Imanol Arias, todo por que rías
A los 55, el actor español decidió volver a empezar: más relajado y menos serio, apuesta a un nuevo amor y se anima por primera vez a la comedia
Era una maravillosa tarde de domingo y el jardín del hotel boutique de Palermo donde LNR esperaba a Imanol Airas relucía como en un cuadro. A los 55 años está cambiado. Más amable, más alegre. Para ser muy elocuente: menos cabrón, menos contrariado. Este señor exhala amor por los poros; se le nota el entusiasmo que la relación con su chica, Irene Merixtell Rodríguez López, le provoca. La diseñadora sevillana, veinte años menor que él, parecería hacerle la vida muy placentera.
El actor, que vivió en un subte y filmó con Almodóvar, amigo entrañable de Antonio Banderas, padre de dos hijos ya mayores de su matrimonio con Pastora Vega, estuvo el mes pasado en Buenos Aires rodando Mi primera boda, de Ariel Winograd, con Natalia Oreiro y Daniel Hendler. Por sobre todos los papeles que ha encarnado en su cercana relación con el cine local (Tango feroz, Esperando el Mesías, Buenos Aires me mata y otras), aquí es muy recordado por su personaje de Ladislao Gutiérrez, el sacerdote de Camila, el film de María Luisa Bemberg. Mientras tanto, en la TVE-Televisión Española, protagoniza la miniserie Cuéntame cómo pasó, que cumplió una década de éxito con más de cinco millones de espectadores.
Empezamos la charla después de la sesión de fotos -posó con tranquilidad, se cambió la campera por una camisa, atendió los pedidos de la fotógrafa-. Abierto a interrupciones y repreguntas, resultó un agradabilísimo conversador; rápido de palabra y pensamiento, lleno de encanto. Con la misma voz juvenil de aquel Padre Gutiérrez, le pidió al mozo, en su idioma de la península con acento porteño: "Paquito, ¿me ponés una Coca-Cola?"
-Tu personaje de Ladislao Gutiérrez marcó una época para las jóvenes argentinas. ¡Con tan pocos recursos María Luisa Bemberg logró tanto erotismo!
-Recuerdo que María Luisa vino a Madrid a contratar a Angela Molina -con quien yo compartía agente- para hacer Camila y ya tenía en stand by a Susú [Pecoraro]. Entonces, vio una película que se llamaba Bearn o La Sala de las Muñecas, en la que hacía de sacerdote. Y lo tuvo clarísimo: "No, no es Angela, es él". Creo que ese concepto de traer al cura de afuera fue lo que dio ese aspecto de erotismo, esa sensación. La mezcla era perfecta, porque lo argentino era lo poderoso, y el bien y el mal era lo español.
-Eso es conceptualmente muy interesante. Leí muchas cosas que has dicho en distintas ocasiones. Una que me llamó la atención es que alguien te enseñó a trabajar con las carencias. ¿Cómo es eso?
-Tuve mucho éxito desde joven; por lo tanto, nunca fui un actor incómodo, no sufrí siendo actor. De alguna manera, dejé por el camino una serie de problemas que no solucionaba: era el público el que me daba la solución. Lo de actuar es ir enfrentándote con la edad y con lo que no tienes, para no hacer de la actuación un problema vital que te mata. Si uno no es consciente de lo que le falta, empieza a pelearse con uno mismo. Y el actor, en definitiva, es un folio en blanco. No somos ni tan inteligentes ni tan sensibles ni tan cultos... Pues, desde esa carencia es que, por pura ósmosis, estoy trabajando últimamente mucho más abierto y mejor. Mis primeras películas respondían a una edad, a un conocimiento técnico del cine que yo tenía, y a una displicencia con el éxito. Es decir, no acumulábamos films, hacíamos poco... Yo prefiero seleccionar como hace, de mayor, Ricardo Darín. Porque de mayor es cuando empiezas a darte cuenta de que hay una tendencia a la re-pe-ti-ción. El éxito te marca y eso no es bueno.
-El peligro de repetirse hasta el infinito, no sólo para los actores, sino en la vida.
-Puede ser, porque la gente lo admite. Yo recibo el guión de Mi primera boda, que es mi primera comedia, y pienso: se me ha olvidado. Nunca he hecho una comedia, no tengo ni idea.
-¿Te sale fácil eso de reírte?
-Sí, me río, y me gusta mucho la comedia. El gran reto en esta película era poder sacarme toda esa carencia de humor que doy para el público. Es decir, hacer un personaje a contrapelo: Miguel Angel es incómodo, está dolido, es un señor mayor que ve casarse a una alumna y no lo soporta. Nunca pensó que le iba a pasar eso.
-Eras cabrón. ¿Tu actual pareja te cambió un poco?
-¡No, cabrón no! Era muy serio. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que la vida es muy corta. Antes tenía todo el peso de una relación muy larga, con la familia, y aunque eso es maravilloso porque es lo que te sustenta, lo cedí a mi familia. Entonces, me quedé con el dinero que me correspondía y empecé de cero: alquilo, puedo decidir venirme mañana a vivir a Buenos Aires que no pasa nada, cierro ahí, devuelvo las llaves...
-Estabas cargado de solemnidad.
-Estaba muy cargado de una generación. Le pasa al pobre Pepe Sacristán. Fijate la responsabilidad que tiene: lleva en su cara cargada toda la transición. Yo sé que él lo ha pasado bien en la vida, pero realmente la imagen que ha tenido que soportar el maestro es dura, para, además, ser coherente. Porque incluso tenemos una especie de miedo a no ser coherentes.
-Algunos actores españoles como Javier Bardem o Antonio Banderas pudieron salir del circuito, ser celebrities, ganar dinero. ¿No se te había ocurrido esto?
-¡Cómo que no se me ha ocurrido! ¡Estaba yo allí!
-Muchos no estaban ideológicamente de acuerdo.
-Pero yo estaba allí: en el caso de Antonio, él salió para los Estados Unidos desde mi casa. Y en el caso de Javier, hace poco veía con mi chica una película, El amante bilingüe, que es cuando él comienza en el cine... Yo no tuve esa oportunidad. A mí, lo más que me tocó es América Latina. Ahora bien, cuando Antonio sale de España era un actor conocido, que hacía una o dos películas al año, pero sumado lo que ganaba y dividido por doce meses tenía el sueldo de un colectivero. Creo que él se fue de España buscando una perspectiva. Y Javier es un actor a contracorriente, es el hombre que más claro tiene esto de trabajar contra las carencias, el que menos se gusta. Trabajando, es un tipo superexigente. Ese sí que recibió toda la herencia familiar: viene de una familia de izquierdas, perseguido durante muchos años. No ha salido a tontas y a locas. Y de hecho, nunca ha aceptado papeles a tontas y a locas, por mucho dinero que le hayan ofrecido. Creo que en eso han aprendido. Y ahora me enseñan a mí.
-¡Qué don de gente tenés para reconocer esto!
-Les tengo una enorme admiración y siempre lo digo, además: no solamente eligieron la oportunidad, sino que también siguen representando a su país estando afuera. Luego tienen el cine, que es un arte, pero también un entretenimiento y un negocio. Ahora Javier puede hacer una saga de Stephen King, ¡Imagínate lo que dice la prensa de derechas de España!
-¿Cuánto pesa tanta ideología?
-Nosotros dijimos no a la guerra. Pero decir no a la guerra no es decir no a los Estados Unidos. A mí tampoco me gusta la invasión a Libia; no soporto las guerras en general.
-Interesante este pensamiento porque han tenido que aceptar que España formara parte del Mercado Común Europeo, que se terminara la peseta, que viniera el euro. ¿Cómo se llegaba con esas banderas a la globalización y ahora a la decadencia?
- Claro. Siempre hago el chiste: "Somos como la Argentina, ganamos un Mundial y ya tenemos crisis económica, que es lo que viene después". En España vivimos una fiesta muy lujuriosa. Hay gente que no lo creyó, nos hemos rascado mucho los bolsillos y hemos salido muy airosos. Nunca he trabajado tanto como en la crisis ni he vivido mejor. Y nunca me han agradecido tanto los empleados de mi productora por tener trabajo. El capitalismo ya no es una idea: es una forma de vivir.
-¿Cómo negociás el prestigio y el dinero? Me refiero a un bienestar, a no tener que poner cara de sufrido todo el tiempo. ¿Cuándo lo entendiste?
-Creo que fue hace diez años, más o menos. Aunque no tengo mucho olfato, no soy un hombre de negocios y, por lo tanto, no multiplico mi dinero. Soy una persona más bien tranquila.
-En la última entrega de los Premios Goya te entrevistaron en la alfombra roja y nombraste a las personas que te habían hecho la ropa. Eso es nuevo para vos.
-Absolutamente, porque el traje lo pagué, además. Hay un momento en que vas entrando tú también en ese circo, aunque no participes. Nunca lo había hecho, en realidad. Quizás estaba un poco nervioso, porque venía Irene.
-Recién empezaban con la relación.
-No, ya llevaba un año de separación [de Pastora Vega]. Quizá, para no hacérselo tan duro fui más amable e hice todo ese juego en ese Goya. Fundamentalmente porque entregaba un premio. Yo había hecho una estupenda película, pero no estaba nominado; me habían retirado de la pelea, con lo cual estaba muy tranquilo ese día.
-¿Hay algún premio que no te dieron y te mereces?
-No. Algún día ganaré un Goya. Pero he tenido mala suerte. Los Goya siempre recogen los cinco mejores trabajos y gana uno. Ahora bien, cada vez que me ha correspondido competir, he tenido otro muy bueno al lado. Por ejemplo, con El Lute podría haber ganado. Algún día será.
-Te han dirigido los directores españoles más interesantes. ¿Es tu ilusión que un día Clint Eastwood o los hermanos Coen o Woody Allen te llamen? ¿O quién te gustaría que te convocara?
-Ya no se va a dar porque no tengo la edad, pero sería [Steven] Soderbergh, que ahora además dice que se va a marchar, que no va a hacer más cine. Y si me llama el señor Eastwood, me da igual, o sea que sí, pero sería otro reto más para mí. En realidad, si uno trabaja con los Coen a los 29 años, es cuando estás en la pomada.
-¿Por qué? ¿Ya no estás más en la pomada?
-No, quiero decir que tienes más desarrollo. Ahora, es complicado: haces una experiencia, vas trabajando en otra cosa, y te apetece también hacer teatro por tener otro tipo de vida. Es decir: no puedo dejar todo ahora, irme a Estados Unidos y empezar a practicar inglés.
-¿No podés?
-Puedo económicamente; puedo porque tengo gente, amigos allí. Pero, ¿qué hago dejando todo? ¿Correr para qué? En un momento determinado, los que lo hicieron -y yo lo vi- trabajaron mucho y les ha resultado. A mí me tocó otra cosa y me voy conformando con aceptar lo que tengo. ¿Tengo una película en Buenos Aires que puedo hacer y me gusta? Vengo. Mi América está al Sur, no sé por qué.
-Está bueno eso.
-Es lo que se da y soy aceptador de lo que se da.
-Me decís que no te gusta opinar de la política argentina.
-Aprendí a no hablar. Cuando estaba la famosa carpa de los maestros frente al Congreso, se había muerto un maestro en la huelga de hambre y me llamaron para que opinara. Entré en delirio, me creía el Che Guevara. Creo que escribí: "Un presidente de un país que deja morir a los maestros es como un padre que deja morir a los hijos". "Alguien me podría haber dicho: Che, ¿te podés callar un poco la boca?" Ahora soy mucho más prudente. También uno se convierte en más conservador, en el sentido de no tratar de ser el centro.
-Ni decir frases tan terminantes.
-Para eso está la edad.
Agradecimiento: Hotel Home
PEQUEÑO IMANOL ILUSTRADO
- Nacido como Manuel María Arias Domínguez en León (1956), se crió en el País Vasco y alternó su lugar de residencia entre Madrid y el sur de la península.
- Muy joven, cambió la carrera de maestría industrial en electrónica por la actuación en compañías de teatro independiente. Aunque con los años, el éxito lo encontró sobre las tablas y en el cine, el gran público lo conoció primero en los ochenta por la serie de televisión Anillos de oro. Se consagraría definitivamente luego con el film El Lute: camina o revienta (1987), de Vicente Aranda, que le valió la Concha de Plata al mejor actor en el Festival de San Sebastián.
- Tuvo con Socorro Anadón un matrimonio que duró poco. Luego se unió a la actriz Pastora Vega, con quien formó una de las parejas más consolidadas del espectáculo en su país. Tuvieron una relación de 25 años y dos hijos: Jon y Daniel. Separado de ella en 2009, actualmente está de novio con la diseñadora Irene Merixtell Rodríguez López.
- En febrero de este año rechazó la presidencia a la Academia del Cine español, que entrega los Goya: un premio que en su larga y distinguida carrera nunca ganó.
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