
Los pollos invaden Key West
En una apacible isla de Florida, estas aves, que viven sueltas, se han convertido en un problema que divide a la opinión pública
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KEY WEST, Florida.– Este es un lugar usualmente tolerante. Motociclistas enfundados en cuero negro con lentes espejados recorren en sus rugientes Harley-Davidson las calles llenas de estudiantes en sus scooter color pastel. Mujeres bronceadas, con tops y anillos en los dedos de los pies, comparten las veredas con enrojecidos señores mayores con remeras astrosas, que llevan sus bicicletas ruinosas como si fueran caballos heridos.
Bajo las palmeras, que se mecen en un ángulo exacto de 80º, los autos sport, plateados, se estacionan entre viejísimos cacharros. En los bares, los pescadores profesionales les cuentan historias a los aficionados que han venido de vacaciones, y que beben cada una de sus palabras.
El lema del lugar es vivir y dejar vivir. Hay lugar, aunque se trate de una isla de 4x8 kilómetros, para todo el mundo y para todo.
Pero los pollos deben irse. Sus reclamos amorosos –y sus estridentes e inoportunos cantos madrugadores– resuenan hasta en los callejones y el estacionamiento de los fast-food, a veces como apasionado cloqueo y otras como graznidos estrangulados. Los autos apenas si se mueven para que los gallos puedan pasear por la calle principal, y las gallinas cuidan a sus pollitos en los callejones llenos de estiércol, detrás de las galerías y restaurantes.
En la avenida Patterson, dos gallos anaranjados y negros se disputan el medio de la calle, obligando a Spike Dameron a interrumpir su almuerzo para apaciguar la riña. Estas aves, dice Dameron, de 80 años, se han vuelto inmanejables.
Las aves, que alguna vez fueron parte de la pintoresca cultura de la isla –descendientes de las que trajeron los colonos en el siglo XVIII–, se han multiplicado convirtiéndose en una molestia. Los residentes dicen que están hartos de sus cantos a las 3 de la mañana, de las playas llenas de estiércol y de su conducta extrañamente agresiva.
Key West no está invadida de pollos silvestres, como dicen algunos de los residentes. Pero de todos modos han empezado a atraparlos y enviarlos a la península de Florida, en una especie de cruzada antipollos destinada a reducir una población avícola que, según los expertos, llega a más de 2000 especímenes. Esta situación ha causado una clara división en la comunidad, e incluso a la creación de un refugio para pollos. Katha Sheehan, una mujer de rostro amable que puede tener en brazos al más feroz de los gallos, dueña de un comercio en la calle Duval, tiene colocado un cartel sobre la puerta: Los pollos están a salvo aquí, reza. Katha vende pinturas y artesanías relacionadas con las aves para pagar su programa de protección. Adentro del negocio, los pollos cloquean en sus jaulas. Ella misma recoge a los gallos lastimados por la gente que intenta matarlos y a los que quedan maltrechos después de alguna riña, actividad que, a pesar de ser ilegal, es muy popular en Key West.
Durante los últimos seis meses, funcionarios municipales y expertos en vida silvestre han enviado alrededor de 650 pollos a granjas de la Costa Oeste de Florida, donde las aves pueden seguir con su vida en el exilio. Esta deportación no implica enviarlos al matadero, ya que sólo se negocian sus huevos. Pero las quejas de la población, que alega que incluso están contaminando el mar, ha impulsado a las autoridades a tomar cartas en el asunto, para evitar que muchos residentes irritados y molestos hagan justicia por su propia mano.
En 1998, el huracán George empeoró las cosas: devastó gran parte de los árboles, despojando así a las aves de sus refugios e instándolas a diseminarse por todas partes. De pronto, hubo pollos en las áreas turísticas, las playas y los lotes de estacionamiento. Especialmente al atardecer, las calles de Key West se colman de aves. Un gallo solitario cruza la calle como una flecha, con la cabeza erguida como un periscopio.
Sue Michael, dueña de un comercio que ha sido atacada dos veces por los gallos, y que no está satisfecha con las medidas tomadas por el municipio, dice que tal vez se haga cargo ella misma: “Acabo de comprar un nuevo horno”, explica.
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