
Paulo Coelho El demonio y la señora Prym
A continuación, reproducimos el comienzo del último libro del escritor brasileño que, de sus siete títulos anteriores, ya lleva vendidos 25 millones de ejemplares. Su octava fábula trata sobre el bien y el mal, nada menos
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Nota del autor. La primera historia sobre la División nace en la antigua Persia: el dios del tiempo, después de haber creado el universo, se da cuenta de la armonía que tiene a su alrededor, pero siente que le falta algo muy importante: una compañía con quien disfrutar de toda aquella belleza.
Durante mil años, reza para conseguir un hijo. La historia no cuenta a quién se lo pide, ya que él es todopoderoso, señor único y supremo; a pesar de todo, reza y, al final, queda encinta.
Cuando comprende que ha conseguido lo que quería, el dios del tiempo se arrepiente, consciente de que el equilibrio entre las cosas es muy frágil. Pero ya es demasiado tarde: el hijo ya está en camino. Lo único que consigue con su llanto es que la criatura que lleva en su vientre se divida en dos.
Cuenta la leyenda que de la oración del dios del tiempo nace el Bien (Ormuz), y de su arrepentimiento nace el Mal (Ahriman), dos hermanos gemelos.
Preocupado, hace todo lo posible para que Ormuz salga primero de su vientre, controlando a su hermano, Ahriman, y evitando que cause problemas en el universo. Pero el Mal, inteligente y vivo, da un empujón a Ormuz en el momento del parto, y es el primero en ver la luz de las estrellas.
El dios del tiempo, desolado, decide crear aliados para Ormuz, y entonces crea la raza humana, que luchará con él para dominar a Ahriman y evitar que se apodere del mundo.
En la leyenda persa, la raza humana nace como aliada del Bien y, según la tradición, al final vencerá. Siglos después surge una versión opuesta, en la que el hombre es el instrumento del Mal.
Creo que todos ustedes ya saben de qué estoy hablando: un hombre y una mujer están en el jardín del Paraíso, gozando de todas las delicias imaginables. Sólo se les ha prohibido una cosa: la pareja no puede conocer el significado de Bien y Mal. Dice el Señor Todopoderoso: "No comerás del árbol del bien y del mal". (Génesis, 2,17.) Pero un buen día aparece la serpiente, que afirma que este conocimiento es más importante que el mismo Paraíso, y que ellos deben poseerlo. La mujer se niega a ello, diciendo que Dios los ha amenazado de muerte, pero la serpiente afirma que no les pasará nada, sino al contrario: el día en que sepan lo que es el Bien y el Mal, serán iguales a Dios.
Eva, convencida, come de la fruta prohibida y da una parte de ella a Adán. A partir de entonces, el equilibrio original del Paraíso queda destruido, y ambos son expulsados y maldecidos. Pero Dios pronuncia una frase enigmática que da toda la razón a la serpiente: "Hete aquí que el hombre se ha convertido en uno de nosotros, conocedor del Bien y del Mal".
En este caso (al igual que en el del dios del tiempo, que reza pidiendo algo aunque sea el señor absoluto), la Biblia no explica con quién está hablando el Dios único, y -si El es único- ¿por qué dice "en uno de nosotros"?
Sea como fuere, desde sus orígenes, la raza humana está condenada a lidiar con la eterna División entre dos polos opuestos. Y así estamos nosotros, con las mismas dudas que nuestros antepasados; este libro tiene como objetivo abordar este tema utilizando, en algunos momentos de su trama, leyendas sobre este asunto, que han sido sembradas por los cuatro cantos del mundo.
Con El Demonio y la señorita Prym concluyo la trilogía Y al séptimo día..., de la cual forman parte A orillas del río Piedra me senté y lloré (1994) y Veronika decide morir (1998). Los tres libros hablan de una semana en la vida de unas personas normales que, repentinamente, se ven enfrentadas al amor, a la muerte y al poder. Siempre he creído que las transformaciones más profundas, tanto en el ser humano como en la sociedad, tienen lugar en períodos de tiempo muy reducidos. Cuando menos lo esperamos, la vida nos coloca delante un desafío que pone a prueba nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio; en ese momento, no sirve de nada fingir que no pasa nada, ni disculparnos diciendo que aún no estamos preparados.
El desafío no espera. La vida no mira hacia atrás. En una semana hay tiempo más que suficiente para decidir si aceptamos o no nuestro destino.
Buenos Aires, agosto de 2000.
Hacía casi quince años que la vieja Berta se sentaba todos los días delante de su puerta. Los habitantes de Viscos sabían que los ancianos suelen comportarse así: sueñan con el pasado y la juventud, contemplan un mundo del que ya no forman parte, buscan temas de conversación para hablar con los vecinos...
Pero Berta tenía un motivo para estar allí. Y su espera terminó aquella mañana, cuando vio al forastero subir por la escarpada cuesta y dirigirse lentamente en dirección al único hotel de la aldea. No era tal como se lo había imaginado tantas veces: sus ropas estaban gastadas por el uso, tenía el cabello más largo de lo normal e iba sin afeitar.
Pero llegaba con su acompañante: el Demonio.
"Mi marido tiene razón -se dijo a sí misma-. Si yo no estuviera aquí, nadie se habría dado cuenta."
Era pésima para calcular edades, por eso estimó que tendría entre cuarenta y cincuenta años. "Un joven", pensó, utilizando ese parámetro que sólo entienden los viejos. Se preguntó en silencio por cuánto tiempo se quedaría, pero no llegó a ninguna conclusión; quizá poco tiempo, ya que sólo llevaba una pequeña mochila. Lo más probable era que sólo se quedase una noche, antes de seguir adelante, hacia un destino que ella no conocía ni le interesaba.
A pesar de ello, habían valido la pena todos los años que pasó sentada a la puerta de su casa esperando su llegada, porque le habían enseñado a contemplar la belleza de las montañas (nunca antes se había fijado en ello, por el simple hecho de que había nacido allí, y estaba acostumbrada al paisaje).
El hombre entró en el hotel, tal como era de esperar. Berta consideró la posibilidad de hablar con el cura acerca de aquella presencia indeseable, pero seguro que el sacerdote no le haría caso y pensaría que eran manías de viejos.
Bien, ahora sólo faltaba esperar acontecimientos. Un Demonio no necesita tiempo para causar estragos, igual que las tempestades, los huracanes y las avalanchas que, en pocas horas, consiguen destruir árboles que fueron plantados doscientos años antes. De repente, se dio cuenta de que el simple conocimiento de que el Mal acababa de entrar en Viscos no cambiaba en nada la situación: los demonios llegan y se van siempre, sin que, necesariamente, nada se vea afectado por su presencia. Caminan por el mundo constantemente, unas veces sólo para saber lo que está pasando, otras veces para poner a prueba alguna alma, pero son inconstantes y cambian de objetivo sin ninguna lógica, sólo los guía el placer de librar una batalla que valga la pena. Berta estaba convencida de que en Viscos no había nada de interesante ni especial que pudiera atraer la atención de nadie por más de un día, y mucho menos de un personaje tan importante y ocupado como un mensajero de las tinieblas.
Intentó concentrarse en otra cosa, pero no podía quitarse de la cabeza la imagen del forastero. El cielo, antes soleado, empezó a cubrirse de nubes.
"Eso es normal en esta época del año -pensó-. No tiene ninguna relación con la llegada del forastero, es pura coincidencia."
Entonces oyó el lejano estrépito de un trueno, seguido de otros tres. Por una parte, eso significaba que pronto llovería; por otra, si decidía creer en las antiguas tradiciones del pueblo, podía interpretar aquel sonido como la voz de un Dios airado que se quejaba de que los hombres se habían vuelto indiferentes a Su presencia.
"Tal vez debería hacer algo. Al fin y al cabo, lo que yo estaba esperando acaba de llegar."
Pasó unos minutos prestando atención a todo lo que sucedía a su alrededor; las nubes seguían descendiendo sobre la ciudad, pero no oyó ningún otro ruido. Como buena ex católica, no creía en tradiciones ni en supersticiones, especialmente las de Viscos, que tenían sus raíces en la antigua civilización celta que había poblado aquella zona en el pasado.
"Un trueno es un fenómeno de la naturaleza. Si Dios quisiera hablar con los hombres, no utilizaría unos medios tan indirectos."
Fue sólo pensar en ello y volver a oír el fragor de un trueno, mucho más próximo. Berta se levantó, tomó su silla y entró en la casa antes de que empezara a llover, pero ahora tenía el corazón oprimido, con un miedo que no conseguía definir.
"¿Qué debo hacer?"
Volvió a desear que el forastero partiera inmediatamente; ya estaba demasiado vieja como para ayudarse a sí misma o a su pueblo o, muchísimo menos, a Dios Todopoderoso, quien, en caso de necesitar ayuda, seguramente hubiera elegido una persona más joven. Todo aquello no pasaba de un delirio; a falta de algo mejor que hacer, su marido inventaba cosas que la ayudaran a matar el tiempo.
Pero había visto al Demonio; sí, no tenía la menor duda de ello.
En carne y hueso, vestido de peregrino.
El hotel era, al mismo tiempo, tienda de productos regionales, restaurante de comida típica, y un bar donde los habitantes de Viscos acostumbraban a reunirse para discutir sobre las mismas cosas, como el tiempo o la falta de interés de la juventud por la aldea. "Nueve meses de invierno y tres de infierno", solían decir, refiriéndose al hecho de que necesitaban hacer, en noventa días escasos, todas las faenas del campo: labranza, abono, siembra, espera, cosecha, almacenaje del heno, esquila de las ovejas...
Todos los que residían allí sabían perfectamente que se obstinaban en vivir en un mundo que ya había caducado. A pesar de ello, no les resultaba fácil aceptar que formaban parte de la última generación de los campesinos y pastores que habían poblado aquellas montañas desde hacía siglos. Tarde o temprano llegarían las máquinas, el ganado sería criado lejos de allí, con piensos especiales, y tal vez venderían la aldea a una gran empresa, con sede en el extranjero, que la convertiría en una estación de esquí. Esto ya había sucedido en otras poblaciones de la comarca, pero Viscos se resistía a ello porque tenía una deuda con su pasado, con la fuerte tradición de los ancestros que habían habitado aquella zona en la antigüedad y que les habían enseñado la importancia de luchar hasta el último momento.
El forastero leyó cuidadosamente la ficha de inscripción del hotel, mientras decidía cómo la iba a rellenar. Por su acento, sabrían que procedía de algún país de Sudamérica, y decidió que ese país sería la Argentina, porque le encantaba su selección de fútbol.
También pedían el domicilio, y el hombre escribió calle Colombia porque tenía entendido que los sudamericanos suelen homenajearse recíprocamente dando nombres de países vecinos a las avenidas importantes.
Como nombre de pila, eligió el de un famoso terrorista del siglo pasado.
En menos de dos horas, los doscientos ochenta y un habitantes de Viscos ya sabían que acababa de llegar al pueblo un extranjero llamado Carlos, nacido en la Argentina, que vivía en la bonita calle Colombia, en Buenos Aires. Esa es la ventaja de las comunidades muy pequeñas: no es necesario hacer ningún esfuerzo para que en muy poco tiempo se sepa tu vida y milagros.
Y ésa, por cierto, era la intención del recién llegado.
Subió a la habitación y vació su mochila: había traído algo de ropa, una máquina de afeitar, un par de zapatos de repuesto, un grueso cuaderno donde hacía sus anotaciones, y once lingotes de oro que pesaban dos kilos cada uno. Exhausto por la tensión, la subida y el peso que cargaba, se durmió casi inmediatamente, no sin antes trabar la puerta con una silla, a pesar de saber que podía confiar plenamente en todos y cada uno de los habitantes de Viscos.
Al día siguiente, desayunó, dejó la ropa sucia en la recepción del hotelito para que se la lavaran, volvió a colocar los lingotes en la mochila y salió en dirección a la montaña situada al este de la aldea. Por el camino, sólo vio a una vecina de la po- blación: una vieja que estaba sentada delante de la puerta de su casa, y que lo observaba con curiosidad.
Se internó en el bosque, y esperó a que sus oídos se acostumbraran al murmullo de los insectos, los pájaros y el viento que sacudía las ramas sin hojas; sabía perfectamente que en un lugar como aquél lo podían observar sin que él lo notara, y estuvo sin hacer nada durante una hora.
Cuando tuvo la certeza de que cualquier observador eventual ya se habría cansado y se habría ido sin ninguna novedad que contar, cavó un pozo cerca de una formación rocosa en forma de Y, y allí escondió uno de los lingotes. Subió un poco más, y estuvo otra hora sin hacer nada; mientras simulaba contemplar la naturaleza en profunda meditación, descubrió otra formación rocosa -ésta en forma de águila- y allí cavó un segundo pozo, donde colocó los diez lingotes de oro restantes.
La primera persona que vio, en el camino de vuelta al pueblo, fue una chica sentada a la orilla de uno de los tantos torrentes de la comarca, formados por el deshielo de los glaciares. Ella levantó los ojos del libro que estaba leyendo, advirtió su presencia, y retomó la lectura; con toda certeza, su madre le habría enseñado que jamás se debe dirigir la palabra a un forastero.
Pero los extranjeros, cuando llegan a una ciudad nueva, tienen todo el derecho a intentar entablar amistad con desconocidos, y el hombre se aproximó a ella.
-Hola -le dijo-. Hace mucho calor para esta época del año.
Ella asintió con la cabeza.
El extranjero insistió:
-Me gustaría enseñarte algo.
Ella, muy educadamente, dejó el libro a un lado, le dio la mano y se presentó.
-Me llamo Chantal, hago el turno de noche en el bar del hotel donde te hospedas, y ayer me extrañó que no bajaras a cenar, piensa que los hoteles no sólo ganan dinero por el alquiler de las habitaciones, sino por todo lo que consumen los huéspedes. Tu nombre es Carlos, eres argentino y vives en una calle que se llama Colombia; ya lo sabe todo el pueblo, porque un hombre que llega aquí, fuera de la temporada de caza, es siempre objeto de curiosidad. Un hombre de unos cincuenta años, cabello gris, mirada de haber vivido mucho...
Por lo que respecta a tu invitación de enseñarme algo, muchas gracias, pero conozco el paisaje de Viscos desde todos los ángulos posibles e imaginables; tal vez sería mejor que fuera yo quien te enseñara lugares que no has visto nunca, pero supongo que estarás muy ocupado.
-Tengo cincuenta y dos años, no me llamo Carlos y todos los datos del registro son falsos.
Chantal no sabía qué decir. El forastero continuó hablando:
-No es Viscos lo que te quiero enseñar, sino algo que no has visto nunca.
Los números de un suceso
Cuando en 1982 publicó su primer libro, Archivos del infierno, y tuvo que soportar el fracaso tan temido, jamás sospechó que seis años después, su tercer libro, El alquimista, fuera traducido a 43 idiomas y llegara a vender, en todo el mundo, 10 millones de ejemplares (de los cuales, sólo en nuestro país fueron 430). El milagro se produjo a partir de su segundo libro, El peregrino (1987); un relato surgido a partir de su experiencia luego de una peregrinación a Santiago de Compostela. En 1990 mantuvo a sus lectores como fieles seguidores con Brida, y lo siguieron en los siguientes libros: Las Valquirias (1992); Maktub (1992); A orillas del río Piedara me senté y lloré (1994); La quinta montaña (1996); El manual del guerrero de la luz (1997); Palabras esenciales (1998) y Veronika decide morir (1998). El demonio y la señora Prym , la eterna lucha del bien contra el mal, espera ser un suceso más.
Coelho por Coelho
Obsesionado por el tema de que cada uno debe buscar su propio camino, aunque no sea el más tradicional, el escritor brasileño parece haber trasladado a sus libros el resultado de un largo periplo personal que incluyó la experimentación con todas las drogas -menos, aclara, la heroína-, el hippismo, un breve tránsito por el mundo Hare Krishna, un toque de magia negra, cuatro casamientos y una vuelta al catolicismo.
Hijo de una familia acomodada, su rebeldía llevó a sus padres a internarlo tres veces en un instituto psiquiátrico. No reniega de esta etapa sino todo lo contrario. "Un poco de locura hace que te sientas mejor contigo mismo y estimula tu imaginación. Cuando uno quiere conseguir algo, alcanzar una meta, es preciso a veces hacer cosas diferentes a las habituales, tomar decisiones, interpretar las señales..."
Su currículum dice que nació un 24 de agosto de 1947, en Rio de Janeiro, Brasil. Escribió obras de teatro, guiones para televisión y letras de canciones que interpretaron famosos como Gal Costa. Fue secretario de redacción del diario O Globo, y también director de la compañía discográfica CBS.
Finalmente, después de haber gastado su mochila en viajes incansables, y tras una reveladora peregrinación por el Camino de Santiago, Coelho se decidió a vencer su miedo al fracaso e inaugurar su vocación de escritor.
Su primer libro fue Archivos del infierno, y sucedió lo que siempre había temido. Nadie lo leyó. Hoy, la historia es tan otra, que se habla de El Alquimista como uno de los fenómenos literarios más importantes del siglo. Después de este suceso, además de recibir sus legítimos derechos de autor, colabora con diversos diarios, revistas y portales de Internet, lo que ha permitido que su patrimonio ascienda a unos 20 millones de dólares.
Desde su luminosa guarida frente a la playa de Copacabana, con el mar de fondo, genera las fábulas que han fascinado a millones de lectores ávidos de lo que se llama "una nueva espiritualidad" -más simple, más directa, y en opinión de algunos, tal vez demasiado liviana- que vuelve una vez más al socrático "conócete a tí mismo", y a aquello que sabiamente supo expresar Antonio Machado: caminante no hay camino, se hace camino al andar".
En El alquimista, hasta ahora su libro más leído, Cohelo esboza la teoría de que todo ser humano tiene una leyenda personal: "No somos víctimas de la vida -dice-, sino aventureros en un mundo lleno de oportunidades, de misterio. Es allí donde encontramos la leyenda personal, que puede ser escribir, hacer un jardín...no importa. Importa que se haga con entusiasmo, con ganas. De esta manera se siente una conexión que hace que la vida tenga sentido".
Asegura que no podría escribir en otro lugar que en Río de Janeiro, la ciudad de los contrastes y su fuente de inspiración en el tema de la tolerancia hacia el diferente. "En el dibujo de la acera de Copacabana está todo. El blanco y el negro; la montaña y el mar, los edificios y la playa".
Su casa tiene una increíble vista al mar, que prácticamente moja los grandes ventanales a través de los cuales su mirada se pierde en el horizonte, buscando hilvanar aquellas historias que lo hacen tan famoso. "Mi casa está vacía, porque necesito llenarla con mi imaginación. Hay mucha gente que me hace regalos, pero no puedo guardarlos. Si tuviera que ponerlos aquí, no podría moverme".
El hecho de ser un escritor mediático, que sabe perfectamente cómo sonreir a la cámara y que parece no incomodarle las entrevistas, no lo ha salvado de una crítica feroz. "La crítica me parece bien, porque mis libros son públicos. Los críticos tienen derecho de pensar lo que les da la gana. Yo tengo que aceptar que piensen así, pero no que vayan a guiar mi manera de escribir. Entonces, los escritores escriben, los críticos critican, los lectores leen, y así nos quedamos todos felices".
En cuanto a su estilo, dice: "me veo como la vanguardia. La vanguardia de una nueva manera de escribir. Hay un cambio en la literatura. Ahora tenemos un lenguaje mucho más directo, que es de verdad volver al origen, a la tradición oral, cuando se contaban historias para que las personas pudieran recordarlas".
Se declara admirador de Borges, y hasta puede recitar poemas completos, y fragmentos de su obra. Pero no cree en gurúes, de la misma manera que tampoco se toma en serio el hecho de que miles de seguidores lo ven casi como el forjador de una nueva religión.
Lejos del ascetismo Pablo Coelho fuma, come carne, y cree en los placeres de la vida terrenal.
Navegante incansable por Internet, el escritor declara tener por eso una visión socialista de la vida."Internet significa la destrucción del capitalismo -predica-; el sistema basado en la información sólo para algunos desaparece. Por ejemplo, si en la Segunda Guerra Mundial hubiera existido Internet, ¿hubieran sido posibles los campos de concentración? Jamás".
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