/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/lanacionar/DQQXWJVQP5CC5JWQR6TVDHNQLU.jpg)
Estás en Miami. Como quien no quiere la cosa, entrás en el lobby del Trump International Beach Resort de Sunny Isles y te sentás en un sillón tapizado en cuero. "Tiene detalles de costura guante y reposa sobre cuatro patas inclinadas de madera maciza torneadas: es un sofá que envuelve como un ave lo hace con su cría para darle calma", así lo describen sus creadores. El dato: ese, junto con otros muebles que en plena pandemia llegaron a Estados Unidos listos para ser estrenados en el hotelazo, salió del puerto de Buenos Aires; se fabricó con mano de obra argentina, en Villa Soldati. Son marca Fontenla, el apellido de una familia dedicada a rescatar piezas históricas tanto como a crear diseño contemporáneo e imponer tendencias en el mobiliario de alta gama. El emprendimiento que empezó hace 72 años en un pequeño local en Flores hoy es un imperio que ocupa casi 40.000 m2 –entre fábrica, mall, locales y showroom–, que genera cientos de millones de pesos en facturación y que no para de crecer e incursionar en nuevas vertientes del negocio.
$364 millones facturaron en 2020
Tres generaciones y muchos movimientos transcurrieron desde las sillas Luis XV que el fundador vendía en la década del 40 hasta el sofá del resort de Miami, pasando por la colección cápsula que lanzó Pampita en 2019, el mobiliario del Llao Llao, las mesas de Starbucks o Le Pain Quotidien, para llegar incluso hasta los coquetos aromatizadores de ambientes que son el nuevo chiche de la empresa.
Roberto Fontenla se convirtió en "Roberto padre" al nacer su descendiente homónimo, en 1948, y en ese momento empezó a trabajar con un amigo en una silletería ubicada en avenida Rivadavia y Terrero. Pasó un tiempo como comerciante, sin demasiadas ambiciones y muy satisfecho con el resultado de un negocio que funcionaba bien y parejo.
36.000 sillas y sillones producen por año
Fue "Roberto hijo", inquieto y perseverante, quien desde adolescente ya andaba queriendo mirar más allá. A él le encantaba ir a los talleres de los proveedores de muebles, y era capaz de quedarse horas cebando mate para observar lo que sabían hacer –y muy bien– esos ebanistas y tapiceros que lo deslumbraban.
Hacia fines de los 60, el joven Roberto Fontenla (72) le pidió a su padre un pedacito de la casa en Caballito y, ahí nomás, en la planta baja de la vivienda de la calle Ramón Falcón, puso un local propio junto a la mujer con la que planeaba formar una familia: Stella Maris (69); ella se ocuparía de la administración y le seguiría el ritmo a este heredero que iba a fabricar su mercadería y a imponer gran velocidad al crecimiento.
Del local a la fábrica y de ahí a un showroom de ocho pisos con ambientes inmensos por donde correteaban los chicos del matrimonio. Esos niños, Fernando (45) y Federico (40), hoy son los vicepresidentes de la compañía: el mayor se ocupa de la parte industrial y comercial; el menor lleva adelante la estrategia financiera, los recursos humanos y el marketing.
"Papá nos enseñó a no decirle «no» a nada, a ir siempre para adelante", señala Fernando. Cuando les piden algo que nunca hicieron, lo aprenden y avanzan.
Por muchos años, Fontenla se especializó casi con exclusividad en el estilo francés y en algunas otras líneas clásicas europeas. De a poco, fueron permeando tendencias y en los 90 irrumpió el concepto del diseño. Fue un boom en la industria nacional en general y en el negocio de ellos en particular. Durante dos décadas exportaron a Estados Unidos el 70% de su producción, hasta que la inestabilidad de la devaluación impidió proyectar costos y hubo que rearmar el modelo del negocio.
7200 m de género utilizan por mes
La empresa tradicional se fue convirtiendo en una firma versátil, modelada con la tracción del "sí por default" con el que asumieron proyectos bien diversos y desafiantes.
El equipamiento del Hotel Faena fue una de esas invitaciones a salir de la caja: dorado a la hoja, camas con patas de elefante, espejos tallados, mucho blanco. El francés Philippe Starck fue la mente creativa que concibió la estética y el diseño; ellos hicieron las piezas. "Teníamos solo dibujos a mano alzada y él, que a priori quería que todo viniera hecho desde Francia, vio nuestra propuesta y aprobó que fuera fabricado en Argentina", cuenta Fernando. Y su hermano acota: "Lo interesante es que, de este tipo de experiencias, nos quedaron aprendizajes que reciclamos en los trabajos siguientes".
Como cuando participaron en la remodelación del Teatro Colón. Fontenla tuvo la misión de renovar los asientos de los espectadores. Separaron en seis partes cada una de las 2500 butacas para entender de qué estaban hechas y rearmarlas a nuevo sin alterar la constitución inicial. No era un capricho: además del estilo y la conservación del patrimonio, había que garantizar la precisión de la acústica y cada material utilizado intervenía en custodiar la calidad sonora. Buscaron materias primas que ya no circulan por el mercado –como crines vegetales y animales para el relleno de los asientos– y aplicaron técnicas que habían dejado de utilizarse hace ya muchos años.
9500 m2 mide el Fontenla Design Mall
Algo similar ocurrió cuando ganaron la licitación para restaurar los muebles de la Casa Rosada y, aprovechando un viaje de la por entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner, sacaron de Balcarce 50, por primera vez en la historia, el mítico sillón de Rivadavia –bah, la réplica, que se usa desde la primera gestión de Julio Argentino Roca y que data de 1885–. En su taller, lo refaccionaron. "Hasta nos tomamos la atribución de hacer una observación sobre una deformación del escudo: no estaba bien tallado y había cómo mejorarlo. Nos concedieron la posibilidad y lo dejamos más prolijo", se jacta Federico.
Los ebanistas, como también el resto de los empleados, aprenden y/o enseñan en la planta. "Somos una fábrica escuela", dice con orgullo Fernando. "Contamos con expertos que trabajan desde hace más de 30 años con nosotros y transmiten esos saberes a las nuevas generaciones".
/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/lanacionar/YRTO2RLIMRHVXOHBKAX54WOGJQ.jpg)
Tal como hizo Roberto Fontenla padre –actualmente, presidente de la Cámara de Empresarios Madereros–, quien formó a la siguiente camada para la conducción de la empresa. "Papá nos hizo empezar limpiando, cargando muebles y haciendo entregas, para valorar cada eslabón del proceso de producción y de venta", cuenta Federico.
Si la firma ya era grande, ahora más. El furor por el rubro "hogar" les dio un empujón importante durante la pandemia del coronavirus. Aunque la producción fue muy complicada, comercialmente hubo un gran crecimiento: la facturación anual pasó de $275.000.000 en 2019 a $364.000.000 en 2020.
Trabajan principalmente para casas de alta categoría, hoteles de primera línea, residencias diplomáticas. Pero encontraron la oportunidad de comercializar una línea más económica que no fabrican ellos mismos –FC– en un inmenso megashowroom en Hudson.
Al menos, la mitad de la materia prima que usan es argentina, la mano de obra es nacional y sus productos llegan a Estados Unidos, Chile, España y República Dominicana, entre otros países. Así y todo, aseguran que no pierden su espíritu original. "En algún punto, seguimos siendo una carpintería de barrio, solo que a una escala descomunal", dice Federico Fontenla.