Obsesiones compulsivas a la hora de levantarse
Lo hago todos los días. Lo odio y lo hago todos los días. Lo odio y lo hago todos los días porque no puedo dejar de hacerlo. Tender la cama para mí es un castigo. Un tedio negro. Correr las almohadas, estirar las fundas, sacar las frazadas al living en busca de espacio para maniobrar y sacudir todo una y otra y otra vez así se van los ácaros para luego volverlo a su lugar y en un par horas desarmar y repetir el proceso me resulta humillante. Una trampa filosófica y capitalista. ¿Qué sentido tiene montar algo que luego debe destruirse? ¿Quién dijo que eso es la felicidad? Si Satanás existe, me lo impuso él y también el calendario: debo hacerlo antes de irme, siempre, a donde sea, a cualquier hora. Las 8, las 12 o las 5 de la mañana.
Si no, es la piedra redonda que yo misma me encadeno al tobillo y vivo el día con ese peso esclavo y rocoso que arrastro porque me acuerdo que no está tendida y pienso que a la noche voy a acostarme y el cubrecolchón va estar arrugado y las sábanas serán un gran bollo y va a faltar ese perfumito oriental que le pongo y el ritual de meterse y taparse no será tan especial: yo no voy a sentirme esa abeja reina que se posa lento sobre el centro de una flor y se cobija con los pétalos.
Cuando vivía sola era más simple. Soy de esas personas que apenas se mueven al dormir. Me acuesto boca arriba con los brazos encima del vientre o de costado, para dar la espalda a la puerta. No hay sacudones. Soy prolija incluso cuando no debería.
Desde que vivo con Ezequiel el ritual es más tortuoso; es sacar agua de un aljibe profundo con un balde lleno de moho y una soga deshilachada que en cualquier momento se corta. Pega patadas en el aire porque sueña que juega al fútbol con Javier "El Pupi" Zanetti, da pequeños saltos con la espalda como si alguien quisiera encadenarlo y él debiera defenderse, se roba toda la frazada. Y yo ahí, a su izquierda, tiesa. Por él tender la cama es empezar de cero a diario. Por él el castigo se vuelve más oscuro, más denso, más viscoso.
Y sin embargo esos días en que miro las sábanas y cuestiono al mismísimo Newton por sus teorías físicas y gravitacionales me río. Me gusta ver en ese alboroto de telas lo que soy yo y lo que es él.