"Hola, me llamo X y tengo un problema con las redes sociales"
Desde hacía mucho tiempo meditaba la necesidad de "apagarme" de las redes sociales. Es que ya no quería pertenecer a ese grupo de gente que saca su celular cada dos minutos para tomar una foto que luego compartirá entre vampiros de la vida ajena que ni siquiera lo conocen. Tampoco deseo chequear más las redes sociales mientras ceno en familia o cuando no tengo nada que hacer por simple aburrimiento. O sentir el impulso de levantarme a la mañana y manotear antes que nada el celular para ver de qué me perdí mientras... ¡dormía!
La vida de los otros ya me resulta un bodrio. Al principio, en la génesis de las redes, la posibilidad de espiar y reencontrarse con amigos, parientes, ex novias, resultaba muy atractiva. Pero eso pasó: como todos los paradigmas de la era digital, la novedad dura muy poco. Ya no existe la espontaneidad ni en Facebook, ni en Twitter, ni en Instagram (menos que menos), y el "lenguaje" de las redes sociales ya se parece mucho al de otros medios tradicionales donde lo importante es el "efecto" más que lo relevante. La mayoría de la información que se comparte es falsa o de medios que puedo chequear en sus sitios originales, y las opiniones de "mis amigos" resultan un rosario de lugares comunes, posiciones políticas repetidas y mucha hipocresía.
Creo, con una mano en el corazón, que hemos llegado demasiado lejos. Que esto tiene características muy similares a las de una epidemia y que nos hemos vuelto adictos a nuestros propios egos. Que la típica escena donde un hombre se sienta en la ronda de un grupo de ayuda, dice su nombre y explica que tiene un problema con las "redes" no sería tan disparata ni lejana. Y que, como si fuera poco, alentamos ese tipo de comportamientos entre los más chicos al regalarles un celular cuando apenas saben hablar. Los argumentos para bajarme sobran. El comediante americano Louis CK suena incisivo cuando dice que buscamos tapar la tristeza intrínseca de la existencia con el uso abusivo del celular y las redes sociales. Existen muchos ejemplos actuales y de miradas "integradas" a la vida moderna que advierten sobre la amenaza a la salud pública occidental que implica este asunto. Todos conocemos un caso que podríamos encuadrar en el ítem "patológico".
Llegó el día. Ayer me levanté convencido de que debía "suicidarme" virtualmente y renacer en modo analógico. Ya no tenía sentido seguir esperando la noticia del quebranto de Twitter para liberarme de tomar la decisión final. Respiro hondo y avanzo primero con la red del "pajarito". Pero cuando intento apretar el botón, algo me detiene. Siento que no puedo; que el tiro del final no va a salir; que la vida virtual intenta retenerme de este lado. En fin: que soy "todos los demás" y que no puedo matarme. Un fracaso.
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