Mitos y verdades de un espacio que seduce cada vez a más personas que, pocas veces, saben con lo que se encontrarán
LA NACIONUna terraza de Palermo está por convertirse en el lugar ideal para alejarse de la rutina diaria, de algún que otro problema, y dejar de lado poses impuestas. Una escalera para pasar de a uno va depositando a las personas invitadas. El sol ya está anunciando que va en retirada y el atardecer transforma el momento en el ideal para disfrutar algo más que una copa de vino.
Ale está sentado solo, con un libro en la mano. Lee tranquilo, no es la primera vez que viene. Una de las mozas del staff le recuerdo que uno de los vinos que compró siguen en la cava de Overo.
Mientras tanto, en otra de las mesas, “¿Se la mandamos a Teresa?”, dice una de las dos amigas que viene por primera vez, al sacar una foto que muestra lo que está sucediendo: aparecen botellas de agua -”tomen siempre para estar bien hidratados” se escuchará durante el encuentro- vasos, copas, risas y el sol que sigue descendiendo.
En una de las mesas largas, un grupo de 9 amigos no para de intercambiar comentarios. Alrededor, la situación es similar, ya sean parejas, amigas, hermanas, todos están preparados para escuchar a Marina Garcia, la Brand Ambassador de la bodega invitada hoy: El Esteco. “Probaremos un blanco y dos tintos” dice para dar inicio a la cata junto a Ileana, la sommelier de Overo, el Club de Vinos con espacio propio al que hoy asisten solo sus miembros.
Pertenecer y armar experiencias propias
“¿Alguien no cató nunca un vino?”, pregunta Marina, en un tono coloquial que anima a integrar al grupo que, por lo escuchado en las respuestas, ya lleva varias catas como para desconocer lo básico. No llama la atención, el crecimiento del consumo del vino se aceleró con la cuarentena por la pandemia y se afianzó en los meses siguientes, dejando un poco de lado a su eterno rival, la cerveza. Una costumbre, en la época en la que no se podía asistir a bares, fueron las experiencias en el hogar. Entre ellas, los clubes de vinos ofrecían a sus miembros catas virtuales. Overo, también ofreció esta alternativa allá por julio de 2020 en sus inicios, pero cuando el aforo lo permitió, el club de vinos abrió sus puertas y ahora quienes forman parte de él pueden asistir a todos los beneficios: el uso del microcine con proyector 4k, sonido Atmos 7.1 y sillones de cuero; la sala de música con equipo de alta fidelidad y bandeja de vinilos para escuchar su música o la que se encuentra allí; los salones privados y los abiertos al público, que incluyen la terraza y su atardecer, claro. Para lograrlo y sumarse a los más de 400 miembros solo hay que inscribirse y optar por recibir una caja mensual de la selección de vinos por 6 botellas ($7.200) o 3 ($4.400).
El orgullo de ser el primero
“Soy el socio número 1″ dice Daniel con una gran sonrisa. Se enteró de la apertura en el momento en que todo era virtual y decidió formar parte por la ventaja de recibir una caja de 6 vinos en su hogar. Etiquetas nuevas para él, una propuesta para salir (imaginariamente) del encierro pandémico. Al permitirse la presencialidad la experiencia se enriqueció. “Al principio no sabía si iba a estar bueno venir solo porque me imaginé que la gente venía con otra intención. Pero no, es relajado, hablás, te sentís cómodo y aprendés de vinos”, aclara mientras su mujer, que a menudo lo acompaña, asiente. Ellos se quedarán hasta el final, y luego cenarán con los descuentos que tienen como miembros.
Marina empieza a describir una de las cepas que forman parte de la cata. Es el turno de la criolla de Old Wines, un vino con mínima intervención que todos prueban y, a esta altura, no dejan de participar: “Le siento menos acidez”; “Y el color es más intenso que otras criollas”. Luego, una explicación para diferenciar la criolla grande de la chica precederá a lo que se esperaba para esta uva: el maridaje. “La criolla es bastante comodín, permite acompañarla con distintos platos”. Y entre conocimiento, ganas e intuición los nombres empiezan a desfilar: “Un risotto” , “Carne”, “O una tarta de Zucchini”, apuestan. Y como de probar sabores se trata, las opciones de Pol Lykan (algunos lo recordarán de Freud & Fahler) al frente de la cocina del club no tardan en aparecer. Hoy fue el turno de la bodega de Cafayate, pero en las alrededor de 40 degustaciones realizadas han pasado otras tantas: Ernesto Catena, Alpamanta, Sierra Lima Alfa, Tempus Alba y la lista continúa.
Algunos se elogian el saber, otros hacen chistes, muchos ya se conocen de otros encuentros, el sol ya se fue, todavía hay vinos y comida por probar. La experiencia es siempre distinta: algunos se quedan para comer a la carta, otros preguntan por la próxima cata, y más de uno consulta por los precios de los vinos que se probaron y sus descuentos. “Todo está pensado con el fin de emocionar, cautivar y desafiar. Que la gente venga con su mente abierta” cuenta Daniel Rigueras, Co-fundador del club. Y por lo visto, así resulta: “Deberíamos probar un vino por día” dice a sus amigos un joven de apenas más de 30. Y la respuesta en una voz femenina no tarda en hacerse oír: “Un grupo interesante ese”.
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