A mediados de los años 2000, Eduardo Sempé empezó con las fiestas que ya son un clásico de la noche porteña. Así armó una productora que maneja Groove, el estadio Malvinas Argentinas, y que organizó los últimos shows de La Renga.
A Eduardo Sempé, protagonista de esta historia, le tocó vivir una acción justiciera, seguida de una injusticia y a continuación otra justicia más. Señal de que el que ríe último siempre ríe mejor. Todo empezó allá por los años 90 en una tienda de Walmart. Allí trabajaba Sempé, cabizbajo y marchito en un puesto bastante groso como gerente de Operaciones. Sempé tuvo la bendita idea de hacer justicia en la megaempresa multinacional y poner el pecho a los reclamos del personal, a quienes, dice, no le liquidaban horas extras y eran un poco maltratados. El reclamo de Sempé, recuerden que era gerente, terminó en una disputa con el gerente de seguridad y el capo de recursos humanos, a quien le hizo frente caiga quien caiga. Y hete aquí que el que cayó fue el propio Sempé. Le tendieron una cama, y quedó fuera de la empresa. Y con la justicia a otra parte.
Sin nada que perder, se dedicó a su viejo amor: el rock. Aún con espíritu justiciero, emprendió un festival a beneficio de una biblioteca a la cual el Estado le había quitado fondos. Invitó a tres bandas que eran habitués –una de ellas, La Covacha, al ver lo fluido que salía todo, lo convocó de manager– y le puso un nombre: Quilmes Rock Festival. Con tan mala suerte que no se ocupó de registrar la marca y, tres años más tarde, el Quilmes Rock Festival se transformaba en un megafestival patrocinado por la mismísima cervecera number one.
Todo ese delicioso quilombo que involucra un festival, esa adrenalina loca y demencial que engloba centenares de implicados, miles de cables y enchufes y luces, un puñado de estrellas caprichosas, a Sempé lo hacía sentir como en casa.
En una primera etapa, olvidó su pasado en el súper, aquella injusticia, y se dedicó full time a organizar recitales. Con el tiempo, la tuvo clara: sabía cómo ajustar los engranajes de relojería de una movida colectiva y nocturna. Y así, en 2003, mientras era un joven burbujeante en la militancia de la Facultad de Ciencias Económicas, donde se transformaría en flamante contador público, se propuso utilizar todo ese expertise en festivales, para delinear algo que todo estudiante universitario necesita, el combustible que lo hace continuar la carrera y no desistir, y esto es: la joda.
Sempé se puso al hombro las fiestas TNT, de donde la agrupación estudiantil obtenía su principal fuente de ingresos. Por ese entonces, más de 10 fiestas universitarias competían por llevarse el público. Pero llegó Cromañón y, con él, el final de fiesta. El luto lo cubrió todo.
Para colmo de males, Sempé había dejado su trabajo como manager, y las fiestas de TNT acabaron. Pero un encuentro con el hermano del cantante de aquella banda, Achu Jelin, quien organizaba unas fiestas circeneses divertidísimas llamadas Fiestas del Bonete, en el Babilonia –ahora Uniclub–, los decidió para sumar fuerzas y remar contra la corriente. Y, en medio de la negrura, la tristeza y el fin de una era de celebraciones sin control, apostaron a la aventura de seguir organizando jodas y que el show nunca termine.
Es cierto, la tuvieron que remar y cada tanto los remos también se los partían al medio. A la caza de brujas de los recitales en vivo, había que sumarle el eslabón económico. En las fiestas universitarias, los mismos centros estudiantiles cubrían el costo del DJ, los barmen y la seguridad. A ellos, solo les quedaba invertir en el lugar. De ahí que las entradas de esas fiestas eran una ganga: de un peso hasta cinco pesos y eso incluía cerveza libre toda la noche. Cuando presupuestaron sus fiestas con todas las de la ley –seguros, bomberos, ambulancias, y seguridad registrada– descubrieron que las entradas anticipadas no podían bajar de ocho pesos y en la puerta 10. Es decir, el doble.
Sus amigos pensaban que Sempé se había vuelto loco e iba a sucumbir en el primer intento. Nunca pensaron que alguien se animaría a desembolsar, 10 años atrás, esa guita. Se equivocaron.
Fue todo un dedicado trabajo de antimarketing. En medio de ese pesar por tanta muerte en el rock, Sempé recorría las facultades y los bares juveniles repartiendo volantes. “Nos hacíamos los sospechosos”, recuerda. Se acercaban sigilosamente a los grupos, se ponían un dedo sobre los labios y decían: “Se viene la Fiesta Clandestina, ¡volvimos!”. Y luego repetían “shhh” y partían como si acabaran de lanzar una bomba.
Lo más curioso es que la gente les respondía, en su gran mayoría: “¡Qué buena noticia! Yo antes iba a esas fiestas”. Y la verdad es que era la primera vez que hacían la Fiesta Clandestina. Pero en la confusión, Sempé ganó adeptos y fidelidad.
La primera edición en 2005, en pleno barrio de San Telmo, fue un éxito insospechado de convocatoria. Pero también un desastre para Sempé porque, a pesar de tener todos los requisitos en regla, el gobierno decidió clausurarla.
Tesonero el hombre, no se rindió. Embalado por la cantidad de público que se había agolpado sin suerte en la primera edición, organizó una segunda Fiesta Clandestina, ahora en el Club Armenia. Y el lugar se colmó. Quedó gente afuera. Esta vez, también la clausuraron. Pero con mejor suerte: la policía clausuró la fiesta una vez concluida.
Pero esas fueron todas las clausuras que tendría. Desde entonces, todo fue viento en popa. La ecuación siempre era la misma: primero los shows –entre reggae y algo de punk–, luego el bailongo.
Arrancaron en garajes y después fueron por más. Para la tercera edición, en pleno 2006, Sempé picó alto y la organizó en El Teatro de Colegiales, un lugar donde había que desembolsar más billetes para costear. Esa noche, en camino a la fiesta, lo llamaron para decirle que no había nadie y a Sempé se le cayó el alma al piso. Cuando llegó, vio el mar de gente. El llamado era en joda.
Sempé y Achu idearon un eslogan que lo decía todo y era un manifiesto: “Nada debería estar prohibido”. En lugar de VIP, decían que sus fiestas tienen RIP, “porque somos todos unos muertos”. Si hay discusiones, en lugar de patovicas, intervenían ellos. Si a alguien le revoleaban accidentalmente una cerveza, ellos se ocupaban de reponerla.
Aun con el éxito, Sempé siguió el trabajo artesanal del volanteo y la presencia en facultades y bares. Y ya, de clandestinas, a las fiestas solo les quedaba el nombre. A la par, daban manija a un movimiento que con ellos tuvo su despegue meteórico: el reggae local. De la mano de sus fiestas se transformaron en boom Dread Mar I, Resistencia Suburbana, Riddim y Nonpalidece.
En octubre de 2008, tiró la casa por la ventana: y en una fiesta tocaron, escuche bien, 18 bandas. Un jodón que duró 30 horas.
En 2009, ya en la cresta del pogo, Sempé lanzó su Fiesta Clandestina edición Super Deluxe, con Los Auténticos Decadentes y Kapanga en cartel, las estrellas del momento. Y más de 5.000 personas llenaron el estadio Malvinas Argentinas.
Pasados los años y el luto, las fiestas volvieron a la ciudad cual brotes que rompe la tierra tras el incendio. En quintas, en garajes, en restaurantes. Convocadas solapadamente por internet. Pero toda esa movida se la debemos al audaz de Sempé, que apostó a celebrar la noche cuando la sola idea de organizar una fiesta era un delirio destinado al fracaso comercial o, lo que es peor, a la cárcel.
Con el tiempo, su nombre se hizo sinónimo de fiestas y festivales y movida contracultural. Como soldado en su momento de gloria, Sempé fue sumando medallas y condecoraciones. Ahora es multitarget: tiene a cargo Rock y Reggae producciones. Maneja estadios y festivales internacionales, y trajo desde Manu Chao a Motörhead. Pero el último hit fue fantástico, porque La Renga, después de 10 años sin tocar en Capital, le dio la confianza para que produjera seis shows en el estadio de Huracán. “Que hayan confiado en nosotros para hacer los shows más importantes de su carrera es como haber ascendido a jugar en Primera”, se enorgullece. Y de pegar afiches en las columnas de luz, en sus tiempos de militancia juvenil, pasó a producir shows multitudinarios y tramitar visas para bandas consagradas en el exterior. Agarrate, Grinbank.
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