Gente en la mira Refugiados
Generaciones de afganos nacieron en medio del fuego cruzado, cientos de miles viven hoy en campos en la frontera o en Paquistán escapando de la guerra civil y de la peor sequía en 30 años, y ahora su destino sólo puede ser peor
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Cuando el mundo se enfrenta a la eventualidad muy posible de la Tercera Guerra Mundial, en Afganistán crece la desesperación ante la coalición aliada que busca vengar los atentados de Nueva York y Washington del 11 de septiembre último. La realidad de un país ya exhausto, agotado, desangrado y arruinado por décadas de guerra civil, dominio soviético, caos y, ahora, el dominio de los talibán, arrastra multitudes hacia los países vecinos. Son tres: Irán en el Norte, Tadjikistán también en el Norte y Paquistán en el Sur y el Este.
La mayoría de los refugiados ha optado por tomar el camino de Paquistán. Ya son por lo menos dos millones los que han cruzado la frontera para engrosar la multitud que se amontona en los campos de refugiados que cubren la región. La gran mayoría son habitantes de las grandes ciudades: Kabul, la capital, y Kandahar. En tanto que los que tienen parientes en el campo se refugian en sus aldeas. Los afganos no son blandos ni consigo mismo ni con los demás, pero la posibilidad de que caiga sobre sus cabezas una catarata de bombas como la que se abatió sobre Irak hace una década o sobre Serbia hace pocos años asusta al más pintado.
Siempre se ha dicho que un afgano sin armas se siente desnudo y las exhiben gustosos: fusiles y dagas (adornadas, dicho para el recuerdo, con florcitas y arabescos, muy al gusto persa). Pueden ser crueles y, generalmente, lo son, y puedo citar lo que me dijeron al venderme puñales en la ciudad de Darrah, vecina a la frontera, especializada en la fabricación artesanal de armas: "Señor, llévela con seguridad, esté tranquilo, es de acero, jamás he tenido una queja. Entra como manteca".
Hace pocos días, el gobierno de Islamabad cerró la frontera en el paso de Khyber, que lleva de Kabul a Peshawar, pero quedó abierto el paso de Chamán, en el Sur, que lleva de Kandahar a Quetta, capital del Beluchistán. Estos son los pasos formales, con caminos, posibles de recorrer con automóviles, camiones o jeeps, pero hay innumerable cantidad de rutas tortuosas, con sendas o sin ellas, que sólo pueden recorrerse a caballo, en mula o, más fácilmente, a pie. Requieren días y días, y hasta semanas. Fueron utilizadas por los mujahiddín que huían de los soviéticos para ir a comprar armas, casi siempre de fabricación casera, para volver a su país a reanudar la lucha.
Pero los refugiados se llevarán una amarga desilusión si creen o esperan encontrar condiciones aceptables en los campos. Por pocas que sean sus exigencias, necesitan por lo menos un techo (una carpa) y comida, y estas necesidades mínimas requieren un costo de 300 millones de dólares por año, según cálculos de la organización de las Naciones Unidas para los refugiados. Los países donantes -principalmente la Unión Europea y los Estados Unidos- apenas proveen cuarenta millones, de modo que el espectro de la hambruna se cierne sobre esta gente.
Por lo demás, los refugiados no huyen solamente del temor a la nueva guerra, esta vez tecnológica. Escapan también de la terrible sequía que azota a Afganistán desde hace tiempo y también de la guerra civil, que continúa, puesto que si bien los talibán han batido a sus enemigos, éstos retienen aún una parte ni muy grande ni muy chica del país, en la frontera con Tadjikistán. Y -detalle no pequeño para el enredo del país- la población de ese enclave si bien es afgana por ciudadanía es persa (tadjik, como los del país vecino) por idioma y cultura.
Cuando se piensa en Osama ben Laden y se lo define como saudita, suele olvidarse que sus raíces están en el Norte -Siria- por su madre, y en el Sur -Hadramaut, al oriente de Yemen y al occidente de Omán- por su padre.
Y la protagonista de She (ella), de Ridder Hagard, la cruel mujer blanca que reinaba por veintitantos siglos sobre un país en el sur de Africa, era yemenita, había sido lapidada por los judíos -le interesaba especialmente saber si el Mesías que esperaban había venido- y, como decía en la novela: "No es por la fuerza que me impongo, sino por el terror". Su lejano pariente Osama ben Laden sigue sus pasos.
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