Los sueños de un botija
Es hijo de un viajante francés nacido en Alsacia, que impuso costumbres rígidas sobre el hijo único. Pero no pudo evitar que su propio hermano, un cantante profesional, se llevara al sobrino a los clubes de jazz e hiciera el joven Jaime desarrollara un paladar hambriento de fusas y semicorcheas.
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Corría 1956 y el músico uruguayo Jaime Roos tenía apenas tres años. Le faltaban dieciocho para arribar a la semana terrible de 1974 que decidiría para siempre el resto de su vida.
Pero era 1956 y por el momento el músico era un botija de tres años que recorría las calles de Montevideo con los chicos del barrio pidiendo "Un vintén para murga" -Un vintén eran dos centavos- explica el hombre alto, de bigotes, con una voz grande y profunda en el que se ha transformado Jaime Roos- Nos pintábamos la cara con corcho quemado. Yo tenía un bombo y un platillo y esuchaba los discos de mi padre, que eran de jazz. A mi madre, en cambio, le gustaban el folklore, el tango, la música brasileña.
Es hijo de René, un viajante francés, y de Catalina, ama de casa. René, nacido en Alsacia, impuso costumbres rígidas sobre el hijo único. Pero no pudo evitar que su propio hermano, un cantante profesional, se llevara al sobrino a los clubes de jazz e hiciera que con el tiempo el joven Jaime desarrollara un paladar hambriento de fusas y semicorcheas. - A los doce años gané la batalla de que me compraran una guitarra. Mis padres no querían que yo fuera músico, porque el ejemplo de mi tío era muy interesante, pero por el otro lado era estar condenado a la ruina económica. En fin, estudié guitarra clásica y en un par de años llegué a quinto.
Nadie creía demasiado en la vocación artística de Jaime. De todos modos, él trotaba por el barrio sur de Montevideo metiendo la nariz en las cuevas de jazz más oscuras, participando en grupos de música para niños, hasta que a fines del 69 tuvo grupo propio. Se llamaba Los Robbers y tocaban en los bailes de sábado y domingo. Mientras Jaime estudiaba Ciencias Económicas, para prevenirse y calmar los ánimos en casa.
- Mis viejos no se preocupaban. Yo daba exámenes, estudiaba... y el nene se divertía haciendo música.
Y cuando todo estaba en orden, cuando el futuro acechaba primoroso allá adelante, sucedió lo que tenía que suceder. Corría 1974, Jaime cumplió rotundamente 21 años y tomó sin pestañear las tres o cuatro decisiones que cambiarían su vida para siempre. - En una semana, la semana álgida, dejé los estudios, me dediqué a la música, me fui de mi casa, dejé a mi novia de dos años y me fui para Europa. Je. Todo junto.
Roos, ahora, descansa en un sillón de un viejo hotel de Buenos Aires. Se apoya levemente sobre las rodillas. Es un hombre serio y sonríe en vaivenes: de pronto sonríe, de pronto deja de sonreir, de pronto sonríe. Parece tímido, con esa timidez que ha sido remontada ya hace años pero que deja huella. Roos, el uruguayo, cuenta en un sillón de hotel de la Argentina que llegó a España sin haber salido antes jamás del Uruguay.
- Tenía un contrato con un grupo uruguayo en el que tocaba y que se había ido a España. En España el grupo tocó dos veces y se disolvió. Pero era mi fuga. Una fuga que yo había planeado hace mucho. Hasta ese momento no componía canciones ni cantaba. Cuando me fui empezó otra vida, una libertad total, sin nadie que me llamara por teléfono, sin nadie que dependiera de mi y dependiendo yo de mi mismo. Yo había estado viviendo una vida que no era mía, y cuando llegué a Europa lo primero que hice fue escribir una canción. Irme fue lo mejor que pude haber hecho en mi vida. A veces uno no es plenamente conciente de lo mal que está viviendo, sobre todo cuando es pibe. A veces el vidrio se empaña y hay que dejar que se aclare la imagen.
Soledad, concentración, tiempo, libertad. Eso le dio España. De su vida anterior, en Uruguay, no dice mucho. Apenas que con su padre no se llevaba bien. Que era un hombre demasiado recto. Pero quizás porque no es bueno tener cuentas pendientes, ahora Jaime dice que todo lo más ético y correcto y elevado de su padre se le quedó pegado.
- Pero era un pésimo comunicador con su hijo - dice, como si no perdonara del todo.
En Europa, solo y sin plata pero libre, trabajó como sonidista, boletero, portero, utilero, pegatinero, músico de cabaret, músico de ballet folklórico argentino, bajista de grupos de salsa, jazz, rock.
- Yo llegué a París con ochenta dólares en el bolsillo y una casa en donde quedarme por quince días. Estaba sin trabajo, se me acabó el dinero y tuve que vivir dos meses robando comida. Robé muchísima comida. Cuando conseguí un trabajo dejé de afanar. En París se vive muy mal si uno no tiene plata. Y ahí lo conocí al Chango Farías Gómez que estaba viviendo en el metro porque no tenía plata. Lo invité a mi habitación y vivimos un tiempo juntos.
En el 75 Jaime conoció a una mujer. Holandesa ella. Madre de su hijo ella. Pero antes de que eso sucediera, antes de que naciera Yamandú que hoy tiene 18 años, la mujer de Holanda y Jaime viajaron a México y de allí a dedo hasta Montevideo donde él terminó de grabar las canciones de su primer disco, Candombe del 31. Después viajaron a Maceió, ya sin un cobre, y allí consiguieron que un barco los devolviera más o menos sanos y salvos a Europa, París, donde consiguió un trabajo en un espectáculo del tipo Folies Bergere: se calzaba un poncho blanco y tocaba el bombo mientras unos bailarines argentinos hacían un número de malambo.
- Ganábamos muchísimo dinero. Y de ahí enganchamos con el Chango Farías Gómez un laburo en un cabaret por el estilo... pero en Bagdad. Terminé tocando La cumparsita en Bagdad. Había una pareja que bailaba tango, y el cabaret estaba lleno de turbantes, porque había solamente hombres. Creo que fue lo más raro que hice en mi vida. La nafta en ese lugar vale menos que el agua, entonces nos tomábamos un taxi y le decíamos "A Babilonia", que queda a cien kilómetros en medio del deseirto, y nos íbamos a las ruinas con todos los músicos. Teníamos un percusionista que era una bestia, y el primer día que llegó se puso a gruñir porque no había jardines colgantes.
Cuando la mujer holandesa quedó embarazada, Jaime comenzó su "etapa Amsterdam". Era el verano europeo del 78 y ocurrían cosas como la final Holanda - Argentina. Jaime, tres días antes de que naciera su hijo, no sabía por quién hinchar, con el corazón repartido entre la solidaridad latinoamericana y la panza crecida de su mujer. Su tiempo en Europa, dice, tuvo picos de felicidad y de angustia, pero mientras habla parece divertido. Pasen y vean: manual Jaime Roos del perfecto aventurero americano viviendo con poca plata en Europa. - Yo en Holanda ocupaba casas. Ahí nos llaman krakers. Es una organización anarquista muy grande que ocupa casas deshabitadas a punto de ser demolidas. Y en esas casas los krakers se meten como las ratas. Yo rompí diez casas, tres para mi y las otras para otra gente. Es una ayuda mútua. Vos llegás a la casa, rompés la puerta, y en seguida algún vecino le avisa a la policía, que llega en cinco minutos. Pero cuando llegan los tipos, vos tenés que tener una cama, una mesa, sillas, flores, unos libros. Si tenés flores quiere decir que estás viviendo en la casa. Cabeza de Holanda. Tenés que poner un candado con portacandados y cerrar todo en tres minutos. Cuando llega la cana, vos estás con tu llave en la mano. Esta es mi casa, mi llave. Los tipos abren, miran, ven que tenes tus flores, tus libros, tu cama, tu mesa, tus sillas, se dan media vuelta y se van, porque ya esta, vos vivís ahi. Después si querés podés ir a la compañía de luz, de gas y de teléfono a que te pongan los servicios. Si los pagás te los ponen.
Pasaron los años. Jaime era músico en cabarets, clubes de jazz y de salsa. No paraba de componer, iba por su tercer disco, pero no vivía de su música. Entonces Europa dejó de sorprenderlo, quiso cambiar de nuevo y decidió volver a Uruguay. Era 1982.
La única pieza que no entra y nunca entró en este rompecabezas cuando volví al Uruguay, es el hecho de mi hijo viviendo en Europa. Pero nos las hemos ingeniado. Yo he sido un padre comparable a un marino que embarca y viene cada tanto. Bueno, volví a Uruguay y la dictadura militar me prohibió. Se abrán asustado. Yo nunca hice canciones de contenidos netamente políticos, pero en mis shows la gente saltaba, cantaba, bailaba... Je, se ahbrán asustado.
- Me moría de hambre, así que me puse a laburar de cocinero. Le agarré cariño a ese trabajo. Fue la única vez en la vida que no hice algo relacionado con la música. El restaurante era caribeño y quedaba pared de por medio con la casa de Ana Frank. Era muy lindo, había jaulas con papagayos y yo hacía la preparación fría, ensaladas, cócteles.
El ayudante de cocina tenía cuatro discos editados en Francia y era un músico reconocido por cierto grupete marginal en Montevideo. Mientras tanto, cortaba cebolla y tomate en el restaurante adornado con papagayos en Amsterdam, sin quejarse, con un sentido profundo de que la felicidad era otra cosa, un pajarito suave que cada tanto se escapa de las manos y al que hay que tenerle paciencia. Por eso quizás, empezó a escribir las canciones de su quinto disco en el restaurante. EN 1984 volvió a su paisito y grabó Mediocampo. La cubierta del disco lo muestra con una camiseta de un club de fútbol del que no es hincha: la camiseta es de Fénix y Roos es hincha de Defensor.
- Es que en esa camiseta hay un ave fénix renaciendo de las llamas, y en cierta manera fue una alegoría de lo que yo sentía dentro mío y desde un punto de vista social. Se había terminado la dictadura... yo volví a mi país. Por otro lado era mi quinto album, y se llamó Mediocampo porque el mediocampista central tiene un número cinco en la espalda. Lo del ave fénix funcionó, y bien. Al año siguiente grabó el disco Brindis por Pierrot y ya nada fue igual. "Brindis..." es cuatro veces platino, el disco más vendido de los últimos quince años en el Uruguay. Jaime tuvo que empezar a darse cuenta de que algo, no precisamente su sueño del pibe, empezaba a hacerse realidad.
- Cuando era chico me imaginaba arriba de un escenario como los Beatles o los Who. Pero nunca me imaginé que iba a empezar a escribir temas, que iba a tener un grupo... yo pensaba que iba a ser un guitarrista, un bajista en un grupo de otro.
Será por eso que en muchos de sus discos Roos queda en un discreto segundo plano. En el último, editado hace poco en la Argentina, llamado Si me voy antes que vos, las voces de Adriana Varela, Mercedes Sosa, Hilda Lizarazu cantan canciones que él mismo compuso. Voces ajenas que lucen y relucen enredadas en las canciones de Roos.
- Es que se trata de que cada canción reciba el agua que necesita - explica sin inmutarse, como si no fuera importante- Pero hay canciones que siento que tengo que cantar yo sí o sí. No me las imagino cantadas por otro tipo. Después de Brindis por Pierrot la carrera del uruguayo dio un giro. Compuso la canción que fue emblema de la Selección Nacional Uruguaya en uno de los campeonatos del mundo, hizo la música para la publicidad televisiva del diario El país, y se transformó en uno de los productores de discos más importantes de Uruguay, además de tener más de 25 discos editados, contando las recopilaciones y los originales. Todo está en orden, salvo el detalle ínfimo de que a Jaime Roos no le gusta cantar.
- No, no particularmente. Yo en realidad canto porque la gente quiere que cante. A mi no me gusta cantar. Disfruto más componiendo. Pero entendí lo que la gente me quería decir cuando me empujaban a que yo cantara. Cuando uno compone una canción, la canta con cierto peso, con cierta propiedad, ya que uno la escribió. Entonces hay cierta coherencia porque proviene de la misma panadería. Ahora, entonces... bueno... canto.
En Buenos Aires los que lo siguen y admiran son legión. En 1990 colmó el estadio de Obras Sanitarias. En 1995 hizo dos funciones en el Opera y varias en La trastienda, y finalmente, a principios de 1996 protagonizó junto a Adriana Varela un concierto impresionante al aire libre en el que lo vieron más de 40.000 personas, saltando imparables al ritmo de sus candombes y murgas suculentas. En diciembre último volvió al teatro Opera para hacer tres presentaciones. Los teatros vibran con su voz gruesa, y las letras de sus canciones cuentan historias sencillas escritas por este hombre del que hoy se dice que es uno de los músicos más importante de latinoamérica. En 1991 fue distinguido por los relojes Movado como "personalidad artística del año" y Roos muestra con una sonrisa extrema el Movado brillando en su muñeca.
- Es lindo. Está expuesto en el museo de arte moderno de Nueva York porque parece que lo hizo un tipo de la bauhaus.
Y estira el mentón.
En 1995 fue declarado visitante ilustre de la ciudad de Buenos Aires y su gira Jaime Roos a las 10 entre 1993 y 1994 por todo el Uruguay y Buenos Aires, fue seguida por más de 310.000 espectadores. El video de la gira fue distribuído por el diario El país en 1995 y la edición de 55.000 ejemplares de agotó en horas. Pero el tipo es modesto.
- A mi no me gusta la gente engrupida. Yo conozco muy bien mi lado oscuro. Sé mis defectos. Se que el de la tapa del disco no soy yo. Es lo mejor de mi, pero no está lo peor de mí. El del afiche no soy yo. Yo cargo con un montón de cosa que hago mal. Estoy tan fallado como cualquier otra persona. No creo en los estrellatos ni los divismos. Detesto a los artistas que se creen especiales por ser artistas. Y entre los músicos eso pasa mucho.
No le gustan las fiestas. No pertenece a ningún partido político y es abiertamente simpático. Usa un celular que está apagado y no lleva tarjetas personales. Anota su nombre, un "Jaime" escueto y poderosamente humilde, en un papelito cualquiera. No le gusta posar en las fotos pero se yergue altísimo, con las manos en los bolsillos de unas bombachas camperas color claro y dice que la palabra nostalgia no le huele bien.
- Mi lenguaje se apoya en la tradición, pero mi música es muy del siglo veinte. Yo no tengo una visión antigua, ni nostálgica, ni idealizadora del pasado. Sería un error decir que todo tiempo pasado fue mejor. Pero sería un error decir que el pasado es una basura como muchas corrientes posmoderenas han hecho. Yo creo en el espíritu humano, en la posta humanista.
Por eso cree que a una orilla y otra del Río de la Plata se juegan más o menos las mismas pasiones, las mismas penas, las mismas mediocridades y los mismos desencuentros. Por eso, dice Jaime, no hace falta conocer Valderrama para saber lo que sucedería si se apaga. Ni haber nacido en el barrio sur de Montevideo para disfrutar del candombe y pedirle a la vida un vintén para murga, aún cuando no queda ninguna esperanza de que suelte un cobre.
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