Mónica siempre se había caracterizado por ser una mujer alegre, sencilla, emprendedora y con un gran interés social. Desde muy pequeña, sus obligaciones fueron su prioridad y se hacía cargo de ellas con una responsabilidad llamativa para su edad. Tal vez fue por eso que, a la hora de elegir el rumbo que le iba a dar a su futuro, se decidió por Medicina como carrera y Pediatría como especialidad.
En aquel transitar, su vida personal se volvió escasa. Soltera y muy abocada a sus objetivos, dejaba pasar incluso los eventos familiares, una de las actividades que más amaba compartir. Así, los años pasaron hasta concluir sus estudios con éxito. "Y un día, entre trabajo y trabajo, me fui un fin de semana puente al Calafate. Allí, comencé con síntomas de dolor articular e inflamación de hombros; luego le siguieron las manos, rodillas y tobillos hasta abarcarlo todo", revela Mónica, "Ese fue el inicio de mi travesía, que tuvo períodos sin síntomas que me permitían reponerme como para oxigenar, pero en donde luego todo era un volver a empezar. Fue el comienzo de mi recorrido como paciente, algo a lo que no estaba acostumbrada".
Así, de la mano de su clínico de cabecera, comenzó con una serie de estudios. Nada hacía sospechar que pudiera tratarse de alguna enfermedad crónica, ya que no contaba con antecedentes familiares; los resultados de laboratorio, por otro lado, tampoco orientaron inicialmente. "Los colegas me decían: médica tenías que ser para que el cuadro sea tan poco claro. Porque realmente es así, los médicos hacemos los cuadros más raros y complejos", afirma.
El diagnóstico
En abril del 2012, Mónica tuvo el primer diagnóstico: Artritis Reumatoidea, una enfermedad autoinmune, que se caracteriza por una inflamación persistente de las articulaciones, que produce su destrucción progresiva y que genera distintos grados de deformidad e incapacidad funcional.
"Todavía recuerdo vívido ese día. Yo había leído los laboratorios antes de entregarlos al especialista y no se lo advertí, me quedé "paciente" -mi nuevo rol- a la espera de un milagro que me dijera que estaba confundida. Pero no fue así. El doctor pasó hojas diciendo bien, esto también está bien, hasta que de pronto, al llegar al diagnóstico, expresó: ¡Nooooo!, con un tono de voz como un grito. Si, así fue. Y yo quedé sin poder hablar. Con el tiempo, descubrí que no sabía cómo preguntar acerca de mi futuro, mi pronóstico… Y él, en el difícil lugar de un médico atendiendo a un colega, me dijo: vas a estar bien, hay muchas cosas para hacer, ya nadie llega a la silla de ruedas", rememora Mónica, visiblemente emocionada.
A partir de entonces, fueron muchos los momentos en los que Mónica se sintió trastabillar y caer con impotencia. Trabajó con dificultad el dolor, le costaba mucho caminar y, sin embargo, siguió adelante en su función de contener y acompañar a pacientes y sus familias. "Lo hice como si se tratara de una ofrenda a Dios para que me permitiera encontrarme en un mejor lugar del otro lado, en mi rol de paciente ", cuenta conmovida. "Me sentía vulnerable como muchos de ellos. Y, si bien mis síntomas por momentos mejoraban gracias al tratamiento, entendí que fue el amor de mi familia y amigos, lo que me sostuvo desde el inicio. Y también lo hizo comenzar con terapia y buscar herramientas por fuera de la medicina, que me ayudaran a vivir mejor con lo que me tocaba".
Hacia el amor
Los primeros cuatro años de la enfermedad fueron los peores. Mantenerla bajo control resultó complejo y Mónica tuvo que someterse a varios cambios en los esquemas del tratamiento. En varias ocasiones, su cuadro sufrió severas complicaciones que llevaron a dudar del diagnóstico. "Fue entonces que también se detectó la Cirrosis Biliar autoinmune y una Vasculitis autoinmune", continúa Mónica con calma, "Y ahí, lo médicos reumatólogos se sintieron superados por la situación y yo me sentí perdida: uno minimizaba todo y el otro canceló mi turno, no me devolvió el llamado y desapareció. Lo que me mantuvo en pie fue el amor de mis amigos, de mi familia, de mi médico clínico y la hepatóloga, que se hacía cargo de mi situación ante cada complicación".
El desamparo de los médicos especialistas que más necesitaba, derivó en un antes y un después para la vida de Mónica. "Fue allí que mi clínico me sugirió que hiciera algo que me diera placer. Me tomó mi hombro y me dijo: ya va a pasar. A veces, es lo único que necesitamos: una contacto humano y contención. Aparte, él tenía razón", rememora sonriente.
Mónica se tomó vacaciones de verdad. Se reunió con todos sus primos y su familia materna, como en las épocas en donde la abuela aún vivía, y se colmó de afecto y amor. "Hay una frase que leí que dice: Si te permites lo que mereces, atraes lo que necesitas", continúa, "Al recordarla, pensé: este viaje lo merezco, preparate para lo que viene... Y lo que llegó fue el amor. En ese viaje conocí a mi gran compañero de vida, Esteban, y a sus hijos...mis hijos adoptivos. Después llegó la convivencia y el aprender a disfrutar de la vida, no solo del trabajo", confiesa Mónica.
Humanizar la medicina
Hoy Mónica medita, hace Educación Postural Activa, disfruta del paisaje de su mar de Mar del Plata, de su jardín y sus flores. Siente que cambió el orden de sus prioridades y que aprendió a conocerse, a leer cada llamado de su cuerpo cuando le pide descanso. "A pedir lo que necesito, pero, por sobre todo, a cuidarme para ser la mejor versión de mí misma para poder seguir siendo médica", dice.
Mónica afirma que también aprendió a disfrutar de su profesión en un sentido más amplio."Mi mayor descubrimiento fue que, en la actualidad, los médicos estamos muy fríos en el trato con el paciente, no sabemos cómo acompañar desde lo profesional, cómo sostener, contener. Poco a poco, las instituciones comenzaron a brindar espacios para meditar, realizar yoga, mindfulness, reiki... Me llena de esperanzas, porque el ritmo de los avances nos lleva por el camino de deshumanizarnos", reflexiona, "En esta travesía, me sorprendí gratamente del acompañamiento y comprensión de mis pacientes ante mi enfermedad. Por mi lado, siento que sé estar como médica mejor que antes. Solía tener empatía, pero ahora sé que mis pacientes necesitan, a veces, tan solo de la presencia, la mirada, el gesto que los mime. Y cada vez que advierto el miedo en ellos, me siento, hago una pausa, les explico hasta que se saquen todas las dudas".
En la actualidad, Mónica cuenta con dos médicas reumatólogas cálidas y que la contienen. Aparte de atender, ella es "abejita", en un grupo de teatro integrado por profesionales de la salud, que hace comedias musicales con fines solidarios. Cuando puede, realiza viajes como el que emprendió a Chaco, a una zona impenetrable, para ofrecer sus servicios pediátricos.
"Estoy agradecida a la vida por las enseñanzas y por tener hoy como trabajo una profesión que disfruto día a día, paciente a paciente, acompañando a muchos papás en la crianza de sus hijos, tanto en el ámbito público y el privado. Mi mayor interés está en los vulnerables, en los que no saben pedir lo que necesitan y merecen ser escuchados o interpretados en su lenguaje gestual, para lograr entender sus necesidades. Así es como en mi profesión intento acompañar lo mejor que puedo a cientos de padres, que muchas veces solo precisan de una mirada sostenida, que les responda las llamadas o el Whatsapp, o les tome la mano en la sala de espera durante una cirugía: del otro lado se encuentra el tesoro más importante de sus vidas".
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