Él venía de una familia rígida, ella era una chica burbujeante y todos festejaron una unión que tenía motivaciones ocultas
Martín la vio en una de esas fiestas típicas en una terraza de Buenos Aires, llena de extranjeros. Con sus amigos solía frecuentar el circuito de bares de la calle Reconquista, así como esos after office organizados por algún club de algún país europeo. Y en las noches de verano llegaban esos encuentros llenos de magia, con el DJ cerca de la gente y los tragos frutales circulando.
Ella, una española que estudiaba en Cádiz, se acercó sin vergüenza al rincón donde él se encontraba junto a sus amigos, le sonrío y le preguntó: ¿Tenés un cigarrillo? No, no fumo, le contestó, y ella, con una sonrisa todavía más amplia, replicó: yo tampoco, solo quería iniciar una conversación.
“El truco es más viejo que la escarapela. se ve que también para las españolas”, observa hoy Martín, entre risas. “En fin, así es como empezó nuestra historia”.
La chica burbujeante: “Las apariencias pesaban mucho”
Ana Paula era hermosa, Martín no tenía dudas de ello, tampoco sus amigos, que le festejaban su victoria. Y había algo más, ella no solo era muy bonita, sino que iluminaba el camino que pisaba con su personalidad burbujeante. Nada parecía afectarla demasiado, siempre parecía ver el vaso medio lleno. ¿Cómo no enamorarse?
Y después estaban sus besos, sus caricias, su entrega, un combo perfecto para un futuro auspicioso de la mano de una mujer europea: si ya no te bancás Argentina, te podés tomar el palo, le decían sus amigos. La verdad era que Martín había fantaseado con eso de vivir una larga temporada en el extranjero, tal vez, inclusive, irse definitivamente. Ana Paula podía ser su visa, su tarjeta de salida; y le gustaba mucho, tal vez, hasta la amaba, aunque algo en su corazón se comprimía cada vez que se despedían hasta la próxima. Ese algo tenía entidad, ese algo a veces pesaba demasiado, pero él decidió que lo iba a dejar pasar.
“Mi historia se remonta a los años 90, me movía en un círculo muy cerrado y todo era pizza y champagne. Una época donde se había puesto de moda estudiar administración de empresas, marketing, o publicidad, y donde las apariencias pesaban mucho. Cuando todavía estábamos en el secundario le decíamos `hacer face´”.
Una angustia persistente y un secreto ahogado: “Se daba cuenta de mis ausencias, pero nunca me cuestionaba nada”
Ana Paula decidió extender su tiempo de estudio en Buenos Aires y, finalmente, locamente enamorada como decía ella, decidió quedarse y convivir con su amor argentino. Los padres de Martín estaban felices, la adoptaron como la hija que nunca tuvieron en su familia conformada por tres hijos varones. Juntos compartieron cumpleaños, vacaciones, fines de semana en el campo y esos asados extensos que Ana Paula amaba.
“Ver a mis viejos tan felices me hacía feliz a mí. Ana Paula conquistaba a todos, era una gran compañera y alivianaba un poco mis angustias, que surgían casi todas las noches antes de dormir. Ella era poco problemática, alegre, en fin, se daba cuenta de mis ausencias, pero nunca me cuestionaba nada”, cuenta él.
Así se mantuvo la angustia de Martín, en secreto, un secreto que encerraba otro secreto oculto bajo mil llaves para que ni él mismo lo tuviera que afrontar. Y entonces, entre burbujas y sonrisas reales y fingidas, Ana Paula y Martín se casaron. Él fue el orgullo de su familia y la envidia de sus amigos.
“Te libero y te pido perdón”
Tuvieron dos hijas, la luz de sus ojos. Visitaron España, y se reunieron con algún tío lejano de Ana Paula, ella casi no tenía familia. A pesar de la fantasía de Martín de vivir en el extranjero, su trabajo como gerente comercial para una importante empresa lo mantuvo firme en Argentina.
Mientras tanto, tras la foto de familia perfecta, la angustia crecía y la verdad pujaba por salir. Martín solo sonreía con sus hijas, pero apenas ya lo hacía en su cotidianeidad. Quería a Ana Paula, siempre la iba a querer, pero no era feliz: “Aun así estaba dispuesto a seguir para no lastimarla a ella, por mis hijas, pero sobre todo para no desilusionar a mis padres. Vienen de una educación muy rígida, ¿sabés?”
Pero hubo algo con lo que Martín no había contado. Su chica burbujeante también había perdido la sonrisa, al menos esa que solía llevar en sus años de primera juventud. Y fue ella, la despreocupada pero valiente Ana Paula, esa que cruzó océanos y se fabricó una vida, la que le puso fin a su historia: me enamoré de vos, pero me enamoré más de Argentina, le dijo. Yo quería una familia y en este país la encontré. Eso y más. Casi desde el principio lo supe todo, sé que tu gusto no es hacia las mujeres, aunque tan bien has sabido disimular; me acoplé a tu mentira para conseguir lo que quería. Te libero y te pido perdón.
“Yo le pedí perdón también”, cuenta Martín. “Nuestras hijas ya son grandes y nosotros tenemos una excelente relación. Ya nada está oculto para nadie ni hay angustia. Ana Paula se quedó viviendo en Buenos Aires y yo me vine a Europa. Vivo en Madrid”, concluye.
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