Pionero del diseño
Pertenece a la primera generación de una familia de talentosos artistas, y es uno de los creativos textiles e industriales argentinos más reconocidos en el mundo. Alberto Churba recibió a LNR en su casa y mostró su colección de objetos modernistas
lanacionarAlberto Churba es el patriarca de una dinastía que ya lleva tres generaciones de talentosos artistas. Como el más joven entre sus hermanos, en los años sesenta gozó de una libertad que le permitió desarrollar un talento artístico tan prolífico como inagotable. Fue bailarín del Colón, pianista, artista plástico y uno de los diseñadores textiles e industriales argentinos más reconocidos en el mundo. Sus sillones son parte de la colección del MoMa de Nueva York y del Victoria & Albert Museum de Londres, y también equipan los salones del Centro Cultural General San Martín.
A casi veinte años del cierre de su mítico estudio y local ACh, en la esquina de Cabildo y Juramento, Churba editó "Churba. 30 años de diseño" (Infinito), un libro de 400 páginas en el que muestra por primera vez su colección de objetos modernistas de todo el mundo. Sus textos trasuntan la inconfundible mezcla de rigor racionalista y desinhibida experimentación con la que se diseñaba en los años 70.
Recibió a LNR en su antigua casona de zona norte, donde los ventanales miran al río y a un largo barranco en el que florecen añejas tipas, cipreses, cedros y flores cultivadas. El paisaje es surrealista, escapado del reposo de un artista genial e inconformista.
-¿Editar este libro fue como hacer un viaje al pasado o se impuso el pensamiento del artista actual?
-No lo sé, fueron dos años de intenso trabajo, donde me sumergí de lleno en el proyecto. Me convencieron y ayudaron dos grandes amigos, Alberto Murais y Antonio Osani. Nos reuníamos en casa tres veces por semana, pensando en armar un libro de 200 páginas. Al principio fue revisar el pasado. Debimos catalogar cerca de mil piezas, de Finlandia, de Dinamarca, de Italia, de la India... Admito que en varias oportunidades tuvimos la tentación de desistir. Luego vino el trabajo de diagramación, con el diseñador gráfico Eduardo Budakyan y los sabios consejos de Lala Méndez Mosquera, que me guió y puso un justo freno en ciertas composiciones digitales experimentales. Ahora lo agradezco, pero en su momento generó alguna que otra rispidez -aclara con humor-. Fue un trabajo muy arduo, pero que me permitió reencontrarme con muchos recuerdos.
-¿Por qué decidió agregarles texto?
-La idea de que las imágenes fueran acompañadas de relatos míos o de otros colegas, o incluso de material documental, sobre la forma de diseñar en aquellos años estuvo desde un principio. Pero nunca pensamos que íbamos a llegar a 400 páginas. Los textos son de la arquitecta Cayetana Mercé. Con ella nos juntábamos los dos días de la semana que no estaban dedicados a la documentación de piezas. La idea no era hablar de mí, sino de lo que hice y del legado que puede ser para las nuevas generaciones.
-El diseño modernista, especialmente el de los países nórdicos, ha vuelto al centro de la escena en las universidades. Pero, cuando Ud. lo traía a la Argentina, aquí había un público que lo compraba...
-Es cierto. Además, los objetos que traíamos no eran baratos. Sin embargo, recuerdo que cuando hacíamos semanas temáticas, como la semana de la India, o la de Dinamarca, en la que rebajábamos los precios, la gente hacía una cuadra de cola: era algo muy especial. El buen diseño, aquello que está realmente bien concebido y bien fabricado, atrae a todo tipo de público, no sólo a una elite de conocedores, que también los había y eran clientes habituales.
-¿En sus viajes pudo conocer a aquellos grandes diseñadores?
-En Dinamarca no. Aunque me habría gustado enormemente conocer a Arne Jacobsen. Visitaba las fábricas de muebles de teka, como Franz & Sons. Me fascinaba con sus técnicas industriales de alta calidad, y con la manufactura de terminaciones, como Willy Beck, que hacía unas sillas maravillosas, livianas y sin travesaños entre las patas, pero muy resistentes, y que después de 45 años yo elijo por su comodidad para trabajar en la computadora.
-¿Cree que hoy también hay un público que elige ese tipo de objetos?
-Siempre hay un público para los objetos realmente valiosos. La capacidad de asombro quizá se perdió. Hoy uno prende la computadora y puede acceder a cualquier imagen. Pero más allá de la imagen está el valor del objeto real, el aroma de una madera, la textura de un cristal, la luz que refleja una tela en un determinado sitio, el hecho de que sea parte de nuestro entorno. Eso no puede ser reemplazado por ninguna experiencia virtual.
-¿Cómo llega su sillón Cinta5 a formar parte de las colecciones permanentes del MoMa y del Victoria & Albert Museum?
-El ingeniero Basilio Uribe, que trabajaba en el INTI, nos visitaba con frecuencia y me propuso llevar el sillón Cinta5 a una exposición en el Centro de Diseño de Londres. Allí, finalmente, ganó un premio y el director del Victoria & Albert Museum le pidió al INTI quedarse con la pieza. Al enterarse, el arquitecto Emilio Ambasz, que en ese momento era el curador de diseño del MoMa, también nos pidió que les enviáramos uno.
-¿Cuántos sillones Cinta5 produjeron?
-De la versión en madera, pocos, quizás un centenar. Porque la técnica de curvado en frío de la madera era un proceso complejo y costoso. Pero después editamos la versión en acrílico, que se fabricaba a partir de moldes, y de esa serie se fabricaron muchos sillones.
-¿Por qué dejó todo y se retiró tan repentinamente?
-Porque sentí que se había cumplido una etapa y quería hacer otras cosas. Fueron treinta años muy intensos. Necesitaba tiempo para desarrollar otras cosas, como el dibujo y la pintura, a los que he dedicado muchos años, y ahora el arte digital. El estudio ACh fue una etapa muy intensa, pero no la única. En cada proyecto que emprendí en mi vida necesité poner todo de mí.
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