Convirtió las acrobacias en parapente en una disciplina profesional, y en junio próximo, intentara batir el récord mundial de vuelo, a casi 8 mil metros de altura. Historia del chico que falsificó la firma de sus padres para salir a volar y hoy se juega la vida en el cielo
Hernán Pitocco es un puntito en el cielo. Acaba de despegar en su parapente y vuela ahora justo arriba de mí. Mientras lo miro, pienso en mi tranquilidad de estar pisando algo y en su tranquilidad de no estar pisando nada, y también que la paz interior es algo tan simple como hacer lo que se quiere. Lo recuerdo, ahora que es un puntito en el cielo, como una persona común. Bueno, no muy común: Hernán es un hombre que sabe volar.
Estamos en Niña Paula, un paraje de las Altas Cumbres en Mina Clavero, Córdoba, en la penúltima fecha del Campeonato Argentino de Parapente, del que Hernán se coronó campeón este año por segunda vez en su carrera. Es una competencia estilo cross, aunque ésta no es su especialidad: Hernán es el mejor piloto de parapente del mundo en acrobacia. Cuando se lo menciono, se ríe, una risa de orgullo, de "uno no dice esas cosas de sí mismo". Pero lo cierto es que no sólo es el gran exponente argentino en esa disciplina, sino que él la creó. "Cuando empecé a volar, no existía la acrobacia. Aprendí algunos movimientos y me fui juntando con chicos de otros países que también querían hacer algo distinto. Éramos siempre los loquitos que pedíamos otra cosa. Entre todos empezaron a surgir maniobras nuevas y, con el tiempo, nació el Mundial", recuerda. Durante los doce años siguientes, ganó todo lo que se propuso: obtuvo el primer puesto en el Ranking Mundial de Acrobacia Aérea, en la Copa Mundial de Acrobacia Sincronizada y en la Copa de Acrobacia de Italia. Además, el segundo puesto en la Copa Mundial de Acrobacia y en el Red Bull Vertigo de Suiza.
Pero todo también puede ser poco. Como le pasa a Hernán, que siente que todavía no tocó el techo y lo va a intentar, literalmente, dentro de unos meses. En junio, se convertirá en el hombre que más alto ha volado, sin ayuda mecánica, en la historia de la humanidad. Lo dice despacio, sencillo, como lo que es: un desafío lógico para una persona que cuando no está volando, se aburre. Hernán y dos amigos también pilotos viajarán al Valle de Hunza, al norte de Pakistán, a filmar un documental con la productora inglesa Fire Light. Con la excusa de mostrar lugares exóticos y algo de la cultura pakistaní, intentarán batir el récord mundial de vuelo en parapente, poco más de siete mil metros, y llegar hasta los ocho mil. "Es un récord de ganancia de altura, se trata de subir aprovechando las corrientes ascendentes. Vamos a despegar desde los dos mil metros y ascender a ocho mil, que es mucho. A los seis mil, ya podés tener falta de oxígeno en el cerebro y dormirte. Las condiciones van a ser muy fuertes", cuenta. El documental se llamará Above Hunza, en honor al único lugar en el mundo donde se puede alcanzar, por condiciones térmicas, semejante altura. Dice Hernán que tiene miedo, pero que no lo siente. "El miedo está ahí, y vos sabés que está ahí." Con eso, parece, alcanza.
O no, tampoco alcanza para nada. Al desafío de Hunza Hernán suma su nueva obsesión: combinar salto base (tirarse en paracaídas desde lugares bajos, como edificios, antenas, paredes, ultralivianos) con parapente. "Estoy diseñando un arnés para poder despegar en parapente, volar e intentar una maniobra acrobática para entrar en caída libre y eyectarme a baja altura, a 250 metros del piso." A Hernán los metros, pocos o muchos, no le hacen diferencia. Cuando no piensa acrobacias, practica ala delta, paracaidismo, vuela ultralivianos, escala, esquía y surfea. Y sigue buscando, cuenta, "un vuelo que me llene".
BRANDO: A esta altura de tu carrera, ¿qué es un vuelo que te llena?
HERNAN PITOCCO: Puede ser un vuelo como el que hice hace poco, donde crucé las Altas Cumbres. Despegué desde La Cumbre, que está en el Valle de Punilla, y lo uní con el Valle de Traslasierra. Fueron como 80 kilómetros hasta llegar adonde empieza la pared de las Altas Cumbres y después otros 40 cruzando el altiplano. Fue un vuelo muy técnico que nunca se había hecho. Llegué hasta los 3.600 metros, tocando las barbas de la nube, encaré unos paredones, unas quebradas, una vista... Es realmente alucinante. También están los vuelos de acrobacia en los que subo alto, 1.200 metros, y combino maniobras. Eso me llena.
También le gusta participar de circuitos -y ganarlos–, aunque de a poco esté pensando en espaciar la competencia. Tiene, dice, para tres o cuatro años más, porque el circuito acrobático es muy exigente. Son cinco fechas en cinco países: Suiza, Austria, Francia, Italia y España, y congrega sólo a pilotos expertos. La selección es muy estricta y apenas participan 40 pilotos, contra los 150 que puede juntar una competición de cross, que es la modalidad más difundida del parapente. De ellos la mayoría son pilotos jóvenes, de menos de 20 años. Hernán –que forma parte del equipo Red Bull– es uno de los pilotos más veteranos de la especialidad, pero cuando la creó tenía 19 y era el más joven del circuito. En estos doce años, le impuso su sello a varios movimientos que hoy son clásicos en las competencias (como el McTwist, una rotación lateral muy fuerte) y logró, hace poco, una marca récord: realizar el Infinity Tumbling (googleen "Infinity Tumbling, by Hernan Pitocco" y vean el video) con un paramotor en la espalda, una maniobra el doble de peligrosa de lo usual por el peso adicional del motor.
Hernán le debe su carrera a una acumulación de prohibiciones tempranas: sus padres le frenaron todos los intentos por practicar deportes de riesgo. Por eso, cuando tenía 16 años, les falsificó la firma para tomar un curso de piloto de parapente en las afueras de Buenos Aires. Lo hizo porque antes había suplicado, sin suerte, que lo dejaran pilotear kartings. Desde entonces, ahora tiene 31 años, voló miles de veces, pero recuerda su primera salida como si recién hubiera aterrizado. Ascendió, aquella vez, 300 ingenuos metros y vio el perfil de los primeros edificios de la zona norte de Capital, que se recortaban en el horizonte. Nunca, dice, se sintió tan libre, lo cual es bastante lógico: era un vuelo prohibido.
Me encuentro con él un rato después de su vuelo en el centro de Mina Clavero. Pienso, con mi cabeza terrícola, que me alegra verlo entero. Porque ver a un hombre volando y calcular su caída es una asociación inevitable. Un poco por morbo, otro porque a esta altura, ya sabemos que la ley de gravedad funciona, y también porque la vida viene con esas cosas, shit happens. Eso, al menos, en el suelo, porque desde el aire la perspectiva es otra. "El parapente es un deporte muy seguro, más de lo que la gente piensa. Lo podés hacer inseguro si querés, pero hoy tenés parapentes fáciles de despegar, de inflar, fáciles de aterrizar y muy estables en turbulencia", dice.
Pero una vez se rompió todos los huesos. Estaba compitiendo en La Rioja cuando el parapente quedó hecho un moño, y el paracaídas –en cross vuela con uno y en acrobacia, con dos– falló. Cayó desde 150 metros y se quebró cuatro costillas, se perforó un pulmón, se rompió la pelvis. A los 40 días, volvió a volar. Desde entonces, lleva acumuladas 31 emergencias en vuelo, que es una manera técnica y misteriosa de decir que el parapente se salió de control. De aquel accidente en La Rioja se llevó la parábola de la jarra. "Dicen que cuando empezás a volar tenés dos jarras. Una que es la llena, la de la suerte, y la vacía, que es la de la sabiduría. A medida que te van pasando cosas, tenés que ir llenando la de la sabiduría, porque la suerte se va acabando. Y, si al final no la llenaste, estás en problemas. Hoy ya no improviso, sé lo que voy a hacer, no trato de impresionar a nadie", dice Hernán, que en junio, desde el techo térmico del mundo y aunque no se lo proponga, nos va a impresionar a todos.
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