuesto rojo.
También gran devota del color de la pasión amorosa fue otro gran mito de la moda, Diana Vreeland, gran editora de moda de Harper’s Bazaar, luego directora de Vogue y finalmente inventora de las grandes muestras de moda del Costume Institute del MET de Nueva York, con sus galas de inauguración hoy celebérrimas, y gran maximalista en cuestiones de estilo, quien escribió: “No puedo imaginar que el rojo aburra, sería como aburrirse de la persona que se ama”. Lo definía como un agente esclarecedor, “vívido, purificante y revelador”, que “vuelve bellos a todos los otros colores”.
Aún otro personaje original, gran transformadora del devenir de la moda, Rei Kawakubo, fundadora de Comme Des Garçons, sacudió los años 80 con dos potentes choques de color: primero, al debutar en París con su uso intransigente del negro, que plantó, de par con su compatriota Yohji Yamamoto, como insignia de un nuevo vínculo entre lxs usuarixs y la ropa, y que fue férreo fetiche de la facción fashionista. Luego, tras largas temporadas de sombrío rigor, en 1988, la ya entonces idolatrada Kawakubo presentó una colección de otoño, cuyo hilo conductor era un rojo desinhibido y feliz. Interrogada por una prensa perpleja y repentinamente huérfana de certidumbres, la Kawakubo pronunció: Red is black, y le dio así al rojo una dosis suplementaria de modernísimo misterio. Pero a pesar de tan augusto auspicio, una mayoría de autoproclamadxs vanguardistxs no puede ni sabe entregarse a este tono.
En aquella década, la agenda mundana internacional había debutado en París con el Bal Rouge, que Nelson Seabra, un gran bon vivant brasileño, se ofreció como festejo de cumpleaños, convocando a París al jet set de todo el planeta. El código era robe roja para las mujeres, cravate noire para los hombres, y me tocó aceptarlo, aun cuando soñaba con llevar un smoking escarlata. Pero lo que yo no osé, un rockero sí lo hizo: verde de envidia vi llegar a Mick Jagger, insolente y radiante, en traje de cuero rojo bermellón. Una dura, pero buena lección: desde entonces, nunca dejo de vestirme como me da la gana y me sugiere la fantasía.