
LO PEOR ES MUDARSE
En esas tormentosas idas y venidas se pierden cosas esenciales dentro del Mar del Extravío
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Trasladar los bártulos. Dar vuelta la tortilla. Revolver la historia. Si hacer una gran festichola es tirar la casa por la ventana, la mudanza es pasar a alojarse en pequeños y fuertes cajones de mimbre o cartón. O, también, cerrado por múltiples duelos hasta nuevo aviso. Mudarse es envasar la memoria, envolver los recuerdos. Y, fundamentalmente, significa mandar al tacho partes de la existencia, porque nada queda en su sitio. En especial, el alma.
He leído que mudarse era una de las principales situaciones generadoras de stress. En esas tablas con puntajes, aparece como la mayor fuente de fricción mental la muerte de un familiar cercano y enseguida, el trámite de salida y entrada que implica cualquier mudanza. En esas tormentosas idas y venidas se pierden amorosas esencialidades, rincones entrañables y objetos, nombres y sonidos que van a parar al Mar del Extravío.
Sé de qué estoy hablando porque acabo de pasar por la decimocuarta experiencia de mudanza en los últimos 25 años, que incluye cinco realizadas en otro país. A propósito: una forma de traslado apasionante es el denominado Equipaje no acompañado, para traer lo adquirido en otro sitio. Casas enteras se acomodan en enormes containers y se transportan miles de kilómetros en barcos, desde la casa que quedó vacía hasta el nuevo destino. No sé ahora, pero al menos hace unos años la madera del encofrado era de calidad y podía aprovecharse para armar unas muy buenas bibliotecas. Desde hace varias mudanzas con mi familia practicamos un ritual de gratitud: darles besitos o palmadas a las paredes que nos cobijaron durante un tiempo.
Ultimamente hay servicios de mudanzas muy sofisticados, realizados por especialistas que hacen cálculos, casi siempre en metros cúbicos y por operarios que separan lo frágil con oportunos envoltorios. De cualquier modo falta mucho para llegar a la mudanza sin angustia. A través de una anestesia localizada, uno se dormiría en el antiguo lugar y se despertaría en el nuevo, con todo en su sitio, el agua para el mate en el fuego y las sábanas recién cambiadas. Tal vez ya alguien esté planeando un servicio de envolvedores de cabezas y de espíritus para protegerlos de los desconsuelos. Lo más serio es que algo se termina perdiendo: la paciencia, el apetito, la noción de realidad. Conozco el caso de una persona que en plena mudanza creyó durante un largo rato que había extraviado un dinero que tenía que pagar esa misma mañana. Finalmente recuperó la memoria y, afortunadamente, el capital. Para esas jornadas de severo desgaste se podría contar con otros especialistas: masajistas, porque se levantan pesos fuera de los normales; coros musicales para cantar consignas de aliento, nutricionistas para que el temple no decaiga y artistas de varieté para sacar una sonrisa en medio del caos. Ah, y eso sí, una convención de psicoanalistas para que nos explique por qué juntamos tantas cosas que sólo sirven para reventar cajones.
Esto lleva a otro asunto. Es evidente que uno podría vivir con muchos (pero muchos menos) objetos de los que vive. Trabajadores de la salud mental: castíguennos si fuera necesario, pero eviten lugares comunes acerca del espíritu de acumulación de los seres humanos. Yo lo he reflexionado y sin embargo hace catorce traslados que tiro tantas bolsas de elementos inútiles en una cantidad directamente proporcional a la que volveré a juntar en poco tiempo. Estos especialistas podrán responder a otras dudas referidas a la situación de cambio de hábitat. ¿Debe identificarse con rasgos de inconstancia afectiva o con una búsqueda de situaciones distintas y plenas? ¿La mudanza es generadora de ilusiones o más bien encubre la imposibilidad de mutaciones más profundas? Nada de esto debe tener una respuesta única. Pero en todo caso, suerte que las paredes no hablan y que las escrituras sólo contienen indispensables referencias administrativas, económicas y legales y que no se detienen a analizar los fines, propósitos, objetivos y secuelas de las mudanzas.
Ya estamos mudados y, de lo que al fin se trata, relativamente acomodados y superando la crisis de lugares. Sin embargo, hasta que aprendimos a reconocer los límites, rodillas y canillas se nos llenaron de moretones y hasta ligamos un buen golpe en la cabeza. Pero, pobre, la que peor la pasó es la gata, que tardará un tiempo más en hacer propios los diferentes olores de cada rincón.
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