Literatura y moda
El cuarto de vestir de Morena Ocampo fue para sus hijas Silvina y Victoria lo más parecido a una tienda exquisita y conceptual en el entorno doméstico. Además de propulsar un ritual secreto y endogámico por las habitaciones de la casa lindante que habitaban sus tías ofició de disparador de los cruces de moda implícitos en la prosa de las hermanas Ocampo.
"La casa de sus padres se comunicaba con la de sus tías abuelas por medio de una puerta con un espejo que estaba en el cuarto de vestir de su madre y que daba a la escalera de servicio de la casa de sus tías abuelas, que a su vez se comunicaba con los escritorios por un patio con algunas plantas oscuras", pronunció Silvina en Invenciones del recuerdo. Y en su Autobiografía, Victoria rememoró: "En esos años yo no iba a bailes y me contentaba con verla a mi madre vestida de baile (trajes llegados de París). Y al decir esto no digo toda la verdad, pues iba más lejos mi participación en estas festividades. Mi madre tenía una especie de placar muy grande para guardar su ropa. Era como un cuartito. Y ahí, cuando encontraba un momento oportuno, me probaba sus trajes y hasta me atrevía a salir del escondite con ellos puestos, para mirarme al espejo. No había traje que no pasara por esta peligrosa aventura."
Mientras que Silvina elogió el uso de retazos y las labores de modistas anónimas, Victoria fue devota y habitué de las casas de alta costura de Coco Chanel y de Paquin. En las tramas de Silvina irrumpen una y otra vez los desfiles de moda emparentados con el género fantástico. En La furia y otros cuentos, El vestido de terciopelo bosqueja la costumbre argentina de encargar trajes para las largas temporadas en Europa. La historia consigna que un atuendo destinado a ser estrenado en el extranjero provocó que la modista Casilda acarrease un vestido negro ornamentado con la silueta de un dragón bordado en lentejuelas desde Burzaco hacia Barrio Norte. Unos minutos antes del fitting, la clienta esgrimió ante la modista que "probarse ropa es su tortura" y cuando el vestido no pasó por los hombros, la modista intentó apaciguar los efectos del terciopelo con polvo de talco. Unos instantes después de proclamar que se sentía aprisionada por un cierre invisible, murió en el medio de la prueba.
Otro hito se desprende de Las vestiduras peligrosas, cuya trama parecería vincularse con los modismos de diseñadores avant-garde –y los gestos que anticiparon hitos en la historia de la moda del siglo XX– de Yves Saint Laurent a Gianni Versace pasando por Moschino. Los modelos eran bocetados por Artemia, una mujer representada cual "perezosa para todo, pero no para dibujar vestidos; lo mejor que hacía era dibujar vestidos".
Una de las máximas de moda de Victoria Ocampo indicó: "Quien no ha visto un traje de Chanel sobre el cuerpo de Chanel, no ha visto un Chanel". Su devoción por la alta costura se extendió a los artistas que cobijó en Villa Ocampo. El libro Tagore en las Barrancas de San Isidro describe el modo en que una doncella asturiana tuvo la misión de ocuparse a diario de las ropas de Tagore cuando el poeta se alojó en la casona. Cuando se le comunicó a Victoria que los ropajes de su huésped estaban "tan zurcidos que daba miedo", la escritora recurrió a la sucursal porteña de Paquin. El modus operandi para el encargo remitió a la elección de un paño marrón y el traslado de una raída túnica para ser replicada en el precioso y abrigado material a la sucursal porteña de esa maison, bajo la mirada atenta de Alice, la directora de la casa, y a quien le encomendó discreción acerca del encargo. Ambas decidieron argumentar ante las costureras del taller que se trataba de un disfraz para una fiesta. Aun así. Alice –a quien Victoria Ocampo elogió en diversas ocasiones por su habilidad durante las pruebas de ropa– se arrodilló ante Tagore con la boca llena de alfileres para alistar el ruedo de la túnica a su medida.