Lara miró a su alrededor y quedó sorprendida. Eran las tres de la tarde de un lunes y, aunque sabía que no se trataba precisamente del día más popular de la semana para emprender un viaje, esperaba toparse con un tumulto de gente considerablemente mayor en semejante estación. Al fin y al cabo, se encontraba en Malmö, Suecia, en una ciudad no tan chica, y en uno de sus puntos neurálgicos.
Pero en el lugar se respiraba un aire lúgubre, característico de las estaciones con estructuras de hierro monumentales y esa sensación de tiempo suspendido. Con un puñado de personas por ahí y otros por allá, el espacio se sentía inmenso y Lara no pudo evitar experimentar una mezcla extraña de miedo y adrenalina. La esperaba una larga travesía en trenes y barcos hasta llegar a lo de su abuela, que vivía en Finlandia y, sin bien había viajado sola con anterioridad, todo a su alrededor le parecía intrigante. "Tenía 23 años y había visto a mi abuela de niña. En mí convivían una mezcla de sensaciones indescriptibles: la felicidad por volver a verla, cierto temor a lo desconocido, y la excitación ante la aventura", recuerda con una sonrisa.
Se dirigió a su andén con su pequeña valija y el pasaje en mano y recorrió el ambiente una vez más. Parecía que a su tren no se subiría nadie, el corredor se hallaba totalmente vacío. "No lo podía creer y confieso que me sentí algo inquieta", cuenta Lara, "Hasta que, de pronto, lo vi a él y dejé de estar completamente sola".
Se trataba de un joven que no llegaría a los 30 años, y que había frenado su marcha a unos pocos metros. "Creo que era el más hermoso que conocí en mi vida. Sin nadie alrededor me inhibí mucho y me daba vergüenza hasta espiarlo. Creo que enrojecí inmediatamente, típico mío. Aunque espero que no", se ríe.
¿Cómo sería?
Lara tomó su Walkman para transportarse a la dimensión de la música y menguar el poder del vacío y el silencio de un andén tan solo para dos. La electricidad en el aire cobró intensidad y ella dejó volar su imaginación: "Tal vez sea el destino, no hay nadie más, solo nosotros ¿cuántas posibilidades hay de que algo así ocurra?".
Las puertas del tren finalmente se abrieron y ella, invadida por su timidez, apresuró su marcha, subió los escalones del vagón y localizó su asiento, que era uno junto a la ventanilla de un conjunto de cuatro ubicaciones con mesa en el medio. Su enamorado imaginario no estaba a la vista y a través del vidrio pudo observar a otros pasajeros, que habían llegado sobre la hora. Trató de relajarse, sacó su libro del bolso y retomó su lectura de viaje. Pudo notar que en su coche, salvo ella, no había nadie más.
Y entonces, lo inesperado. "Cuando lo vi entrar al vagón me recorrió un escalofrío. Disimulé y me hice la que no lo había visto. ¡Pero cómo no verlo! Y después sucedió algo increíble, se sentó enfrente mío y quedamos a una mesa de distancia. Creí que me moría. Miré a mi alrededor y comprobé que estábamos solos y estoy segura de que me volví a poner toda colorada.", rememora.
El extraño también se escudó tras un libro y ella pudo notar que, cada tanto, la observaba. La imaginación de Lara volvió a emprender su vuelo. ¿Cómo sería tomarlo de la mano? ¿Besaría bien? Venían de lugares tan opuestos y la vida evidentemente los había querido unir. Tal vez, antes ella se encontraba el padre de sus hijos de fantasía.
La formación comenzó su marcha y los pensamientos de Lara crecieron imparables. Ese hombre se veía bien, olía bien, le gustaba leer, pero, lo mejor de todo, ¡podía percibir la química! "De pronto, toda una sensación nueva se apoderó de mí. Me sentía totalmente enamorada. ¡Teníamos que hablar, tenía que conocerlo! Pero en esa época, yo era muy tímida e insegura."
La conexión
Les esperaba un viaje de algunas horas, algo que a Lara la alegraba y la ponía igual de nerviosa. Decidió que lo mejor sería relajarse lo más posible y tratar de conectar con su lectura, algo que le resultó naturalmente imposible.
"¿Qué estás leyendo?", escuchó de pronto y su corazón comenzó a golpearle el pecho con fuerza. El inglés del joven era bueno y ella tartamudeó: "Se llama Crónica de una muerte anunciada, es de García Márquez, un escritor colombiano". "Lo conozco, leí cosas de él. Me llamó la atención el título en español. Estuve por Latinoamérica", la sonrisa de él era lo más maravilloso que Lara había presenciado en su vida. Quería que la pellizcaran para comprobar que no estuviera soñando. "Pensé que como nos esperan un par de horas de viaje por delante, lo mejor sería que nos presentemos", continuó él, alegre.
Se llamaba Bernt y era sueco. Venía de visitar a un amigo y estaba de regreso a su hogar. Tenía una forma calmada de comportarse y Lara se dejó llevar. Conversaron de sus vidas y sus pasiones, rieron con ganas, tomaron café y, de pronto, las horas que parecía que serían eternas, comenzaron a escurrirse como arena entre los dedos. Cada minuto que pasaba, ella se enamoraba más y más, hasta que el viaje llegó a su fin.
Aquella nueva estación sí estaba atestada de gente y al pisar el andén, Lara sintió que la burbuja en la que estaban insertos estallaba ante ella, y que habían puesto nuevamente los pies en el mundo ordinario. "¿Te acompaño a tu conexión?", le preguntó él con una mirada profunda e insinuante. "Me encantaría".
Caminaron en silencio entre la muchedumbre hasta llegar y quedar parados, uno frente al otro. Él se acercó y la besó primero suave y luego con intensidad. Ella sintió que ahora lo amaba. "Entonces me dijo que sigamos en contacto y anotó su número en un papelito. Era el año 1995 y no teníamos ni celulares ni redes sociales", expresa Lara algo conmovida.
El papelito
Ella siguió su viaje feliz, maravillada por la vida, con sus vueltas extrañas y mágicas. Apenas llegó a su destino, buscó el papel, ese ticket a su amor verdadero que había dejado dentro de su billetera, junto a otros papeles y dinero. "Y no estaba. ¡Busqué y busqué y no estaba! Seguro se había caído al sacar plata o algo así. ¡Me pasa tan seguido! ¿Cómo no pude ser más cuidadosa? Fue algo que lamenté durante muchos años".
Hoy, a sus cuarenta y tantos, Lara se pregunta qué será de la vida de aquel hombre del que se enamoró perdidamente en el tren. ¿Se acordaría de ella? Sin pareja hace años, trata de recordar el apellido indescifrable que le había escrito en el papelito para buscarlo a través de las redes sociales. Inevitablemente, se pregunta si dejó pasar al amor de su vida.
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