Cuando Alicia conoció a Osvaldo ya sabía cuál era su profesión pero el amor pudo más. Se casaron, tuvieron cinco hijos, pero cada vez que tenía que armar las valijas sentía desesperación y lloraba mucho.
“Comencé a sentir el desarraigo cuando ya estaba en un lugar instalada, había comenzado a armar un lindo grupo y tenía que volver a empacar todo para irme. Las angustias me invadían en cada nuevo destino, nuevos desafíos, nuevo lugar. Pasar de tener un clima bajo 0 a sitios de 60 grados de calor, tener que dejar de trabajar en una provincia y empezar en otra. Y fue pronunciadamente la afección cuando mis hijos comenzaron el secundario”.
Cuando Alicia Alejandra Juárez (45) tenía 20 conoció a Osvaldo en una peña folklórica en Orán (Salta). Su porte, su seriedad, sus buenos modales y su léxico, cuenta, fueron lo que más la sedujo aquella noche en la que comenzaron a construir una historia de amor que ya lleva 25 años.
Un novio gendarme
En agosto de 1997se pusieron de novios, en enero de 1998 se comprometieron y el 19 de septiembre de ese mismo año se casaron.
Desde aquella noche en la que el destino los cruzó por primera vez Alicia ya sabía que desde 1994 Osvaldo trabajaba como gendarme. Lo que quizás no pensó fue la cantidad de veces que iba a armar y a desarmar valijas yendo de un lado hacia otro sin saber cuánto iba a durar cada aventura.
El primer destino fue San Martín de Los Andes aunque en ese momento todavía eran novios y no tenían hijos por lo que Alicia lo tomó más como un cambio de aire o unas extensas vacaciones en un lugar soñado que quedaba a más de 2500 kilómetros de su lugar de origen.
Traslados, mudanzas y nuevas experiencias
Sin embargo, con el correr de los años se fueron sucediendo varios traslados a la par de que se iba agrandando la familia que cuenta con cinco hijos: Lourdes (23), Mercedes (21), Luján (20), Osvaldo (17) y Gabriel (5).
Después de haber estado en ese destino del sur permanecieron viviendo tres años en Rio Gallegos, otros dos en Capital Federal y el mismo tiempo en Rosario. Posteriormente, se mudaron al interior de Formosa, a los tres años se trasladaron a la capital de esa provincia, luego les tocó la provincia de Buenos Aires y más adelante Entre Ríos.
“En el sur de la Argentina era más solitario: cada familia estaba en su mundo, nos juntábamos en lugares cerrados porque así lo requería el clima y las reuniones eran una o dos veces por mes. En cambio, en el norte de nuestro país la gente se sentaba frente a sus domicilios a conversar y eran más frecuente las reuniones, sentía que estabas más acompañada. Con respecto a mis hijos, ellos hacían amistades en todos lados y realizaban deportes que les permitían descargar sus ansiedades”, recuerda Alicia.
“Me deprimía y trabajé mucho el desapego”
Más allá de que sentía que debía tomar cada uno de los cambios de destino como unas vacaciones, que los lugares eran temporales y que las personas eran pasajeras, Alicia supo casi de entrada que no debía aferrarse a nada ni nadie. “Me deprimía y trabajé mucho el desapego. Aprendí a no aferrarme a los lugares ni a las personas que conocía porque sabía que después iba a sufrir”.
Cada vez que Alicia tenía que armar las valijas para viajar hacia un nuevo destino sentía desesperación y lloraba mucho. Estando en Hua Hum, un paso fronterizo entre la Argentina y Chile que se encuentra ubicado a muy pocos kilómetros de San Martín de los Andes, vivieron en un hospedaje que contaba solamente con cuatro cabañas y cuenta que se hicieron muy amigos de sus vecinos. “Nos juntábamos todas las tardes a conversar y los fines de semana a comer un asadito. Cuando me tuve que ir hacia Río Gallegos lloré desde que salí hasta que llegué al nuevo destino. Aunque no eran familiares, sentía que habían sido parte de mi vida”, se lamenta.
Más allá de las incomodidades que Alicia sentía nunca le planteó a su marido la idea de que cambiara de trabajo ya que era su vocación y ella no tenía pensado colocarse en el medio.
“Una de las experiencias que más me marcó fue cuando mi hija cursaba el secundario y vivíamos en Formosa. En ese momento a mi marido le salió el traslado a Buenos Aires y ella se quería quedar a terminar en ese lugar. Le propuse que viniera con nosotros y que la llevaría a conocer muchos lugares lindos, la convencí y pudo seguirnos. Sin embargo, había una condición: no seguiría estudiando porque le estaba afectando muchos los cambios. Acepté su pedido, pero luego la inscribí en el mismo colegio donde iban a ir sus hermanos y al final fue y culminó el secundario feliz”, sonríe Alicia.
Diversidad: su trabajo como docente
Más allá de haber pasado momentos de angustia y de melancolía, Alicia, que es Profesora del Nivel Primario y licenciada de Educación, aprovechó para ejercer su profesión en escuelas públicas, privadas, rurales y con modalidad E.I.B. que brindan un servicio educativo a quienes pertenecen a los pueblos originarios.
“Sentía que cada lugar era para enriquecernos como personas, tenía curiosidad y predisposición para aprender nuevos desafíos. Aprendí mucho de los niños, de colegas y, en especial, de las circunstancias que me presentaba la vida como pasar semanas sin luz, sin agua, como una forma de supervivencia, uno ahí valora muchas cosas”.
“Te pueden tocar lugares hermosos como también lugares inhóspitos”
Hace seis años que Alicia y su familia viven en El Palomar, en la provincia de Buenos Aires, y su marido sigue trabajando como gendarme. Más allá de que le “encanta” la zona en la que se encuentra cuando llega el mes de octubre, cuenta, comienza a sentir ansiedad e incertidumbre porque son las fechas en la que salen los traslados. “Los pases son como una lotería: te pueden tocar lugares hermosos como también lugares inhóspitos”.
Alicia sueña con quedarse definitivamente en Buenos Aires y con poder comprar un terreno para construir su propia casa para ella y para su familia.