LONDRES.– Llego en taxi a las 5 am. Hay una pequeña refriega de noctámbulos beodos en la esquina de enfrente. A los dos minutos, los bobbies se han hecho cargo y los dos conserjes de la recepción del hotel tomaron las valijas y me entraron en la recepción. No hay nadie más que estos ocho protagonistas en el amanecer de Londres . El Ritz se encuentra en silencio, pero las luces están a pleno y compiten con la salida del sol. Estas son las bendiciones que tiene llegar del Tercer Mundo a Londres en medio de la madrugada. Todo el hotel para mí sola. Ni siquiera resuenan los pasos dormidos sobre alfombras de dos centímetros de alto.
No puedo subir a mi habitación sin recorrerlo todo en la calma previa a la tormenta. Desde el ingreso la vista llega hasta el versallesco salón comedor. Una sucesión de puertas intermedias están abiertas. Es un gran momento porque suelen cerrarse parcialmente durante la jornada. Dos pequeñas salas redondas se amplían en el camino. En una de ellas, a la izquierda, se abre una escalinata breve que lleva a la que era la antigua residencia del primer ministro, ahora incorporada en el hotel en un nuevo edificio con toques de vanguardia y raíces reales. William Kent House es una espectacular mansión histórica diseñada en la década de 1740 que colinda con el hotel. Allí tuvo lugar un encuentro íntimo por el 90° cumpleaños de la reina Isabel II .
La segunda rotonda deja a la vista el salón de té más famoso del planeta. Hacia el fondo el restaurante es inabarcable. Los ojos no alcanzan a verlo todo. La segunda vez que el Ritz se abrió a una filmación fue en 2015, cuando se tomaron allí las escenas clave del episodio final de la serie de época Downton Abbey .
Es aquí donde, además de la belleza, se respira la historia universal. Winston Churchill, Dwight Eisenhower y Charles de Gaulle se reunieron en la Suite Marie-Antoinette para discutir las operaciones durante la Segunda Guerra Mundial. Este fue el sitio de Londres donde por primera vez las mujeres podían concurrir solas, sin compañía masculina.
El neozelandés Richard Curtis está casado con la bisnieta de Sigmund Freud, Emma. Los genes del psicoanálisis habrán, tal vez, ayudado a germinar historias de la más profunda tradición romántica británica de los últimos 20 años. Cuatro bodas y un funeral, la saga de Bridget Jones y Realmente amor son algunas de las películas que escribió y/o dirigió. Su trayecto se unió al de Hugh Grant en una especie de corona de oro que se cierra con un film que este año cumple 20.
El encuentro entre Anna Scott y William Thacker se produce en 142 Portobello Road, Notting Hill, Londres, donde ahora hay un puesto de suvenires. Allí se alojaba The Travel Bookshop, una librería inspirada en otra que existe realmente en 13-15 Blenheim Crescent, Notting Hill, Londres. Thacker vive a unos pasos, en la famosa propiedad de la puerta azul de 280 Westbourne Park Rd. La misma casa que perteneció al propio Curtis y que fue subastada en Christie’s. La historia de amor de la superestrella y el modesto librero llevó a la tranquila zona que dio nombre a la película a convertirse en un boom. Sin embargo, los visitantes no van en busca del mercado, las tiendas de estilo o los parques, sino para reconstruir los pasos que unieron en Notting Hill a Julia Roberts y Hugh Grant .
Uno de los grandes escenarios del film se produce en The Ritz. Tan british como el que más. Cuando abrió sus puertas por primera vez, el 24 de mayo de 1906, fue considerado uno de los mejores hoteles del mundo. Hoy sigue siendo la expresión viva de la experiencia de viajes de la ciudad. Allí se hospedaba el personaje de Roberts cuando llegaba a Londres, en The Trafalgar Suite, donde se suceden las poquísimas escenas de la historia del cine que alguna vez se rodaron en el hotel.
Tres tomas de la película tienen lugar en el Ritz, dos de ellas en una suite. La primera es una entrevista ficticia que Grant hace a Roberts para la revista Horse & Hunt. La segunda es una visita que este hace a Julia cuando, inesperadamente, la visita su pareja (interpretada por Alec Baldwin), con quien lleva una errática relación. Todo debió filmarse de noche para no incomodar a los pasajeros.
La tradición se ha mantenido desde entonces. La suite ha conservado cada detalle más allá de las remodelaciones.
La puerta de esta suite de 1815 libras la noche esconde un pasillo largo, desde el que puede verse hasta el fondo de la habitación, a la vez que funciona como hall distribuidor. Todo parece estrecho, viniendo de un pasillo común que fue construido para que las damas del siglo XVIII pudieran circular sin chocarse sus vestidos. Sin embargo, apenas un metro dentro se abre la sala de recepción profunda y luminosa que balconea a Piccadilly de 80 metros cuadrados. Allí, en la silla frente a la puerta y junto a la ventana se sentaba Julia para ser entrevistada, mesa de por medio, por Hugh.
Diseñada para brindar una cierta sensación de decadencia histórica, está decorada profusamente en tonos que reflejan la victoria naval de la Batalla de Trafalgar en 1805 (de ella toma su nombre). En el cuarto, hacia el fondo de la suite, con impresionantes vistas al tranquilo Green Park, se rodaba la escena del encuentro entre los enamorados y la pareja de ella.
La tradición se ha mantenido desde entonces. La suite ha conservado cada detalle más allá de las remodelaciones. A tal punto que para el visitante es totalmente reconocible cada rincón. Me meto en el set después de dos décadas. Es el momento de que suene She en la versión de Elvis Costello y sonreír.
Julia, Hugh y Michael
No es heredero de la familia. No tiene acciones. Sin embargo, es la estrella del emblemático hotel de Londres. Su familia lleva muchos años trabajando para el lugar. Michael de Cozar, segunda generación de conserjes de The Ritz, fue la estrella del casting de Notting Hill.
Tres horas más tarde de mi llegada paso por conserjería. Allí está Michael, sobre una tarima que lo eleva un escalón por sobre el cliente. Lo deja al alcance de la mano fuerte y sólida para el apretón. Me saluda por mi nombre antes de presentarse. No es solo conmigo. Una leyenda se comprueba: conoce a todos los pasajeros y le basta entregar la llave una vez para enlazar nombre con cuarto.
Su disponibilidad es genuina. Hay un profundo disfrute en ser útil. No hay (o al menos no se nota) protocolo acartonado. Hay muy poco de la flema inglesa en su trato. Cambia de idioma con facilidad y saborea el uso del español como si fuera un jamón ibérico.
Nació el el 20 de julio de 1957 en España, en la frontera con Gibraltar. Su padre trabajó allí como barman en un hotel. Cuando se cerró la frontera (en 1969), tenía que conducir una hora y media hasta Algeciras y tomar un bote para ingresar en Gibraltar, lo cual no era posible todos los días. La vida se hizo complicada y decidió emigrar a Londres solo, donde trabajó en el Hyde Park Hotel. Nunca había dejado a su familia. Poco después pasó a las filas del Ritz, donde trabajó por 27 años. Michael viajaba cada verano y los fines de semana a visitarlo.
"Solía preparar las mesas con mi papá para el desayuno y la cena, y allí conocí al conserje principal, Victor –cuenta Michael–. Cuando se retiró había completado 51 años de servicio en el Ritz. Abandoné la escuela a los 16 años en abril y empecé en el hotel el 30 de julio de 1973, codo a codo con Victor. Solía entregar periódicos y paquetes en las habitaciones de los huéspedes; era el enlace con el conserje. Mi primer recado fue para Jackie Onassis. Victor me dijo: 'La señora Onassis se queda en la suite 321. ¿Puedes llevar una libreta y un bolígrafo y ella te dará instrucciones sobre qué buscar? Cuando bajes, te daré algo de dinero, vas a buscarlo y luego quiero que se lo entregues a su hija Caroline". Así que subí las escaleras, llamé a la puerta (no había timbres en esos días), y empecé mi vida profesional en el hotel.
En aquellos días, una de sus tareas era ocuparse de los ascensores. Solía hacerlo por turnos de ocho horas. Compartió ese metro cuadrado por un par de pisos con figuras como el escritor Roald Dahl, el novelista Graham Green, Mick Jagger y John Paul Getty. Y en medio de llaves y mapas, pedidos locos y timbres de conserje, en 1999 se hizo famoso en el plató, codeándose con Julia Roberts y Hugh Grant.
"Tengo tantos recuerdos. Obviamente trabajando junto con Henry Goodman, que hacía el papel del conserje, y yo a su lado. Estaba muy triste por no haberlo hecho junto con Julia Roberts, que estaba rodando en una habitación. Filmamos por dos noches, llegué a la medianoche y trabajamos hasta las seis de la mañana del domingo y lo repetimos el lunes. Recuerdo haber ido al estreno, fue increíble ser parte de una película británica tan icónica".
Fueron hasta 16 tomas de la misma escena: Hugh Grant entrando en el hotel para buscar a Anna Scott (interpretada por Julia Roberts). El conserje dice que no hay nadie con ese nombre, pero, cómplice, le dice que cree que una señora se registró y se fue al Savoy a una conferencia de prensa. El personaje de Grant está tan feliz que se levanta de un salto y le da un beso en la mejilla al conserje. "Una de las tomas fue interrumpida por el llamado de un familiar de un huésped desde Australia", afirma Michael de Cozar.
Vida color conserjería
"Es como el paraíso", describió Jackie Onassis al Ritz. Fue ella la figura que más impactó a Michael. "Además, Margaret Thatcher (quien falleció aparentemente leyendo en la cama, en una suite privada en abril de 2013), la princesa Diana, la reina madre y el príncipe Carlos se encuentran entre los más preciados para mí".
A los 24 años fue nombrado como el más joven conserje principal de la historia del hotel. Eso fue hace 38. Desde entonces se levanta a las cinco todas las mañanas y conduce al trabajo. Se lleva su uniforme a casa a diario y lo plancha todas las noches antes de irse a la cama para que esté listo para la mañana siguiente. Vive fuera de Londres, en el suburbio Chigwell, en Essex. Le toma 45 minutos llegar al Ritz. Sale de su casa a las 5.45. Tiene dos hijos: Michael (32), veterinario equino, y Robert (29), que ha seguido los pasos de su padre y es conserje en el hotel The Lanesborough.
"Cuando llego a trabajar, hago el pase de manos del conserje de la noche. Luego me preparo para la reunión matutina del hotel, donde resalto las salidas clave del día. También soy famoso por dar el pronóstico meteorológico diario. Recuerdo información que no está en una computadora, así que siempre tengo adicionales para agregar en las reuniones. Debo asegurarme de que el departamento esté funcionando correctamente: la información que se da, la importancia de la buena relación personal con nuestros huéspedes, el contacto visual y la postura corporal y siempre hacer un esfuerzo adicional. Así como responder los e-mails y contestar el teléfono".
En pos de ese plus que desea aportar a la experiencia de cada huésped, asegura que alguna vez compró un típico autobús londinense de dos pisos "y dispuse que fuera entregado en la casa de los huéspedes, en el sur de Francia. En otra ocasión envié una armadura Serka de 1806 a Australia". La anécdota que marcó el Michael style sucedió en su primera Navidad en el hotel. Un invitado se quedaba a pasar las Fiestas en el hotel. Su familia venía de Brighton y él quería nadar en el mar como lo hacía por tradición cada Navidad. "Traje el mar al Ritz –dice–. Tomé dos enormes recipientes y envié a un miembro del personal para que condujera hasta la costa marítima de Brighton, los llenara con agua de mar y los trajera a tiempo de regreo. ¡Luego llenamos la bañera del pasajero!". Asegura que le han pedido desde un alfiler hasta un acorazado.
El Ritz corre en su sangre. Bromea asegurando que tiene "sangre azul Ritz", uno de los colores que identifica a la cadena. "Me apasiona mucho lo que hago y, después de 46 años, todavía espero el momento de empezar a trabajar. Me siento un embajador del hotel. El Ritz es el número uno, y debo asegurarme de que soy el mejor en todo momento. Tenemos una serie de valores. Tres de ellos incluyen lo mágico, lo místico, aquel twist que hace que todo suceda. Una chispa que hace la diferencia. Mi departamento se completa con Tony (mi adjunto), con 39 años en su puesto, y Andy, con 34".
El toque andaluz se nota en su acento y su ética de trabajo. "¡Aunque no tomo siestas por la tarde! –aclara entre risas–. Estoy en pie todo el día, casi no me siento, soy muy inquieto, la única vez que lo hago es cuando voy a la reunión matutina o con el jefe de Departamento. Me place lo que hago y siempre trato de ser positivo. Eso es muy español".
Lo mueve el desafío de cada petición estrafalaria de los visitantes. Tiene muy presente que ellos pagan un diferencial importante al hospedarse en The Ritz, por lo que decir no ante una solicitud no es una posibilidad. "Si hay un restaurante específico completamente reservado y el huésped desea ir en el último minuto, no le decimos que está completo. Lo hacemos realidad", asegura.
Le prometió a su padre que trabajaría 50 años en el Ritz. Está a cuatro de cumplir su palabra. "Estoy sano y con buen estado de ánimo, tengo un buen equipo y trabajo en el mejor hotel del mundo. Tengo el honor de ser feliz con lo que hago e integro una gran familia en el Ritz. Nunca he pensado en retirarme. Mi esposa es la que mira hacia el futuro, pero para ser honesto, nunca he pensado en ello. La jubilación no es algo en lo que quiera pensar. Mientras mi salud sea buena y pueda trabajar, no tengo intención de retirarme".
Como buen anfitrión, está listo en la recepción para el adiós. Insiste en que quedemos en contacto y me sorprende con una limusina lista para llevarme "a donde guste", sin preguntar adónde voy. A modo de despedida, me obsequia el cartel de Do not disturb que cuelga en cada cuarto: "Lleva una parte del Ritz a casa", me dice. Y acto seguido, pone en mi mano "las llaves del reino": el llavero oficial del Ritz desde que se abrió, "para que –agrega mientras me sostiene ambas manos– vuelva pronto a la habitación que la espera, igual que a Julia".
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